¿JÁLOGÜIN? A SANTO DE QUÉ…

 

Nunca llegaré a comprender ciertas pulsiones del pueblo español, por más que me esfuerzo no puedo asumir tamaña tontez. ¿Os imagináis a los norteamericanos celebrando Jueves Lardero o San Antón?,… ridículo.

El otro día le dieron a mi hijo de 6 años una nota del colegio diciéndole a los padres que se iba a celebrar Halloween para que fuera disfrazado. Me entró un cabreo enorme, ¿de dónde sale esta decisión?. Estamos haciendo cosas totalmente ilógicas… o sea, perdemos fiestas nuestras, y tomamos fiestas foráneas ñoñas o puramente consumistas… Aparte de perder nuestras festividades las que nos quedan las desvirtuamos totalmente quitándoles todo el significado, convirtiendo todas las fiestas en lo mismo, todo acaba en una fiesta discotequera en que la juventud acaba inyectándose en vena el máximo de alcohol ya sea Semana Santa, los Reyes Magos o las fiestas patronales…

Deberíamos tomar buena nota de lo que nos dice la Biblia en el Eclesiastés…

«Hay un tiempo para todo y un tiempo para cada cosa bajo el sol:
Un tiempo para nacer y un tiempo para morir,
un tiempo para plantar y un tiempo para arrancar lo plantado;
un tiempo para matar y un tiempo para curar,
un tiempo para demoler y un tiempo para edificar;
un tiempo para llorar y un tiempo para reír,
un tiempo para lamentarse y un tiempo para bailar;
un tiempo para arrojar piedras y un tiempo para recogerlas,
un tiempo para abrazarse y un tiempo para separarse;
un tiempo para buscar y un tiempo para perder,
un tiempo para guardar y un tiempo para tirar;
un tiempo para rasgar y un tiempo para coser,
un tiempo para callar y un tiempo para hablar;
un tiempo para amar y un tiempo para odiar,
un tiempo de guerra y un tiempo de paz.»

Pues ahora todo lo convertimos en una especie de marasmo indefinido, influenciado por la tele, en la que no sabemos el significado ni el porqué de nada. Para más inri, los orígenes de este Halloween no están nada claros y por lo que me he enterado están muy relacionado con ritos precristianos de los pueblos celtas en los que incluso se hacían cosas tan satánicas como el sacrificio de niños…

Según fuentes de la Conferencia Episcopal Española, «la fiesta de Halloween no es inocente, pues tiene un transfondo de ocultismo y de otros tipos de corrientes que va dejando su huella de anticristianismo».

«Se afirma que los niños se deben divertir como lo hacen con otras fiestas. Se disfrazan de brujas, vampiros, fantasmas, con máscaras de cadáveres, esqueletos. Los padres favorecen este tipo de fiesta y que jueguen con elementos de muerte, pero ellos mismo son los que, cuando muere un familiar, los apartan para que no vean al familiar muerto. En este caso la pedagogía se resiente por falta de lógica»,

Sé que la Conferencia Episcopal no es precisamente un «líder de opinión» en los tiempos que corren, pero me adhiero totalmente al diagnóstico… o sea, que queremos que los niños se aparten del mundo real, de asumir la muerte como algo natural e integrado en el ciclo del ser humano, que no vean, que no oigan nada sobre la muerte pero que vean películas totalmente fantásticas de terror, que jueguen con la videoconsola a juegos super macabros en los se cometen virtualmente las mayores atrocidades… el mejor camino para la esquizofrenia, la confusión de lo virtual y lo real, como lo llamaría D. Lorenzo Trujillo, estamos convirtiendo a nuestros niños y adolescentes (los próximos adultos) en personas presas de «la galería de los espejos»…

En fin, que con tanto Halloween y tanto disfraz en estas fechas nos acabaremos olvidando de nuestra obligación de rezar por los difuntos, acordarnos de ellos, ponerles un velón, ir al cementerio a rendirles homenaje, adecentando los sepulcros y embelleciéndolos con flores… insisto en lo de rezarles, es importantísimo, pues así los ayudaremos, si están en el purgatorio*, a llegar pronto al cielo. Decirles misas y hacer oración, ayuno  y sacrificio por ellos es lo más efectivo para acortar esta penitencia que pasan (o pasaremos) todos aquellos que, estando salvados, deben limpiar las impurezas que el paso por esta vida les ha dejado. Os aconsejaría la lectura de un libro de María Vallejo-Nájera, hija del famoso psiquiatra:

ENTRE EL CIELO Y LA TIERRA
María Vallejo-Nájera
Planeta
318 páginas

Hasta otra amigos.

*les resultará curioso saber que la creencia en el purgatorio es dogma de fé de la Santa Madre Iglesia, es decir, que si usted, desocupado lector no lo cree firmemente no puede contarse en el número de los católicos.

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CUMBRES DEL HUMOR, Monty Python.

Estáis comprobando que en casi todos mis posts me limito a «copiar y pegar», perdonadme pero es que no puedo evitar la tentación de compartir con todos algunas delicias… Para mí, respetando todas las opiniones, los Monty Python han logrado algunos de los momentos más hilarantes, aquí os adjunto al «chiste más gracioso del mundo» , está subtitulado pero opino que merece la pena tener paciencia y leer un poco a cambio de oír las voces auténticas de estos maestros… Es un poco humor para «frikis»…

 

 

METODO INFALIBLE PARA CAERLE BIEN A TODO EL MUNDO (O CASI)

 

¿Os acordáis de aquel cura que salía en la tele? Se llamaba José Luis Martín Descalzo. Hace poco me tropecé con un texto suyo y me gustó mucho. Aquí os lo transcribo para que disfrutéis y le saquéis jugo, no tiene desperdicio, él lo titula «24 pequeñas maneras de amar»:

  • Aprenderse los nombres de la gente que trabaja con nosotros o de los que nos cruzamos en el ascensor y tratarles  luego por su nombre. 

 

  • Estudiar los gustos ajenos y tratar de complacerles.

 

  • Pensar, por principio, bien de todo el mundo.

 

  • Tener la manía de hacer el bien, sobre todo a los que no se la merecerían teóricamente.

 

  • Sonreír. Sonreír a todas horas. Con ganas o sin ellas.

 

·        Multiplicar el saludo, incluso a los semiconocidos.

·        Visitar a los enfermos, sobre todo sin son crónicos.

·        Prestar libros aunque te pierdan alguno. Devolverlos tú.

·        Hacer favores. Y concederlos antes de que terminen de pedírtelos.

·        Olvidar ofensas. Y sonreír especialmente a los ofensores.

·        Aguantar a los pesados. No poner cara de vinagre escuchándolos.

·        Tratar con antipáticos. Conversar con los sordos sin ponerte nervioso.

·        Contestar, si te es posible, a todas las cartas.

·        Entretener a los niños chiquitines. No pensar que con ellos pierdes el tiempo. 

·        Animar a los viejos. No engañarles como chiquillos, pero subrayar todo lo positivo que encuentres en ellos.

·        Recordar las fechas de los santos y cumpleaños de los conocidos y amigos.

·        Hacer regalos muy pequeños, que demuestren el cariño pero no crean obligación de ser compensados con otro regalo.

·        Acudir puntualmente a las citas, aunque tengas que esperar tú.

·        Contarle a la gente cosas buenas que alguien ha dicho de ellos.

·        Dar buenas noticias.

·        No contradecir por sistema a todos los que hablan con nosotros.

·        Exponer nuestras razones en las discusiones, pero sin tratar de aplastar.

·        Mandar con tono suave. No gritar nunca.

·        Corregir de modo que se note que te duele el hacerlo.

La lista podría ser interminable y los ejemplos similares infinitos. Y ya sé que son minucias. Pero con muchos millones de pequeñas minucias como éstas el mundo se haría más habitable.

                                                *Jose Luis Martin Descalzo

 

 

ALFONSO ROMERO LOZANO «PAJARITO»

 

Alfonso se nos ha muerto hace escasos meses, muchos no lo habrán echado de menos porque llevaba un tiempo en la Residencia de Mayores y ya no salía casi a la calle. Nos ha abandonado y ahora Socuéllamos es un poco menos Socuéllamos, pues los paisajes de un pueblo no solo están compuestos por sus calles, plazas, lugares… sino también por las gentes que lo habitan y Alfonso era un de esas personas cuya sola presencia da personalidad a un lugar.

Tratar con él era una experiencia feliz, festiva, exenta totalmente de melancolía. Tanto era así, que nuestras jornadas de trabajo en IDEArte no estaban completas si Alfonso faltaba a su cita, José Miguel, Víctor, Pilar, José Luis, Loren, etc… todos guardaremos un recuerdo imborrable de aquellas visitas, por el cariño que le teníamos a Alfonso y, a su vez, el que nos tenía él a nosotros.

Un día en la vida de Alfonso era totalmente predecible, tenía un recorrido muy poco variable, sus sitios más visitados en los últimos tiempos eran el estanco de “la casillera”, la oficina de su “cuñao el de los muertos” y el parque, para ver a “los viejos” y enseñarles sus “mencheros”. Raro era el día que no “cazaba” algo, sino era uno de sus famosos mecheros, era una foto o un “pachete” de Ducados, objetos que él apreciaba por encima de todo; cuando le regalabas alguna de estas cosas daba gusto ver a Alfonso, con esa expresividad tan característica en él, esas voces, esos “ausiones”, esa sinceridad en la sonrisa.
Aún con sus limitaciones, Alfonso no olvidaba ningún mote, que sabía pronunciar con una gracia inimitable… “¡que te voy a decir Vicentón y no quiero… baboso! ”, y para todo el mundo tenía una palabra. También es verdad que reaccionaba con insultos si alguien se metía con él con mala intención, pero si lo tratabas con cariño era la persona más dócil del mundo.

En sus últimos años se ha hecho querer en la Residencia, que se lo pregunten a las trabajadoras, y  también recuerdo cuando fue ingresado en el hospital de Alcázar, en pocos días se había ganado a todas las enfermeras.

¿Pero por qué Alfonso era tan especial?. Sin duda porque conservaba toda la sinceridad de la niñez, esa que tenemos todos antes de llenarnos de disimulo, hipocresía y miedo al ridículo.

Algunos no sabrán que Alfonso de muy pequeño sufrió una gravísima meningitis que estuvo cerca de llevarlo a la tumba y de la que se salvó milagrosamente, sus padres y sus hermanos lo sacaron adelante con ímprobos esfuerzos teniendo en cuenta la dureza de aquellos años de postguerra. Y Alfonso quedó así, petrificado en una eterna niñez que le ha durado hasta que nos ha abandonado.

Ahora, sabemos que después de descorrerse ese velo que es el paso de esta vida a la otra, Alfonso ya ha visto cara a cara a Dios pues para entrar en su Reino tenemos que convertirnos de nuevo en niños y Alfonso nunca ha dejado de serlo… Hasta siempre, amigo Alfonso “Pajarito”, no te olvidaremos.

 

La agonía del ferroviario.

 

Lo que a continuación os transcribo, se trata de una historia real, es un poquillo larga pero merece la pena, a mi me hizo reflexionar. Espero que os guste…

…» Ya son las once de la noche y el padre O’Malley mira por la ventana; ¡Qué tormenta tan terrible! ¡Qué ganas de descargar la pesada carga de toda la jornada y prepararse para dormir reparadoramente en la soledad del presbiterio! Sin embargo, ignora que aquella noche, Dios tiene otro plan para su servidor…
El teléfono suena. Una llamada del hospital de Auburn. Una voz femenina suplica: «Soy Betty, una enfermera. Venga rápido, padre. Lo llamo desde la sala donde estoy de servicio. Hay un hombre que quiere ver a un sacerdote. Está muy mal, no pasará la noche. ¡Es urgrente!»
El padre O’Malley sabe que en la costa de Estados Unidos estas violentas tormentas no perdonan. En la radio anuncian amenaza de inundaciones. Tiene un recorrido de unos 45 kilómetros ¡y de noche! Es verdaderamente arriesgado… Y para el día siguiente la agenda se presenta repleta y pesada. La tentación de la cama se presenta sutilmente en él. Si no va tiene la escusa perfecta por el mal tiempo…
 – Iré lo antes posible -responde a la enfermera a pesar suyo- ¡No se cuanto tardaré con este tiempo de perros!
La llamada de esta alma es más fuerte, y allí va el padre O’Malley, enfrentando las lluvias torrenciales que incesantemente amenazan con bloquear el camino. Fueron necesarias cuatro largas horas para recorrer aquella distancia. En el hospital, Betty estaba esperando su llegada y lo conduce de inmediato a la habitación de Tom, su paciente. El hombre está moribundo, los síntomas no engañan.
 – ¡Me dijeron que deseaba ver a un sacerdote!
El padre ha recogido toda su dulzura y la delicadeza que Cristo ha depositado en él en el curso de su vida sacerdotal. Ha aprendido a respetar el infinito valor de un alma, sobre todo en su última hora. El hombre abre los ojos:
 – ¡Fuera de aquí! ¡No quiero verlo!
El asunto pinta mal. Entristecido, pero no desanimado, el padre O’Malley se sienta tranquilamente y se sumerge en la oración. Deja pasar una buena hora, luego lo intenta nuevamente:
 – ¿Quiere que hablemos un poco?
Misma reacción violenta del hombre que esta vez lo manda directamente «a paseo». Idéntica reacción del perseverante sacerdote que vuelve a sentarse y sigue intercediendo en paz. Tímidamente, el día despunta y algunas luces asoman por la ventana. La ciudad, lavada por la tormenta, comenzará pronto a vibrar. ¿Esta preciosa alma partirá sin la paz de Dios? El sacerdote está nuevamente atraído como por un imán a la cama.
 -Estoy seguro de que desea hablar, ¿no es cierto?
 – Bueno… De todas formas, ya no tengo mucho tiempo… ¡Es mejor decírselo! Soy alcohólico. Vivo solo desde hace mucho tiempo. Cuando era joven, tenía un buen empleo como ferroviario. Era un mecánico. Hace unos treinta años, una noche estalló una gran tormenta y todos los de mi servicio se refugiaron en una pequeña cabaña. Nos emborrachamos. Debía llegar un tren, y yo era el responsable de cambiar las señales. Me levanté y fui a levantar la señal para que el tren tomara los raíles correctos. Pero con mi dosis de alcohol, puse las señales al revés. Entonces ocurrió la desgracia: el tren tomó una vía equivocada y embistió a un automóvil que atravesaba ese paso a nivel. En el coche iba toda una familia: padre, madre, dos niñas… Todos murieron. Era cerca de Navidad. Eso nunca pude perdonármelo. Entonces, me fui, lo dejé todo, y me refugié en las montañas. Hace treinta años que vivo solo, como un salvaje.
Tom prorrumpe en sollozos. Ha depositado su drama en el corazón de ese desconocido y toda la pesadilla le vuelve a la memoria, su vida arruinada, esa desgracia irreparable, y la culpabilidad que le corroe sin tregua. No sospecha ni por un instante el estado de shock en que ha puesto a su interlocutor con esa terrible confidencia. El corazón del sacerdote está deshecho, per no es el momento de dejarse llevar por las emociones. El hombre puede morir en cualquier instante; no puede perder ni un solo segundo. El sacerdote invita a Tom a que entregue todos sus pecados a Dios y a recibir la absolución. Su voz tiembla porque para él también un terrible drama vuelve a su memoria.
 – Sabe, en el coche, esa noche de Navidad, el padre y la madre iban con sus dos hijas… pero también tenían un niño pequeño que se había quedado en casa. Y ese niño… ese niño…¡era yo!
Tom, asombrado, intenta incorporarse, pero no puede pronunciar palabra.
 – Tiene mi perdón, Tom… ¡está perdonado!, murmura el sacerdote como quien susurra un secreto muy íntimo.
A la salida del sol, el hombre se desliza hacia la muerte, ya no le tiene miedo a Dios. Si el niño salvado le ha perdonado lo imperdonable, ¿No lo va a perdonar Dios?… «

Recogido por Sor Emmanuel Maillard en EL NIÑO ESCONDIDO DE MEDJUGORJE "Health Communications"
Warren Miller, Deerfield Beach, Florida, EE.UU.