CUESTIÓN DE PESO…

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El peso, los que me conocéis sabéis que es uno de mis caballos de batalla, ya lo expresaba en este blog (“Hoy quiero confesaros mi tragedia personal”), es mi lucha, que quiero adelgazar pero “me lo como tó”… la bulimia parcial y todo eso.

Hoy os cuento más detalles de mi drama… Lo he intentado todo, he hecho multitud de dietas, por ejemplo, la del sirope de savia de arce. Empecé con ilusión por la mañana, sustituyendo desayuno y comida por este mejunje, a eso de las cinco de la tarde me “cascó” tal dolor entremedias de los ojos que creía que había llegado el fin de mis días, desesperado, me comí un bocadillo de jamón y fue mano de santo, me encontré mejor inmediatamente… Todas las dietas “milagro” me han dado idéntico resultado. Incluso he probado a hacer dos dietas a la vez para ver si así adelgazaba el doble… sin resultados. Luego lo intenté por mi cuenta, quitando o reduciendo algunos alimentos, por ejemplo me quitaba la “porra” central de la rosca de churros que me tomo en el desayuno, nada, ni por esas…

He intentado otros trucos para pesar menos, enfrentándome a la báscula después de cortarme el pelo, quitarme las legañas, cortarme las uñas, evacuar aguas menores y mayores, desprenderme de toda la ropa, escupir, pasarme un bastoncillo por los oídos, ponerme de puntillas al subirme, incluso dejar la mente en blanco… después de todo eso conseguía rebajar unos setecientos gramos*, vamos, un grano de arena en el desierto.

Probé a correr, pero me resultaba difícil hacerlo sin sentir verdadero “peligro”, por ejemplo que viniera una vaquilla persiguiéndome. También probé la gimnasia de mantenimiento pero, como su propio nombre indica, solo logré mantenerme gordo. Después de infinidad de vanos intentos inferí que el deporte no podía ser bueno para el ser humano, pues solo provoca sudor, mal olor corporal, cansancio, peligrosas lesiones… Pero paradójicamente reconocía en mí una espontánea simpatía hacia el deporte, por ejemplo ver un Madrid-Barça tumbado en el sofá… Después de meditarlo varios días llegué a la conclusión de que realmente lo que me pasaba es que era un “deportista no practicante”*.

Me han visto especialistas, he buscado segundas opiniones… hasta un médico, prestigioso especialista formado en la facultad de La Habana, me diagnosticó que yo realmente estaba en mi peso ideal lo que me pasaba es que me faltaba altura (necesitaba medir 2,20 m.) ahí le di la razón -este tío sabe- me dije. Visité a otro especialista con la intención de aumentar mi estatura, me dijo que era posible lograrlo, pero a base de costosas intervenciones quirúrgicas, cuando le dije con que capital contaba me mostró unos zapatos con plataforma que no me convencieron… en fin, el mundo se confabulaba contra mí…

Quizá se trataba de un problema ético y moral, de índole filosófica, me consolé estudiando los distintos cánones de belleza a lo largo de la historia, me regodeé observando las tres gracias de Rubens, no llegué tampoco a la solución.

Me pregunté ¿Por qué Dios nos ha creado así? podía habernos hecho engordar proporcionalmente todo las partes del cuerpo a la vez, así, en vez de engordarnos solo la tripa, la papada, y las “kokotxas”* nos iríamos haciendo como gigantes… O por ejemplo, que solo nos engordaran zonas que no hicieran tan mal efecto, como las encías, la lengua, los ojos… (el médico te diría, -como no cambie usted de dieta le estallarán las órbitas-)…

Al final lo que he hecho es irme a casa de mi abuela, que siempre me encuentra “muy hermoso” y si le digo que quiero adelgazar me dice que estoy mejor así, que más vale tener que no desear, y otras palabras de consuelo que son para mí como un bálsamo, me tranquilizan y me apaciguan…

Hasta pronto amigos.

* Deportista no practicante, como los católicos no practicantes, que son tremendamente religiosos pero no llevan a cabo ninguna actividad ni pensamiento de las que manda la Santa Madre Iglesia.

*De los cuales seiscientos cincuenta correspondían a lo dejado en el retrete, ¿qué cómo lo sé? Por el sencillo método de la tara, es decir, pesándome antes y después de la evacuación, obtienes este dato con una sencilla resta.

* protuberancias o prominencias que aparecen en los hombres a ambos lados de la cara debajo de las orejas cuando se “empadran”.

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JACOPONE DA TODI

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Jacopo de Benedetti nació en 1228 en la ciudad de Todi, en Perugia, Umbría, en el Ducado de Spoletto que Otto de Brunswick había entregado a Inocencio III en 1213. Desde entonces fue gobernado por cardenales en nombre de los Estados Pontificios.

Jacopo pertenecía a la noble y acomodada familia de los Benedetti. Fue un muchacho de inteligencia despierta e inquieta. Estudió Derecho en la Universidad de Bolonia y ejerció con gran éxito, aunque algunos dicen que con notable avaricia, como notario en su ciudad natal. Todi contaba en 1290 con unos 40.000 habitantes.

Su vida de soltero, llena de lujo y fiestas, terminó el día que se enamoró apasionadamente de Vanna, la joven y piadosa hija de Bernardino de Guidone, conde de Coldimezzo. Su amor fue felizmente correspondido. La pareja se casó en 1267 en “il Duomo”, la catedral gótica de planta de cruz latina “Santa Maria Assunta” de Todi, reconstruida a causa del pavoroso incendio que en 1190 la había destruido casi por completo.

Un año después, en 1268, se celebró una gran fiesta en Todi. Entre los espectadores estaba la mujer de Jacopo ricamente ataviada. De repente, la plataforma elevada desde la que estaba presenciando el espectáculo, deteriorada por la lluvia que había estado cayendo los días anteriores, se derrumbó, aplastándola fatalmente. Cuando Jacopo llegó a su lado, Vanna ya estaba agonizando. Al abrir su vestido para facilitarle la respiración, vio que llevaba un cilicio.

 

La piadosa Vanna no le había dicho nunca nada. Jamás le había hecho un solo reproche. Pero Jacopo sabía perfectamente que lo único que había impedido a su mujer ser totalmente feliz durante aquel año de matrimonio era su falta de piedad, su cínico rechazo de cualquier asunto relacionado con la Iglesia y con la fe. Como notario, conocía perfectamente los enredos terrenales de una parte del clero.

Llegaron y pasaron en tropel los gritos y los llantos, el duelo y el entierro. Al final, llegó el silencio.

Ahora Jacopo se daba cuenta de todo. De cómo Vanna había ofrecido sus sufrimientos para lograr su conversión. De cómo, quizá, la petición de su esposa, la misericordia de Dios y su propia testarudez habían “provocado”, a través de la Divina Providencia, la desgracia.

No le cupo la menor duda de que ella le estaba viendo desde el Cielo. Tampoco le debió caber la más mínima duda de que para ella no existiría el verdadero cielo hasta que él eligiera el camino de la Salvación. Debió ser entonces cuando comprendió que la única forma de poder volver a estar junto a ella era yendo donde estaba. Yendo al Cielo.

Algo se había “roto” dentro de Jacopo. Nada volvería a ser igual. No le había quedado ni siquiera el consuelo de un hijo o de una hija. ¿Para qué servían todas sus riquezas y honores? Para nada. ¿Qué sentido tenía ya la vida para él? Ser para la muerte. Pero la muerte no le iba a devolver a Vanna. Así que se preparó para ir a buscarla a la Vida

(continuará) extraído del blog EL HATO DEL VIEJO JACOPONE.

¿CORTARÍAS LA CUERDA?…

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Un alpinista, desesperado por conquistar una altísima montaña, inició su travesía después de años de preparación, pero quería la gloria solo para él, por lo tanto subió sin compañeros.

Su afán por subir lo llevó a continuar cuando ya no se podía ver absolutamente nada. Todo era negro, cero visibilidad, la luna y las estrellas estaban cubiertas por las nubes.

Subiendo por un acantilado, a solo unos pocos metros de la cima, se resbaló y se desplomó por el aire. El alpinista solo podía sentir la terrible sensación de la caída en medio de la total oscuridad. En esos angustiantes momentos, le pasaron por su mente todos los episodios gratos y no tan gratos de su vida. De repente, sintió el fortísimo tirón de la larga soga que lo amarraba de la cintura a las estacas clavadas en la roca de la montaña.

En ese momento, suspendido en el aire, no le quedó más que gritar:

¡¡¡ DIOS MIO AYÚDAME¡¡¡

De repente, una voz grave y profunda de los cielos le contestó:

– ¿QUE QUIERES MI HIJO?

– Sálvame Dios mío.

– ¿REALMENTE CREES QUE YO TE PUEDA SALVAR?

– Por supuesto Señor.

– ENTONCES CORTA LA CUERDA QUE TE SOSTIENE…

Aquel alpinista, aterrorizado, se aferró más aún a la cuerda. 

Al siguiente día el equipo de rescate encontró al alpinista muerto, colgado de la soga… A TAN SOLO DOS METROS DEL SUELO…


¿Y tú? ¿Confías en Dios cuando te pide lo que parece contrario a tus intereses?, ¿Cortarías la cuerda?…

SEXTO MANDAMIENTO

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6. No aceptes nunca esa idea de que la vida es una película del Oeste en la que el alma sería el bueno y el cuerpo el malo. Tu cuerpo es tan limpio como tu alma y necesita tanta limpieza como ella. No temas, pues, a la amistad, ni tampoco al amor: ríndeles culto precisamente porque les valoras. Pero no caigas nunca en esa gran trampa de creer que el amor es recolectar placer para ti mismo, cuando es transmitir alegría a los demás.

EL MENDIGO Y EL PAPA…

mendigo

 

En un programa de televisión de Estados Unidos, relataron un episodio poco conocido de la vida Juan Pablo II.

Un sacerdote norteamericano de la diócesis de Nueva York se disponía a rezar en una de las parroquias de Roma cuando, al entrar, se encontró con un mendigo. Después de observarlo durante un momento, el sacerdote se dio cuenta de que conocía a aquel hombre, ¡era un compañero del seminario, ordenado sacerdote el mismo día que él¡ Ahora mendigaba por las calles.

El sacerdote, tras identificarse y saludarle, escuchó de labios del mendigo cómo había perdido su fe y su vocación. Quedó profundamente impresionado.

Al día siguiente el sacerdote llegado de Nueva York estaba invitado a asistir a la Misa privada del Papa al que podría saludar al final de la celebración, como suele ser la costumbre. Al llegar su turno sintió el impulso de arrodillarse ante el santo Padre y pedirle que rezara por su antiguo compañero de seminario, y describió brevemente la situación al Papa.

Un día después recibió la invitación del Vaticano para cenar con el Papa, en la que le solicitaban llevar consigo al mendigo de la parroquia. El sacerdote volvió a la parroquia y le comentó a su amigo el deseo del Papa. Una vez convencido el mendigo, le llevó junto a él a donde se hospedaba, le ofreció ropa y la oportunidad de asearse.

El Pontífice, después de la cena, indicó al sacerdote de Nueva York que los dejara solos, y pidió al mendigo que escuchara su confesión. El hombre, impresionado, respondió que ya no era sacerdote, a lo que el Papa contestó: «una vez sacerdote, sacerdote siempre». «Pero estoy fuera de mis facultades de presbítero», insistió el mendigo. «Yo soy el obispo de Roma, me puedo encargar de eso», dijo el Papa.


El hombre escuchó la confesión del Santo Padre y le pidió a su vez que escuchara su propia confesión. Después de ella lloró amargamente. Al final Juan Pablo II le preguntó en qué parroquia había estado mendigando, y le designó asistente del párroco de la misma, y encargado de la atención a los mendigos.

Contra el aborto.

La C-FAM (el único organismo pro-vida que trabaja exclusivamente en política social de la ONU) está recogiendo firmas para presentar ante la ONU, e impedir que, por la presión de grandes grupos pro-abortistas, se declare en el 60º aniversario de la Declaración de Derechos Humanos, el 10 diciembre, el derecho el aborto como un derecho más.

Por favor, os invitamos a que enviéis este mensaje a todos vuestros amigos y conocidos, invitándoles a firmar en la página que figura más abajo y no te olvides de firmar tú. Sólo es necesario cumplimentar los datos con asterisco.

Español
http://www.c-fam.org/publications/id.97/default.asp
 
Gracias!

No matarás…

perro-agresivo

 

5. No olvides que naciste carnívoro y agresivo y que, por tanto, te es más fácil matar que amar. Vive despierto para no hacer daño a nadie, ni a las personas, ni animal, ni a cosa alguna. Sabes que se puede matar hasta con negar una sonrisa y que tendrás que dedicarte apasionadamente a ayudar a los demás para estar seguro de no haber matado a nadie.