Fe.

Ayer una amiga me definía como un ente poseído por una extraña bipolaridad, la mitad de mi cerebro dominada por los Monty Phyton y la otra por el padre Mundina. Bueno, pues hoy se va a manifestar sobre todo el padre Mundina. Os voy a contar una historia edificante, un milagro, sé como suenan estas cosas en nuestro mundo de hoy tan técnico y tan materialista… juzgad por vosotros mismos…

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“ … corría el año 1896, en la agreste provincia de Avellino Italia. El pequeño Francesco (futuro Padre Pio de Pietrelcina) tiene ocho años, aquel día, su padre decide llevarlo a Altavilla Irpina para la fiesta anual de San Peregrino, mártir muy querido y venerado en la región. Para la ocasión, los campesinos organizan una feria de animales y, justamente Grazio, su padre a previsto adquirir un caballo de tiro. ¡La emoción impide a Francesco pegar ojo en toda la noche! De madrugada emprende una larga caminata de varias horas con su padre y el pequeño burro de la familia. Llegan al santuario antes del mediodía y se escabullen en la iglesia, ya repleta. Fieles de toda la región se han dado cita allí. Traen signos de devoción, a cual más pintoresco, a su bienamado santo y le presentan sus sufragios mediante gestos expresivos… ¡diríamos más bien explosivos! Alzan los brazos al cielo gritando, llorando, riendo, orando… Luego se hincan estrepitosamente de rodillas, haciendo sonar sus rodillas contra el suelo como para mejor atraer la atención del santo. Algunos le ofrecen gigantescos cirios de los más vivos colores, otros ramos de flores o corazones de terciopelo recamados de oro… En pocas palabras, una piedad popular tan ruidosa como colorida y conmovedora.

            Todos se agolpan alrededor del altar donde reina el cuadro del santo, que felizmente –supongo- reconoce entre aquella cacofonía, las perlas raras de los corazones sinceros que le confían sus penas y tragedias, así como sus esperanzas. Y he aquí que una mujer, vestida de harapos y visiblemente agobiada con todas las miserias del mundo, comienza a arengar al santo en voz alta. De sus brazos, entre harapos, emerge un pequeño ser inerte y completamente deforme. A medida que profiere sus gritos, la muchedumbre, presa de estupor ante tal deformidad, baja el tono algunos decibelios para dejar a esta pobre madre la posibilidad de aliviar su corazón. La mujer toma a su pequeño en sus manos y , con la energía de la última esperanza, se lanza en la oración más impresionante jamás oída. En su alegato utiliza palabras aparentemente groseras pero que forman parte del dialecto de Avelino, ya de por sí bastante colorido. He aquí que nuestra madre encara abiertamente al santo, profiriéndole los más contundentes reproches:

“Te he venerado durante toda mi vida, nunca he dejado de venir para tu fiesta. ¡Cuántas veces te he encendido velas con amor, te traje regalos y siempre confié en tu ayuda! Hablé bien de ti en mi pueblo hasta el cansancio, ¡¡y así me lo pagas!! Sabes bien que estoy sola y sin un centavo, ¡y mira mi niño deforme! ¿Cómo me las voy a arreglar para criarlo? ¿No te conmueve verme así, incapaz de cuidar de este niño? ¿Eres tú quien irá a mendigar en mi lugar? ¿Qué clase de santo eres?”

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Su voz se hacía cada vez más fuerte, entrecortada por estallidos de llantos desgarradores. Llegada al punto culminante de su arenga exclama:

“Tú estás muy bien. ¡Lo tienes todo, estás en el Cielo! ¡Para ti es muy fácil! Si tu santidad consiste en dejar que los desdichados se las arreglen solos… pues bien, me desilusionas, ¡hasta me das asco! Te pavoneas en tu cuadro, y cuando la desgracia alcanza a un corazón, ¡ni siquiera mueves el dedo meñique! ¡Bravo! ¡Qué buen ejemplo de caridad! Todas las oraciones que te hice… ¡Fui una tonta, me cansé en balde, para nada! Todo lo que fuiste capaz de darme fue este crío completamente deforme… Y ahora ¿qué dices tú a todo esto, eh? ¿Esperas quizá que vuelva a mi pueblo elogiando tus prodigios?”

Toda la asamblea, petrificada, no osa proferir una sola palabra, sin saber si debe sentirse molesta por la mujer o por ese pobre Peregrino a quien le están propinando la reprimenda de su vida. ¿Qué ocurrirá?

La voz de la madre se quiebra. Ya gritó demasiado, lloró demasiado, sangró demasiado. Entonces, en un sobresalto de audacia y de fe, sube los escalones del altar lateral de Peregrino. Entre la multitud, el pequeño Francesco de ocho años no se pierde detalle de lo que ocurre y, conmovido, ora con todo su ser por esta madre destrozada por la pena. Pero su padre lo sacude por el brazo.

-¡Vamos, ven!

-Espera, papá, ¡espera!

El chico se vuelve pesado como el plomo. Su padre ve que Francesco no cederá. Por su lado, la madre libera al pequeño de sus harapos y lo eleva como una hostia ante la imagen del santo, como para mostrarle que no está bromeando. Luego lo deposita ante él gritando:

            ¡Tómalo, aquí está! ¡Devuélvemelo sano o quédatelo!”

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La mujer se aleja entonces del altar, determinada a ganar la causa. En la iglesia, no se oye ni el vuelo de una mosca.

            -Vamos, Francesco, ven ¡debo ir por el caballo!

            -No, papá, ¡deja que me quede un poco más!

            Francesco permanece clavado en su lugar, queriendo saber cuál será el desenlace de todo esto. La mujer está allí y espera. Un murmullo se eleva a su alrededor y la iglesia pronto recupera el carácter ruidoso de los días festivos. Los comentarios abundan, a la italiana.

            De repente, el pequeño Francesco abre bien los ojos: ¡un milagro está produciéndose en el altar! El niño deforme comienza suavemente a girar sobre sí mismo, ante las exclamaciones de los asombrados peregrinos. El que estaba inerte como un vegetal hace fuerza para levantarse usando sus bracitos y sus rodillas. Sus miembros han tomado una forma normal. El tumulto que sigue es indescriptible… Grazio, empojado de derecha a izquierda, intenta salir pero una nueva oleada de peregrinos que quieren “ver” lo devuelve al interior. Las campanas de la iglesia también han comenzado a proclamar la noticia, balanceándose a pleno vuelo, según la costumbre cuando acontece un milagro en San Peregrino. Sí, todo el mundo puede comprobarlo: el niño está efectivamente curado, sus miembros se han vuelto armoniosos. ¡El grande, el amado, el venerado Peregrino ha realizado el milagro a la vista de todos!

            El pequeño Francesco, emocionado hasta el fondo de su alma, nunca se repondrá verdaderamente del impacto. Convertido luego en el gran Padre Pío, es suplicante excepcional, contará en muchas ocasiones a sus allegados el acontecimiento de San Peregrino y la impronta que dejó en él. Y agregaba siempre seriamente:

            Aquel día, ¡aprendí a orar!

 

Sor Emmanuel Maillard “El niño escondido de Medjugorje”

Nota: San Peregrino es el patrón de los que padecen cáncer.

 

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NO TAN RETRASADOS

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Años atrás, en unas competiciones de las Olimpiadas Especiales celebradas en Seattle, nueve contendientes, todos con deficiencias físicas o mentales, se colocaron en el punto de arranque para la carrera de las 100 yardas. Al escuchar el disparo de la pistola, todos empezaron a correr, aunque no muy precipitadamente, pero con ganas de llegar hasta el final y ganar. Todos, excepto un niño que tropezó, se cayó al suelo y empezó a llorar.  

Los otros ocho, al oírlo llorar, aflojaron la marcha y miraron hacia atrás. Entonces, para la sorpresa de los espectadores, todos regresaron para asistirle. Una niña con el Síndrome Down se agachó y dándole un beso le dijo:  «Así te encontrarás mejor.»  Entonces los nueve se cogieron de los brazos y caminaron juntos hasta la meta final.

Todos en el estadio se pusieron en pie y aplaudieron atronadoramente un largo rato. Nunca había visto unas olimpiadas tan emocionantes y tan reveladoras de las más altas capacidades humanas. Las personas que estuvieron allí todavía recuerdan lo sucedido.

¡Cuánto nos enseñan estos hermanos «retrasados»!