Como sabéis, Leopoldo Abadía es ese hombre que nos hace entender los complicados conceptos sobre economía aplicando simplemente el sentido común. Hoy he leído este artículo y como me ha gustado mucho lo comparto con vosotros en este blog…
Cada vez me sorprende más mi amigo de San Quirico. Ahora, está empeñado en que ha de volver la peseta. “Sólo por un día”, dice, “pero ¡que vuelva!”
Y se lanza a hablarme de la cultura del esfuerzo, que dice que es una cursilada más que se han inventado ahora.
No acabo de ver la relación entre la peseta y el esfuerzo. Pero él continúa. Parece que le han dado cuerda:
“¿Te has dado cuenta de las deudas que tienen todas esas constructoras? ¿Las has traducido a aquello que teníamos antes y que se llamaba ´peseta´? ¡Pues yo, SÍ! Y ¿a que no sabes lo que me sale?”
Como no sé lo que le sale, me encierro en un prudente silencio, aunque pongo cara de atención.
Y sigue: “¡Pues me sale que cualquier mindundi tiene créditos de billones de pesetas! Y yo me pregunto: ¿Quién es más tonto? ¿El que pidió los billones o el que se los dio?”
Como no tengo un Diccionario a mano, no sé qué quiere decir “mindundi”, pero, por el tono, debe ser algo feo.
Y sigue hablando. Ahora se remonta y dice varias cosas:
- Que, traducido a pesetas, todo está carísimo.
- Que no se cree las cifras oficiales de inflación, porque a su mujer le sale mucho más.
- Que le parece un despilfarro lo de la cúpula de Barceló, que, según él, nos ha costado 5.000 millones de pesetas.
- Que se alegra de que una empresa catalana haya conseguido vender sillas para la sala que hay debajo de la cúpula y que les haya cobrado 120 millones de pesetas.
- Que, en cuanto pueda, se va a Ginebra y le cuela a la ONU unos cuantos suministros y trajes ignífugos que hagan juego con la cúpula, se los cobra en euros y se parte de risa con su mujer cuando, al llegar a San Quirico, los traduzcan a pesetas.
Y, como está lanzado, cambia la dirección y se va a las alturas: “¿Te imaginas en qué mundo están viviendo nuestros hijos y nuestros nietos? ¿Te das cuenta de la formación que hay que darles para que no se vuelvan bobos? Porque tú y yo hemos vivido con la peseta y, más o menos, traducimos, y cuando nos quieren cobrar por algo unos ridículos 6 euros, nos damos cuenta de que nos están soplando 1.000 pelas. Pero estos pobres nietos nuestros, que no saben ni lo que era la peseta, van a pensar que lo que vale 6 euros está tirao, que un viaje en avión Málaga-Barcelona vale 240 euros, o sea, sólo 40.000 pesetillas y que, para eso, mejor irse a Nueva York, donde, por cierto, gastan mucho más, porque, una vez que estás e Nueva York, hay que comprar cosillas, irse a cenar por ahí y tomarse una copa en Copacabana”. (Aunque me parece que Copacabana cerró, no le quiero interrumpir, porque este tío discurre bien.)
“Y lo peor”, continúa, “en que estos chiquitos se van a creer que lo normal es gastar, irse a Nueva York y, por supuesto, trabajar poquito, porque malo será que no se les ocurra algún negociete, malo será que no le convenzan a algún financiero, y malo será que no salgan con unos cuantos billones en el bolsillo, dispuestos a salir en los periódicos.
Y esto de la cultura del esfuerzo es otro cuento. Porque lo otro, lo de la vagancia y la gandulería, no es esfuerzo. Y no hago más que recordarles a mis hijos, para que se lo digan a los suyos, que no se puede hacer palanca con un churro y que, en este plan que hemos llevado hasta ahora, estamos fabricando una generación de churritos que tienen todo tipo de maquinitas y teléfonos móviles desde la cuna, y, si no las tienen, se quejan, y que pueden pasar de curso con 160 asignaturas suspendidas para evitar que se traumaticen y que saben muy poco, muy poco (lo que han aprendido por televisión) y que. además, les dicen que son patriotas (no sé de qué patria, por cierto), si consumen mucho, y…” En este momento, se para porque tiene que respirar y yo aprovecho para meter baza. Le digo que, cuando monté mi empresa, prohibí a los que trabajaban conmigo -chicos jóvenes majísimos-, que dijeran “estoy agotado”, después de trabajar una jornada normal. Y le digo que yo entiendo por jornada normal, una de 8, 10 o 12 horas, según lo que haga falta.
Y le digo que, si la crisis ésta sirve para que nos demos cuenta de que el tingladete que habíamos montado no se podía sostener y que lo de que “ganarás el pan con el sudor de tu frente” sigue vigente, y que el que no quiera sudor se va a quedar sin pan y que el sudor de devolver unos créditos desproporcionados no vale, que el que vale es el otro, pues no nos habrá ido mal.
Lo que pasa es que no le acabo de convencer a mi amigo de San Quirico. Repite lo de la palanca, lo del churro y se emperra en lo de la peseta.
Y así acabamos, como siempre. Yo, desconcertado, porque no se me había ocurrido ni lo de la peseta, ni lo del churro. Él, feliz, porque, cuando me gana, lo nota.
Al salir, nos damos cuenta de que, justo en frente del bar donde solemos desayunar, hay una churrería. Está allí desde hace muchos años, pero yo creo que, hasta hoy, no la habíamos visto. Nos acercamos, pedimos media docena de churros para cada uno, y cuando nos dicen el precio, mi amigo dice: “No traduzcas a pesetas, porque igual no los compras”.
Pago en euros y nos vamos.