LEOPOLDO ABADÍA. «CARIÑO»

mimado

Llevo una temporada viajando mucho. Voy siempre con mi manager, mi hijo Gonzalo. Lo pasamos muy bien. Nos reímos, trabajamos, y, cuando se  acaba el día, cenamos con  tranquilidad, repasando cómo ha ido el día.

 

Vamos con frecuencia en el AVE. Muy agradable, muy cómodo y muy rápido. Tiene una ventaja: que se puede hablar por móvil y que, normalmente, la gente grita bastante. Con ello, Gonzalo y yo hemos profundizado en temas tales como los problemas que tiene una UTE en una obra pública, los flecos de un convenio colectivo explicados por una sindicalista a una compañera de trabajo, el novio que se  pone tierno con su novia…

 

Así, el tiempo se nos pasa a toda velocidad y ampliamos nuestra red de conocimientos. Gonzalo dice que es una pena que no se pueda dar la vuelta a los asientos, porque muchas veces nos apetecería girarlos y participar activamente en la conversación.

 

El otro día iba un matrimonio de mediana edad en la fila de atrás. A los pocos minutos de empezar el viaje, sonó el teléfono de la señora, que contestó con voz muy alegre: “¡¡Hola, cariño!!” Cuando una conversación empieza así, te apetece seguir el hilo, porque el  comienzo es prometedor.

 

Por lo que dedujimos -mejor dicho, por lo que oímos claramente- “Cariño” era un chico con la carrera acabada y que empezaba a trabajar en una empresa uno de aquellos días. Cariño estaba buscando piso en la ciudad donde iba a trabajar, que no era donde vivían sus padres, y consultaba con su mamá las características del piso y le preguntaba si le parecía adecuado para él.

 

Las recomendaciones de la mamá  fueron comprehensivas y exhaustivas:

 

1.     Te pondremos Internet en seguida (igual hasta se la podría poner él).

2.     No tengas miedo a la soledad por la noche. Cena tranquilamente y pon una película.

3.     En cuanto tengas el piso elegido, tu madre irá, estará unos días contigo y te dejará todo súper organizado.

4.     Ten en cuenta que la vida laboral es distinta de la vida estudiantil.

5.     Pero, Cariño, en el trabajo, hazte valorar.

 

Como el artículo no puede ser excesivamente largo, acabo con la primera parte, la de la señora, que duró 35 minutos. En ese momento, la  mamá de Cariño le pasó al papá del mismo Cariño el teléfono.

 

El padre siguió con los consejos y, en un momento determinado, le dijo a Cariño que le haría en seguida una transferencia. Gonzalo, bastante mal pensado, me dijo: “Eso es lo que Cariño estaba esperando”.

 

¡Pobre Cariño! Se va a quedar sin empleo en menos de una semana. Porque, en cuanto alguien le pegue una ligera bronca en el trabajo, se echará a llorar y, sorbiéndose las lágrimas,  llamará a mamá, quien irá corriendo a la empresa y, si puede, arañará al Gerente, por haberle hecho sufrir al  niño. Cogerá a Cariño de la mano, le llevará a casa de los papás para que se pueda recuperar del shock y, seguramente, le buscará empleo ella misma en la empresa de un íntimo amigo de la familia, que le tratará con mimo, haciendo oídos y ojos sordos a la flagrante ineptitud e  incompetencia del sujeto.

 

No quiero pensar o qué va a suceder el día que Cariño le diga a  su mamá que le gusta una chica. No quiero pensar en lo que sucederá cuando se case. No quiero pensar en lo que sucederá cuando Cariño, le diga a su mamá que su mujer está esperando gemelos, sin habérselo consultado. No quiero pensar.

 

Dos consejos para Cariño:

 

1.     Hijo mío, ¡huye de tu madre!

2.     Hijo mío, ¡no leas el  periódico!

 

Explicación de los consejos:

 

1.     El primero no necesita explicación.

 

2.     El segundo es para que Cariño no lea lo del G-20 ni lo de los planes de rescate y se crea que el Estado español o el americano  o la Unión Europea, le van a resolver NADA. Cariño, aquí hay que trabajar. No hables con mamá más que los domingos. Y si te saltas alguno, mejor. Antes de descolgar el teléfono, prepara una lista de temas en los que no te pueda dar consejos. Y, si, a pesar de todo, te da consejos (que te los dará), no le hagas ningún caso, Cariño. Porque si tú no te haces un hombre  -y ya tienes 25 años, majo-,  no te harán un hombre ni Zapatero ni Rajoy ni Obama ni las respectivas madres que les dieron a luz.

 

La  conversación con Cariño acabó al cabo de 55 minutos. El viaje de ellos duraba hora y media. El  matrimonio bajó en su estación.  Nosotros continuamos viaje,  en silencio.

 

No sé si fue por casualidad, pero en el resto del viaje no habló nadie por teléfono. Gonzalo y yo pudimos trabajar un poco.  Pero, sinceramente, echamos en falta a los padres de Cariño.  Le  habíamos cogido eso, cariño.

 

P.S.

 

1.     He leído hace poco que pronto se podrá hablar por el móvil en los  aviones.  ¡Dios no lo quiera!

 

2.     Un consejo para los empresarios y directivos: Vigilad y, si detectáis un “Cariño” en vuestra gente, dadle una oportunidad. Sólo una. A la segunda, ¡a la calle! Su mamá se enfadará con vosotros. La sociedad os lo  agradecerá.

 

3.     Mis  censores me dicen que puedo añadir que no sé cuántos Cariños han estado en el origen de la crisis actual. Si ha habido alguno y si, gracias a la crisis, lo convertimos en persona útil, eso que hemos ganado.

 

Anuncio publicitario

LA DOLOROSA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO (XIX)

XXIX. Exaltación de la Cruz


Los verdugos, habiendo crucificado a Nuestro Señor, alzaron la cruz dejándola caer con todo su peso en el hueco de una peña con un estremecimiento espantoso. Jesús dio un grito doloroso, sus heridas se abrieron, su sangre corrió abundantemente. Los verdugos, para asegurar la cruz, la alzaron nuevamente, clavando cinco cuñas a su alrededor. Fue un espectáculo horrible y doloroso el ver, en medio de los gritos e insultos de los verdugos, la cruz vacilar un instante sobre su base y hundirse temblando en la tierra; mas también se elevaron hacia ella voces piadosas y compasivas. Las voces más santas del mundo, las de las santas mujeres y de todos aquellos que tenían el corazón puro, saludaron con acento doloroso al Verbo humanado elevado sobre la cruz. Sus manos vacilantes se elevaron para socorrerlo; pero cuando la cruz se hundió en el hoyo de la roca con grande estruendo, hubo un momento de silencio solemne; todo el mundo parecía penetrado de una sensación nueva y desconocida hasta entonces. El infierno mismo se estremeció de terror al sentir el golpe de la cruz que se hundió, y redobló sus esfuerzos contra ella. Las almas encerradas en el limbo lo oyeron con una alegría llena de esperanza: para ellas era el anuncio del Triunfador que se acercaba a las puertas de la Redención. La sagrada cruz se elevaba por primera vez en medio de la tierra, cual otro árbol de vida en el Paraíso, y de las llagas de Jesús salían cuatro arroyos sagrados para fertilizar la tierra, y hacer de ella el nuevo Paraíso. El sitio donde estaba clavada la cruz era más elevado que el terreno circunvecino; los pies del Salvador bastante bajos para que sus amigos pudieran besarlos. El rostro del Señor miraba al noroeste.

cristo-en-la-cruz-02
XXX. Crucifixión de los ladrones


Mientras crucificaban a Jesús, los dos ladrones estaban tendidos de espaldas a poca distancia de los guardas que lo vigilaban. Los acusaban de haber asesinado a una mujer con sus hijos, en el camino de Jerusalén a Jopé. Habían estado mucho tiempo en la cárcel antes de su condenación. El ladrón de la izquierda tenía más edad, era un gran criminal, el maestro y el corruptor del otro; los llamaban ordinariamente Dimas y Gesmas. Formaban parte de una compañía de ladrones de la frontera de Egipto, los cuales en años anteriores, habían hospedado una noche a la Sagrada Familia, en la huida a Egipto. Dimas era aquel niño leproso, que en aquella ocasión fue lavado en el agua que había servido de baño al niño Jesús, curando milagrosamente de su enfermedad. Los cuidados de su madre para con la Sagrada Familia fueron recompensados con este milagro. Dimas no conocía a Jesús; pero como su corazón no era malo, se conmovía al ver su paciencia más que humana. Entretanto los verdugos ya habían plantado la cruz del Salvador, y se daban prisa para crucificar a los dos ladrones; pues el sol se oscurecía ya, y en toda la naturaleza había un movimiento como cuando se acerca una tormenta. Arrimaron escaleras a las dos cruces ya plantadas y clavaron las piezas transversales. Sujetados los brazos de los ladrones a los de las cruces, les ataron los puños, las rodillas y los pies, apretando las cuerdas con tal vehemencia que se dislocaron las coyunturas. Dieron gritos terribles, y el buen ladrón dijo cuando lo subían: «Si nos hubieseis tratado como al pobre Galileo, no tendríais el trabajo de levantarnos así en el aire». Mientras tanto los ejecutores habían hecho partes de los vestidos de Jesús para repartírselos. No pudiendo saber a quién le tocaría su túnica inconsútil trajeron una mesa con números, sacaron unos dados que tenían figura de habas, y la sortearon. Pero un criado de Nicodemus y de José de Arimatea vino a decirles que hallarían compradores de los vestidos de Jesús; consintieron en venderlos y así conservaron los cristianos estos preciosos despojos.

jesus_y_los_dos_ladrones
XXXI. Jesús crucificado y los dos ladrones


Los verdugos, habiendo plantado las cruces de los ladrones, aplicaron escaleras a la cruz del Salvador, para cortar las cuerdas que tenían atado su Sagrado Cuerpo. La sangre, cuya circulación había sido interceptada por la posición horizontal y compresión de los cordeles, corrió con ímpetu de las heridas, y fue tal el padecimiento, que Jesús inclinó la cabeza sobre su pecho y se quedó como muerto durante unos siete minutos. Entonces hubo un rato de silencio: se oía otra vez el sonido de las trompetas del templo de Jerusalén. Jesús tenía el pecho ancho, los brazos robustos; sus manos bellas, y, sin ser delicadas, no se parecían a las de un hombre que las emplea en penosos trabajos. Su cabeza era de una hermosa proporción, su frente alta y ancha; su cara formaba un lindo óvalo; sus cabellos, de un color de cobre oscuro, no eran muy espesos. Entre las cruces de los ladrones y la de Jesús había bastante espacio para que un hombre a caballo pudiese pasar. Los dos ladrones sobre sus cruces ofrecían un espectáculo muy repugnante y terrible, especialmente el de la izquierda, que no cesaba de proferir injurias y blasfemias contra el Hijo de Dios.

jesus-en-la-cruz
XXXII. Primera palabra de Jesús en la Cruz


Acabada la crucifixión de los ladrones, los verdugos se retiraron, y los cien soldados romanos fueron relevados por otros cincuenta, bajo el mando de Abenadar, árabe de nacimiento, bautizado después con el nombre de Ctesifón; el segundo jefe se llamaba Casio, y recibió después el nombre de Longinos. En estos momentos llegaron doce fariseos, doce saduceos, doce escribas y algunos ancianos, que habían pedido inútilmente a Pilatos que mudase la inscripción de la cruz, y cuya rabia se había aumentado por la negativa del gobernador. Pasando por delante de Jesús, menearon desdeñosamente la cabeza, diciendo: «¡Y bien, embustero; destruye el templo y levántalo en tres días! – ¡Ha salvado a otros, y no se puede salvar a sí mismo! – ¡Si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz! – Si es el Rey de Israel, que baje de la cruz, y creeremos en Él». Los soldados se burlaban también de Él. Cuando Jesús se desmayó, Gesmas, el ladrón de la izquierda, dijo: «Su demonio lo ha abandonado». Entonces un soldado puso en la punta de un palo una esponja con vinagre, y la arrimó a los labios de Jesús, que pareció probarlo. El soldado le dijo: «Si eres el Rey de los judíos, sálvate tú mismo». Todo esto pasó mientras que la primera tropa dejaba el puesto a la de Abenadar. Jesús levantó un poco la cabeza, y dijo: «¡Padre mío, perdonadlos, pues no saben lo que hacen!». Gesmas gritó: «Si tú eres Cristo, sálvate y sálvanos». Dimas, el buen ladrón, estaba conmovido al ver que Jesús pedía por sus enemigos. La Santísima Virgen, al oír la voz de su Hijo, se precipitó hacia la cruz con Juan, Salomé y María Cleofás. El centurión no los rechazó. Dimas, el buen ladrón, obtuvo en este momento, por la oración de Jesús, una iluminación interior: reconoció que Jesús y su Madre le habían curado en su niñez, y dijo en vos distinta y fuerte: «¿Cómo podéis injuriarlo cuando pide por vosotros? Se ha callado, ha sufrido paciente todas vuestras afrentas, es un Profeta, es nuestro Rey, es el Hijo de Dios». Al oír esta reprensión de la boca de un miserable asesino sobre la cruz, se elevó un gran tumulto en medio de los circunstantes: tomaron piedras para tirárselas; mas el centurión Abenadar no lo permitió. Mientras tanto la Virgen se sintió fortificada con la oración de su Hijo, y Dimas dijo a su compañero, que continuaba injuriándolo: «¿No tienes temor de Dios, tú que estás condenado al mismo suplicio? Nosotros lo merecemos justamente, recibimos el castigo de nuestros crímenes; pero éste no ha hecho ningún mal. Piensa en tu última hora, y conviértete». Estaba iluminado y tocado: confesó sus culpas a Jesús, diciendo: «Señor, si me condenáis, será con justicia; pero tened misericordia de mí». Jesús le dijo: «Tú sentirás mi misericordia». Dimas recibió en este momento la gracia de un profundo arrepentimiento. Todo lo que acabo de contar sucedió entre las doce y las doce y media, y pocos minutos después de la Exaltación de la cruz; pero pronto hubo un gran cambio en el alma de los espectadores, a causa de la mudanza de la naturaleza.