VIDA DE LA VIRGEN MARIA IV

CONCEPCION DE LA VIRGEN MARIA

IV

La Santa e Inmaculada Concepción de María

 

Cuando Joaquín, que se encontraba de nuevo entre su ganado, quiso ir de nuevo al templo para ofrecer sacrificios, le envió Ana palomas y otras aves en canastos y jaulas por medio de los siervos para que fuesen a llevárselas a la pradera.

Joaquín tomó dos asnos y los cargó con tres animalitos pequeños, blancos y muy despiertos, de cuellos largos, corderos o cabritos, encerrados en cestas. Llevaba él mismo una linterna sobre su cayado: era una luz en una calabaza vacía. Subieron al templo, guardando sus asnos en una posada, que estaba cerca del mercado. Llevaron sus ofrendas hasta los escalones más altos y pasaron por las habitaciones de los servidores del templo. Allí se reunieron los siervos de Joaquín después que les fueron tomadas las ofrendas.

Entró Joaquín en la sala donde se hallaba la fuente llena de agua en la cual eran lavadas las víctimas; se dirigió por un largo corredor a otra sala a la izquierda del sitio donde estaba el altar de los perfumes, la mesa de los panes de la proposición y el candelabro de los cinco brazos. Se hallaban reunidas en aquel lugar varias personas que habían acudido para sacrificar.

Joaquín tuvo que sufrir aquí una pena muy cruel. Vi a un sacerdote, de nombre Rubén, que despreció sus ofrendas, puesto que en lugar de colocarlas junto a las otras, en lugar aparente, detrás de las rejas, a la derecha de la sala, las puso completamente de lado. Ofendió públicamente al pobre Joaquín a causa de la esterilidad de su mujer y sin dejarlo acercarse, para mayor injuria, lo relegó a un rincón.

Vi entonces a Joaquín lleno de tristeza abandonar el templo y, pasando por Betania, llegar a los alrededores de Maquero. Permaneció tan triste y avergonzado que, por algún tiempo, no dio aviso del sitio donde se encontraba. La aflicción de Ana fue extraordinaria cuando le refirieron lo que le había acontecido en el templo y al ver que no volvía.

Cinco meses permaneció Joaquín oculto en el monte Hermón. He visto su oración y sus angustias. Cuando iba donde estaban sus rebaños y veía a sus corderitos, se ponía muy triste y se echaba en tierra cubriéndose el rostro. Los siervos le preguntaban por qué se mostraba tan afligido; pero él no les decía que estaba siempre pensando en la causa de su pena: la esterilidad de su mujer. También aquí dividía su ganado en tres partes: lo mejor lo enviaba al templo; la otra parte la recibían los esenios, y él se quedaba con la más inferior.

También Ana tuvo que sufrir mucho por la desvergüenza de una criada, que le reprochaba su esterilidad. Mucho tiempo la estuvo sufriendo hasta que la despachó de su casa. Había pedido ésta ir a una fiesta a la cual, según la rigidez de los esenios, no se podía acudir. Cuando Ana le negó el permiso ella le reprochó duramente esta negativa, diciendo que merecía ser estéril y verse abandonada de su marido por ser tan mala y tan dura. Entonces Ana despachó a la criada, y por medio de dos servidores la envió a la casa de sus padres, llenándola antes con regalos y dones, rogándoles la recibiesen de nuevo ya que no podía retenerla más consigo.

Después de esto se retiró a su habitación y lloró amargamente. En la tarde del mismo día se cubrió la cabeza con un paño amplio, se envolvió toda con él y fue a ponerse bajo un gran árbol, en el patio de la casa. Encendió una lámpara y se entregó a la oración. Permaneció aquí mucho tiempo Ana clamando a Dios y diciendo: «Si quieres, Señor, que yo quede estéril, haz que, al menos, mi piadoso esposo vuelva a mi lado».

 

Entonces se le apareció un ángel. Venía de lo alto y se puso delante, diciéndole que pusiera en paz su corazón porque el Señor había oído su oración; que debía a la mañana siguiente ir con dos criadas a Jerusalén y que entrando en el templo, bajo la puerta dorada del lado del valle de Josafat, encontraría a Joaquín. Añadió que él estaba en camino a ese lugar, que su ofrenda sería bien recibida, y que allí sería escuchada su oración. Le dijo que también ya había estado con Joaquín, y mandóle que llevase palomas para el sacrificio, y anuncióle que el nombre de la criatura que tendría, luego lo vería escrito.

Ana dio gracias a Dios y volvió a su casa contenta. Cuando después de mucho rezar en su lecho, se quedó dormida, he visto aparecer sobre ella un resplandor que la penetraba. La he visto avisada por una inspiración interior, despertar e incorporarse en su lecho. En ese momento vi un rostro luminoso junto a ella, que escribía con grandes letras hebreas a la derecha de su cama. He conocido el contenido de la frase, palabra por palabra. Expresaba en resumen, que ella debía concebir; que su fruto sería único, y que la fuente de esa concepción era la bendición que había recibido Abraham. La he visto indecisa pensando como le comunicaría esto a Joaquín; pero se consoló cuando el ángel le reveló la visión de Joaquín.

 

Tuve entonces la explicación de la Inmaculada Concepción de María y supe que en el Arca de la Alianza había estado oculto un sacramento de la Encarnación, de la Inmaculada Concepción, un misterio de la Redención de la humanidad caída. He visto a Ana leer con admiración y temor las letras de oro y rojas brillantes de la escritura, y su gozo fue tan grande que pareció rejuvenecer cuando se levantó para dirigirse a Jerusalén. He visto, en el momento en que el ángel se acercó a ella, un resplandor bajo el corazón de Ana, y allí, un vaso iluminado. No puedo explicarlo de otro modo sino diciendo: había allí como una cuna, un tabernáculo cerrado que ahora se abría para recibir algo santísimo. No puedo expresar cómo he visto esto maravillosamente. Lo vi como si fuera la cuna de toda la humanidad renacida y redimida; lo vi como un vaso sagrado abierto, al cual se le quita el velo. Reconocí esto con toda naturalidad. Este conocimiento era a la vez natural y celestial. Ana tenía entonces, según creo, cuarenta y tres años.

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LOS ENFERMOS SE NIEGAN A VIVIR, NO POR LA ENFERMEDAD SINO PORQUE ESTÁN SOLOS…

Hermanas de la Caridad en Calcuta

Las hermanas de la Caridad rezan antes de salir a las calles de Calcuta.

Leí este artículo el domingo y me quedé con esta reflexión… LOS ENFERMOS SE NIEGAN A VIVIR, NO POR LA ENFERMEDAD SINO PORQUE ESTÁN SOLOS… y me acordé del debate sobre la eutanasia. Hagamos caso a estas monjas que tienen más experiencia que nadie con los moribundos. (Abajo os copio el artículo completo)

La Razón. Calcuta 2 Agosto 09 – Belén Manrique – Enviada especial

A PESAR DEL SUFRIMIENTO QUE LES RODEA LAS HERMANAS ESTÁN SIEMPRE ALEGRES.

CALCUTA-Son las seis y media de la tarde en Calcuta. Acaba de empezar la hora santa en la casa madre de las Misioneras de la Caridad. Alrededor de 20 monjas ataviadas con el sari blanco decorado con la banda azul que las caracteriza y distingue como hermanas de la Caridad rezan el Rosario arrodilladas ante el Santísimo, mientras el doble de voluntarios, unos 40, las acompañamos con nuestras oraciones o escribimos en un cuaderno las experiencias diarias. El silencio interior de la capilla se rompe con el ensordecedor ruido de los vehículos de la calle que penetra por las ventanas abiertas. Sin embargo, resulta sorprendente que no logre perturbar el momento de oración de las monjas, que aguantan arrodilladas durante toda la hora, algunas a pesar de su vejez, con entereza, pasión y entrega. Una planta más abajo, el cuerpo de la Madre Teresa descansa en una tumba decorada con flores y velas alrededor de la cual se puede ver constantemente a indios rezando.
Esta escena se repite cada día y a la misma hora en la casa de la congregación que inició la Madre Teresa de Calcuta en 1946, cuando, mientras viajaba en tren por la India, tuvo un encuentro místico con Cristo, quien le decía: «I Thirst», «Tengo Sed», frase que se puede leer al lado de un crucifijo en las fachadas y paredes de las numerosas casas de la orden. Y es que es ésta precisamente la finalidad de la congregación: saciar la sed de amor y de sacrificio que tuvo Jesús en la cruz a través de la caridad hacia los más desfavorecidos.

 
Una tarea nada fácil, ya que significa renunciar a todas las comodidades,  incluso a la propia vida, por pasar los 365 días del año al servicio de niños desnutridos, discapacitados o enfermos terminales olvidados por la sociedad  y a los que las monjas recogen para dar una vida o una muerte digna. Sin embargo, ellas siempre están felices, y eso es, quizá, una de las cosas que más nos impresiona y conmueve a los cientos de voluntarios que por estas fechas llenamos las casas de la orden para colaborar con nuestro pequeño granito de arena, cambiando las horas de playa tumbados al sol por momentos de charlas y juegos con niños y adultos necesitados de atención y cariño. «Todo aquí merece la pena»
Las seis de la mañana ya no es la hora de llegar a casa después de una noche de fiesta veraniega, sino el momento de entrar en la capilla para oír misa con las monjas, que nos dará las fuerzas necesarias para afrontar la dura jornada. Y es que moverse por las calles de Calcuta resulta agotador por su caótico tráfico, la suciedad, el calor húmedo y pegajoso, los fuertes y desagradables olores… Pero merece la pena por hacer compañía a un enfermo que se niega a comer y seguir viviendo, no por la enfermedad que padece, sino porque está solo en el mundo; o arrancarle la sonrisa a un niño con parálisis cerebral. La Madre Teresa combatía el aborto con la adopción ya que valoraba la vida como un precioso regalo de Dios. Así, mientras en Occidente se considera que un niño con síndrome de down no merece vivir, en Calcuta monjas y voluntarios dan un hogar, educación y cariño a cientos de ellos.

DE EJECUTIVO DEL IBEX A JESUITA…

EL ESPÍRITU SANTO SIGUE ACTUANDO EN NUESTROS DÍAS.

He leído en El Confidencial.com un curioso testimonio. Quizá alguno de vosotros que lea esto también se sentirá llamado a cambiar de vida.

EJECUTIVO AGRESIVO

«AYER CAMBIÉ EL TRAJE DE EJECUTIVO DEL IBEX POR EL HÁBITO DE JESUITA»

No ha sido fácil. He dudado a la hora de aceptar el ofrecimiento brindado por McCoy para dirigirme a los lectores de El Confidencial por el pudor que me produce hablar de mí mismo ante desconocidos. Parecíame que es inevitable hacerlo sin buscar, consciente o inconscientemente, el aplauso de los demás y esto es muy poco evangélico. Tras consultarlo, voy a intentar vencer estos escrúpulos con la máxima sencillez de la que sea capaz.

Unos breves datos biográficos para explicar quién soy. Me llamo Alberto Núñez y he sido (hasta ayer 31 de julio) el Director de Estrategia de Gas Natural, cargo que desempeño desde que hace más de cuatro años me incorporara a la compañía. Anteriormente, he trabajado como analista bursátil, primero en Société Générale y luego en BBVA, donde mi último puesto fue de responsable de análisis del sector energético español y paneuropeo. En total, 15 años de trabajo en el mundo empresarial y financiero, en su gran mayoría en el sector energético y en dos de las principales empresas españolas de las que ha sido un orgullo formar parte.

La decisión de abandonar el mundo profesional y empezar una vida religiosa tras todos estos años es, para mí, la suma de diversos factores que se van entrelazando hasta confluir en una misma dirección. Estos factores son de índole profesional, personal y familiar. Soy consciente de que todos nos hemos planteado en algún momento decisiones de cambio de vida. Al final estamos hechos de carne y espíritu (y el espíritu gime cuando la carne domina).

En mi caso, siempre he perseguido con ahínco realizar un buen trabajo, pero comprobaba que las más de las veces sus frutos son amargos: el predominio del corto plazo, el tener que cerrar muchas veces los ojos y el corazón ante las realidades de la vida y el no tener tiempo para nada ni para nadie distinto del trabajo. Partido entre fuerzas de distinto signo, hace unos pocos años me plantee que sólo tenía sentido trabajar en un proyecto en el que al final del camino profesional o vital uno pudiera pensar que la vida -la única que tenemos- ha merecido la pena. En paralelo, mi creencia en la existencia de un Dios que se realiza en el Amor ha ido creciendo poco a poco hasta convertirse en una certeza experimentada. Sí, todos tenemos dudas.

San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesus.

San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesus.

A todos nos atrae lo material. Pero cuando comprendemos que la ternura, la compasión son lo más auténticamente humano (más que la razón), entonces cambia nuestra vida. La muerte de mi hermano hace cinco años a causa de un cáncer ciertamente significó un antes y un después. A partir de entonces, empecé a buscar enriquecer mi actividad profesional con otras. Primero inicié un voluntariado una tarde a la semana en un centro psiquiátrico de San Juan de Dios. Luego, me matriculé en estudios nocturnos de teología en la U.P. Comillas. Finalmente, hace dos años, la Compañía de Jesús me ofreció mudarme al Pozo del Tío Raimundo donde, además de colaborar y vivir con jóvenes, empecé un proceso de discernimiento.

Y, por último, mi madre. A pesar de todo lo anterior no habría tomado esta decisión si ella no lo apoyase entusiastamente. Sin más hijos vivos que yo y sin marido, mi partida significa un sacrificio muy importante para ella, especialmente porque tiene una salud frágil. Un sacrificio que da sentido a su vida y que, por eso, acaba convirtiéndose en ganancia. En fin, no puedo explicar lo que ha pasado estos últimos meses y cómo todas las piezas del puzzle han ido encajando si no es desde el convencimiento de la existencia de que hay algo más de lo que captan nuestros sentidos exteriores. Con mucho respeto a quien lea estas líneas: está ahí, basta que empecemos a buscarlo; perdamos el miedo.

VIDA DE LA VIRGEN MARIA III

SAN JOAQUIN CON LA VIRGEN MARIA

III
San Joaquín y Santa Ana
 Un año y medio más tarde se casó Ana con Helí o Joaquín, también por un aviso
profético del anciano Arcos. Hubiera debido casar con un levita de la tribu de
Aarón, como las demás de su tribu; pero por la razón dicha fue unida con
Joaquín, de la tribu de David, pues María debía ser de la tribu de David. Había
tenido varios pretendientes y no conocía a Joaquín; pero lo prefirió a los demás
por aviso de lo alto. Joaquín era pobre de bienes y era pariente de San José.
Era pequeño de estatura y delgado, era hombre de buena índole y de atrayentes
maneras. Tenía, como Ana, algo de inexplicable en sí.

Ambos eran perfectos israelitas y había en ellos algo que ellos mismos no
conocían: un ansia y un anhelo del Mesías y una notable seriedad en su porte.
Pocas veces los he visto reír, aunque no eran melancólicos ni tristes. Tenían un
carácter sosegado y callado, siempre igual y aún en edad temprana llevaban la
madurez de los ancianos.

Fueron unidos en matrimonio en un pequeño lugar donde había una pequeña escuela.
Sólo un sacerdote asistió al acto. Los casamiento eran entonces muy sencillos;
los pretendientes se mostraban en general apocados; se hablaban y no pensaban en
otra cosa sino que así debía ser. Decía la novia «sí», y quedaban los padres
conformes; decía, en cambio, «no», teniendo sus razones, y también quedaban los
padres de acuerdo.

Primeramente eran los padres quienes arreglaban el asunto; a esto seguíase la
conversación en la sinagoga. Los sacerdotes rezaban en el lugar sagrado con los
rollos de la ley y los parientes en el lugar acostumbrado. Los novios se
hablaban en un lugar aparte sobre las condiciones y sus intenciones; luego se
presentaban a los padres. Éstos hablaban con el sacerdote que salía a
escucharlos, y a los pocos días se efectuaba el casamiento.

Joaquín y Ana vivían junto a Eliud, el padre de Ana. Reinaba en su casa la
estricta vida y costumbre de los Esenios. La casa estaba en Séforis, aunque un
tanto apartada, entre un grupo de casas, de las cuales era la más grande y
notable. Allí vivieron unos siete años. Los padres de Ana eran más bien ricos;
tenían mucho ganado, hermosos tapices, notable menaje y siervos y siervas. No he
visto que cultivasen campos, pero sí que llevaban el ganado al pastoreo.

Eran muy piadosos, reservados, caritativos, sencillos y rectos. A menudo partían
sus ganados en tres partes: daban una parte al templo, adonde lo llevaban ellos
mismos y que eran recibidos por los encargados del templo. La otra parte la
daban a los pobres o a los parientes necesitados, de los cuales he visto que
había algunos allí que los arreaban a sus casas. La tercera parte la guardaban
para sus necesidades. Vivían muy modestamente y daban con facilidad lo que se
les pedía. Por eso yo pensaba en mi niñez: «El dar produce riqueza; recibe el
doble de lo que da».

He visto que esta tercera parte siempre se aumentaba y que muy luego estaban de
nuevo con lo que habían regalado, y podían partir de nuevo su hacienda entre los
demás. Tenían muchos parientes que solían juntarse en las solemnidades del año.
No he visto en estas fiestas derroche ni exceso. Daban una parte de la comida a
los pobres. No he visto verdaderos banquetes entre ellos. Cuando se encontraban
juntos se sentaban en el suelo entre tapetes, en rueda, y hablaban mucho de Dios
con grandes esperanzas. A veces había entre los parientes gente no tan buena que
miraba mal estas conversaciones y cómo dirigían los ojos a lo alto y al cielo.
Sin embargo, con estos malos, ellos se mostraban buenos y les daban el doble. He
visto que estos mal criados exigían con tumulto y pretensiones lo que Joaquín y
Ana daban de buena voluntad. Si había pobres entre su familia les daban una
oveja o a veces varias.

En este lugar tuvo Ana su primera hija, que llamó también María. He visto a Ana
llena de alegría por el nacimiento de esta niña. Era una niña muy amable; la he
visto crecer robusta y fuerte, pero muy piadosa y mansa. Los padres la querían
mucho. Tenían, sin embargo, una inquietud que yo no entendía bien: les parecía
que ella no era la niña prometida (de la visión del profeta) que debían esperar
de su unión. Tenían pena y turbación como si hubiesen faltado en algo contra
Dios. Hicieron larga penitencia, vivieron separados uno de otro y aumentaron sus
obras de caridad. Así permanecieron en la casa de Eliud unos siete años, lo que
pude calcular en la edad de la primera niña, cuando terminaron de separarse de
sus padres y vivir en el retiro para empezar de nuevo su vida matrimonial y
aumentar su piedad para conseguir la bendición de Dios.

Tomaron esta resolución en casa de sus padres y Eliud les preparó las cosas
necesarias para el viaje. Los ganados eran divididos, separando los bueyes,
asnos y ovejas; estos animales me parecían más grandes que los de nuestro país.
Sobre los asnos y bueyes fueron cargados utensilios, recipientes y vestidos.
Estas gentes eran tan diestras en cargarlos, como los animales en recibir la
carga que les ponían. Nosotros no somos tan capaces de cargar mercaderías sobre
carros como eran diestros éstos en cargar sus animales. Tenían hermoso menaje:
todos sus utensilios eran mejores y más artísticos que los nuestros. Delicados
jarrones de formas elegantes, sobre los cuales había lindos grabados, eran
empaquetados, llenándolos con musgo y envueltos diestramente; luego eran
sujetados con una correa y colgados del lomo de los animales. Sobre las espaldas
de los animales colocaban toda clase de paquetes con vestimentas de multicolores
envoltorios, mantas y colchas bordadas de oro. Eliud les dio a los que partían
una bolsita con una masa pequeña y pesada, como si fuera un pedazo de metal
precioso.

SANTA ANA CON LA VIRGEN MARIA NIÑA

Cuando todo estuvo en orden acudieron siervos y siervas a reforzar la comitiva y
arreaba los animales cargados delante de sí hacia la nueva vivienda, la cual se
encontraba a cinco o seis horas de camino. La casa estaba situada en una colina
entre el valle de Nazaret y el de Zabulón. Una avenida de terebintos bordeaba el
camino hasta el lugar. Delante de la casa había un patio cerrado cuyo suelo
estaba formado por una roca desnuda, rodeado por un muro de poca altura, hecho
de peña viva; detrás de este muro por encima de él había un seto vivo. En uno de
los costados del patio había habitaciones de poca monta para hospedar pasajeros
y guardar enseres. Había un cobertizo para encerrar el ganado y las demás
bestias de carga.

Todo estaba rodeado de jardines, y en medio de ellos, cerca de la casa, se
levantaba un gran árbol de una especie rara; sus ramas bajaban hasta la tierra,
echaban raíces y así brotaban nuevos árboles formando una tupida vegetación.
Cuando llegaron los viajeros a la vivienda encontraron todo arreglado y cada
cosa en su lugar, pues habían los padres enviado a algunos antes con el encargo
de preparar todo lo necesario. Los siervos y siervas habían desatado los
paquetes y colocado cada cosa en su lugar. Pronto quedó todo ordenado y habiendo
dejado instalados a sus hijos en la nueva casa, se despidieron de Ana y Joaquín,
con besos y bendiciones, y regresaron llevándose a la pequeña María, que debía
permanecer con los abuelos.

En todas estas visitas y en otras ocasiones nunca los he visto comer con exceso
o despilfarro. Se colocaban en rueda, teniendo cada uno, sobre la alfombra, dos
platitos y dos recipientes. No hablaban generalmente en todo el tiempo sino de
las cosas de Dios y de sus esperanzas en el Mesías. La puerta de la gran casa
estaba en medio. Se entraba por ella a una especie de antesala, que corría por
todo lo ancho de la casa. A derecha e izquierda de la sala había pequeñas piezas
separadas por biombos de juncos entretejidos, que se podían quitar o poner a
voluntad. En la sala se hacían las comidas más solemnes, como se hizo cuando
María fue enviada al templo.

Desde entonces comenzaron una vida completamente nueva. Queriendo sacrificar a
Dios todo su pasado y haciendo como si por primera vez estuviesen reunidos, se
empeñaron, desde ese instante, por medio de una vida agradable a Dios, en hacer
descender sobre ellos la bendición, que era el único objeto de sus ardientes
deseos. Los vi visitando sus rebaños y dividiéndolos en tres partes, siguiendo
la costumbre de sus padres: una para el templo, otra para los pobres y la
tercera para ellos mismos. Al templo enviaban la mejor parte; los pobres
recibían un buen tercio, y la parte menos buena la reservaban para sí.

Como la casa era amplia, vivían y dormían en pequeñas habitaciones separadas,
donde era posible verlos a menudo en oración, cada uno por su lado, con gran
devoción y fervor. Los vi vivir así durante largo tiempo. Daban muchas limosnas
y cada vez que repartían sus bienes y sus rebaños, éstos se multiplicaban de
nuevo rápidamente. Vivían con modestia en medio de sacrificios y
renunciamientos. Los he visto vestir ropas de penitencia cuando rezaban y varias
veces vi a Joaquín, mientras visitaba sus rebaños en lugares apartados, orar a
Dios en la pradera. En esta vida penitente perseveraron diecinueve años después
del nacimiento de su primera hija María, anhelando ardientemente la bendición
prometida y su tristeza era cada día mayor.

Pude ver también a algunos hombres perversos acercarse a ellos y ofenderlos,
diciéndoles que debían ser muy malos para no poder tener hijos; que la niña
devuelta a los padres de Ana no era suya; que Ana era estéril y que aquella niña
era un engaño forjado por ella; que si así no fuera la tendrían a su lado y
otras muchas cosas más. Estas detracciones aumentaban el abatimiento de Joaquín
y de Ana.

Tenía ésta la firme convicción interior de que se acercaba el advenimiento del
Mesías y que ella pertenecía a la familia dentro de la cual debía encarnarse el
Redentor. Oraba pidiendo con ansia el cumplimiento de la promesa, y seguía
aspirando, como Joaquín, hacia una pureza de vida cada vez más perfecta. La
vergüenza de su esterilidad la afligía profundamente, no pudiendo mostrarse en
la sinagoga sin recibir ofensas. Joaquín, a pesar se ser pequeño y delgado, era
de constitución robusta. Ana tampoco era grande y su complexión, delicada: la
pena la consumía de tal manera que sus mejillas estaban descarnadas, aunque
bastante subidas de color. De tanto en tanto conducían sus rebaños al templo o
las casas de los pobres, para darles la parte que les correspondía en el
reparto, disminuyendo cada vez más la parte que solían reservarse para sí
mismos.