El cabo Cabello recibió el sacramento mientras agonizaba en el hospital
El arzobispo consoló a la familia en el funeral y les dijo que la muerte del soldado representa una «semilla de la libertad».
9 Octubre 09 – Las Palmas de Gran Canaria – I. M
Una explosión truncó su vida el pasado miércoles en Afganistán, acabando así con sus sueños e ilusiones. Sin embargo, antes de morir el cabo Cristo Ancor Cabello pudo ver cumplido su deseo de bautizarse en el país asiático. El capellán del acuartelamiento de Herat tenía previsto cristianizar al militar grancanario esta misma semana, pero los trágicos hechos le obligaron a hacerlo en los últimos momentos de la vida de Cabello, mientras agonizaba en el hospital de Herat.
El capellán le comentó que su propósito era pedir una concha bautismal a Madrid para oficiar el acto litúrgico, pero Cabello le dijo que él mismo tenía una que había comprado cuando hizo el Camino de Santiago. Y junto a ella, con la que recibió el bautismo y la confirmación, fue sepultado.
Ayer, la emotividad dejó paso a un respetuoso silencio para despedir al militar fallecido. Familiares, amigos, militares y autoridades políticas, todos sin excepción, le rindieron un sentido homenaje. Durante la homilía, el arzobispo castrense Juan del Río Martín destacó la labor realizada por el cabo en su «corta vida militar» y su participación en la misión española en Líbano, por la que fue condecorado con la Medalla de las Naciones Unidas.
El arzobispo subrayó que el cabo grancanario, al igual que otros militares, dio su vida por «los nobles ideales de la milicia» y contribuyó a que España se convierta en un «país que sabe mirar de frente y no esquiva su mirada ante los graves problemas internacionales donde las naciones libres se juegan el futuro de su seguridad e independencia».
Asimismo, afirmó que la sociedad «está convencida» de que se acabará con el terrorismo o los ciudadanos terminarán siendo «esclavos de su intrínseca malicia». Finalmente, tuvo unas palabras de aliento para los familiares y amigos del cabo, a los que dijo que la muerte de Cristo Ancor representa una «semilla de la libertad».
Del Río Martín aseguró que la «dinámica bélica» que se está produciendo en Afganistán «desborda constantemente las tareas de reconstrucción» y reclamó a los presentes que no se desanimen porque el Ejército español está considerado como uno de los «más prestigiosos» y es uno de los «mejor valorados» por la población, a la que sirve «en aras de la paz y el bien común».
Durante la ceremonia militar hubo además un homenaje a militares que dieron su vida por España, en el que tanto los compañeros del cabo fallecido como sus familiares y autoridades como el Príncipe de Asturias entonaron el himno de «La muerte no es el final», antes del disparo de las salvas en honor del fallecido.
Tras el funeral, los familiares y amigos salieron del acuartelamiento acompañando al féretro en su traslado hasta el Panteón Militar de San Lázaro.
Condolencias del Príncipe a la familia
El acto fúnebre comenzó a las 9:30 horas, con la asistencia del Príncipe de Asturias, don Felipe de Borbón, vestido con el uniforme de teniente coronel del Ejército de Tierra y acompañado, entre otras autoridades civiles y militares, por el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, el presidente del Ejecutivo canario, Paulino Rivero, la ministra de Defensa, Carme Chacón, y los jefes de Estado Mayor de la Defensa y del Ejército, los generales José Julio Rodríguez Fernández y Fulgencio Coll Boucher, respectivamente.
A su llegada al Acuartelamiento de la Isleta, el Príncipe de Asturias saludó a los familiares del militar e intercambió unas palabras con la madre y la abuela de Cristo Ancor, a quienes trasladó sus más sentidas condolencias. Pero, sin duda, el momento más emotivo de la ceremonia llegó cuando el jefe de la Brigada de Infantería Canarias 16, el general de Brigada Francisco Javier Martín Alonso, entregó a la madre del soldado la bandera de España que cubrió el féretro del cabo, la boina que llevó en vida y la Cruz al Mérito Militar con distintivo rojo, concedida a título póstumo, que le impuso el Príncipe Felipe.