VIDA DE LA VIRGEN MARIA XXXV

XXXV
Preparativos para el nacimiento de Jesús
Desde hace varios días veo a María en casa de Ana, su madre, cuya casa  se halla
más o menos a una legua de Nazaret, en el valle de Zabulón. La criada de Ana
permanece en Nazaret cuando María está ausente y sirve a José. Veo que mientras
vivió Ana casi no tenían hogar independiente del todo, pues recibían siempre de
ella todo lo que necesitaban para su manutención.

Veo desde hace quince días a María ocupada en preparativos para el nacimiento de
Jesús: cose colchas, tiras y pañales. Su padre Joaquín ya no vive. En la casa
hay una niña de unos siete años de edad que está a menudo junto a la Virgen y
recibe lecciones de María. Creo que es la hija de María de Cleofás y que también
se llama María. José no está en Nazaret, pero debe llegar muy pronto. Vuelve de
Jerusalén donde ha llevado los animales para el sacrificio. Vi a la Virgen
Santísima en la casa, trabajando, sentada en una habitación con otras mujeres.
Preparaban prendas y colchas para el nacimiento del Niño.

Ana poseía considerables bienes en rebaños y campos y proporcionaba con
abundancia todo lo que necesitaba María, en avanzado estado de embarazo. Como
creía que María daría a luz en su casa y que todos sus parientes vendrían a
verla, hacía allí toda clase de preparativos para el nacimiento del Niño de la
Promesa, disponiendo, entre otras cosas, hermosas colchas y preciosas alfombras.

Cuando nació Juan pude ver una de estas colchas en casa de Isabel. Tenía figuras
simbólicas y sentencias hechas con trabajos de aguja. Hasta he visto algunos
hilos de oro y plata entremezclados en el trabajo de aguja. Todas estas prendas
no eran únicamente para uso de la futura madre: había muchas destinadas a los
pobres, en los que siempre se pensaba en tales ocasiones solemnes.

Vi a la Virgen y a otras mujeres sentadas en el suelo alrededor de un cofre,
trabajando en una colcha de gran tamaño colocada sobre el cofre. Se servían de
unos palillos con hilos arrollados de diversos colores. Ana estaba muy ocupada,
e iba de un lado a otro tomando lana, repartiéndola y dando trabajo a cada una
de ellas.

José debe volver hoy a Nazaret. Se hallaba en Jerusalén donde había ido a llevar
animales para el sacrificio, dejándolos en una pequeña posada dirigida por una
pareja sin hijos situada a un cuarto de legua de la ciudad, del lado de Belén.
Eran personas piadosas, en cuya casa se podía habitar confiadamente. Desde allí
se fue José a Belén; pero no visitó a sus parientes, queriendo tan sólo tomar
informes relativos a un empadronamiento o una percepción de impuestos que exigía
la presencia de cada ciudadano en su pueblo natal.

Con todo, no se hizo inscribir aún, pues tenía la intención, una vez realizada
la purificación de María, de ir con ella de Nazaret al Templo de Jerusalén, y
desde allí a Belén, donde pensaba establecerse. No sé bien qué ventajas
encontraba en esto, pero no gustándole la estadía en Nazaret, aprovechó esta
oportunidad para ir a Belén. Tomó informes sobre piedras y maderas de
construcción, pues tenía la idea de edificar una casa. Volvió luego a la posada
vecina a Jerusalén, condujo las víctimas al Templo y retornó a su hogar.

Atravesando hoy la llanura de Kimki, a seis leguas de Nazaret, se le apareció un
ángel, indicándole que partiera con María para Belén, pues era allí donde debía
nacer el Niño. Le dijo que debía llevar pocas cosas y ninguna colcha bordada.
Además del asno sobre el cual debía ir María montada, era necesario que llevase
consigo una pollina de un año, que aún no hubiese tenido cría. Debía dejarla
correr en libertad, siguiendo siempre el camino que el animal tomara.

Esta noche Ana se fue a Nazaret con la Virgen María, pues sabían que José debía
llegar. No parecía, sin embargo, que tuvieran conocimiento del viaje que debía
hacer María con José a Belén. Creían que María daría a luz en su casa de
Nazaret, pues vi que fueron llevados allí muchos objetos preparados, envueltos
en grandes esteras.

Por la noche llegó José a Nazaret. Hoy he visto a la Virgen con su madre Ana en
la casa de Nazaret, donde José les hizo conocer lo que el ángel le había
ordenado la noche anterior. Ellas volvieron a la casa de Ana, donde las vi hacer
preparativos para un viaje próximo. Ana estaba muy triste. La Virgen sabía de
antemano que el Niño debía nacer en Belén; pero por humildad no había hablado.
Estaba enterada de todo por las profecías sobre el nacimiento del Mesías que
Ella conservaba consigo en Nazaret.

Estos escritos le habían sido entregados y explicados por sus maestras en el
Templo. Leía a menudo estas profecías y rogaba por su realización, invocando
siempre, con ardiente deseo, la venida de ese Mesías. Llamaba bienaventurada a
aquélla que debía dar a luz y deseaba ser tan sólo la última de sus servidoras.
En su humildad no pensaba que ese honor debía tocarle a ella. Sabiendo por los
textos que el Mesías debía nacer en Belén, aceptó con júbilo la voluntad de
Dios, preparándose para un viaje que habría de ser muy penoso para ella, en su
actual estado y en aquella estación, pues el frío suele ser muy intenso en los
valles entre cadenas montañosas.

 

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BEN BENSON…

Catorce años después de una cruenta Guerra Civil, Liberia resucita con la ayuda de las ONG

Carta de un cooperante: Ben Benson, el bebé abandonado que creció «re-gordo»

Larazon.es publicará cada miércoles la «carta de un cooperante», un testimonio en primera persona desde el mismo corazón de la miseria, la guerra o la injusticia. La primera remitente es Ángela Moyano, una enfermera argentina de Médicos sin Fronteras que trabaja en el hospital Ben Benson de Monrovia (Liberia).  Allí, MSF ha ayudado a traer al mundo a más de 3.000 bebés y realizado 770 cirugías ginecológicas de emergencia. Ésta es la tierna historia de Ben.

24 Noviembre 09 – Monrovia (Liberia) – Ángela Moyano<!–

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    Me pasó algo. Algo que es enorme. En realidad no se cómo explicarlo. Es una mezcla de sensaciones; me pidieron que realice la que es quizás la tarea más importante de mi vida. No es algo difícil, no es complicado. Es simplemente lo que esa tarea significa.

    Tengo que escribir una carta. Y se me pone la piel de gallina mientras les cuento. Pero no es una carta cualquiera. Es una carta para Ben Benson.

    Ben llegó al Benson Hospital de Liberia, donde MSF gestiona una clínica, a las 11 de la mañana del 13 de febrero (lo tengo anotado en mi agenda). El día transcurrió tranquilo, hasta que a las 3 de la tarde recibo una llamada telefónica de la gente de la guardia. Me pedían que fuese porque tenían un problema. Salgo rápido de la oficina, pensando en las mil y una cosas que podrían llegar a estar pasando en un servicio de emergencias. Entro, y el ambiente está tranquilo. Eso me desconcierta, porque esperaba encontrar caos. Me esperan el médico y las enfermeras.

    “Tenemos una situación, Angie”, me dicen. “Tenemos un bebé… un bebé abandonado».

    Ante mi sorpresa, me explican: “La mamá lo trajo, dijo que no entendía inglés, que se iba a buscar un traductor… Eso fue a las once de la mañana.”

    Me acerco a la cama. En medio de un inmenso colchón marrón, un bebé arropado. Tan arropado que no le veo ni la carita. Lo destapo. No se puede explicar lo que uno siente al ver un bebe abandonado, tan arropado, uno espera… no sé, encontrar algo que anda mal. Algo que anda muy mal. Por eso lo abandona la mamá… o eso pensé.
    Pero lo que veo es un bebé. Hermoso, medio flacucho, con cara de angelito, que dormía. El bebé había sido revisado y estaba sano. Aún no había comido, así que fuimos a la cocina a buscar leche para él. No sabíamos nada de él, ni cómo se llamaba, ni cuántos meses tenía.

    Nos juntamos todos alrededor de Él. Me dijeron que le querían poner Benson, como el hospital. Pero yo me opuse. ¿Cómo ponerle el nombre del hospital? “Lo vamos a llamar Ben”, dije. “Y Benson será el apellido.” Y les encantó. “¿Y la edad?” Todos nos miramos… ¿tres meses? ¿Más o menos?

    Ahí empezó la tarea. Tres niñeras lo cuidaban las 24 horas en el hospital. Le abrimos una historia clínica, lo pusimos en el protocolo para niños con malnutrición para que comenzase a engordar un poco, y nos pusimos a esperar a que la familia apareciese.

    Ben vivió en Benson durante tres meses. ¡Al mes ya estaba re-gordo! Siempre se despertaba cada tres horas para comer. Todo el mundo lo amaba. Todos lo abrazaban, y él se dejaba. No lloraba nunca, salvo cuando se pasaban de las 3 horas y no le habían dado su leche o el Pumply Nut (un alimento especial a base de crema de maní que MSF utiliza en sus programas de nutrición, con alto porcentaje en grasas, proteínas y carbohidratos).

    Todos lloraron cuando lo despedimos. Lo tuvimos que llevar al orfanato porque ya no cumplía el criterio para estar con nosotros (en realidad, nunca lo cumplió) y no podía continuar con nosotros (una semana antes de Ben, había llegado Nanu, que también había sido abandonada…).

    Fuimos a verlo un par de veces. Ben está gordo… “¡Come mucho este bebé!”, dicen sus nuevas niñeras del orfanato. Se ríe. Está enorme y sano. Como siempre.

    Y me pidieron la tarea más dura de mi vida.

    Me pidieron que escriba una carta. Una carta contando su historia. A mí, porque fui yo quien lo recibí y quien le puse su nombre. Me pidieron que deje escrito los primeros meses de su vida. Para que cuando Ben crezca y sepa leer, sepa que pasó. Quiénes lo cuidaron y lo protegieron. Para que Ben sepa SU historia. Porque nadie va a estar ahí para contarle que pasó en esos meses.

    Y el peso que tiene eso no tiene nombre. Saber lo importante que puede llegar a ser para él; el hecho de saber qué paso, cómo, dónde… no se le van a aclarar todas las dudas, pero va a tener una idea….
    Al principio me quedé muda. No sabía qué decir. “Pero… la carta… ¿la van a cuidar? ¿La va a tener él cuando sepa leer?”
    “Si” fue la respuesta. “Esa carta va a ser un documento. Y acá, los documentos se guardan para toda la vida”.

    VIDA DE LA VIRGEN MARIA XXXIII Y XXXIV

    XXXIII

    Regreso de José a Nazaret


    Más tarde, con claro de luna, estando la noche estrellada y limpia, se puso en
    viaje José acompañado de Zacarías. Llevaba un pequeño paquete con panes, un
    cántaro y un bastón de empuñadura curva. Los dos tenían abrigos de viaje con
    capuz. Las mujeres los acompañaron corto trecho, volviendo solas en medio de una
    noche hermosísima. Ambas entraron directamente en la
    habitación de María, donde había una lámpara encendida, como era habitual cuando
    ella oraba y se preparaba para el descanso. Las dos se quedaron de pie, una en
    frente a la otra, y recitaron el Magníficat.

    Esta noche he visto a María e Isabel. Lo único que recuerdo es que pasaron toda
    la noche en oración, aunque no sé la causa de ello. Durante el día he visto a
    María ocupada en diversos trabajos, como ser trenzado de colchas. Vi a Zacarías
    y a José, que se hallaban aún en camino: pasaron la noche en un cobertizo.
    Habían dado grandes rodeos y visitado, me parece, a diversas familias. Creo que
    les faltaban tres días para el término del viaje. No recuerdo otros detalles.

    Ayer vi a José en su casa de Nazaret. Creo que ha ido a ella directamente, sin
    detenerse en Jerusalén. La criada de Ana se encarga del cuidado doméstico, yendo
    de una casa a otra. Fuera de ella no hay nadie más en la casa de José, que está
    completamente solo. También vi a Zacarías de vuelta en su casa.

    Vi a María e Isabel recitando el Magníficat y ocupándose de diversos trabajos.
    Al caer la tarde pasearon por el huerto, donde había una fuente, cosa no común
    en el país. Por la noche, pasadas las horas de calor, iban a pasear por los
    alrededores, pues la casa de Zacarías se halla aislada y rodeada de campiñas.
    Habitualmente se acostaban más o menos a las nueve, levantándose siempre
    antes de la salida del sol.

    He visto un cuadró indescriptible de la Iglesia. Se me apareció la Iglesia en
    forma de una fruta octogonal muy delicada que nacía de un tallo cuyas raíces
    tocaban en una fuente ondulante de la tierra. El tallo no era más alto de lo
    necesario como para poder ver entre la iglesia y la tierra. Delante de la
    iglesia había una puerta, sobre la fuente misma, la cual ondeaba arrojando de sí
    algo blanco como arena hacia ambos lados, y en derredor todo reverdecía y
    fructificaba. En la parte delantera de la Iglesia no se veía raíz alguna de las
    que iban a la tierra. Dentro de la iglesia y en medio de ella había, a semejanza
    de la cápsula de la semilla de la manzana, un recipiente formado de filamentos
    blancos, muy tiernos, en cuyos intersticios veíanse como las semillas de una
    manzana.

    En el piso interno de la iglesia había una abertura por la cual se podía mirar
    la fuente ondeante de abajo. Mientras miraba esto vi que caían algunos granos
    resecos y marchitos en la fuente. Esa especie de flor se iba transformando cada
    vez más en una iglesia y la cápsula del medio se iba convirtiendo en un
    artístico armazón parecido a un hermoso ramo.

    Dentro de este artificio he visto a la Santísima Virgen y a Santa Isabel, que
    parecían a su vez como dos santuarios o Sancta Sanctorum. Vi que ambas se
    saludaban volviéndose una hacia la otra. En ese momento aparecían dos rostros de
    ellas: Jesús y Juan. A Juan lo he visto encorvado dentro del seno materno. A
    Jesús lo vi como lo suelo ver en el Santísimo Sacramento: a semejanza de un
    pequeño Niño luminoso que iba hacia donde estaba Juan. Estaba de pie, como
    flotando y llegándose a Juan le quitaba como una neblina. El pequeño Juan estaba
    ahora con el rostro echado sobre el suelo. La neblina caía al pozo por la
    mencionada abertura y era absorbida y desaparecía en la fuente que estaba
    debajo. Luego Jesús levantó al pequeño Juan en el aire, y lo abrazó. Después de
    esto he visto volver a ambos al seno materno, mientras María e Isabel cantaban
    el Magníficat.

    Bajo este cántico he visto a ambos lados de la Iglesia a José y a Zacarías
    adelantarse, y detrás de ellos otros muchos hasta llenarse la iglesia, que
    concluyó en una gran festividad realizada adentro. En derredor de la iglesia
    crecía una viña con tanta pujanza que fue necesario podarla por varias partes.
    La iglesia asentóse, por fin, en el suelo; apareció un altar en ella y en la
    abertura que daba al pozo se formó un baptisterio. Muchísima gente entraba por
    la puerta a la iglesia. Todas estas transformaciones se produjeron lentamente,
    como brotando y creciendo. Me es difícil explicar todo esto tal como lo he
    visto. Más tarde, en la fiesta de San Juan, tuve otra visión. La iglesia
    octogonal era ahora transparente como cristal o, mejor dicho, como si fueran
    rayos de agua cristalina. En medio de ella había una fuente de agua, bajo una
    torrecita, donde vi a Juan bautizando. De pronto se cambió el cuadro y de la
    fuente del medio brotó un tallo como una flor. En derredor había ocho columnas
    con una corona piramidal sobre la cual estaban los antepasados de Ana, de Isabel
    y de Joaquín, con María y José y los antepasados de Zacarías y de José algo
    apartados de la rama principal. Juan estaba arriba en una rama del medio.
    Pareció que salía una voz de él, y he visto entonces a muchos pueblos, a reyes y
    príncipes entrar en la iglesia y a un obispo que distribuía el Santísimo
    Sacramento. Oí a Juan que hablaba de la gran dicha de la gente que había entrado
    en la iglesia.

    Nacimiento de San Juan - Jerónimo Cosida

    XXXIV
    Nacimiento de Juan. María regresa a Nazaret
    Vi a la Virgen Santísima después de su vuelta de Juta a Nazaret, pasando algunos
    días en casa de los padres del discípulo Parmenas, el cual en aquella época no
    había nacido aún. Creo haber visto esto en el mismo momento del año en que
    sucedió. Tengo la sensación de que fue así. Según esto, el nacimiento de Juan
    habría tenido lugar a fines de Mayo o principios de Junio. María se quedó tres
    meses en casa de Santa Isabel, hasta el nacimiento de Juan. En el tiempo de la
    circuncisión del niño ya no se hallaba allí.

    Cuando María partió para Nazaret, José acudió a su encuentro a la mitad del
    camino. Cuando José volvió a Nazaret con la Santísima Virgen, notó que se
    hallaba encinta, y le asaltaron toda clase de dudas y de inquietudes, pues
    ignoraba la aparición del ángel y su revelación a María.

    Después de su desposorio, José había ido a Belén por asuntos de familia, y
    María, entre tanto, a Nazaret con sus padres o algunas compañeras. La salutación
    angélica había tenido lugar antes del retorno de José, y María, en su tímida
    humildad, había guardado silencio sobre el secreto de Dios. José, turbado e
    inquieto, no demostraba nada exteriormente; pero luchaba en silencio contra sus
    dudas. La Virgen, que había previsto esto, permanecía grave y pensativa, lo cual
    aumentaba las angustias de José.

    Cuando llegaron a Nazaret la Virgen no se dirigió enseguida a su casa con San
    José, sino que se quedó dos días en casa de una familia emparentada con la suya,
    donde habitaban los padres del discípulo Parmenas, no nacido aún, que fue más
    tarde uno de los siete diáconos en la primera comunidad de los cristianos de
    Jerusalén. Aquellas gentes se hallaban vinculadas a la Sagrada Familia, siendo
    la madre, hermana del tercer esposo de María de Cleofás, el cual fue padre de
    Simeón, obispo de Jerusalén. Tenían una casa y jardín en Nazaret. También tenían
    parentesco con María Santísima por Isabel. Vi a la Virgen permanecer algún
    tiempo en esa casa, antes de volver a la de José.

    Entre tanto la inquietud de José aumentó de tal manera, que cuando María volvió
    a su lado, José se había formado el propósito de dejarla, huyendo secretamente
    de la casa y de su lado. Mientras iba pensando estas cosas se le apareció un
    ángel, que le dijo palabras que tranquilizaron su ánimo.

    AYUDA SI ESTOY DESESPERADO…

    Agarrad la mano fuerte de Dios...

     …Pensad en el día de mañana con calma y con ánimo, aunque os esperen grandes preocupaciones. Ofrecedlas a Dios en reparación por todo el mal que se hace;  nunca os dejéis arrastrar a la desesperación, agarrad la mano fuerte de Dios, acurrucaos dentro, pedid a vuestros ángeles, a vuestros queridos del Cielo que no os dejen solos, y veréis vuestra tarea reducida a la mitad, vuestro ánimo levantado, y vuestro corazón aliviado. Rezad, y pensad en los más desdichados que vosotros; por muy miserables, por muy tristes y angustiados que estéis, siempre encontraréis a más miserables que vosotros. Aliviar el sufrimiento de los semejantes es el mejor bálsamo del propio. Pruebas, todos los humanos las tienen; no tratéis de ver las vuestras más pesadas que las del vecino. No olvidéis que la vida está hecha para realizar un trabajo, que este trabajo os prepara un camino más o menos luminoso según vuestros méritos, vuestros sacrificios, vuestro abandono a la voluntad de Dios…

     

    EL TRABAJO ES UNA ORACIÓN

    El deber bien cumplido es una oración, muchas veces más agradable a Dios, más provechosa para el alma que una susurro de labios, que una oración, incluso fervorosa, hecha en un momento en que el deber más imperioso reclamase vuestro trabajo, vuestra presencia. Este trabajo, esta labor, cualquiera que sea, ofrecédselo a Dios en una oración: pedid que el fruto de vuestra pena se difunda en ondas bienhechoras sobre las almas que sufren y esperan el rayo luminoso que iluminará su oscuridad, así como sobre vuestros hermanos humanos que sufren y son desgraciados. Esto puede hacerse con mucha rapidez, con mucha discreción, y no podéis dudar de las gracias que así serán acumuladas y distribuidas por vosotros. Esta será la oración más agradable al corazón del divino Maestro; ella será escuchada y conseguirá todos los frutos que deseáis.

    Sobre todo, no seáis parásitos de la sociedad, inútiles, vagos o indiferentes. Tenéis vuestro lugar en esta sociedad, mantenedlo, y mantenedlo bien. Poco importan vuestra situación, vuestro tipo de existencia; cada uno tiene su tarea que realizar; pequeña o grande, tiene su importancia y es sagrada a los ojos de Dios. Sed trabajadores y no violentos; tenéis que actuar todos y producir útilmente para esta sociedad de la que sois una unidad. Intensificad vuestra buena voluntad, no despreciéis el más pequeño deber oscuro, ese que cuesta porque es ignorado y no os permite destacar, ni siquiera a vuestros propios ojos, porque es insignificante.

    No podéis juzgar: ningún deber es inútil si se realiza con la voluntad de hacerlo bien. Cuanto más desahogada sea vuestra situación, más os debéis a los otros, y más deberes tenéis que cumplir. Si por el contrario tenéis que ser la hormiga laboriosa que realiza en su modesta esfera un trabajo enorme a través de la solidaridad, de la regularidad a veces monótona, sed fieles y constantes. Mirad el deber cara a cara, no huyáis nunca de él, no lo dejéis para el día siguiente, por penoso que os parezca; no sabemos lo que el mañana nos reserva. En fin, ayudad a vuestros semejantes en la medida de vuestras posibilidades; y si sangra un poco vuestro corazón generoso y grita ante la ingratitud, reprimidlo, no dejéis que se aplane, se empequeñecería. Pensad en el del Maestro, y decíos: ¿qué es esto? ¡Nada! Jesús es el ejemplo vivo que debo seguir; todos los deberes señalados por el Padre, El los cumplió con obediencia, humildad, generosidad; más tarde, sufrió realmente la ingratitud de los hombres, y nada le impidió llevar hasta el final la tarea de sacrificio y de amor que Le había sido encomendada.

    Tomad como testigo todos los dolores de Cristo, pedidle que los méritos de su Pasión os ayuden y os den las fuerzas y las cualidades a las que aspiráis para realizar bien vuestras tareas.

    Estad tranquilos, mantened en vosotros la paz, y si estáis nerviosos por las preocupaciones diarias o por las pruebas de la vida, que sólo sea superficialmente, en el borde de vosotros mismos, por decirlo así, manteniendo en el fondo de vuestra alma la paz profunda que os da la fe, para permanecer fuertes, animosos, para luchar y cumplir todos vuestros deberes.

    Terminado vuestro trabajo, elevad vuestro espíritu por encima de todas las preocupaciones. Descargad un momento vuestro fardo, pensad en el futuro, en el Gran Futuro, el único que cuenta realmente, el futuro de vuestra alma que será para vosotros un gran mañana si lo preparáis sin pensar solamente en el otoño o en el invierno de vuestra vida… Esos pocos años, esos pocos segundos apenas que hay que emplear bien sin embargo, y no es perder el tiempo meditar en el programa espiritual. Rezad, reflexionad, ese alto en el camino no será nocivo para vuestros deberes de estado, muy al contrario, volveréis a él con un cerebro tranquilo, una frente fresca y un entusiasmo nuevo. Pensad en el corto camino que os queda por recorrer con relación al inmenso viaje que luego haréis y que será iluminado por todos vuestros deberes bien cumplidos. Pero que estos pensamientos no sean ni pesados ni tristes. Amad la vida que Dios os ha trazado, hacedla hermosa, buena y alegre en la  paz de vuestra alma. Podéis progresar, debéis; tenéis las armas en vuestra mano, serviros de ellas, porque lejos de destruir, ellas construyen; esas armas hechas con vuestros esfuerzos, con vuestra voluntad, con vuestras renuncias y con vuestras penas. Rezad y trabajad, estas dos palabras sólo forman una. Comprendedlo bien, y mantened vuestra confianza en Dios. El es el Gran Maestro y os juzgará según vuestras obras.

    VIDA DE LA VIRGEN MARÍA XXXII

    VIRGEN MARIA ORANDO

    Virgen María orando. Sassoferrato.

    XXXII
    Misterios del «Magníficat”

    Durante la oración de las dos santas mujeres vi una parte del misterio
    relacionado con el Magníficat. Debo volver a ver todo esto el sábado, víspera de
    la octava de la fiesta y entonces podré decir algo más. Ahora sólo puedo
    comunicar lo siguiente: el Magníficat es el cántico de acción de gracias por el
    cumplimiento de la bendición misteriosa de la Antigua Alianza. Durante la
    oración de María vi sucesivamente a todos sus antepasados. Había en el
    transcurso de los siglos, tres veces catorce parejas de esposos que se sucedían,
    en los cuales el padre era siempre el vástago del matrimonio anterior. De cada
    una de estas parejas vi salir un rayo de luz dirigido hacia María mientras se
    hallaba en oración. Todo el cuadro creció ante mis ojos como un árbol con ramas
    luminosas, las cuales iban embelleciéndose cada vez más, y por fin, en un sitio
    determinado de este árbol de luz, vi la carne y la sangre purísimas e
    inmaculadas de María, con las cuales Dios debía formar su Humanidad, mostrándose
    en medio de un resplandor cada vez más vivo.

    Oré entonces, llena de júbilo y de esperanza, como un niño que viera crecer
    delante de sí el árbol de Navidad. Todo esto era una imagen de la proximidad de
    Jesucristo en la carne y de su Santísimo Sacramento. Era como si hubiese visto
    madurar el trigo para formar el pan de vida del que me hallara hambrienta. Todo
    esto es inefable. No puedo decir cómo se formó la carne en la cual se encarnó el
    mismo Verbo. ¿Cómo es posible esto a una criatura humana que todavía se
    encuentra dentro de esa carne, de la cual el Hijo de Dios y de María ha dicho
    que no sirve para nada y que sólo el espíritu vivifica?… También dijo Él que
    aquéllos que se nutren de su Carne y de su Sangre gozarán de la Vida Eterna y
    serán resucitados por Él en el último día. Únicamente su Carne y su Sangre son
    el alimento verdadero y tan sólo aquéllos que toman este Alimento viven en Él, y
    Él en ellos.
     
    No puedo expresar cómo vi, desde el comienzo, el acercamiento sucesivo de la
    Encarnación de Dios y con ella la proximidad del Santo Sacramento del Altar,
    manifestándose de generación en generación; luego una nueva serie de patriarcas
    representantes del Dios Vivo que reside entre los hombres en calidad de víctima
    y de alimento hasta su segundo advenimiento en el último día, en la institución
    del sacerdocio que el Hombre-Dios, el nuevo Adán, encargado de expiar el pecado
    del primero, ha trasmitido a sus Apóstoles y éstos a los nuevos sacerdotes,
    mediante la imposición de las manos, para formar así una sucesión semejante de
    sacerdotes no interrumpida de generación en generación.
     
    Todo esto me enseñó que la recitación de la genealogía de Nuestro Señor ante el
    Santísimo Sacramento en la fiesta del Corpus Christi, encierra un misterio muy
    grande y muy profundo. También aprendí por él que así como entre los antepasados
    carnales de Jesucristo hubo algunos que no fueron santos y otros que fueron
    pecadores, sin dejar de constituir por eso gradas de la escala de Jacob,
    mediante las cuales Dios bajó hasta la Humanidad, también los obispos indignos
    quedan capacitados para consagrar el Santísimo Sacramento y para otorgar el
    sacerdocio a otros, con todos los poderes que le son inherentes.

    Cuando se ven estas cosas se comprende por qué los viejos libros alemanes llaman
    al Antiguo Testamento la Antigua Alianza o antiguo matrimonio, y al Nuevo
    Testamento la Nueva Alianza o nuevo matrimonio. La flor suprema del antiguo
    matrimonio fue la Virgen de las vírgenes, la prometida del Espíritu Santo, la
    muy casta Madre del Salvador; el vaso espiritual, el vaso honorable, el vaso
    insigne de devoción donde el Verbo se hizo carne. Con este misterio comienza el
    nuevo matrimonio, la Nueva Alianza. Esta Alianza es virginal en el sacerdocio y
    en todos aquéllos que siguen al Cordero, y en ella el Matrimonio es un gran
    sacramento: la unión de Jesucristo con su prometida la Iglesia.
     
    Para poder expresar, en cuanto me sea posible, cómo me fue explicada la
    proximidad de la Encarnación del Verbo y al mismo tiempo el acercamiento del
    Santísimo Sacramento del Altar, sólo puedo repetir, una vez más, que todo esto
    apareció ante mis ojos en una serie de cuadros simbólicos, sin que, a causa del
    estado en que me encuentro, me sea posible dar cuenta de los detalles en forma
    inteligible. Sólo puedo hablar en forma general. He visto primero la bendición
    de la promesa que Dios diera a nuestros primeros padres en el Paraíso y un rayo
    que iba de esta bendición a la Santísima Virgen, que se hallaba recitando el
    Magníficat con Isabel. Vi a Abrahán, que había recibido de Dios aquella
    bendición, y un rayo que partiendo de él llegaba a la Santísima Virgen. Vi a los
    otros patriarcas que habían llevado y poseído aquella cosa santa y siempre aquel
    rayo yendo de cada uno de ellos hasta María. Vi después la transmisión de
    aquella bendición hasta Joaquín, el cual, gratificado con la más alta bendición
    venida del Santo de los Santos del Templo, pudo convertirse por ello en el padre
    de la Santísima Virgen concebida sin pecado. Y por último es en Ella donde, por
    la intervención del Espíritu Santo, el Verbo, se hizo carne. En ella, como en el
    Arca de la Alianza del Nuevo Testamento, el Verbo habitó nueve meses entre
    nosotros, oculto a todas las miradas, hasta que habiendo nacido de María en la
    plenitud de los tiempos, pudimos ver su gloria, como gloria del Hijo único del
    Padre, lleno de gracia y de verdad.
     
    Esta noche vi a la Santísima Virgen dormir en su pequeña habitación, teniendo su
    cuerpo de costado, la cabeza reclinada sobre el brazo. Se hallaba envuelta en un
    trozo de tela blanca, de la cabeza a los pies. Bajo su corazón vi brillar una
    gloria luminosa en forma de pera rodeada de una pequeña llama de fulgor
    indescriptible. En Isabel brillaba también una gloria, menos brillante, aunque
    más grande, de forma circular; la luz que despedía era menos viva.

    Ayer, viernes, por la noche, empezando ya el nuevo día, pude ver en una
    habitación de la casa de Zacarías, que aún no conocía, una lámpara encendida
    para festejar el Sábado. Zacarías, José y otros seis hombres, probablemente
    vecinos de la localidad, oraban de pie bajo la lámpara, en torno de un cofre
    sobre el cual se hallaban rollos escritos. Llevaban paños sobre la cabeza; pero
    al orar no hacían las contorsiones que hacen los judíos actuales. A menudo
    bajaban la cabeza y alzaban los brazos al aire. María, Isabel y otras dos
    mujeres se hallaban apartadas, detrás de un tabique de rejas, en un sitio desde
    donde podían ver el oratorio: llevaban mantos de oración y estaban veladas desde
    la cabeza a los pies.

    Luego de la cena del sábado vi a la Virgen Santísima en su pequeña habitación
    recitando con Isabel el Magníficat. Estaban de pie contra el muro, una frente a
    la otra, con las manos juntas sobre el pecho y los velos negros sobre el rostro,
    orando, una después de la otra, como las religiosas en el coro. Yo recité el
    Magníficat con ellas, y durante la segunda parte del cántico pude ver, unos
    lejos y otros cerca, a algunos de los antepasados de María, de los cuales
    partían como líneas luminosas que se dirigían hacia ella.

    Vi aquellos rayos de luz saliendo de la boca de sus antepasados masculinos y del
    corazón del otro sexo, para concluir en la gloria que estaba en María. Creo que
    Abrahán, al recibir la bendición que preparaba el advenimiento de la Virgen,
    habitaba cerca del lugar donde María recitó el Magníficat, pues el rayo que
    partía de él, llegaba hasta María desde un punto muy cercano, mientras que los
    que partían de personajes mucho más cercanos en el tiempo, parecían venir de muy
    lejos, de puntos más distantes.

    Cuando terminaron el Magníficat, que recitaban todos los días por la mañana y
    por la noche, desde la Visitación, se retiró Isabel, y vi a la Virgen entregarse
    al reposo. Habiendo terminado la fiesta del sábado los vi comer de nuevo el
    domingo por la noche. Tomaron su alimento todos juntos en el jardín cercano a la
    casa. Comieron hojas verdes que remojaban en salsa. Sobre la mesa había fuentes
    con frutas pequeñas y otros recipientes que contenían, creo, miel, que tomaban
    con unas espátulas de asta.

    VIDA DE LA VIRGEN MARÍA XXXI

    ZACARIAS E ISABEL

    XXXI
    En casa de Zacarías e Isabel
    José y Zacarías están juntos conversando acerca del Mesías, de su próxima venida
    y de la realización de las profecías. Zacarías era un anciano de alta estatura y
    hermoso cuando estaba vestido de sacerdote. Ahora responde siempre por signos o
    escribiendo en su tablilla. Los veo al lado de la casa en una sala abierta al
    jardín.

    María e Isabel están sentadas sobre una alfombra en el huerto, bajo un árbol
    grande, detrás del cual hay una fuente por donde se escapa el agua cuando se
    retira la compuerta. En todo el contorno veo un prado cubierto de césped, de
    flores y de árboles con pequeñas ciruelas amarillas. Están juntas comiendo
    frutas y panecillos sacados de la alforja de José. ¡Qué simplicidad y qué
    conmovedora frugalidad!

    En la casa hay dos criados y dos mozos de servicio: los veo ir y venir
    preparando alimentos en una mesa, debajo dé un árbol. Zacarías y José se acercan
    y comen también algo. José quería volverse de inmediato a Nazaret; pero tendrá
    que quedarse ocho
    días allí. No sabe nada aún del estado de embarazo de María. Isabel y María
    habían guardado silencio sobre esto, manteniendo entre ellas una armonía secreta
    y profunda, que las unía íntimamente.

    Varias veces al día, especialmente antes de las comidas, cuando todos se
    hallaban reunidos, las santas mujeres decían una especie de Letanías. José oraba
    con ellas. Pude ver una cruz que aparecía entre las dos mujeres, a pesar de no
    existir aún la cruz: aquello era como si dos cruces se hubiesen visitado.

    Ayer, por la tarde, se juntaron todos para comer, quedándose hasta la medianoche
    sentados a la luz de una lámpara, bajo el árbol del jardín. Vi luego a José y a
    Zacarías solos en su oratorio, y a María y a Isabel en su pequeña habitación,
    una frente a la otra, de pie, absortas y estáticas, diciendo juntas el cántico
    del Magníficat. Además del vestuario mencionado, la Virgen usaba algo parecido a
    un velo negro transparente, que bajaba sobre el rostro cuando debía hablar con
    los hombres.

    Hoy Zacarías condujo a José a otro jardín retirado de su casa. Zacarías era un
    hombre muy ordenado en todas sus cosas. En este huerto abundan árboles con
    frutas hermosas de todas clases: está muy bien cuidado, atravesado por una larga
    enramada, bajo la cual hay sombra; en su extremidad hay una glorieta escondida
    cuya puerta se abre por un costado. En lo alto de esta casa se ven aberturas
    cerradas con bastidores; dentro hay un lecho de reposo hecho de esteras, de
    musgos o de otras hierbas. Vi allí dos estatuas blancas del tamaño de un niño:
    no sé cómo se encuentran allí ni qué representan. Yo las hallaba parecidas a
    Zacarías y a Isabel, de cuando serían más jóvenes.

    Hoy por la tarde vi a María y a Isabel ocupadas en la casa. La Virgen tomaba
    parte en los quehaceres domésticos y preparaba toda clase de prendas para el
    esperado niño. Las he visto trabajando juntas: tejían una colcha grande
    destinada al lecho de Isabel, para cuando hubiera dado a luz. Las mujeres judías
    usaban colchas de esta clase, las cuales tenían en el centro una especie de
    bolsillo
    dispuesto de tal manera que la madre podía envolverse completamente en él con su
    niño. Encerrada allí dentro y sostenida mediante almohadas podía sentarse o
    tenderse según su voluntad. En el borde de la colcha había flores bordadas y
    algunas sentencias.

    Isabel y María preparaban también toda clase de objetos para regalarlos a los
    pobres cuando naciera la criatura. Vi a santa Ana durante la ausencia de María y
    de José, enviar a menudo su criada a la casa de Nazaret para ver si todo seguía
    en orden allí. Una vez la vi ir allá sola.

    Zacarías fue con José a pasear al campo. La casa se hallaba sobre una colina y
    es la mejor de toda esa región; otras casitas veo dispersas alrededor. María se
    encuentra sola, un tanto fatigada, en la casa con Isabel. He visto a Zacarías y
    a José pasar la noche en el jardín situado a alguna distancia de la casa. Unas
    veces los vi durmiendo en la glorieta, otras, orando a la intemperie. Volvieron
    al amanecer.

    He visto a Isabel y a María dentro de la casa. Todas las mañanas y las noches
    repiten el Magníficat, inspirado a María por el Espíritu Santo, después de la
    salutación de Isabel. La salutación del ángel fue como una consagración que
    hacía el templo de María Santísima a Dios. Cuando pronunció aquellas palabras:
    «He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra», el Verbo Divino,
    saludado por la Iglesia y saludado por su sierva, entró en ella. Desde entonces,
    Dios estuvo en su templo y María fue el templo y el Arca de la Alianza del Nuevo
    Testamento. La salutación de Isabel y el alborozo de Juan en el seno de su
    madre, fueron el primer culto rendido ante aquel Santuario. Cuando la Virgen
    entonó el Magníficat, la Iglesia de la Nueva Alianza, del nuevo matrimonio,
    celebró por primera vez el cumplimiento de las promesas divinas de la Antigua
    Alianza, del antiguo matrimonio, recitando, en acción de gracias, un Te Deum
    laudamus. ¡Quién pudiera expresar dignamente la emoción de este homenaje rendido
    por la Iglesia a su Salvador, aún antes de su nacimiento!

    Esta noche, mientras veía orar a las santas mujeres, tuve varias intuiciones y
    explicaciones relativas al Magníficat y al acercamiento del Santo Sacramento en
    la actual situación de la Santísima Virgen. Mi estado de sufrimiento y mis
    numerosas molestias me han hecho olvidar casi todo lo que he podido ver. En el
    momento del pasaje del cántico:»Hizo valentías con su brazo», vi diferentes
    cuadros figurativos del Santísimo Sacramento del Altar en el Antiguo Testamento.
    Había allí, entre otros, un cuadro de Abrahán sacrificando a Isaac, y de Isaías
    anunciando a un rey perverso algo de que éste se burlaba, y que he olvidado. Vi
    muchas cosas desde Abrahán hasta Isaías, y desde éste hasta María Santísima.
    Siempre veía el Santísimo Sacramento acercándose a la Iglesia de Jesucristo,
    quien reposaba todavía en el seno de su Madre.

    Hace mucho calor allí donde está María en la tierra prometida. Todos se van al
    jardín donde está la casita. Primero Zacarías y José, luego Isabel y María. Han
    tendido un toldo bajo un árbol como para hacer una tienda de campaña. Hacia un
    lado veo asientos muy bajos con respaldos.
     
    Anoche vi a Isabel y a María que iban al jardín un tanto alejado de la casa de
    Zacarías. Llevaban frutas y panecillos dentro de unas cestas y parecía que
    querían pasar la noche en ese lugar. Cuando José y Zacarías volvieron más tarde,
    vi a María que les salía al encuentro. Zacarías tenía su tablilla, pero la luz
    era insuficiente para que pudiera escribir y vi que María impulsada por el
    Espíritu Santo le anunció que esa misma noche habría de hablar y que podía dejar
    su tablilla, ya que pronto podría conversar con José y rezar junto a él.

    Tanto me sorprendió esto, que yo, sacudiendo la cabeza, no quise admitirlo; pero
    mi Ángel de la Guarda, o mi guía espiritual, que siempre me acompaña, díjome,
    haciéndome una señal para que mirase a otra parte: «¿No quieres creer esto? Pues
    mira lo que sucede allí». Mirando hacia el lado que me indicaba vi un cuadro
    totalmente distinto, de época muy posterior. Vi al santo ermitaño Goar en un
    lugar donde el trigo había sido cortado. Hablaba con los mensajeros de un obispo
    mal dispuesto con él y aún aquellos hombres no le tenían afecto. Cuando los hubo
    acompañado hasta su casa lo vi buscando un gancho cualquiera para poder colgar
    su capa. Como viera un rayo de sol que entraba por la abertura del muro, en la
    simplicidad de su fe colgó su capa de aquel rayo y ella quedó suspendida allí en
    el aire. Me admiró tanto este prodigio que ya no me asombré de oír hablar a
    Zacarías, puesto que aquella gracia le llegaba por intermedio de María
    Santísima, dentro de la cual habitaba el mismo Dios. Mi guía me habló entonces
    de aquello a que se da el nombre de milagro. Entre otras cosas recuerdo que me
    dijo:
    «Una confianza total en Dios, con la simplicidad de un niño, da a todas las
    cosas el ser y la substancia».
    Estas palabras me aclararon acerca de todos los milagros, aunque no puedo
    explicarme esto con claridad.

    Vi a los cuatro santos personajes pasar la noche en el jardín: se sentaron y
    comieron algunas cosas. Luego los vi caminar de dos en dos, orar juntos y entrar
    alternativamente en la glorieta para descansar en ella. Supe también que después
    del sábado, José se volvería a Nazaret y que Zacarías lo acompañaría un trecho
    de camino. Había un hermoso claro de luna y el cielo estaba muy
    puro.

    VINCENT T. NOGLE…

    Una demostración de que muchas veces ponemos etiquetas al «típico católico», la Iglesia Católica (católica quiere decir universal) acoge muchos carismas diferentes en la Iglesia caben desde los tradicionalistas Lefrevianos hasta los cercanos a la teología de la liberación, hay muchísimos movimientos muy distintos entre sí, los recién acogidos anglicanos, los caldeos que celebran la misa en la misma lengua de Cristo… los franciscanos que aman la pobreza, el Opus Dei, los cartujos que viven en silencio, las ordenes de religiosas que cuidan de las prostitutas… En definitiva la Iglesia es mucho más diversa y variada de lo que pensamos a priori. Al igual que hay instituciones religiosas muy distintas la Iglesia también está formada por personas muy distintas, y de muy distintos orígenes pero todos unidos por el amor a Cristo y a la Iglesia. El perfil del sacerdote que a continuación transcribo desde LA RAZÓN es un buen ejemplo de ello…

    VINCENT T. NOGLE

    Pablo J. Ginés

    «En mi casa éramos ateos, sionistas, comunistas y hippies»

    MADRID- Vincent T. Nogle, sacerdote de la Fraternidad Misionera San Carlos Borromeo, ha estado en la parroquia de San Juan Bautista de Fuenlabrada hablando de racismo. Vive en Israel, donde las identidades tienden a chocar con violencia. En su juventud californiana se mezclaron judaísmo, orientalismo, comunismo y espiritualidad «Nueva Era».
    «Mi padre era de familia irlandesa y católica. Mi madre, de familia judía lituana, y siempre nos recordó nuestro linaje judío. Nuestros parientes eran los típicos judíos ateos comunistas. Uno  era sociólogo, con una tesis sobre el único sindicato comunista de Estados Unidos. Mi padre no era comunista, pero siempre estaba militando en derechos laborales y  huelgas», explica Nogle.
    De niño, sólo le llevaban a misa en Navidad. «Mi hermana mayor se hizo budista a los 15 años. Yo entonces tenía siete años. Ella me enseñó a hacer meditación, ratos largos dos veces por semana, con un altar en su cuarto».
    El joven Nogle se crió en Redwoods, un pueblo pequeño que desde 1965 se convirtió en el centro del mundo hippie y antisistema. «Mi madre seguía a Richard Alpert, que usaba el nombre de gurú Baba Ram Daas. Era un judío norteamericano que en 1963 fue expulsado de su cátedra de Harvard por experimentar con el LSD. Fue a India y volvió convertido en gurú. Mi madre estaba en el círculo que fundó la revista “The New Age Journal”. Yo crecí rodeado de ese ambiente, del deseo de “una nueva humanidad”, de romper con las naciones, las religiones y toda autoridad». Eso sí, «a las cinco teníamos que estar en casa para comer juntos. Creo que eso nos salvó. Mis amigos de entonces murieron pronto, o toman drogas», señala el sacerdote.
    Su madre siempre les hablaba de Israel, de la vida en el «kibbutz»,  de ese verdadero socialismo en el que los hijos eran criados por todos y sin propiedad privada.
    Estudiando humanidades, al joven Vincent le asombraron sus profesores, católicos comprometidos. «Siempre hablaban de “la verdad”, algo que me parecía ofensivo e intolerante», recuerda. Le desconcertaban: condenaban el aborto y la homosexualidad, pero dedicaban tiempo y dinero a ayudar a homosexuales en riesgo de suicidio, depresión, o a chicas embarazadas con problemas. «¿No será que mi tolerancia no es más que indiferencia?», se planteó.
    En 1981, siendo profesor en Marruecos, empezó a rezar. «Una noche, miré la luna y me dije: “Los musulmanes tienen razón, ¡Dios es Dios!”. Entendí que Él es Señor, y que creer significa obedecer. Después, en Arabia Saudí, viví con gente mala, dispuesta a hacer cosas realmente malvadas sin pensárselo. Una noche entré en mi habitación, hundido, mareado, me dejé caer al suelo… y entonces una mujer me abrazó, me sentí amado, y supe que todo estaba bien. Y de repente, ella ya no estaba allí».
    De vuelta a Estados Unidos,  conoció a unos estudiantes del movimiento Comunión y Liberación. Lo vendió todo y viajó a Italia para estudiar en el seminario de misioneros de este movimiento. Fue ordenado en 1992.

    JULIAN SIMON ECONOMISTA OPTIMISTA

    Julian Simon Economista Optimista

    Y héte aquí que encuentro casualmente en el blog de Fdez. Barbadillo  a un señor que respalda científicamente lo que yo vengo opinando… que el peligro no viene por el cambio climático, ni la explosión demográfica si no más bien de la falta de libertad para el desarrollo humano. Os paso un pequeño resumen sobre este interesantísimo personaje que abre una ventana para que entre aire fresco en este enrarecido ambiente ecoapocalíptico que nos rodea.

    Un homenaje a Julian Simon

    por Stephen Moore

    Stephen Moore es presidente del Free Enterprise Fund y es Académico Titular de Cato Institute.

    A inicios de este año, un grupo de geólogos publicó una teoría asombrosa: el calor del núcleo de La Tierra está constantemente reponiendo los depósitos subterráneos de carbón, gas natural, y petróleo. Aunque lejos de ser probada, la teoría sugiere que lo que conocemos como combustibles «fósiles» podrían de hecho ser renovables y, para todos los propósitos básicos, ilimitados. La implicación: energía barata y fácilmente accesible por siglos y siglos de humanidad.

    En algún lugar del cielo, Julian Simon está sonriendo.

    Economista, autor, inventor, y amigo de contradecir, Simon—quien muriera antes de tiempo en 1998—fue lo más cercano que hemos estado de alcanzar un recurso humano irremplazable. Uno de esos raros pioneros que Dios pone en nuestro camino, sus ideas estuvieron muy adelantadas a su tiempo como para ganar el galardón de todo icono: ser desestimado durante la mayor parte de su carrera como alguien oscuro y hasta peligroso. Eso sucede a lo largo de la historia: Galileo fue calificado de loco por proclamar que La Tierra era redonda y giraba alrededor del Sol. Julian Simon, en una era de supuestos límites, nos enseñó que La Tierra y su cargamento humano son esencialmente infinitos. «Los recursos son creados por el intelecto del hombre», predicó Simon, «y éste es ilimitado en su capacidad».

    Los maltusianos ligaron el crecimiento de la población humana a, como al misántropo multimillonario Ted Turner le gusta ponerlo, «una plaga de langostas». Simon vio algo totalmente diferente. «Los seres humanos», escribió, «no son únicamente bocas que alimentar, sino también mentes productivas e inventivas que ayudan a encontrar soluciones creativas a los problemas del hombre, dejándonos en el largo plazo mejor que antes».

    En medio de la confusión económica y ecológica de finales de los sesenta y las filas para conseguir gasolina, los embargos petroleros árabes, las masas de personas hambrientas en África y Asia, los accidentes nucleares y la creciente inflación mundial de los setenta, Julian Simon fue una voz solitaria y mesurada que nos aseguró que la vida en el planeta estaba mejorando, y no poniéndose peor. Cuando los expertos dijeron que se nos estaba acabando el petróleo y que los precios llegarían a los $100 por barril para el final del siglo XX, él nos aseguró calmadamente: no, los precios del petróleo caerán. (Hoy, tomando en cuenta la inflación, el crudo cuesta un tercio de lo que costaba en los setenta). Cuando la sabiduría popular dijo que estábamos perdiendo la capacidad de alimentarnos a sí mismos, Simon predijo correctamente que los suministros de comida, impulsados por la Revolución Verde en la agricultura, iban a superar el ritmo del creciente número de bocas humanas por alimentar. Cuando los amigos de cerrar las fronteras dijeron que los inmigrantes estaban robando trabajos estadounidenses y abusando del sistema de bienestar, Simon respondió con papeles que mostraban que los inmigrantes eran un factor clave en mantener a Estados Unidos como un gran país.

    Los ambientalistas apocalípticos furiosamente denunciaron a Simon como un maniático. Paul Ehrlich, el biólogo de Stanford—cuyo libro The Population Bomb (La Bomba Poblacional) bien podría establecer el récord de todos los tiempos de profecías equivocadas—una vez bromeó diciendo que Simon probó que «lo único que no se está acabando en La Tierra son los idiotas». Al momento de la muerte de Simon debido a un ataque al corazón a los 65 años de edad, los académicos y conocedores solo podían observar el estado de los asuntos humanos y conceder rencorosamente que fue el «cazador de pesimistas»—como lo apodara la revista Wired—el que estuvo todo el tiempo en lo correcto, y los apocalípticos como Ehrlich quienes eran los estafadores. «Cada tendencia de bienestar humano—expectativa de vida, mortalidad infantil, ingreso per cápita en la India, el número de carros por persona en China, la disponibilidad y calidad de agua y vivienda, el monto de tiempo ocioso que disfrutamos—está mejorando, no empeorando», escribió poco antes de su muerte en una versión actualizada de su libro más famoso, The Ultimate Resource (El Recurso Fundamental).

    En persona Julian Simon lo podía derribar a uno con su entusiasmo contagiante. En reuniones profesionales y cenas formales, era famoso por sus corbatas fluorescentes. «Existe suficiente aburrimiento en el mundo», era su explicación. El resto del planeta estaba viviendo en blanco y negro; Julian Simon vivía en Technicolor.

    Cuando lo conocí por primera vez en mis años en la Universidad de Illinois en 1980, las ideas de Simon eran tan sorprendentes que rayaban en la locura. Yo entonces sabía lo que todo el mundo sabía: que el mundo se estaba dirigiendo a una catástrofe ecológica, probablemente de proporciones bíblicas. Invierno nuclear, agotamiento del ozono, aire envenenado, lluvia ácida, extinción de especies, la muerte de los bosques y océanos, calentamiento globa—lla única pregunta es cuál iba a matarnos primero. Los apocalípticos del Club de Roma recién habían publicado su primer quejido, Los Límites al Crecimiento, el cual reporta que a La Tierra se le estaba acabando prácticamente todo lo necesario para mantener una vida sostenible. Paul Ehrlich había aparecido en el Tonight Show de Johnny Carson una docena de veces llenándole la cabeza a los estadounidenses con predicciones de inminentes hambrunas mundiales y pronósticos tenebrosos (por ejemplo: «Si fuera un jugador, apostaría a que Inglaterra no existirá en el año 2000»). Mientras tanto, la evaluación sobre el futuro de La Tierra de la administración Carter, Global 2000, ganaba titulares con sus predicciones de que «para el año 2000 el mundo estará más aglomerado, más contaminado, y menos estable ecológicamente». El maltusianismo era ahora la posición oficial del gobierno de Estados Unidos.

    En medio de esto vino un eufórico, infatigable y calvo profesor de economía del Medio Oeste diciéndonos que todo estaba equivocado—que de hecho La Tierra no era plana. Era Julian Simon contra una red bien financiada y altamente respetada de cientos de apocalípticos profesionales, todos insistiendo en lo obvio—que todos nos estábamos yendo al infierno. Como resultó, ellos fueron derrotados.

    Lo que otro montón de gente curiosa y de mentalidad abierta descubrió, escuchando a Simon y leyendo sus prodigiosos trabajos, era que los hechos que él ordenaba eran abrumadores. En Jerry McGuire, la expresión de Tom Cruise era «¡Muéstrame el dinero!» Julian tenía una variante profesional: «¡Muéstrame los datos!»

    Su especialidad era examinar las tendencias no sobre cinco o diez o veinte años, sino sobre períodos muy largos—hasta que la información utilizable estuviera a disposición. Su metodología era simple: el mejor—de hecho el único—pronosticador del futuro es el pasado. Uno de sus eslóganes favoritos lo sacó de Winston Churchill: «Entre más atrás se mire, más adelante se puede ver». Lo cual explica cómo Julian Simon discernió tendencias que el resto de nosotros no pudimos ver.

    La «crisis» energética de mediados de los setenta fue un clásico ejemplo de análisis de corto plazo. Los pesimistas miraron al período de 1972-1980—cuando los precios del petróleo explotaron de $3 a $30 por barril—y anunciaron que los precios aumentarían para siempre. Simon dijo: Pamplinas. Él miró a los precios de la energía sobre un período de 200 años—y como era de esperarse, con saltos ocasionales, éstos habían disminuido constantemente durante ese período. (Solo imagínese lo que pudo haber costado iluminar la casa de uno con aceite de ballena). Los setenta fueron una aberración histórica, ocasionada por las guerras en el Medio Oriente. Y por supuesto, una vez que la crisis política acabó, los precios del petróleo retomaron su histórica tendencia a la baja.

    Simon se deleitaba indicando contradicciones inherentes entre la teoría apocalíptica y la evidencia del mundo real. «¿Existe un monto finito de petróleo?» preguntaba. Las audiencias asentían al unísono con sus cabezas. Bueno entonces, respondía, si los suministros de petróleo son finitos y los estamos usando a un ritmo acelerado, ¿por qué continúa cayendo el precio del crudo? La economía 101 dice que la escasez causa que los precios aumenten, ¡y ahí estábamos viendo a las gráficas de Julian que mostraban que el precio de la energía ha caído durante 200 años! Silencio atónito.

    La respuesta, como la explicaba pacientemente Simon, es que la gente está siempre inventando nuevas fuentes de energía barata, desarrollando sustitutos (¿alguien usa todavía aceite de ballena?), y descubriendo nuevas reservas—el fondo del Mar del Norte, el esquisto de Wyoming, y quién sabe qué sigue. De hecho, hoy en día las reservas probadas de petróleo—ni qué decir de aquellas fuentes de energía que no podemos imaginar—son mucho mayores de lo que eran en los ochenta (lo cual incidentalmente dice mucho del por qué los precios del petróleo han permanecido bajos).

    Aunque publicó una docena de libros y más de 200 artículos académicos, Simon es mejor recordado por su extraordinaria lucha intelectual con Paul Ehrlich, el siempre equivocado biólogo de Stanford. El venerado padrino de los neo-maltusianos en el Estados Unidos del siglo XX, Ehrlich una vez se quejó de que intentar explicarle límites biológicos a Simon «sería como tratar de explicarle distribución de gas a un arándano». Quizás debió haber intentado. En 1980, Simon le ofreció a Ehrlich una apuesta de $1.000: que cinco mercancías—de escogencia de Ehrlich—serían más escasas y por lo tanto más caras en un período de diez años. Ehrlich tontamente aceptó, especificando al cromo, cobre, níquel, estaño y tungsteno. No hay que hacer mucho esfuerzo para saber quién ganó. (El precio de las cinco mercancías disminuyó un promedio del 40%). La historia fue publicada en la primera plana de la New York Times Magazine, y por primera vez en su vida Simon fue tomado en serio. Otra apuesta de $100.000 de que cualquier medida significativa de la vida en el planeta mejoraría y no empeoraría sobre un período de 10 años—hecha en su libro The State of Humanity (El Estado de la Humanidad) de 1996—nunca obtuvo alguien que la aceptara.

    La contribución más importante de Simon puede ser la de desinflar el coco de la «sobrepoblación». Frecuentemente se le preguntaba: De seguro que tenemos que estar preocupados por que la población del mundo se triplicara durante el siglo XX, de 2.000 millones a 6.000 millones. ¿No sugiere esto que el hombre está copulando descontroladamente, como las famosas ratas noruegas de John B. Calhoun que se multiplicaban en su encierro hasta que morían por falta de alimento? No, contestaba Simon, porque la humanidad no se propaga como ratas de campo. Somos la única especie facultada con la razón. Y con sus datos escrupulosos Simon continuaba al mostrar que conforme la gente se hace más rica tienen menos niños. Hace 20 años, los pesimistas pronosticaban un planeta Tierra agolpado. Hoy, todos los demógrafos serios predicen que la población global se estabilizará al final de este siglo. En Europa Occidental ya está sucediendo; la población nativa de Japón ha estado disminuyendo desde 1998.

    Cuando conocí por primera vez a Julian Simon le pregunté sobre un reporte de las Naciones Unidas que pronosticaba una Tierra de 10.000 millones de personas. «Sí, es fantástico, ¿no?» «¿Qué?» le respondí. «Es una excelente noticia que el mundo pueda sostener a 10.000 millones de personas, quienes serán más sanas y prósperas de lo que somos hoy en día», me señaló. En otra ocasión poco antes de su muerte, le mostré un reporte sobre la creciente obesidad en el Tercer Mundo. «Increíble», exclamó, «durante 100.000 años los seres humanos han dedicado casi todo su tiempo a consumir suficientes calorías. Ahora la humanidad está tratando de consumir menos».

    Esa era Julian—la sabiduría convencional nunca tuvo un peor enemigo. Él disfrutaba doblar las mentes de los estudiantes preguntándoles, «¿Por qué es que cada vez que nace un ternero el PIB per cápita de la nación aumenta, y cada vez que nace un bebé el PIB per cápita cae?» Buena pregunta—o quizás necesitemos una medida más sofisticada.

    Una de las armas secretas de Simon era su antecedente profesional como estadígrafo. Él examinó años de promedios de bateo en béisbol y llegó a la sorprendente conclusión de que no existen las rachas de bateo. Si un bateador con un promedio de .300 tuvo cuatro hits al bate, su posibilidad estadística de tener un hit en su próxima oportunidad al bate sigue siendo de 3 en 10. Nunca estuve totalmente convencido, pero como siempre él tenía los datos. Yo todo lo que tenía era la superstición.

    Pero en ningún otro tema era Julian Simon un destructor de mitos tan prominente como en el de la inmigración. Durante décadas las encuestas han mostrado que la mayoría de nosotros creemos que los inmigrantes le quitan el trabajo a los estadounidenses, disminuyen los salarios, abusan de los servicios públicos, y lastiman nuestra economía. En su galardonado libro de 1990, The Economic Consequences of Immigration (Las Consecuencias Económicas de la Inmigración), Simon demostró que cada una de estas creencias es totalmente contradicha por los hechos. «Los inmigrantes no solo no quitan puestos de trabajo, sino que los crean a través de sus compras y a través de su propensión a empezar nuevos negocios». Spencer Abraham, actual secretario de Energía de Estados Unidos, entonces presidente del Comité sobre Inmigración del Senado, le da crédito al trabajo de Simon por ayudar «a mantener abiertas las puertas de Estados Unidos a los inmigrantes».

    Otras dos personalidades prominentes convertidas por Simon fueron Ronald Reagan y el Papa Juan Pablo II. En 1984, con las protestas del lobby que favorecía el control de la población mundial, la administración Reagan adoptó la línea de Simon: que la gente es creadora de recursos, no destructora de éstos, y que «el capitalismo es el mejor anticonceptivo». Gracias en parte a Julian Simon, Estados Unidos dejó de financiar programas coercitivos de control poblacional alrededor del mundo, entre ellos la política genocida de China de un hijo por pareja. Luego fue invitado al Vaticano a explicar sus teorías. «No son muchos los muchachos judíos de Nueva Jersey que son invitados a tener una audiencia con el Papa», me dijo con regocijo. Una encíclica posterior del Papa Juan Pablo II tuvo claramente su influencia, ya que urgía a los gobiernos a tratar a la gente «como activos productivos».

    Hoy es más duro—aunque difícilmente imposible con grupos como Greenpeace, Planned Parenthood y otras organizaciones ambientalistas—el mirar racionalmente a la evidencia y creer que se nos está acabando la comida o la energía. Pero aquellos que no conocieron a Julian o a sus escritos en los setenta y comienzos de los ochenta no pueden apreciar en su totalidad la manera salvaje en que fue atacado, tanto por la izquierda como por la derecha.

    De hecho la batalla ha continuado sobre su tumba. A finales de los noventa, Bjorn Lomborg, un joven profesor de estadística danés y activista de Greenpeace, leyó el perfil de «Cazador de Pesimistas» de Simon publicado en la revista Wired mientras esperaba por un avión en el aeropuerto de Los Ángeles. Indignado por lo que leyó, Lomborg se embarcó a refutar las extrañas teorías de Simon. A cambio, para su asombro, la información más bien se quedaba corta en mostrar el verdadero caso a favor de un mundo optimista. El inteligente y popular libro de Lomborg, The Skeptical Environmentalist (El Ambientalista Escéptico), todo un compendio de datos, se ganó la cólera instantánea del movimiento Verde mundial por desafiar el culto del Apocalipsis. Pero los ataques que ha recibido de la vieja guardia decadente no son nada comparados con lo que Simon absorbió hace dos décadas. Lomborg tuvo el lujo de pararse sobre los hombros de un gigante—una deuda de gratitud que todos tenemos hacia Julian Simon.

    Los ataques contra Simon eran prueba del poder de sus ideas. Por más que han intentado, sus críticos nunca han podido desacreditar sus datos, mucho menos sus teorías. Estando ya en el siglo XXI, casi todos los indicadores de bienestar humano—desde mortalidad infantil hasta acceso a Internet—continúan su ascenso.

    A Julian no le parecía que lo describieran como un optimista. «Yo no soy un optimista; soy un realista», insistía.

    Cuando Paul Ehrlich ganó un premio MacArthur de «genio», John Tierney del New York Times le preguntó a Julian si él creia que algún día podría ganar un premio. Simon respondió: «Lo único que voy a ganar es un McDonald’s». Ese es el destino de los verdaderos profetas.

    Julian Simon creía que el progreso humano dependía en las mentes creativas e ingeniosas, pero también en las instituciones libres, «Las grandes poblaciones son solo un problema cuando están atadas a gobiernos tiránicos», escribía. De hecho, muchos de sus críticos más ardientes eran activistas gubernamentales quienes insistían que la única solución concebible para el inminente Apocalipsis ecológico era edictos gubernamentales cada vez más severos: políticas coercitivas para la estabilización de la población, racionamiento del gas, controles a los salarios y a los precios, reciclamiento obligatorio, etc. Hubo pocos estadounidenses que ganaron tantas batallas por la libertad como Julian Simon.

    Poco antes de su muerte, Simon dijo que se sentía muy cómodo sobre dos predicciones. Primero, que cada medida significativa de bienestar humano continuaría mejorando. Y segundo, que la gente continuaría quejándose sobre cómo las cosas eran mejores en el pasado.

    Lo que no dijo es quizás su contribución más perdurable: la idea de que los seres humanos no solo usan recursos mientras habitan este planeta; también los crean. Es por eso que más gente es algo bueno—significa una mayor posibilidad de más Einsteins, Mozarts y Edisons. Y, solo podemos esperar, más Julian Simons.

    Traducido por Juan Carlos Hidalgo para Cato Institute.

    LA MUERTE DE FRANCISCO AYALA

    francisco ayala

    Me ha impresionado vivamente la forma de morir de este hombre del cual desconozco su obra. Después de conocer como ha sido su tránsito de esta vida a la otra me gustaría leer algo de él. Os lo transcribo desde ABC, creo que ha muerto con más de 100 años y perfectamente lúcido. Sobre todo me ha impresionado como pedía perdón antes de morir:

    Se levantó más bien tarde, como era su costumbre. A esa hora ya había llegado Fátima, la discreta y entrañable mujer marroquí que asistía desde hace seis años y medio al escritor nacido en Granada. Francisco Ayala le pidió el desayuno: café, zumo, un huevo revuelto en forma de tortilla francesa y la inacabable magdalena proustiana, que no se terminó, y quedó desmigada sobre el mantel. Tras desayunar, a las once y media de la mañana, se volvió a poner la mascarilla de oxígeno y a las doce, en la hora del Ángelus, decidió quitársela. Su cuidadora le preguntó por qué se la había quitado, y él le contestó: «Porque me voy a morir». Fátima insistió: «¿Cuándo?». «Ahora, porque me voy a morir», replicó él. El señor Ayala le cogió la manos a Fátima, las cerró, las besó tres veces, y luego le pidió perdón: «Perdón por todo, perdón por todo, perdón por todo». Fátima llamó al alma de don Francisco, a Carolyn, que acudió y le cogió la mano. Con absoluta entereza, Ayala murió asido a la mano de «mi vieja», como él llamaba en la intimidad a su esposa; la mano del amor eterno, verdadero, único. Murió sentado en el sofá, mirándole a los ojos, como los titanes. Con sencillez bendita y bonhomía. Sin adornos ni alharacas. Lúcido, plenamente.