…Pensad en el día de mañana con calma y con ánimo, aunque os esperen grandes preocupaciones. Ofrecedlas a Dios en reparación por todo el mal que se hace; nunca os dejéis arrastrar a la desesperación, agarrad la mano fuerte de Dios, acurrucaos dentro, pedid a vuestros ángeles, a vuestros queridos del Cielo que no os dejen solos, y veréis vuestra tarea reducida a la mitad, vuestro ánimo levantado, y vuestro corazón aliviado. Rezad, y pensad en los más desdichados que vosotros; por muy miserables, por muy tristes y angustiados que estéis, siempre encontraréis a más miserables que vosotros. Aliviar el sufrimiento de los semejantes es el mejor bálsamo del propio. Pruebas, todos los humanos las tienen; no tratéis de ver las vuestras más pesadas que las del vecino. No olvidéis que la vida está hecha para realizar un trabajo, que este trabajo os prepara un camino más o menos luminoso según vuestros méritos, vuestros sacrificios, vuestro abandono a la voluntad de Dios…
EL TRABAJO ES UNA ORACIÓN
El deber bien cumplido es una oración, muchas veces más agradable a Dios, más provechosa para el alma que una susurro de labios, que una oración, incluso fervorosa, hecha en un momento en que el deber más imperioso reclamase vuestro trabajo, vuestra presencia. Este trabajo, esta labor, cualquiera que sea, ofrecédselo a Dios en una oración: pedid que el fruto de vuestra pena se difunda en ondas bienhechoras sobre las almas que sufren y esperan el rayo luminoso que iluminará su oscuridad, así como sobre vuestros hermanos humanos que sufren y son desgraciados. Esto puede hacerse con mucha rapidez, con mucha discreción, y no podéis dudar de las gracias que así serán acumuladas y distribuidas por vosotros. Esta será la oración más agradable al corazón del divino Maestro; ella será escuchada y conseguirá todos los frutos que deseáis.
Sobre todo, no seáis parásitos de la sociedad, inútiles, vagos o indiferentes. Tenéis vuestro lugar en esta sociedad, mantenedlo, y mantenedlo bien. Poco importan vuestra situación, vuestro tipo de existencia; cada uno tiene su tarea que realizar; pequeña o grande, tiene su importancia y es sagrada a los ojos de Dios. Sed trabajadores y no violentos; tenéis que actuar todos y producir útilmente para esta sociedad de la que sois una unidad. Intensificad vuestra buena voluntad, no despreciéis el más pequeño deber oscuro, ese que cuesta porque es ignorado y no os permite destacar, ni siquiera a vuestros propios ojos, porque es insignificante.
No podéis juzgar: ningún deber es inútil si se realiza con la voluntad de hacerlo bien. Cuanto más desahogada sea vuestra situación, más os debéis a los otros, y más deberes tenéis que cumplir. Si por el contrario tenéis que ser la hormiga laboriosa que realiza en su modesta esfera un trabajo enorme a través de la solidaridad, de la regularidad a veces monótona, sed fieles y constantes. Mirad el deber cara a cara, no huyáis nunca de él, no lo dejéis para el día siguiente, por penoso que os parezca; no sabemos lo que el mañana nos reserva. En fin, ayudad a vuestros semejantes en la medida de vuestras posibilidades; y si sangra un poco vuestro corazón generoso y grita ante la ingratitud, reprimidlo, no dejéis que se aplane, se empequeñecería. Pensad en el del Maestro, y decíos: ¿qué es esto? ¡Nada! Jesús es el ejemplo vivo que debo seguir; todos los deberes señalados por el Padre, El los cumplió con obediencia, humildad, generosidad; más tarde, sufrió realmente la ingratitud de los hombres, y nada le impidió llevar hasta el final la tarea de sacrificio y de amor que Le había sido encomendada.
Tomad como testigo todos los dolores de Cristo, pedidle que los méritos de su Pasión os ayuden y os den las fuerzas y las cualidades a las que aspiráis para realizar bien vuestras tareas.
Estad tranquilos, mantened en vosotros la paz, y si estáis nerviosos por las preocupaciones diarias o por las pruebas de la vida, que sólo sea superficialmente, en el borde de vosotros mismos, por decirlo así, manteniendo en el fondo de vuestra alma la paz profunda que os da la fe, para permanecer fuertes, animosos, para luchar y cumplir todos vuestros deberes.
Terminado vuestro trabajo, elevad vuestro espíritu por encima de todas las preocupaciones. Descargad un momento vuestro fardo, pensad en el futuro, en el Gran Futuro, el único que cuenta realmente, el futuro de vuestra alma que será para vosotros un gran mañana si lo preparáis sin pensar solamente en el otoño o en el invierno de vuestra vida… Esos pocos años, esos pocos segundos apenas que hay que emplear bien sin embargo, y no es perder el tiempo meditar en el programa espiritual. Rezad, reflexionad, ese alto en el camino no será nocivo para vuestros deberes de estado, muy al contrario, volveréis a él con un cerebro tranquilo, una frente fresca y un entusiasmo nuevo. Pensad en el corto camino que os queda por recorrer con relación al inmenso viaje que luego haréis y que será iluminado por todos vuestros deberes bien cumplidos. Pero que estos pensamientos no sean ni pesados ni tristes. Amad la vida que Dios os ha trazado, hacedla hermosa, buena y alegre en la paz de vuestra alma. Podéis progresar, debéis; tenéis las armas en vuestra mano, serviros de ellas, porque lejos de destruir, ellas construyen; esas armas hechas con vuestros esfuerzos, con vuestra voluntad, con vuestras renuncias y con vuestras penas. Rezad y trabajad, estas dos palabras sólo forman una. Comprendedlo bien, y mantened vuestra confianza en Dios. El es el Gran Maestro y os juzgará según vuestras obras.