XXXIII
Regreso de José a Nazaret
Más tarde, con claro de luna, estando la noche estrellada y limpia, se puso en
viaje José acompañado de Zacarías. Llevaba un pequeño paquete con panes, un
cántaro y un bastón de empuñadura curva. Los dos tenían abrigos de viaje con
capuz. Las mujeres los acompañaron corto trecho, volviendo solas en medio de una
noche hermosísima. Ambas entraron directamente en la
habitación de María, donde había una lámpara encendida, como era habitual cuando
ella oraba y se preparaba para el descanso. Las dos se quedaron de pie, una en
frente a la otra, y recitaron el Magníficat.
Esta noche he visto a María e Isabel. Lo único que recuerdo es que pasaron toda
la noche en oración, aunque no sé la causa de ello. Durante el día he visto a
María ocupada en diversos trabajos, como ser trenzado de colchas. Vi a Zacarías
y a José, que se hallaban aún en camino: pasaron la noche en un cobertizo.
Habían dado grandes rodeos y visitado, me parece, a diversas familias. Creo que
les faltaban tres días para el término del viaje. No recuerdo otros detalles.
Ayer vi a José en su casa de Nazaret. Creo que ha ido a ella directamente, sin
detenerse en Jerusalén. La criada de Ana se encarga del cuidado doméstico, yendo
de una casa a otra. Fuera de ella no hay nadie más en la casa de José, que está
completamente solo. También vi a Zacarías de vuelta en su casa.
Vi a María e Isabel recitando el Magníficat y ocupándose de diversos trabajos.
Al caer la tarde pasearon por el huerto, donde había una fuente, cosa no común
en el país. Por la noche, pasadas las horas de calor, iban a pasear por los
alrededores, pues la casa de Zacarías se halla aislada y rodeada de campiñas.
Habitualmente se acostaban más o menos a las nueve, levantándose siempre
antes de la salida del sol.
He visto un cuadró indescriptible de la Iglesia. Se me apareció la Iglesia en
forma de una fruta octogonal muy delicada que nacía de un tallo cuyas raíces
tocaban en una fuente ondulante de la tierra. El tallo no era más alto de lo
necesario como para poder ver entre la iglesia y la tierra. Delante de la
iglesia había una puerta, sobre la fuente misma, la cual ondeaba arrojando de sí
algo blanco como arena hacia ambos lados, y en derredor todo reverdecía y
fructificaba. En la parte delantera de la Iglesia no se veía raíz alguna de las
que iban a la tierra. Dentro de la iglesia y en medio de ella había, a semejanza
de la cápsula de la semilla de la manzana, un recipiente formado de filamentos
blancos, muy tiernos, en cuyos intersticios veíanse como las semillas de una
manzana.
En el piso interno de la iglesia había una abertura por la cual se podía mirar
la fuente ondeante de abajo. Mientras miraba esto vi que caían algunos granos
resecos y marchitos en la fuente. Esa especie de flor se iba transformando cada
vez más en una iglesia y la cápsula del medio se iba convirtiendo en un
artístico armazón parecido a un hermoso ramo.
Dentro de este artificio he visto a la Santísima Virgen y a Santa Isabel, que
parecían a su vez como dos santuarios o Sancta Sanctorum. Vi que ambas se
saludaban volviéndose una hacia la otra. En ese momento aparecían dos rostros de
ellas: Jesús y Juan. A Juan lo he visto encorvado dentro del seno materno. A
Jesús lo vi como lo suelo ver en el Santísimo Sacramento: a semejanza de un
pequeño Niño luminoso que iba hacia donde estaba Juan. Estaba de pie, como
flotando y llegándose a Juan le quitaba como una neblina. El pequeño Juan estaba
ahora con el rostro echado sobre el suelo. La neblina caía al pozo por la
mencionada abertura y era absorbida y desaparecía en la fuente que estaba
debajo. Luego Jesús levantó al pequeño Juan en el aire, y lo abrazó. Después de
esto he visto volver a ambos al seno materno, mientras María e Isabel cantaban
el Magníficat.
Bajo este cántico he visto a ambos lados de la Iglesia a José y a Zacarías
adelantarse, y detrás de ellos otros muchos hasta llenarse la iglesia, que
concluyó en una gran festividad realizada adentro. En derredor de la iglesia
crecía una viña con tanta pujanza que fue necesario podarla por varias partes.
La iglesia asentóse, por fin, en el suelo; apareció un altar en ella y en la
abertura que daba al pozo se formó un baptisterio. Muchísima gente entraba por
la puerta a la iglesia. Todas estas transformaciones se produjeron lentamente,
como brotando y creciendo. Me es difícil explicar todo esto tal como lo he
visto. Más tarde, en la fiesta de San Juan, tuve otra visión. La iglesia
octogonal era ahora transparente como cristal o, mejor dicho, como si fueran
rayos de agua cristalina. En medio de ella había una fuente de agua, bajo una
torrecita, donde vi a Juan bautizando. De pronto se cambió el cuadro y de la
fuente del medio brotó un tallo como una flor. En derredor había ocho columnas
con una corona piramidal sobre la cual estaban los antepasados de Ana, de Isabel
y de Joaquín, con María y José y los antepasados de Zacarías y de José algo
apartados de la rama principal. Juan estaba arriba en una rama del medio.
Pareció que salía una voz de él, y he visto entonces a muchos pueblos, a reyes y
príncipes entrar en la iglesia y a un obispo que distribuía el Santísimo
Sacramento. Oí a Juan que hablaba de la gran dicha de la gente que había entrado
en la iglesia.
XXXIV
Nacimiento de Juan. María regresa a Nazaret
Vi a la Virgen Santísima después de su vuelta de Juta a Nazaret, pasando algunos
días en casa de los padres del discípulo Parmenas, el cual en aquella época no
había nacido aún. Creo haber visto esto en el mismo momento del año en que
sucedió. Tengo la sensación de que fue así. Según esto, el nacimiento de Juan
habría tenido lugar a fines de Mayo o principios de Junio. María se quedó tres
meses en casa de Santa Isabel, hasta el nacimiento de Juan. En el tiempo de la
circuncisión del niño ya no se hallaba allí.
Cuando María partió para Nazaret, José acudió a su encuentro a la mitad del
camino. Cuando José volvió a Nazaret con la Santísima Virgen, notó que se
hallaba encinta, y le asaltaron toda clase de dudas y de inquietudes, pues
ignoraba la aparición del ángel y su revelación a María.
Después de su desposorio, José había ido a Belén por asuntos de familia, y
María, entre tanto, a Nazaret con sus padres o algunas compañeras. La salutación
angélica había tenido lugar antes del retorno de José, y María, en su tímida
humildad, había guardado silencio sobre el secreto de Dios. José, turbado e
inquieto, no demostraba nada exteriormente; pero luchaba en silencio contra sus
dudas. La Virgen, que había previsto esto, permanecía grave y pensativa, lo cual
aumentaba las angustias de José.
Cuando llegaron a Nazaret la Virgen no se dirigió enseguida a su casa con San
José, sino que se quedó dos días en casa de una familia emparentada con la suya,
donde habitaban los padres del discípulo Parmenas, no nacido aún, que fue más
tarde uno de los siete diáconos en la primera comunidad de los cristianos de
Jerusalén. Aquellas gentes se hallaban vinculadas a la Sagrada Familia, siendo
la madre, hermana del tercer esposo de María de Cleofás, el cual fue padre de
Simeón, obispo de Jerusalén. Tenían una casa y jardín en Nazaret. También tenían
parentesco con María Santísima por Isabel. Vi a la Virgen permanecer algún
tiempo en esa casa, antes de volver a la de José.
Entre tanto la inquietud de José aumentó de tal manera, que cuando María volvió
a su lado, José se había formado el propósito de dejarla, huyendo secretamente
de la casa y de su lado. Mientras iba pensando estas cosas se le apareció un
ángel, que le dijo palabras que tranquilizaron su ánimo.