XXXV
Preparativos para el nacimiento de Jesús
Desde hace varios días veo a María en casa de Ana, su madre, cuya casa se halla
más o menos a una legua de Nazaret, en el valle de Zabulón. La criada de Ana
permanece en Nazaret cuando María está ausente y sirve a José. Veo que mientras
vivió Ana casi no tenían hogar independiente del todo, pues recibían siempre de
ella todo lo que necesitaban para su manutención.
Veo desde hace quince días a María ocupada en preparativos para el nacimiento de
Jesús: cose colchas, tiras y pañales. Su padre Joaquín ya no vive. En la casa
hay una niña de unos siete años de edad que está a menudo junto a la Virgen y
recibe lecciones de María. Creo que es la hija de María de Cleofás y que también
se llama María. José no está en Nazaret, pero debe llegar muy pronto. Vuelve de
Jerusalén donde ha llevado los animales para el sacrificio. Vi a la Virgen
Santísima en la casa, trabajando, sentada en una habitación con otras mujeres.
Preparaban prendas y colchas para el nacimiento del Niño.
Ana poseía considerables bienes en rebaños y campos y proporcionaba con
abundancia todo lo que necesitaba María, en avanzado estado de embarazo. Como
creía que María daría a luz en su casa y que todos sus parientes vendrían a
verla, hacía allí toda clase de preparativos para el nacimiento del Niño de la
Promesa, disponiendo, entre otras cosas, hermosas colchas y preciosas alfombras.
Cuando nació Juan pude ver una de estas colchas en casa de Isabel. Tenía figuras
simbólicas y sentencias hechas con trabajos de aguja. Hasta he visto algunos
hilos de oro y plata entremezclados en el trabajo de aguja. Todas estas prendas
no eran únicamente para uso de la futura madre: había muchas destinadas a los
pobres, en los que siempre se pensaba en tales ocasiones solemnes.
Vi a la Virgen y a otras mujeres sentadas en el suelo alrededor de un cofre,
trabajando en una colcha de gran tamaño colocada sobre el cofre. Se servían de
unos palillos con hilos arrollados de diversos colores. Ana estaba muy ocupada,
e iba de un lado a otro tomando lana, repartiéndola y dando trabajo a cada una
de ellas.
José debe volver hoy a Nazaret. Se hallaba en Jerusalén donde había ido a llevar
animales para el sacrificio, dejándolos en una pequeña posada dirigida por una
pareja sin hijos situada a un cuarto de legua de la ciudad, del lado de Belén.
Eran personas piadosas, en cuya casa se podía habitar confiadamente. Desde allí
se fue José a Belén; pero no visitó a sus parientes, queriendo tan sólo tomar
informes relativos a un empadronamiento o una percepción de impuestos que exigía
la presencia de cada ciudadano en su pueblo natal.
Con todo, no se hizo inscribir aún, pues tenía la intención, una vez realizada
la purificación de María, de ir con ella de Nazaret al Templo de Jerusalén, y
desde allí a Belén, donde pensaba establecerse. No sé bien qué ventajas
encontraba en esto, pero no gustándole la estadía en Nazaret, aprovechó esta
oportunidad para ir a Belén. Tomó informes sobre piedras y maderas de
construcción, pues tenía la idea de edificar una casa. Volvió luego a la posada
vecina a Jerusalén, condujo las víctimas al Templo y retornó a su hogar.
Atravesando hoy la llanura de Kimki, a seis leguas de Nazaret, se le apareció un
ángel, indicándole que partiera con María para Belén, pues era allí donde debía
nacer el Niño. Le dijo que debía llevar pocas cosas y ninguna colcha bordada.
Además del asno sobre el cual debía ir María montada, era necesario que llevase
consigo una pollina de un año, que aún no hubiese tenido cría. Debía dejarla
correr en libertad, siguiendo siempre el camino que el animal tomara.
Esta noche Ana se fue a Nazaret con la Virgen María, pues sabían que José debía
llegar. No parecía, sin embargo, que tuvieran conocimiento del viaje que debía
hacer María con José a Belén. Creían que María daría a luz en su casa de
Nazaret, pues vi que fueron llevados allí muchos objetos preparados, envueltos
en grandes esteras.
Por la noche llegó José a Nazaret. Hoy he visto a la Virgen con su madre Ana en
la casa de Nazaret, donde José les hizo conocer lo que el ángel le había
ordenado la noche anterior. Ellas volvieron a la casa de Ana, donde las vi hacer
preparativos para un viaje próximo. Ana estaba muy triste. La Virgen sabía de
antemano que el Niño debía nacer en Belén; pero por humildad no había hablado.
Estaba enterada de todo por las profecías sobre el nacimiento del Mesías que
Ella conservaba consigo en Nazaret.
Estos escritos le habían sido entregados y explicados por sus maestras en el
Templo. Leía a menudo estas profecías y rogaba por su realización, invocando
siempre, con ardiente deseo, la venida de ese Mesías. Llamaba bienaventurada a
aquélla que debía dar a luz y deseaba ser tan sólo la última de sus servidoras.
En su humildad no pensaba que ese honor debía tocarle a ella. Sabiendo por los
textos que el Mesías debía nacer en Belén, aceptó con júbilo la voluntad de
Dios, preparándose para un viaje que habría de ser muy penoso para ella, en su
actual estado y en aquella estación, pues el frío suele ser muy intenso en los
valles entre cadenas montañosas.