VIDA DE LA VIRGEN MARÍA XLIII, XLIV, XLV Y XLVI.

XLIII
José y María se refugian en la gruta de Belén
Era bastante tarde cuando José y María llegaron hasta la boca de la gruta. La
borriquilla, que desde la entrada de la Sagrada Familia en la casa paterna de
José había desaparecido corriendo en torno de la ciudad, corrió entonces a su
encuentro y se puso a brincar alegremente cerca de ellos. Viendo esto la Virgen,
dijo a José:
«¿Ves? seguramente es la voluntad de Dios que entremos aquí».
José condujo el asno bajo el alero, delante de la gruta; preparó un asiento para
María, la cual se sentó mientras él hacía un poco de luz y penetraba en la
gruta. La entrada estaba un tanto obstruida por atados de paja y esteras
apoyadas contra las paredes. También dentro de la gruta había diversos objetos
que dificultaban el paso. José la despejó, preparando un sitio cómodo para
María, por el lado del Oriente. Colgó de la pared una lámpara encendida e hizo
entrar a María, la cual se acostó sobre el lecho que José le había preparado con
colchas y envoltorios.

José le pidió humildemente perdón por no haber podido encontrar algo mejor que
este refugio tan impropio; pero María, en su interior, se sentía feliz, llena de
santa alegría. Cuando estuvo instalada María, José salió con una bota de cuero y
fue detrás de la colina, a la pradera, donde corría una fuente y llenándola de
agua volvió a la gruta. Más tarde fue a la ciudad, donde consiguió pequeños
recipientes y un poco de carbón. Como se aproximaba la fiesta del sábado y eran
numerosos los forasteros que habían entrado en la ciudad, se instalaron mesas en
las esquinas de algunas calles con los alimentos más indispensables para la
venta. Creo que había personas que no eran judías. José volvió trayendo carbones
encendidos en una caja enrejada; los puso a la entrada de la gruta y encendió
fuego con un manojito de astillas; preparó la comida, que consistió en
panecillos y frutas cocidas.

Después de haber comido y rezado, José preparó un lecho para María Santísima.
Sobre una capa de juncos tendió una colcha semejante a las que yo había visto en
la casa de Ana y puso otra arrollada por cabecera. Luego metió al asno y lo ató
en un sitio donde no podía incomodar; tapó las aberturas de la bóveda por donde
entraba aire y dispuso en la entrada un lugarcito para su propio descanso.

Cuando empezó el sábado, José se acercó a María, bajo la lámpara, y recitó con
ella las oraciones correspondientes; después salió a la ciudad. María se
envolvió en sus ropas para el descanso. Durante la ausencia de José la vi
rezando de rodillas. Luego se tendió a dormir, echándose de lado. Su cabeza
descansaba sobre un brazo, encima de la almohada. José regresó tarde. Rezó una
vez más y se tendió humildemente en su lecho a la entrada de la gruta.

María pasó la fiesta del sábado rezando en la gruta, meditando con gran
concentración. José salió varias veces: probablemente fue a la sinagoga de
Belén. Los vi comiendo alimentos preparados días antes y rezando juntos. Por la
tarde, cuando los judíos suelen hacer su paseo del sábado, José condujo a María
a la gruta de Maraha, nodriza de Abrahán. Allí se quedó algún tiempo. Esta gruta
era más espaciosa que la del pesebre y José dispuso allí otro asiento. También
estuvo bajo el árbol cercano, orando y meditando, hasta que terminó el sábado.

José la volvió a llevar, porque María le dijo que el nacimiento tendría lugar
aquel mismo día a medianoche, cuando se cumplían los nueve meses transcurridos
desde la salutación del ángel del Señor. María le había pedido que lo tuviera
dispuesto todo, de modo que pudiesen honrar en la mejor forma posible la entrada
al mundo del Niño prometido por Dios y concebido en forma sobrenatural. Pidió
también a José que rezara con ella por las gentes que, a causa de la dureza de
sus corazones, no habían querido darles hospitalidad. José le ofreció traer de
Belén a dos piadosas mujeres, que conocía; pero María le dijo que no tenía
necesidad del socorro de nadie.

En cuanto se puso el sol, antes de terminar el sábado, José volvió a Belén,
donde compró los objetos más necesarios: una escudilla, una mesita baja, frutas
secas y pasas de uva, volviendo con todo esto a la gruta. Fue a la gruta de
Maraha y llevó a María a la gruta del pesebre, donde María se sentó sobre sus
colchas, mientras José preparaba la comida. Comieron y rezaron juntos.

Hizo José una separación entre el lugar para dormir y el resto de la gruta,
ayudándose de unas pértigas de las cuales suspendió algunas esteras que se
encontraban allí. Dio de comer al asno que estaba a la izquierda de la entrada,
atado a la pared. Llenó el comedero del pesebre de cañas y de pasto y musgo y
por encima tendió una colcha. Cuando la Virgen le indicó que se acercaba la
hora, instándole a ponerse en oración, José colgó del techo varias lámparas
encendidas y salió de la gruta, porque había escuchado un ruido a la entrada.
Encontró a la pollina que hasta entonces había estado vagando en libertad por el
valle de los pastores y volvía ahora, saltando y brincando, llena de alegría,
alrededor de José. Este la ató bajo el alero, delante de la gruta y le dio su
forraje.

Cuando volvió a la gruta, antes de entrar, vio a la Virgen rezando de rodillas
sobre su lecho, vuelta de espaldas y mirando al Oriente. Le pareció que toda la
gruta estaba en llamas y que María estaba rodeada de luz sobrenatural. José miró
todo esto como Moisés la zarza ardiendo. Luego, lleno de santo temor, entró en
su celda y se prosternó hasta el suelo en oración.

XLIV
Nacimiento de Jesús
He visto que la luz que envolvía a la Virgen se hacía cada vez más deslumbrante,
de modo que la luz de las lámparas encendidas por José no eran ya visibles.
María, con su amplio vestido desceñido, estaba arrodillada en su lecho, con la
cara vuelta hacia el Oriente. Llegada la medianoche la vi arrebatada en éxtasis,
suspendida en el aire, a cierta altura de la tierra. Tenía las manos cruzadas
sobre el pecho. El resplandor en torno de ella crecía por momentos. Toda la
naturaleza parecía sentir una emoción de júbilo, hasta los seres inanimados. La
roca de que estaban formados el suelo y el atrio, parecía palpitar bajo la luz
intensa que los envolvía. Luego ya no vi más la bóveda.

Una estela luminosa, que aumentaba sin cesar en claridad, iba desde María hasta
lo más alto de los cielos. Allá arriba había un movimiento maravilloso de
glorias celestiales, que se acercaban a la tierra y aparecieron con toda
claridad seis coros de ángeles celestiales. La Virgen Santísima, levantada de la
tierra en medio del éxtasis, oraba y bajaba la mirada sobre su Dios, de quien se
había convertido en Madre. El Verbo Eterno, débil Niño, estaba acostado en el
suelo delante de María.

Vi a nuestro Señor bajo la forma de un pequeño Niño todo luminoso, cuyo brillo
eclipsaba el resplandor circundante, acostado sobre una alfombrita ante las
rodillas de María. Me parecía muy pequeñito y que iba creciendo ante mi mirada;
pero todo esto era la irradiación de una luz tan potente y deslumbradora que no
puedo explicar cómo pude mirarla. La Virgen permaneció algún tiempo en éxtasis;
luego cubrió al Niño con un paño, sin tocarlo y sin tomarlo aún en sus brazos.

Poco tiempo después vi al Niño que se movía y lo oí llorar. En ese momento fue
cuando María pareció volver en sí misma y, tomando al Niño, lo envolvió en el
paño con que lo había cubierto y lo tuvo en sus brazos, estrechándolo contra su
pecho.

Se sentó, ocultándose toda Ella con el Niño bajo su amplio velo y creo que le
dio el pecho. Vi entonces en torno a los ángeles, en forma humana, hincándose
delante del Niño recién nacido, para adorarlo. Cuando habría transcurrido una
hora desde el nacimiento del Niño Jesús, María llamó a José, que estaba aún
orando con el rostro pegado a la tierra. Se acercó, prosternándose, lleno de
júbilo, de humildad y de fervor. Sólo cuando María le pidió que apretara contra
su corazón el Don Sagrado del Altísimo, se
levantó José, recibió al Niño entre sus brazos y derramando lágrimas de pura
alegría, dio gracias a Dios por el Don recibido del cielo.
 
María fajó al Niño: tenía sólo cuatro pañales. Más tarde vi a María y a José
sentados en el suelo, uno junto al otro: no hablaban, parecían absortos en muda
contemplación. Ante María, fajado como un niño común, estaba recostado Jesús
recién nacido, bello y brillante como un relámpago. «¡Ah, -decía yo- este lugar
encierra la salvación del mundo entero y nadie lo sospecha!»

He visto que pusieron al Niño en el pesebre, arreglado por José con pajas,
lindas plantas y una colcha encima. El pesebre estaba sobre la gamella cavada en
la roca, a la derecha de la entrada de la gruta, que se ensanchaba allí hacia el
Mediodía. Cuando hubieron colocado al Niño en el pesebre, permanecieron los dos
a ambos lados, derramando lágrimas de alegría y entonando cánticos de alabanza.
José llevó el asiento y el lecho de reposo de María junto al pesebre. Yo veía a
la Virgen, antes y después del nacimiento de Jesús, arropada en un vestido
blanco, que la envolvía por entero. Pude verla allí durante los primeros días
sentada, arrodillada, de pie, recostada o durmiendo; pero nunca la vi enferma ni
fatigada.

XLV
Señales en la naturaleza. Anuncio a los pastores
He visto en muchos lugares, hasta en los más lejanos, una insólita alegría, un
extraordinario movimiento en esta noche. He visto los corazones de muchos
hombres de buena voluntad reanimados por un ansia, plena de alegría y, en
cambio, los corazones de los perversos llenos de temores. Hasta en los animales
he visto manifestarse alegría en sus movimientos y brincos. Las flores
levantaban sus corolas, las plantas y los árboles tomaban nuevo vigor y verdor y
esparcían sus fragancias y perfumes.

He visto brotar fuentes de agua de la tierra. En el momento mismo del Nacimiento
de Jesús, brotó una fuente abundante en la gruta de la colina del Norte. Cuando
al día siguiente lo notó José, le preparó en seguida un desagüe. El cielo tenía
un color rojo oscuro sobre Belén, mientras se veía un vapor tenue y brillante
sobre la gruta del pesebre, el valle de la gruta de Maraña y el valle de los
pastores.

A legua y media más o menos de la gruta de Belén, en el valle de los pastores,
había una colina donde empezaba una serie de viñedos que se extendía hasta Gaza.
En las faldas de la colina estaban las chozas de tres pastores, jefes de las
familias de los demás pastores de las inmediaciones. A distancia doble de la
gruta del pesebre se encontraba lo que llamaban la torre de los pastores. Era un
gran andamiaje piramidal, hecho de madera, que tenía por base enormes bloques de
la misma roca: estaba rodeado de árboles verdes y se alzaba sobre una colina
aislada en medio de una llanura. Estaba rodeado de escaleras; tenía galerías y
torrecillas, todo cubierto de esteras. Guardaba cierto parecido con las torres
de madera que he visto en el país de los Reyes Magos, desde donde observaban las
estrellas. Desde lejos producía la impresión de un gran barco con muchos
mástiles y velas.

Desde esta torre se gozaba de una espléndida vista de toda la comarca. Se veía
Jerusalén y la montaña de la tentación en el desierto de Jericó. Los pastores
tenían allí a los hombres que vigilaban la marcha de los rebaños y avisaban a
los demás tocando cuernos de caza, si acaso había alguna incursión de ladrones o
gente de guerra. Las familias de los pastores habitaban esos lugares en un radio
de unas dos leguas. Tenían granjas aisladas, con jardines y praderas. Se reunían
junto a la torre, donde guardaban los utensilios que tenían en común. A lo largo
de la colina de la torre, estaban las cabañas, y algo apartado de éstas había un
gran cobertizo con divisiones donde habitaban las mujeres de los pastores
guardianes: allí preparaban la comida.

He visto que en esta noche parte de los rebaños estaban cerca de la torre, parte
en el campo y el resto bajo un cobertizo cerca de la colina de los pastores. Al
nacimiento de Jesucristo vi a estos tres pastores muy impresionados ante el
aspecto de aquella noche tan maravillosa; por eso se quedaron alrededor de sus
cabañas mirando a todos lados. Entonces vieron maravillados la luz
extraordinaria sobre la gruta del pesebre. He visto que se pusieron en agitado
movimiento los pastores que estaban junto a la torre, los cuales subieron a su
mirador dirigiendo la vista hacia la gruta.

Mientras los tres pastores estaban mirando hacia aquel lado del cielo, he visto
descender sobre ellos una nube luminosa, dentro de la cual noté un movimiento a
medida que se acercaba. Primero vi que se dibujaban formas vagas, luego rostros,
finalmente oí cánticos muy armoniosos, muy alegres, cada vez más claros. Como al
principio se asustaran los pastores, apareció un ángel ante ellos, que les dijo:
«No temáis, pues vengo a anunciaros una gran alegría para todo el pueblo de
Israel. Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo, el
Señor. Por señal os doy ésta: encontraréis al Niño envuelto en pañales, echado
en un pesebre».
Mientras el ángel decía estas palabras, el resplandor se hacía cada vez más
intenso a su alrededor. Vi a cinco o siete grandes figuras de ángeles muy bellos
y luminosos. Llevaban en las manos una especie de banderola larga, donde se
veían letras del tamaño de un palmo y oí que alababan a Dios cantando:
«Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra para los hombres de buena
voluntad».
Más tarde tuvieron la misma aparición los pastores que estaban junto a la torre.
Unos ángeles también aparecieron a otro grupo de pastores, cerca de una fuente,
al Este de la torre, a unas tres leguas de Belén. No he visto que los pastores
fueran enseguida a la gruta del pesebre, porque unos se encontraban a legua y
media de distancia y otros a tres; los he visto, en cambio, consultándose unos a
otros acerca de lo que llevarían al recién nacido y preparando los regalos con
toda premura. Llegaron a la gruta del pesebre al rayar el alba.

XLVI
Señales en Jerusalén, en Roma y en otros pueblos
Esta noche vi en el Templo a Noemí, la maestra de María, a la profetisa  Ana y
al anciano Simeón. Vi en Nazaret a Ana y en Juta a Santa Isabel. Todos tenían
visiones y revelaciones del Nacimiento del Salvador. He visto al pequeño Juan
Bautista, cerca de su madre, manifestando una alegría muy grande. Vieron y
reconocieron a María en medio de aquellas visiones, aunque no sabían donde había
tenido lugar el acontecimiento. Isabel tampoco lo sabía. Sólo Ana sabía que
tenía lugar en Belén.

Esta noche vi en el Templo un acontecimiento admirable y extraño: todos los
rollos de escrituras de los saduceos saltaban fuera de los armarios donde
estaban encerrados, dispersándose. Este suceso causó mucho espanto en todos,
pero los saduceos lo atribuyeron a efectos de brujería y repartieron dinero a
los que lo sabían para que mantuvieran el secreto.

He visto muchas cosas en Roma esta noche. Cuando Jesús nació, vi un barrio de la
ciudad, donde vivían muchos judíos: allí brotó una fuente de aceite que causó
maravilla a todos los que la vieron. Una estatua magnífica de Júpiter cayó de su
pedestal en añicos, porque se desplomó la bóveda del templo. Los paganos se
llenaron de terror, hicieron sacrificios y preguntaron a otro ídolo, el de
Venus, creo, qué significaba aquello. El demonio respondió, por medio de la
estatua: «Esto ha sucedido porque una Virgen ha concebido un Hijo sin dejar de
ser virgen; y este Niño acaba de nacer». Este ídolo habló también desde la
fuente de aceite. En el sitio donde brotó la fuente se alzó una iglesia dedicada
a la Virgen María, Madre de Dios. Los sacerdotes paganos estaban consternados y
hacían averiguaciones.

Setenta años antes de estos hechos vivía en Roma una buena y piadosa mujer. No
recuerdo ahora si era judía. Se llamaba algo así como Serena o Cyrena y poseía
algunos bienes de fortuna. Por ese tiempo se había recubierto de oro y piedras
preciosas el ídolo de Júpiter y se le ofrecían sacrificios solemnes. La mujer
tuvo visiones y a consecuencia de ellas hizo varias profecías, diciendo
públicamente a los paganos que no debían rendir honores al ídolo de Júpiter ni
hacerle sacrificios, pues vendría un día en que lo verían caer hecho pedazos.
Los sacerdotes la hicieron comparecer y le preguntaron cuándo habían de suceder
estas cosas. Como no pudo determinar el tiempo, fue encerrada en prisión y
maltratada, hasta que Dios le hizo conocer que ello sucedería cuando una Virgen
purísima diera a luz un Niño. Cuando dio esta respuesta, se burlaron de ella y
la dejaron en libertad, reputándola por loca. Sólo cuando se derrumbó el templo,
haciendo pedazos al ídolo, reconocieron que había dicho la verdad,
maravillándose de la época fijada y del acontecimiento, aunque no sabían que la
Santísima Virgen había sido la Madre, e ignorando el Nacimiento del Salvador.

He visto que los magistrados de Roma se informaron de estos hechos, como de la
fuente que había brotado. Uno de ellos fue un tal Léntulo, abuelo de Moisés,
sacerdote y mártir y de aquel otro Léntulo, que fue amigo de San Pedro en Roma.
Relacionado con el emperador Augusto he visto algo que ahora no recuerdo bien.
Vi al emperador con otras personas sobre una colina de Roma, en uno de cuyos
lados se encontraba el Templo, cuya techumbre se había derrumbado. Por unas
gradas se llegaba hasta la cumbre de la colina donde había una puerta dorada.
Era un lugar donde se ventilaban asuntos de interés.

Cuando el emperador bajó de la colina, vio a la derecha, encima de ella, una
aparición en el cielo. Era una Virgen sobre un arco iris, con un Niño en el
aire, que parecía salir de Ella. Creo que, el emperador fue el único que vio
esta aparición. Para conocer su significado hizo consultar a un oráculo que
había enmudecido, el cual en esa ocasión habló de un Niño recién nacido, a quien
todos debían adorar y rendir homenaje. El emperador hizo erigir un altar en el
sitio de la colina donde había visto la aparición, y después de haber ofrecido
sacrificios, lo dedicó al Primogénito de Dios. He olvidado otros detalles de
este hecho.

He visto en Egipto un hecho que anunció el Nacimiento de Jesucristo. Mucho más
allá de Matarea, de Heliópolis y de Menfis había un gran ídolo que pronunciaba
habitualmente toda clase de oráculos y que de pronto enmudeció. El Faraón mandó
hacer sacrificios en todo el país a fin de saber por qué causa había callado. El
ídolo fue obligado por Dios a responder que guardaba silencio y debía
desaparecer, porque había nacido el Hijo de la Virgen y que en aquel mismo sitio
se levantaría un templo en honor de la Virgen. El Faraón hizo levantar un templo
allí mismo cerca del que había antes en honor del ídolo. No recuerdo todo lo
sucedido; sólo sé que el ídolo fue retirado y que se levantó un templo a la
anunciada Virgen y a su Niño, siendo honrados a la manera de ellos.

Al tiempo del Nacimiento de Jesucristo, vi una maravillosa aparición que se
presentó a los Reyes Magos en su país. Estos Magos eran observadores de los
astros y tenían sobre una montaña una torre en forma de pirámide, donde siempre
se encontraba uno de ellos con los sacerdotes observando el curso de los astros
y las estrellas. Escribían sus observaciones y se las comunicaban unos a otros.
Esta noche creo haber visto a dos de los Reyes Magos sobre la torre piramidal.
El tercero, que habitaba al Este del Mar Caspio, no estaba allí. Observaban una
determinada constelación en la cual veían de cuando en cuando variantes, con
diversas apariciones. Esta noche vi la imagen que se les presentaba. No la
vieron en una estrella, sino en una figura compuesta de varias de ellas, entre
las cuales parecía efectuarse un movimiento.

Vieron un hermoso arco iris sobre la media luna y sobre el arco iris sentada a
la Virgen. Tenía la rodilla izquierda ligeramente levantada y la pierna derecha
más alargada, descansando el pie sobre la media luna. A la izquierda de la
Virgen, encima del arco iris, apareció una cepa de vid y a la derecha, un haz de
espigas de trigo. Delante de la Virgen vi elevarse como un cáliz semejante al de
la Última Cena. Del cáliz vi salir al Niño y por encima de Él, un disco luminoso
parecido a una custodia vacía, de la que partían rayos semejantes a espigas. Por
eso pensé en el Santísimo Sacramento. Del costado derecho del Niño salió una
rama, en cuya extremidad apareció, a semejanza de una flor, una iglesia
octogonal con una gran puerta dorada y dos pequeñas laterales. La Virgen hizo
entrar al cáliz, al Niño y a la Hostia en la Iglesia, cuyo interior pude ver, y
que en aquel momento me pareció muy grande. En el fondo había una manifestación
de la Santísima Trinidad. La iglesia se transformó luego en una ciudad
brillante, que me pareció la Jerusalén celestial.

En este cuadro vi muchas cosas que se sucedían y parecían nacer unas de otras,
mientras yo miraba el interior de la iglesia. Ya no puedo recordar en qué forma
se fueron sucediendo. Tampoco recuerdo de qué manera supieron los Reyes Magos
que Jesús había nacido en Judea. El tercero de los Reyes, que vivía muy
distante, vio la aparición al mismo tiempo que los otros. Los días que
precedieron al Nacimiento de Jesús, los veía sobre su observatorio donde
tuvieron varias visiones. Los Reyes sintieron una alegría muy grande, juntaron
sus dones y regalos y se dispusieron para el viaje. Se encontraron al cabo de
varios días de camino.

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VIDA DE LA VIRGEN MARIA XL, XLI Y XLII.

Belén hoy en día.

XL
Llegada a Belén
Desde el último alojamiento, Belén distaba unas tres leguas. Dieron un rodeo
hacia el Norte de la ciudad acercándose por el Occidente. Se detuvieron debajo
de un árbol, fuera del camino, y María bajó del asno, ordenándose los vestidos.
José se dirigió con María hacia un gran edificio rodeado de construcciones
pequeñas y de patios a pocos minutos de Belén. Había allí muchos árboles.
Numerosas personas habían levantado sus carpas en ese lugar. Ésta era la antigua
casa paterna de la familia de David, que fue propiedad del padre de San José.
Habitaban en ella parientes o gente relacionada con José; pero éstos no lo
quisieron reconocer y lo trataron como a extraño. En esta casa se cobraban
entonces los impuestos para el gobierno romano.

José entró acompañado de María, llevando el asno del cabestro, pues todos debían
darse a conocer cuando llegaban, y allí recibían el permiso para entrar en
Belén. La borriquilla no está junto a ellos: va corriendo alrededor de la
ciudad, hacia el Mediodía, donde hay un vallecito. José ha entrado en el gran
edificio. María se encuentra en compañía de varias mujeres en una casa pequeña
que da al patio. Estas mujeres son bastante benévolas y le dan de comer, pues
cocinan para los soldados de la guarnición. Son soldados romanos; tienen correas
que cuelgan de la cintura. La temperatura no es fría: es agradable; el sol se
muestra por encima de la montaña, entre Jerusalén y Betania. Desde este lugar se
contempla un paisaje muy hermoso.

José se halla en una habitación espaciosa, que no está en el piso bajo. Le
preguntan quién es y consultan grandes rollos escritos, algunos suspendidos de
los muros; los despliegan y leen su genealogía, como también la de María. José
parecía no saber que también María, por Joaquín, descendía en línea directa de
David. El hombre pregunta dónde se halla su mujer.

Hacía unos siete años que no habían regularizado el impuesto para la gente del
país, a causa de cierta confusión y desorden. Este impuesto se halla en vigor
desde hace dos meses: se pagaba en los siete años precedentes, pero sin
regularidad. Ahora es necesario pagarlo dos veces. José ha llegado un poco
retrasado para pagarlo, pero a pesar de ello lo tratan con cortesía. Aún no ha
pagado. Le preguntan cuáles son sus medios de vida; él responde que no posee
bienes raíces, que vivía de su oficio y que además recibía ayuda de su suegra.

Hay en la casa gran cantidad de escribientes y empleados. Arriba están los
romanos y los soldados. Veo fariseos, saduceos, sacerdotes, ancianos, cierto
número de escribas y otros funcionarios romanos y judíos. No hay ningún otro
comité semejante en Jerusalén; pero los hay en otros lugares del país, como
Magdala, cerca del lago de Genesaret, donde acuden a pagar las gentes de Galilea
y de Sidón, según creo. Sólo aquéllos que no tienen bienes raíces, sobre los
cuales recae el impuesto correspondiente, tienen que presentarse en el lugar de
su nacimiento. Este impuesto será dividido dentro de tres meses en tres partes,
cada uno con destino diferente. Una parte es para el emperador Augusto, para
Herodes y para otro príncipe que habita cerca de Egipto. Habiendo participado en
una guerra y teniendo derechos sobre una parte del país, es preciso darle algo.
La segunda parte está destinada a la construcción del Templo: me parece que debe
servir para abonar una deuda contraída. La tercera debiera ser para las viudas y
los pobres, que desde tiempo no reciben nada; pero como casi siempre sucede, aún
en nuestra época, este dinero no llega casi nunca adonde debe llegar. Se dan
estos buenos motivos para exigir el impuesto, pero casi todo queda en manos de
los poderosos.

Cuando estuvo arreglado lo de José, hicieron venir a María ante los escribas,
pero no pidieron papeles. Dijeron a José que no era necesario haber traído a su
mujer consigo. Añadieron algunas bromas a causa de la juventud de María, dejando
al pobre José lleno de confusión.

Cueva de Belén.

XLI
La Sagrada Familia busca refugio
Entraron en Belén por entre escombros, como si hubiese sido una puerta derruida.
Las casas aparecen muy separadas unas de otras. María se quedó tranquila, junto
al asno, al comienzo de una calle, mientras José buscaba inútilmente alojamiento
entre las primeras casas. Había muchos extranjeros y se veían numerosas personas
yendo de un lado a otro. José volvió junto a María, diciéndole que no era
posible encontrar alojamiento; que debían penetrar más adentro de la ciudad.
Caminaban llevando José al asno del cabestro y María iba a su lado.

Cuando llegaron a la entrada de otra calle, María permaneció junto al asno,
mientras José iba de casa en casa; pero no encontró ninguna donde quisieran
recibirlos. Volvió lleno de tristeza al lado de María. Esto se repitió varias
veces y así tuvo María que esperar largo rato. En todas partes decían que el
sitio estaba ya tomado y habiéndolo rechazado en todas partes, José dijo a María
que era necesario ir a otro lado en donde, sin duda, encontrarían lugar.

Retomaron la dirección contraria a la que habían tomado al entrar y se
dirigieron hacia el Mediodía. Siguieron una calleja que más parecía un camino
entre la campiña, pues las casas estaban aisladas, sobre pequeñas colinas. Las
tentativas fueron también allí infructuosas.

Llegados al otro lado de Belén, donde las casas se hallaban aún más dispersas,
encontraron un gran espacio vacío, como un campo desierto en el poblado. En él
había una especie de cobertizo y a poca distancia un árbol grande, parecido al
tilo, de tronco liso, con ramas extendidas, formando techumbre alrededor. José
condujo a María bajo este árbol y le arregló un asiento con los bultos al pie,
para que pudiera descansar, mientras él volvía en busca de mejor asilo en las
casas vecinas. El asno quedó allí con la cabeza pegada al árbol.

María, al principio, permanecía de pie, apoyada al tronco del árbol. Su vestido
de lana blanca, sin cinturón, caíale en pliegues alrededor. Tenía la cabeza
cubierta por un velo blanco. Las personas que pasaban por allí la miraban, sin
saber que su Salvador, su Mesías, estaba tan cerca de ellos. ¡Qué paciente, qué
humilde y qué resignada estaba María! Tuvo que esperar mucho tiempo. Por fin
sentóse sobre las colchas, poniéndose las manos juntas en el pecho, con la
cabeza baja.

José regresó lleno de tristeza, pues no había podido encontrar posada ni
refugio. Los amigos de quienes había hablado a María apenas si lo reconocían.
José lloró y María lo consoló con dulces palabras. Fue una vez más, de casa en
casa, representando el estado de su mujer, para hacer más eficaz la petición;
pero era rechazado precisamente también a causa de eso mismo.

El paraje era solitario. No obstante, algunas personas se habían detenido
mirándola de lejos con curiosidad, como sucede cuando se ve a alguien que
permanece mucho tiempo en el mismo sitio a la caída de la tarde. Creo que
algunos dirigieron la palabra a María, preguntándole quién era.

Al fin volvió José, tan conturbado, que apenas se atrevía a acercarse a María.
Le dijo que había buscado inútilmente; pero que conocía un lugar, fuera de la
ciudad, donde los pastores solían reunirse cuando iban a Belén con sus rebaños:
que allí podrían encontrar siquiera un abrigo. José conocía aquel lugar desde su
juventud. Cuando sus hermanos lo molestaban, se retiraba con frecuencia allí
para rezar fuera del alcance de sus perseguidores. Decía José que si los
pastores volvían, se arreglaría fácilmente con ellos; que venían raramente en
esa época del año. Añadió que cuando Ella estuviera tranquila en aquel lugar, él
volvería a salir en busca de alojamiento más apropiado.

Salieron, pues, de Belén por el Este siguiendo un sendero desierto que torcía a
la izquierda. Era un camino semejante al que anduvieran a lo largo de los muros
desmoronados de los fosos de las fortificaciones derruidas de una pequeña
ciudad: se subía un tanto al principio, luego descendía por la ladera de un
montecillo y los condujo en algunos minutos al Este de Belén, delante del sitio
que buscaban, cerca de una colina o antigua muralla que tenía delante algunos
árboles: terebintos o cedros de hojas verdes; otros tenían hojas pequeñas como
las del boj.

Cueva utilizada para el ganado hoy en día en España.

 

XLII
Descripción de la gruta de Belén
En la extremidad Sur de la colina, alrededor de la cual torcía el camino que
lleva al valle de los pastores, estaba la gruta en la cual José buscó refugio
para María. Había allí otras grutas abiertas en la misma roca. La entrada estaba
al Oeste y un estrecho pasadizo conducía a una habitación redondeada por un
lado, triangular por otro, en la parte Este de la colina.

La gruta era natural; pero por el lado del Mediodía, frente al camino que
llevaba al valle de los pastores, se habían hecho algunos arreglos consistentes
en trabajos toscos de mampostería. Por el lado que miraba al Mediodía había otra
entrada que, generalmente estaba tapiada. José volvió a abrirla para mayor
comodidad.

Saliendo por allí hacia la izquierda, había otra abertura más amplia, que
llevaba a una cueva estrecha e incómoda a mayor profundidad, que terminaba
debajo de la gruta del pesebre.

 La entrada común a la gruta del pesebre miraba hacia el Oeste. Desde el lugar
se podían ver los techos de algunas casitas de Belén. Saliendo de allí y
torciendo a la derecha, se llegaba a una gruta más profunda y oscura, en la cual
hubo de ocultarse María alguna vez.

Delante de la entrada, al Oeste, había un techito de juncos apoyado sobre
estacas, que se extendía al Mediodía y cubría la entrada de ese lado, de modo
que se podía estar a la sombra delante de la gruta. En la parte Meridional tenía
la gruta tres aberturas, con rejas por arriba, por donde entraba aire y luz. Una
abertura semejante había en la bóveda de la misma roca: estaba cubierta de
césped y era la extremidad de la altura sobre la cual estaba edificada la ciudad
de Belén.

Pasando del corredor, que era más alto, a la gruta, formada por la misma
naturaleza, había que descender más. El suelo en torno de la gruta se alzaba, de
modo que la gruta misma estaba rodeada de un banco de piedra de variable
anchura. Las paredes de la gruta, aunque no completamente lisas, eran bastantes
uniformes y limpias, hasta agradables a la vista.

Al Norte del corredor había una entrada a otra gruta lateral más pequeña.
Pasando delante de esta entrada, se hallaba el sitio donde José solía encender
fuego; luego la pared daba vuelta al Nordeste en la otra gruta, más amplia,
situada a mayor altura. Allí he visto más tarde el asno de José. Detrás de este
sitio había un rincón bastante grande, donde cabía el asno con suficiente
forraje.

En la parte Este de esta gruta, frente a la entrada, fue donde se encontraba la
Virgen Santísima cuando nació de Ella la Luz del mundo. En la parte que se
extiende al Mediodía estaba colocado el pesebre donde fue adorado el Niño Jesús.
El pesebre no era sino una gamella excavada en la piedra misma, destinada a dar
de beber a los animales. Encima tenía un comedero, con ancha abertura, hecho de
enrejado de maderas y alzado sobre cuatro patas, de modo que los animales podían
alcanzar cómodamente el heno o el pasto colocado allí. Para beber no tenían más
que agachar la cabeza al bebedero de piedra que estaba debajo.

Delante del pesebre, hacia el Este de esta parte de la gruta, estaba sentada la
Virgen con el Niño Jesús cuando vinieron los tres Reyes a ofrecerle sus dones.
Saliendo del pesebre y dando vuelta al Oeste en el corredor delante de la gruta,
se pasaba por frente a la entrada Meridional antedicha y se llegaba a un sitio
donde hizo José más tarde su habitación, separándola del resto mediante tabiques
de zarzos. En ese lado había una cavidad donde él depositaba varios objetos.

Afuera, en la parte Meridional de la gruta, pasaba el camino que conducía al
valle de los pastores. Diseminadas por las colinas, veíanse casitas y en el
llano, cobertizos con techos de cañas, sostenidos por estacas. Delante de la
gruta la colina bajaba a un valle sin salida, cerrado por el Norte, ancho de más
o menos medio cuarto de legua. Había allí zarzales, árboles y jardines.
Atravesando una hermosa pradera, donde había una fuente y pasando bajo los
árboles alineados con simetría, se llegaba al Este del valle, en el cual se
encontraba una colina prominente y en ella la gruta de la tumba de Maraha, la
nodriza de Abrahán. Se llama también la Gruta de la leche. La Virgen Santísima
se refugió allí con el Niño Jesús repetidas veces. Sobre esta gruta había un
gran árbol, alrededor del cual veíanse algunos asientos. Desde aquí se podía
contemplar Belén mejor que desde la entrada de la gruta del pesebre.

He sabido muchas cosas de la gruta del pesebre, sucedidas en los antiguos
tiempos. Recuerdo, entre otras, que Set, el niño de la promesa, fue concebido y
dado a luz en esta gruta por Eva, después de un período de penitencia de siete
años. Fue allí donde un ángel le dijo a Eva que Dios le daba a Set en lugar de
Abel. Aquí en la gruta de Maraha, fue escondido y alimentado Set, pues sus
hermanos querían quitarle la vida, como los hijos de Jacob lo intentaron con
José.

En una época muy lejana, donde he visto que los hombres vivían en grutas, pude
verlos a menudo haciendo excavaciones en la piedra para poder habitar y dormir
cómodamente en ellas con sus hijos, sobre pieles de animales o sobre colchones
de hierbas. La excavación hecha debajo de la gruta del pesebre, puede haber
servido de lecho a Set y a los habitantes posteriores. No tengo ya certeza de
estas cosas.

Recuerdo también haber visto en mis visiones sobre la predicación de Jesús, que
el 6 de Octubre el Señor, después de su bautismo, celebró la festividad del
sábado en la gruta del pesebre, que los pastores habían transformado en
oratorio.
 
Abrahán tenía una nodriza llamada Maraha, muy honrada por él y que llegó a edad
muy avanzada. Esta nodriza seguía a Abrahán en todas partes montada en un
camello y vivó a su lado, en Sucot, mucho tiempo. En sus últimos tiempos lo
siguió también al valle de los pastores, donde Abrahán había alzado sus carpas
en los alrededores de la gruta. Habiendo pasado los cien años y viendo llegar su
última hora pidió a Abrahán que la enterrara en esa gruta, acerca de la cual
hizo algunas predicciones y a la que llamó Gruta de la leche o Gruta de la
nodriza. Aconteció en ella un hecho milagroso, que he olvidado, y brotó allí una
fuente del suelo. La gruta era entonces un corredor estrecho y alto, abierto en
una piedra blanca, no muy dura. De un lado había una capa de esta materia que no
alcanzaba hasta la bóveda. Trepando sobre esta capa de materia se podía llegar
hasta la entrada de otra gruta más alta. La gruta fue ensanchada más tarde,
puesto que Abrahán hizo excavar su parte lateral para la tumba de Maraha. Sobre
un gran bloque de piedra había una especie de gamella, también de piedra,
sostenida por patas cortas y gruesas. Quedé muy asombrada al no ver nada de esto
en tiempos de Jesucristo.

Esta gruta de la tumba de la nodriza tenía una relación profética con la Madre
del Salvador, al alimentar allí oculto a su Hijo, al cual perseguían; pues en la
historia de la juventud de Abrahán se halla también una persecución figurativa
de ésta, y su nodriza le salvó la vida ocultándolo en la gruta. Esta gruta era
desde tiempos de Abrahán lugar de devoción, sobre todo para las madres y
nodrizas: en esto había algo de profético, pues en la nodriza de Abrahán se
veneraba, de modo figurado, a la Santísima Virgen; lo mismo como Elías la había
visto en aquella nube que traía la lluvia y le había dedicado un oratorio en el
monte Carmelo.

Maraha había cooperado en cierta manera al advenimiento del Mesías, habiendo
alimentado con su leche a un antepasado de María. No puedo expresar esto bien;
pero todo era como un pozo profundo que iba hasta la fuente de la vida universal
y del que siempre se sirvieron, hasta que María surgió como única fuente de agua
limpia e inmaculada.

El árbol que extendía su sombra sobre la gruta, desde lejos parecía un gran
tilo; era ancho por abajo y terminaba en punta: era un terebinto. Abrahán se
encontró con Melquisedec debajo de este árbol, no recuerdo ahora en qué ocasión.
Este coposo árbol tenía algo de sagrado para los pastores y las gentes de los
alrededores: les gustaba descansar bajo su sombra y orar. No recuerdo bien su
historia, pero creo que el mismo Abrahán lo plantó. Junto a él había una fuente
donde los pastores iban por agua en ciertas ocasiones y le atribuían virtudes
singulares. A ambos lados del árbol habían levantado cabañas abiertas para
descansar y todo esto estaba rodeado de un cerco protector. Más tarde he visto
que Santa Elena hizo construir allí una iglesia, donde se celebró la santa Misa.

VIDA DE LA VIRGEN MARIA XXXVII, XXXVIII Y XXXIX


XXXVII
La festividad del Sábado
José preparó su lámpara y se puso a orar en compañía de la Virgen Santísima,
guardando la observancia del sábado con piedad conmovedora. Comieron alguna cosa
y descansaron sobre esteras extendidas en el suelo. Vi a la Sagrada Familia
permanecer allí todo el día. María y José oraban juntos. He visto a la mujer del
dueño de la posada pasar el día al lado de María con sus tres hijos. Allegóse
también aquella mujer que los había hospedado la víspera, con dos de sus hijos.
Se sentaron al lado de María amigablemente, quedando muy impresionados por la
modestia y la sabiduría de la Virgen, que conversó también con los niños,
dándoles algunas útiles instrucciones. Los niños tenían pequeños rollos de
pergamino. María les hizo leer y les habló de modo tan amable que las criaturas
no apartaban la vista ni un instante de Ella. Era algo muy conmovedor ver esta
atención de los niños y escuchar las enseñanzas de María.

Al caer la tarde vi a José paseando con el dueño de la posada por los
alrededores, mirando los campos y los jardines y tratándose familiarmente. Así
veo a las personas piadosas del país en el día festivo del sábado. Los santos
viajeros quedaron en ese lugar la noche siguiente. Los buenos esposos de la
posada se encariñaron sumamente con María y le pidieron que se quedara con ellos
hasta el nacimiento del Niño. Le mostraron una habitación muy cómoda, y la mujer
se ofreció a servirles de todo corazón y con amable insistencia; pero los
viajeros reanudaron su viaje por la mañana muy temprano y descendieron por el
Suroeste de la montaña, hacia un hermoso valle. Se alejaron aún más de Samaria.
Mientras iban descendiendo se podía ver el templo del monte Garizim, pues se lo
ve desde muy lejos. Sobre el techo hay figuras de leones o de otros animales
semejantes, que brillan a los rayos del sol.

Hoy los he visto hacer unas seis leguas de camino. Al atardecer se encontraban
en una llanura a una legua al Sureste de Siquem. Entraron en una casa de
pastores bastante grande donde fueron recibidos bien. El dueño de casa estaba
encargado de cuidar los campos y jardines, propiedad de una vecina ciudad. La
casa no estaba en la llanura sino sobre una pendiente. Todo era fértil en esta
comarca y en mejores condiciones que el país recorrido anteriormente; pues aquí
se estaba de cara al sol, lo que en la Tierra Prometida es causa de una
diferencia notable en esta época del año.

Desde este lugar hasta Belén se encuentran muchas de estas viviendas pastoriles
diseminadas en los valles. Algunas hijas de pastores, que vivían en estos
lugares, se casaron más tarde con servidores que habían venido con los Reyes
Magos, y se quedaron en la comarca. De uno de estos matrimonios era un niño
curado por Nuestro Señor, en esta misma casa, a instancias de María, el 31 de
Julio de su segundo año de predicación, después de su diálogo con la Samaritana.
Jesús eligió luego a este joven y a otros dos para acompañarlo durante el viaje
que hizo por Arabia después de la muerte de Lázaro. Este joven fue más tarde
discípulo del Señor. He visto que Jesús se detuvo aquí con frecuencia para
predicar y enseñar. Ahora José bendice a algunos niños que encontró en la casa.

XXXVIII
Los viajeros son rechazados en varias casas
Hoy los he visto seguir un sendero más uniforme. La Virgen desmontaba a ratos,
siguiendo a pie algunos trechos. A menudo se detenían en lugares apropiados para
tomar alimento. Llevaban panecillos y una bebida que refresca y fortalece, en
recipientes muy elegantes, con dos asas que parecían de bronce por el brillo.
Esta bebida era el bálsamo que tomaban mezclado con agua. Recogían bayas y
frutas de los árboles y arbustos en los lugares más expuestos al sol. La montura
de María tenía a derecha e izquierda unos rebordes sobre los cuales apoyaba los
pies: de esa manera no quedaban en el aire, como veo a la gente de nuestro país.
Los movimientos de María eran siempre sosegados, singularmente modestos. Se
sentaba alternativamente a derecha e izquierda.

 La primera diligencia de José, cuando llegaban a un lugar, era buscar un sitio
donde María pudiese sentarse y descansar cómodamente. Ambos se lavaban con
frecuencia los pies. Era de noche cuando llegaron a una casa aislada. José llamó
y pidió hospitalidad; pero el dueño de casa no quiso abrir. José le explicó la
situación de María, diciendo que no estaba en condición de seguir su camino y
agregando que no pedía hospedaje gratis. Todo fue inútil: aquel hombre duro y
grosero respondió que su casa no era una posada, que lo dejaran tranquilo, que
no golpeasen a la puerta. Ni siquiera abrió la puerta para hablar, sino que dio
su respuesta desde el interior.

Los viajeros continuaron su camino, y al poco tiempo entraron en un cobertizo
cerca del cual habían visto detenerse a la borriquilla. El refugio estaba sobre
un terreno llano. José encendió luz y preparó un lecho para María, que lo
ayudaba en todo esto. Metió al asno y le dio forraje. Rezaron, comieron y
durmieron algunas horas. Desde la última posada hasta aquí habría unas seis
leguas. Se hallaban ahora a unas veintiséis de Nazaret y a unas diez de
Jerusalén. Hasta aquel camino no habían seguido el sendero principal, sino
atravesando otros de comunicación que iban del Jordán a Samaria, tocando las
grandes rutas que llevan de Siria a Egipto. Los atajos eran muy angostos y en
las montañas se hallaban a menudo tan apretados que les era necesario tomar
muchas precauciones para poder andar sin tropezar ni caerse. Los asnos avanzaban
con paso muy seguro.

Antes de aclarar el día partieron y tomaron un camino que volvía a subir. Me
parece que llegaron a la ruta que lleva de Gábara hasta Jerusalén, que en este
lugar era el límite entre Samaria y Judea. En otra casa donde pidieron
hospitalidad fueron igualmente rechazados groseramente.

A varias leguas al Nordeste de Betania, María se sintió muy fatigada y deseó
descansar y tomar alimento. José se desvió una legua de camino en busca de una
higuera grande que solía estar cargada de higos, en torno de la cual había
asientos para descansar a su sombra. José conoció el lugar en uno de sus
anteriores viajes. Al llegar a la higuera no encontró en ella ni una fruta, lo
cual lo entristeció mucho. Recuerdo vagamente que Jesús halló más tarde esta
higuera cubierta de hojas verdes, pero sin frutos. Creo que el Señor la maldijo
en la ocasión que había salido de Jerusalén, y el árbol se secó por completo.

Más tarde se acercaron a una casa cuyo dueño trató asperamente a José, que le
había pedido humildemente hospitalidad. Miró luego a la Santísima Virgen, a la
luz de una linterna y se burló de José porque llevaba una mujer tan joven. En
cambio la dueña de casa se acercó y se compadeció de María: le ofreció una
habitación en un edificio vecino y les llevó panecillos para su alimento. El
marido se arrepintió de haber sido descomedido y se mostró luego más servicial
con los santos viajeros.

Más tarde llegaron a otra casa habitada por una pareja joven. Aunque fueron
recibidos, no lo hicieron con cortesía y casi ni se ocuparon de ellos. Estas
personas no eran pastores sencillos, sino como campesinos ricos, gente ocupada
en negocios. Jesús visitó una de estas casas, después de su bautismo. La
habitación donde la Sagrada Familia había pasado la noche, la habían convertido
en oratorio. No recuerdo si era propiamente la casa aquélla cuyo dueño se burló
de José. Recuerdo vagamente que el arreglo lo hicieron después de los milagros
que sucedieron al Nacimiento de Jesús.

XXXIX
Últimas etapas del camino
En las últimas etapas José se detuvo varias veces, pues María estaba cada vez
más fatigada. Siguiendo el camino indicado por la borriquilla, hicieron un rodeo
de un día y medio al Este de Jerusalén. El padre de José había poseído algunos
pastizales en aquella comarca, y él conocía bien la región. Si hubieran seguido
atravesando directamente el desierto que se halla al Mediodía, detrás de
Betania, hubieran podido llegar a Belén en seis horas; pero el camino era
montañoso y muy incómodo en esta estación.

Siguieron a la borriquilla a lo largo de los valles y se acercaron algo al
Jordán. Hoy vi a los santos caminantes que entraban en pleno día en una casa
grande de pastores. Está a tres leguas de un lugar donde Juan bautizaba más
tarde en el Jordán y a siete de Belén. Es la misma casa donde Jesús, treinta
años más tarde, estuvo la noche del 11 de Octubre, víspera del día en que por
primera vez, después de su bautismo, pasó delante de Juan Bautista.

Junto a la casa, y un tanto apartada de ella, había una granja donde guardaban
los instrumentos de labranza y los que usaban los pastores. El patio tenía una
fuente rodeada de baños que recibían las aguas de aquélla mediante conductos
especiales. El dueño parecía tener extensas propiedades y allí mismo tenía un
tráfico considerable. He visto que iban y venían varios servidores que comían en
aquella finca.

El dueño recibió a los viajeros muy amigablemente, se mostró muy servicial y los
condujo a una cómoda habitación, mientras algunos servidores se ocuparon del
asno. Un criado lavó en una fuente los pies de José y le dio otras ropas
mientras limpiaba las suyas cubiertas de polvo. Una mujer rindió los mismos
servicios a María. En esta casa tomaron alimento y durmieron.

La dueña de casa tenía un carácter bastante raro: se había encerrado en su casa
y a hurtadillas observaba a María, y como era joven y vanidosa, la belleza
admirable de la Virgen la había llenado de disgusto. Temía también que María se
dirigiera a ella para pedirle que le permitiese quedarse hasta dar a luz a su
Niño. Tuvo la descortesía de no presentarse siquiera y buscó medios para que los
viajeros partieran al día siguiente. Esta es la mujer que encontró Jesús allí,
treinta años más tarde, ciega y encorvada, y que sanó y curó después de hacerle
advertencias sobre su poca caridad y su vanidad de un tiempo.

He visto algunos niños. La Santa Familia pasó la noche en este lugar.

Hoy al medio día vi a la Sagrada Familia abandonar la finca donde se habían
alojado. Algunos de la casa los acompañaron cierta distancia. Después de unas,
dos leguas de camino, llegaron al anochecer a un lugar atravesado por un gran
sendero, a cuyos lados se levantaba una fila de casas con patios y jardines.
José tenía allí parientes. Me parece que eran los hijos del segundo matrimonio
de su padrastro o madrastra. La casa era de muy buena apariencia; sin embargo,
atravesaron este lugar sin detenerse.

A media legua dieron vuelta a la derecha, en dirección de Jerusalén, y arribaron
a una posada grande en cuyo patio había una fuente con cañerías de agua.
Encontraron reunidas a muchas gentes que celebraban un funeral. El interior de
la casa, en cuyo centro estaba el hogar con una abertura para el humo, había
sido transformado en una amplia habitación, suprimiendo los tabiques movibles
que separaban ordinariamente las diversas piezas. Detrás del hogar había
colgaduras negras y frente a él algo así como un ataúd cubierto de paño negro.
Varios hombres rezaban. Tenían largas vestimentas de color negro y encima otros
vestidos blancos más cortos. Algunos llevaban una especie de manípulo negro, con
flecos, colgado del brazo. En otra habitación estaban las mujeres completamente
envueltas en sus vestiduras, llorando, sentadas sobre cofres muy bajos.

Los dueños de casa, ocupados en la ceremonia fúnebre, se contentaron con
hacerles señas de que entrasen; pero los servidores los recibieron muy
cortésmente y se ocuparon de ellos. Les prepararon un alojamiento aparte con
esteras suspendidas, que le daba aspecto de carpa. Más tarde he visto a los
dueños de casa visitando a la Sagrada Familia, en amigable conversación con
ellos. Ya no llevaban las vestiduras blancas. José y María tomaron alimento,
rezaron juntos y se entregaron al descanso.

Hoy a mediodía, María y José se pusieron en camino hacia Belén de donde se
hallaban sólo a unas tres leguas. La dueña de casa insistía en que se quedaran,
pareciéndole que María daría a luz de un momento a otro. María, bajándose el
velo, respondió que debía esperar treinta y seis horas aún. Hasta me parece que
haya dicho treinta y ocho. Aquella mujer los hubiera hospedado con gusto, no en
su casa, sino en otro edificio cercano. En el momento de la partida vi que José,
hablando de sus asnos con el dueño de la casa, elogiaba los animales de éste, y
dijo que llevaba la borriquilla para empeñarla en caso de necesidad. Los
huéspedes hablaron de lo difícil que sería para ellos encontrar alojamiento en
Belén, y José dijo que tenía varios amigos allá y que estaba seguro de ser bien
recibido. A mí me apenaba oírle hablar con tanta convicción de la buena acogida
que le harían. Aún habló de esto mismo con María en el camino. Vemos, pues, que
hasta los santos pueden estar en error.

SOBRE LA MISA…

Es un tema que por viejo y manido no deja de doler a quienes comprendemos la Santa Misa como el acontecimiento más importante para la vida del cristiano. La retahíla consiste más o menos en afirmar que los que van a Misa son los peores, que la Misa es un rollo, que se trata de un mero acto social de viejos y viejas, etc… ¿Cuántas veces hemos oído cosas como esta? y lo peor es que ese mensaje parece ir calando pues yo me encuentro a mucha gente que va abandonando la asistencia a Misa y dicen cosas como «yo hablo directamente con Dios», «me confieso con Dios», «lo que hay que hacer es ser bueno y no darse tantos golpes de pecho»… Nos va entrando por los poros ese relativismo moral que disuelve poco a poco la clara y diáfana doctrina cristiana y que acaba convertida en nuestras mentes en cuatro frases hechas que valen para justificar toda nuestra flojedad. Os paso un enlace, os aseguro que si leéis sin prejuicios este texto vuestra próxima Misa la váis a vivir de una forma muy distinta.

http://www.reinadelcielo.org/estructura.asp?intSec=5&intId=7

Recibid un afectuoso saludo de Juanjo Romero.

VIDA DE LA VIRGEN MARIA XXXVI

XXXVI
Partida de María y de José hacia Belén
Esta noche vi a José y a María, acompañados de Ana, María de Cleofás y algunos
servidores, salir de la casa de Ana para su viaje. María iba sentada sobre la
albarda del asno, cargado además con el equipaje, José lo conducía. Había otro
asno sobre el cual debía regresar Ana. Esta mañana he visto a los santos
viajeros a unas seis leguas de Nazaret, llegando a la llanura de Kimki, que era
el lugar donde el ángel se le había aparecido a José dos días antes. Ana poseía
un campo en aquel lugar y los servidores debían tomar allí la burra de un año
que José quería llevar, la cual corría y saltaba delante o al lado de los
viajeros.

Ana y María de Cleofás se despidieron y regresaron con sus servidores. Vi a la
Sagrada Familia caminando por un sendero que subía a la cima de Gelboé. No
pasaban por los poblados, y seguían a la pollina, que tomaba caminos de atajo.
Pude verlos en una propiedad de Lázaro, a poca distancia de la ciudad de Ginim,
por el lado de Samaria. El cuidador los recibió amistosamente, pues los había
conocido en un viaje anterior. Su familia estaba relacionada con la de Lázaro.

Veo allí muchos hermosos jardines y avenidas. La casa está sobre una altura;
desde la terraza se alcanza a contemplar una gran extensión de la comarca.
Lázaro heredó de su padre esta propiedad. He visto que Nuestro Señor se detuvo
con frecuencia durante su vida pública en este lugar y enseñó en los
alrededores. El cuidador y su mujer trataron muy amistosamente a María. Se
admiraron que hubiese emprendido semejante viaje en el estado en que se
encontraba, dado que hubiera podido quedarse tranquilamente en casa de Ana.

He visto a la Sagrada Familia a varias leguas del sitio anterior, caminando en
medio de la noche hacia una montaña a lo largo de un valle muy frío, donde había
caído escarcha. La Virgen María, que sufría mucho el frío, dijo a José: «Es
necesario detenernos aquí, pues no puedo seguir». No bien dijo estas palabras se
detuvo la borriquilla debajo de un gran árbol de terebinto, junto al cual había
una fuente. Se detuvieron y José preparó con las colchas un asiento para la
Virgen, a la cual ayudó a desmontar del asno. María sentóse debajo del árbol y
José colgó del árbol su linterna. A menudo he visto hacer lo mismo a las
personas que viajan por estos lugares. La Virgen pidió a Dios ayuda contra el
frío. Sintió entonces un alivio tan grande y una corriente de calor tal, que
tendió sus manos a José para que él pudiera calentar un tanto sus manos
ateridas. Comieron algunos panecillos y frutas, y bebieron agua de la fuente
vecina, mezclándola con gotas del bálsamo que José llevaba en su cántaro.

José consoló y alegró a María. Era muy bueno y sufría mucho en ese viaje tan
penoso para Ella. Habló del buen alojamiento que pensaba conseguir en Belén.
Conocía una casa cuyos dueños eran gente buena y pensaba hospedarse allí con
ciertas comodidades. Mientras iban de camino, hacía el elogio de Belén,
recordando a María todas las cosas que podían consolarla y alegrarla. Esto me
causaba lástima, pues yo sabía todo lo que sufriría: todo iba a acontecer de
diferente manera.

A esta altura habían pasado ya dos pequeños arroyos, uno a través de un alto
puente, mientras los dos asnos lo cruzaban a nado. La borriquilla que iba en
libertad, tenía curiosas actitudes. Cuando el camino era recto y bien trazado,
sin peligros para perderse, como entre dos montañas, corría delante o detrás de
los viajeros. Cuando el camino se dividía, aguardaba y tomaba el sendero recto.
Cuando debían detenerse, se paraba como lo hizo bajo el terebinto.

No sé si pasaron la noche bajo este árbol o buscaron otro hospedaje. Este viejo
terebinto era un árbol sagrado, que había formado parte del bosque de Moré,
cerca de Siquem. Abrahán, viniendo de Canaán, había visto aparecer allí al
Señor, el cual le había prometido aquella tierra para su posteridad, y el
Patriarca alzó un altar debajo del terebinto. Jacob, antes de ir a Betel para
ofrecer sacrificio al Señor, había enterrado bajo el árbol los ídolos de Labán y
las joyas de su familia. Josué había levantado allí el tabernáculo donde se
hallaba el Arca de la Alianza, y, reunida la población, le había exigido
renunciar a los ídolos. En este mismo sitio Abimelec, hijo de Gedeón, fue
proclamado rey por los siquemitas.

Hoy vi a la Sagrada Familia llegar a una granja, a dos leguas al Sur del
terebinto. La dueña de la finca estaba ausente y el hombre no quiso recibir a
José, diciéndole que bien podía ir más lejos. Un poco más adelante vieron que la
borriquilla entraba en una cabaña de pastores, y entraron ellos también. Los
pastores que se hallaban allí, vaciando la cabaña, los recibieron con
benevolencia: les dieron paja y haces de junco y ramas para que encendieran
fuego.

Los pastores fueron después a la finca donde había sido rechazada la Sagrada
Familia, e hicieron el elogio de José y de la belleza y santidad de María, ante
la señora de la casa, la cual reprochó a su marido por haber rechazado a
personas tan buenas. Luego vi a esta mujer ir adonde estaba María; pero no se
atrevió a entrar por timidez y volvió a su casa a buscar alimentos.

 La cabaña estaba en el flanco Oeste de una montaña, más o menos entre Samaria y
Tebez. Al Este, más allá del Jordán, está Sucot. Ainón se encuentra un poco más
al Mediodía, al otro lado del río. Salim está más cerca. Desde allí habría unas
doce leguas hasta Nazaret.

La mujer volvió en compañía de dos niños a visitar a la Sagrada Familia,
trayendo provisiones. Disculpóse afablemente y se mostró muy conmovida por la
difícil situación de los caminantes. Después que éstos hubieron comido y
descansado, presentóse el marido de aquella mujer y pidió perdón a San José por
haberlo rechazado. Le aconsejó que subiera una legua más por la cima de la
montaña, que allí encontraría un buen refugio antes de comenzar las fiestas del
sábado, donde podría pasar el día del reposo festivo.

Se pusieron en camino y después de haber andado una legua llegaron a una posada
de varios edificios, rodeados de árboles y jardines. Vi algunos arbustos que dan
el bálsamo, plantados a espaldera. La posada estaba en la parte Norte de la
montaña. La Virgen Santísima había desmontado y José llevaba el asno. Se
acercaron a la casa y José pidió alojamiento; pero el dueño se disculpó,
diciendo que estaba lleno de viajeros. Llegó en esto su mujer, y al pedirle la
Virgen alojamiento con la más conmovedora humildad, aquélla sintió una profunda
emoción. El dueño no pudo resistir y les arregló un refugio cómodo en el granero
cercano y llevó el asno a la cuadra. La borriquilla corría libre por los
alrededores. Siempre estaba lejos de ellos cuando no tenía que señalar camino.

LA PROFECÍA. Leopoldo Abadía

Me llaman de una radio de Valencia. Los muy traidores me ponen un corte de una profecía que hice hace un año, en la que, por casualidad, acerté, y me dicen que profetice lo que va a suceder en 2010.

 Yo, hace muy poco, era un señor normal. Luego, me convertí en famosete, luego en gurú y después, en profeta. Pocos españoles tendrán un curriculum semejante.

 Y como los de la radio de Valencia me caen muy bien, me lanzo a profetizar, con una imprudencia digna de mejor causa.

Empiezo hablando de la crisis. Me parece que ya os he contado alguna vez que, en una conferencia, me preguntaron si ésta era una crisis en V. Yo no sabía lo que era una crisis en V. Menos mal que el que me hacía la pregunta me dijo que la V significaba hundimiento y recuperación.

Sigo hablando de que la crisis no es en V, sino en L (hundimiento, tramo largo largo horizontal, recuperación en plano inclinado.) Esta forma de crisis la inventé yo, en un programa de televisión, sin saber que ya estaba inventada hace muchos años. Cosas de la ignorancia.

Hablo del tramo largo en el que nos encontramos y en el que creo que nos encontraremos durante un período muy largo. Me piden fechas. Los profetas no daban fechas. Decían que pasarían unas cosas en el futuro, y ahí se quedaban. Para ellos, cien años más, cien años menos, no tenían ninguna importancia.

Digo que antes decía que me llamasen el 1 de enero de 2010. Ahora digo que me llamen el 30 de junio, pero estoy a punto de cambiar al 31 de Diciembre de 2010, porque creo que esto no arrancará antes.

Me preguntan si hemos tocado fondo. Digo que creo que no, porque el número de parados sigue siendo muy serio. Quiero esperar al 24 de Enero y al 24 de Abril, para ver qué cifras me da el Instituto Nacional de Estadística, en la Encuesta de Población Activa, que es la que a mí me gusta.

Me preguntan si las entidades financieras se portarán mejor. Y contesto que Dios lo quiera, pero que no lo sé.

Me hablan de Estados Unidos, que dicen que ha salido de la recesión. Contesto que mientras no salgan del paro, no me lo creo.

Y, al cabo de dos días, dice Obama que lo que le preocupa es el paro. ¡Esto de ser profeta es sencillísimo!

Obama propone una serie de medidas y oigo en algún medio de comunicación que también le va a poner el adjetivo “sostenible” a lo que él propone. Tenemos un Presidente de Gobierno que no nos lo merecemos. ¡Hasta Obama le copia! Este hombre de la Moncloa es un crack.

Me dicen que a ver si Francia y Alemania empiezan a funcionar, que así nos arrastrarán, hacia delante, claro. Pues que nos arrastren. Lo que pasa es que Trichet, Presidente del Banco Central Europeo, dice que, entonces, subirán los intereses, y con lo que debemos y con lo entusiasmados que estamos con lo que debemos, igual seguiremos endeudándonos. Anteayer decía Expansión que las Comunidades Autónomas, en el año 2010 van a emitir deuda, o sea, a pedir dinero por ahí, por una cantidad ridícula, 32.000 millones de euros (los mayores, no intentéis traducirlo a pesetas, porque os puede dar algo). Supongo que alguna vez habrá que devolver esta cantidad -y otras- y que -sigo suponiendo- hasta nos cobrarán intereses por ella. Y como esos intereses suban, igual a estos chicos les da por seguir subiendo los impuestos, por aquello de intentar igualar lo que sale con lo que entra.

Me dicen que qué opino del cambio climático. Yo, ahora, tengo frío (estamos en Diciembre). El otro día, en Buenos Aires, notaba que iba llegando el verano (allí es el equivalente a Junio). Van a estar hablando en Copenhague durante 15 días de este tema. Supongo que allí irá nuestro Presidente y alguien más, como la Vicepresidenta de la Vega, que cada vez me cae mejor por la cantidad de cosas que hace. Me dijeron que había adelgazado últimamente. No me extraña. Pobre señora. Por eso se viste un poco llamativa; para disimular los malos ratos que le hacen pasar unos y otros.

Digo que me preocupa que lo del cambio climático le vuelva a distraer a nuestro Presidente. Es como cuando pienso en uno de mis nietos que es muy listo – como lo son todos mis nietos -(¡qué voy a decir yo!), pero que tiene un problema de fijación. Es eso que nos pasa a muchos. Que vas a hacer una cosa y, por el camino, recoges un papel y lo tiras a la papelera del despacho. Allí encuentras la agenda, que no sabías dónde estaba. La miras y te das cuenta de que hoy es el santo de un amigo. Le llamas y os reís un rato. Sales y te tropiezas con el periódico que acaba de llegar. Le echas una ojeada rápida. Y en ese momento, dices: “Yo, ¿qué tenía que hacer?”

 

Me da miedo que esto es lo que le pasa a nuestro Presidente. Que debe ser listo, que debe ser simpático, que, en público, no habla bien -si digo lo contrario, mentiría-, que para decir obviedades pone una cara muy seria…

Cosas normales. Pero tiene tendencia a la distracción. Se emboba con la primera mariposa que pasa por los jardines de su casa.

Imaginaos qué pasaría si mañana, o pasado, o el lunes, pidiera ir a televisión y soltase un discurso con el siguiente contenido: “Españoles, me voy a dedicar durante este año 2010 a resolver el problema del paro. Y si no lo resuelvo, me echáis. Como dice mi amigo Obama, ´la creación de empleo, a fin de cuentas, depende de los que de verdad crean empleo: las empresas de toda América´. Pues yo digo lo mismo, pero donde él dice América, yo digo España”.

 

Y podemos seguir imaginando. “Y, como consecuencia, ni Presidencia europea ni cambio climático ni aborto ni gaitas. Me quedo en casa y me pongo a hablar con todos los empresarios que quieran venir a verme y les digo que les voy a bajar los impuestos (total, por un poco más de desequilibrio en el Presupuesto  no pasa nada) y que vamos a hacer la reforma laboral -la que sea, pero pronto, por favor- y que vamos a prestigiar a los empresarios y que vamos a repasar y a corregir lo que digan sobre el empresario los libros que estudian los niños porque no es verdad y que vamos a animar a los chavales a que monten negocios y que voy a pegar bronca a algún Presidente autonómico porque he leído que en su Comunidad muchos chavales quieren ser funcionarios.

Y que, además, voy a hablar con los Sindicatos para que se enteren y ayuden  y dejen de hacer tontadas”.

 

Al llegar aquí, se me acaba la inspiración profética, porque me canso. Y comprendo a un profesor del IESE que, hace muchos años, vino a mi despacho, se apoyó en la puerta y me dijo: “¡Qué duro es investigar!” Y pienso que más duro es profetizar.

 

Y ya no sé dónde se acaba el espíritu de profecía y donde empieza el que se me vaya la olla.

Por si faltaba algo, se me ocurre coger la Biblia y, por casualidad, abro por el profeta Amós, que, cuando notó que empezaba  a profetizar, se resistió y dijo: “yo no soy profeta ni hijo de profeta; soy boyero y hábil en preparar los higos de sicómoro”.

 

Al pobre Amós le pasaba lo mismo que a mí. El sabía más que yo en cuanto a manejar bueyes o preparar higos, pero yo lo tengo más fácil, porque profetizar ahora, con todos estos señores que nos rodean -no he dicho que nos gobiernan- dando vueltas por el mundo, está tirao.