XL
Llegada a Belén
Desde el último alojamiento, Belén distaba unas tres leguas. Dieron un rodeo
hacia el Norte de la ciudad acercándose por el Occidente. Se detuvieron debajo
de un árbol, fuera del camino, y María bajó del asno, ordenándose los vestidos.
José se dirigió con María hacia un gran edificio rodeado de construcciones
pequeñas y de patios a pocos minutos de Belén. Había allí muchos árboles.
Numerosas personas habían levantado sus carpas en ese lugar. Ésta era la antigua
casa paterna de la familia de David, que fue propiedad del padre de San José.
Habitaban en ella parientes o gente relacionada con José; pero éstos no lo
quisieron reconocer y lo trataron como a extraño. En esta casa se cobraban
entonces los impuestos para el gobierno romano.
José entró acompañado de María, llevando el asno del cabestro, pues todos debían
darse a conocer cuando llegaban, y allí recibían el permiso para entrar en
Belén. La borriquilla no está junto a ellos: va corriendo alrededor de la
ciudad, hacia el Mediodía, donde hay un vallecito. José ha entrado en el gran
edificio. María se encuentra en compañía de varias mujeres en una casa pequeña
que da al patio. Estas mujeres son bastante benévolas y le dan de comer, pues
cocinan para los soldados de la guarnición. Son soldados romanos; tienen correas
que cuelgan de la cintura. La temperatura no es fría: es agradable; el sol se
muestra por encima de la montaña, entre Jerusalén y Betania. Desde este lugar se
contempla un paisaje muy hermoso.
José se halla en una habitación espaciosa, que no está en el piso bajo. Le
preguntan quién es y consultan grandes rollos escritos, algunos suspendidos de
los muros; los despliegan y leen su genealogía, como también la de María. José
parecía no saber que también María, por Joaquín, descendía en línea directa de
David. El hombre pregunta dónde se halla su mujer.
Hacía unos siete años que no habían regularizado el impuesto para la gente del
país, a causa de cierta confusión y desorden. Este impuesto se halla en vigor
desde hace dos meses: se pagaba en los siete años precedentes, pero sin
regularidad. Ahora es necesario pagarlo dos veces. José ha llegado un poco
retrasado para pagarlo, pero a pesar de ello lo tratan con cortesía. Aún no ha
pagado. Le preguntan cuáles son sus medios de vida; él responde que no posee
bienes raíces, que vivía de su oficio y que además recibía ayuda de su suegra.
Hay en la casa gran cantidad de escribientes y empleados. Arriba están los
romanos y los soldados. Veo fariseos, saduceos, sacerdotes, ancianos, cierto
número de escribas y otros funcionarios romanos y judíos. No hay ningún otro
comité semejante en Jerusalén; pero los hay en otros lugares del país, como
Magdala, cerca del lago de Genesaret, donde acuden a pagar las gentes de Galilea
y de Sidón, según creo. Sólo aquéllos que no tienen bienes raíces, sobre los
cuales recae el impuesto correspondiente, tienen que presentarse en el lugar de
su nacimiento. Este impuesto será dividido dentro de tres meses en tres partes,
cada uno con destino diferente. Una parte es para el emperador Augusto, para
Herodes y para otro príncipe que habita cerca de Egipto. Habiendo participado en
una guerra y teniendo derechos sobre una parte del país, es preciso darle algo.
La segunda parte está destinada a la construcción del Templo: me parece que debe
servir para abonar una deuda contraída. La tercera debiera ser para las viudas y
los pobres, que desde tiempo no reciben nada; pero como casi siempre sucede, aún
en nuestra época, este dinero no llega casi nunca adonde debe llegar. Se dan
estos buenos motivos para exigir el impuesto, pero casi todo queda en manos de
los poderosos.
Cuando estuvo arreglado lo de José, hicieron venir a María ante los escribas,
pero no pidieron papeles. Dijeron a José que no era necesario haber traído a su
mujer consigo. Añadieron algunas bromas a causa de la juventud de María, dejando
al pobre José lleno de confusión.
XLI
La Sagrada Familia busca refugio
Entraron en Belén por entre escombros, como si hubiese sido una puerta derruida.
Las casas aparecen muy separadas unas de otras. María se quedó tranquila, junto
al asno, al comienzo de una calle, mientras José buscaba inútilmente alojamiento
entre las primeras casas. Había muchos extranjeros y se veían numerosas personas
yendo de un lado a otro. José volvió junto a María, diciéndole que no era
posible encontrar alojamiento; que debían penetrar más adentro de la ciudad.
Caminaban llevando José al asno del cabestro y María iba a su lado.
Cuando llegaron a la entrada de otra calle, María permaneció junto al asno,
mientras José iba de casa en casa; pero no encontró ninguna donde quisieran
recibirlos. Volvió lleno de tristeza al lado de María. Esto se repitió varias
veces y así tuvo María que esperar largo rato. En todas partes decían que el
sitio estaba ya tomado y habiéndolo rechazado en todas partes, José dijo a María
que era necesario ir a otro lado en donde, sin duda, encontrarían lugar.
Retomaron la dirección contraria a la que habían tomado al entrar y se
dirigieron hacia el Mediodía. Siguieron una calleja que más parecía un camino
entre la campiña, pues las casas estaban aisladas, sobre pequeñas colinas. Las
tentativas fueron también allí infructuosas.
Llegados al otro lado de Belén, donde las casas se hallaban aún más dispersas,
encontraron un gran espacio vacío, como un campo desierto en el poblado. En él
había una especie de cobertizo y a poca distancia un árbol grande, parecido al
tilo, de tronco liso, con ramas extendidas, formando techumbre alrededor. José
condujo a María bajo este árbol y le arregló un asiento con los bultos al pie,
para que pudiera descansar, mientras él volvía en busca de mejor asilo en las
casas vecinas. El asno quedó allí con la cabeza pegada al árbol.
María, al principio, permanecía de pie, apoyada al tronco del árbol. Su vestido
de lana blanca, sin cinturón, caíale en pliegues alrededor. Tenía la cabeza
cubierta por un velo blanco. Las personas que pasaban por allí la miraban, sin
saber que su Salvador, su Mesías, estaba tan cerca de ellos. ¡Qué paciente, qué
humilde y qué resignada estaba María! Tuvo que esperar mucho tiempo. Por fin
sentóse sobre las colchas, poniéndose las manos juntas en el pecho, con la
cabeza baja.
José regresó lleno de tristeza, pues no había podido encontrar posada ni
refugio. Los amigos de quienes había hablado a María apenas si lo reconocían.
José lloró y María lo consoló con dulces palabras. Fue una vez más, de casa en
casa, representando el estado de su mujer, para hacer más eficaz la petición;
pero era rechazado precisamente también a causa de eso mismo.
El paraje era solitario. No obstante, algunas personas se habían detenido
mirándola de lejos con curiosidad, como sucede cuando se ve a alguien que
permanece mucho tiempo en el mismo sitio a la caída de la tarde. Creo que
algunos dirigieron la palabra a María, preguntándole quién era.
Al fin volvió José, tan conturbado, que apenas se atrevía a acercarse a María.
Le dijo que había buscado inútilmente; pero que conocía un lugar, fuera de la
ciudad, donde los pastores solían reunirse cuando iban a Belén con sus rebaños:
que allí podrían encontrar siquiera un abrigo. José conocía aquel lugar desde su
juventud. Cuando sus hermanos lo molestaban, se retiraba con frecuencia allí
para rezar fuera del alcance de sus perseguidores. Decía José que si los
pastores volvían, se arreglaría fácilmente con ellos; que venían raramente en
esa época del año. Añadió que cuando Ella estuviera tranquila en aquel lugar, él
volvería a salir en busca de alojamiento más apropiado.
Salieron, pues, de Belén por el Este siguiendo un sendero desierto que torcía a
la izquierda. Era un camino semejante al que anduvieran a lo largo de los muros
desmoronados de los fosos de las fortificaciones derruidas de una pequeña
ciudad: se subía un tanto al principio, luego descendía por la ladera de un
montecillo y los condujo en algunos minutos al Este de Belén, delante del sitio
que buscaban, cerca de una colina o antigua muralla que tenía delante algunos
árboles: terebintos o cedros de hojas verdes; otros tenían hojas pequeñas como
las del boj.
XLII
Descripción de la gruta de Belén
En la extremidad Sur de la colina, alrededor de la cual torcía el camino que
lleva al valle de los pastores, estaba la gruta en la cual José buscó refugio
para María. Había allí otras grutas abiertas en la misma roca. La entrada estaba
al Oeste y un estrecho pasadizo conducía a una habitación redondeada por un
lado, triangular por otro, en la parte Este de la colina.
La gruta era natural; pero por el lado del Mediodía, frente al camino que
llevaba al valle de los pastores, se habían hecho algunos arreglos consistentes
en trabajos toscos de mampostería. Por el lado que miraba al Mediodía había otra
entrada que, generalmente estaba tapiada. José volvió a abrirla para mayor
comodidad.
Saliendo por allí hacia la izquierda, había otra abertura más amplia, que
llevaba a una cueva estrecha e incómoda a mayor profundidad, que terminaba
debajo de la gruta del pesebre.
La entrada común a la gruta del pesebre miraba hacia el Oeste. Desde el lugar
se podían ver los techos de algunas casitas de Belén. Saliendo de allí y
torciendo a la derecha, se llegaba a una gruta más profunda y oscura, en la cual
hubo de ocultarse María alguna vez.
Delante de la entrada, al Oeste, había un techito de juncos apoyado sobre
estacas, que se extendía al Mediodía y cubría la entrada de ese lado, de modo
que se podía estar a la sombra delante de la gruta. En la parte Meridional tenía
la gruta tres aberturas, con rejas por arriba, por donde entraba aire y luz. Una
abertura semejante había en la bóveda de la misma roca: estaba cubierta de
césped y era la extremidad de la altura sobre la cual estaba edificada la ciudad
de Belén.
Pasando del corredor, que era más alto, a la gruta, formada por la misma
naturaleza, había que descender más. El suelo en torno de la gruta se alzaba, de
modo que la gruta misma estaba rodeada de un banco de piedra de variable
anchura. Las paredes de la gruta, aunque no completamente lisas, eran bastantes
uniformes y limpias, hasta agradables a la vista.
Al Norte del corredor había una entrada a otra gruta lateral más pequeña.
Pasando delante de esta entrada, se hallaba el sitio donde José solía encender
fuego; luego la pared daba vuelta al Nordeste en la otra gruta, más amplia,
situada a mayor altura. Allí he visto más tarde el asno de José. Detrás de este
sitio había un rincón bastante grande, donde cabía el asno con suficiente
forraje.
En la parte Este de esta gruta, frente a la entrada, fue donde se encontraba la
Virgen Santísima cuando nació de Ella la Luz del mundo. En la parte que se
extiende al Mediodía estaba colocado el pesebre donde fue adorado el Niño Jesús.
El pesebre no era sino una gamella excavada en la piedra misma, destinada a dar
de beber a los animales. Encima tenía un comedero, con ancha abertura, hecho de
enrejado de maderas y alzado sobre cuatro patas, de modo que los animales podían
alcanzar cómodamente el heno o el pasto colocado allí. Para beber no tenían más
que agachar la cabeza al bebedero de piedra que estaba debajo.
Delante del pesebre, hacia el Este de esta parte de la gruta, estaba sentada la
Virgen con el Niño Jesús cuando vinieron los tres Reyes a ofrecerle sus dones.
Saliendo del pesebre y dando vuelta al Oeste en el corredor delante de la gruta,
se pasaba por frente a la entrada Meridional antedicha y se llegaba a un sitio
donde hizo José más tarde su habitación, separándola del resto mediante tabiques
de zarzos. En ese lado había una cavidad donde él depositaba varios objetos.
Afuera, en la parte Meridional de la gruta, pasaba el camino que conducía al
valle de los pastores. Diseminadas por las colinas, veíanse casitas y en el
llano, cobertizos con techos de cañas, sostenidos por estacas. Delante de la
gruta la colina bajaba a un valle sin salida, cerrado por el Norte, ancho de más
o menos medio cuarto de legua. Había allí zarzales, árboles y jardines.
Atravesando una hermosa pradera, donde había una fuente y pasando bajo los
árboles alineados con simetría, se llegaba al Este del valle, en el cual se
encontraba una colina prominente y en ella la gruta de la tumba de Maraha, la
nodriza de Abrahán. Se llama también la Gruta de la leche. La Virgen Santísima
se refugió allí con el Niño Jesús repetidas veces. Sobre esta gruta había un
gran árbol, alrededor del cual veíanse algunos asientos. Desde aquí se podía
contemplar Belén mejor que desde la entrada de la gruta del pesebre.
He sabido muchas cosas de la gruta del pesebre, sucedidas en los antiguos
tiempos. Recuerdo, entre otras, que Set, el niño de la promesa, fue concebido y
dado a luz en esta gruta por Eva, después de un período de penitencia de siete
años. Fue allí donde un ángel le dijo a Eva que Dios le daba a Set en lugar de
Abel. Aquí en la gruta de Maraha, fue escondido y alimentado Set, pues sus
hermanos querían quitarle la vida, como los hijos de Jacob lo intentaron con
José.
En una época muy lejana, donde he visto que los hombres vivían en grutas, pude
verlos a menudo haciendo excavaciones en la piedra para poder habitar y dormir
cómodamente en ellas con sus hijos, sobre pieles de animales o sobre colchones
de hierbas. La excavación hecha debajo de la gruta del pesebre, puede haber
servido de lecho a Set y a los habitantes posteriores. No tengo ya certeza de
estas cosas.
Recuerdo también haber visto en mis visiones sobre la predicación de Jesús, que
el 6 de Octubre el Señor, después de su bautismo, celebró la festividad del
sábado en la gruta del pesebre, que los pastores habían transformado en
oratorio.
Abrahán tenía una nodriza llamada Maraha, muy honrada por él y que llegó a edad
muy avanzada. Esta nodriza seguía a Abrahán en todas partes montada en un
camello y vivó a su lado, en Sucot, mucho tiempo. En sus últimos tiempos lo
siguió también al valle de los pastores, donde Abrahán había alzado sus carpas
en los alrededores de la gruta. Habiendo pasado los cien años y viendo llegar su
última hora pidió a Abrahán que la enterrara en esa gruta, acerca de la cual
hizo algunas predicciones y a la que llamó Gruta de la leche o Gruta de la
nodriza. Aconteció en ella un hecho milagroso, que he olvidado, y brotó allí una
fuente del suelo. La gruta era entonces un corredor estrecho y alto, abierto en
una piedra blanca, no muy dura. De un lado había una capa de esta materia que no
alcanzaba hasta la bóveda. Trepando sobre esta capa de materia se podía llegar
hasta la entrada de otra gruta más alta. La gruta fue ensanchada más tarde,
puesto que Abrahán hizo excavar su parte lateral para la tumba de Maraha. Sobre
un gran bloque de piedra había una especie de gamella, también de piedra,
sostenida por patas cortas y gruesas. Quedé muy asombrada al no ver nada de esto
en tiempos de Jesucristo.
Esta gruta de la tumba de la nodriza tenía una relación profética con la Madre
del Salvador, al alimentar allí oculto a su Hijo, al cual perseguían; pues en la
historia de la juventud de Abrahán se halla también una persecución figurativa
de ésta, y su nodriza le salvó la vida ocultándolo en la gruta. Esta gruta era
desde tiempos de Abrahán lugar de devoción, sobre todo para las madres y
nodrizas: en esto había algo de profético, pues en la nodriza de Abrahán se
veneraba, de modo figurado, a la Santísima Virgen; lo mismo como Elías la había
visto en aquella nube que traía la lluvia y le había dedicado un oratorio en el
monte Carmelo.
Maraha había cooperado en cierta manera al advenimiento del Mesías, habiendo
alimentado con su leche a un antepasado de María. No puedo expresar esto bien;
pero todo era como un pozo profundo que iba hasta la fuente de la vida universal
y del que siempre se sirvieron, hasta que María surgió como única fuente de agua
limpia e inmaculada.
El árbol que extendía su sombra sobre la gruta, desde lejos parecía un gran
tilo; era ancho por abajo y terminaba en punta: era un terebinto. Abrahán se
encontró con Melquisedec debajo de este árbol, no recuerdo ahora en qué ocasión.
Este coposo árbol tenía algo de sagrado para los pastores y las gentes de los
alrededores: les gustaba descansar bajo su sombra y orar. No recuerdo bien su
historia, pero creo que el mismo Abrahán lo plantó. Junto a él había una fuente
donde los pastores iban por agua en ciertas ocasiones y le atribuían virtudes
singulares. A ambos lados del árbol habían levantado cabañas abiertas para
descansar y todo esto estaba rodeado de un cerco protector. Más tarde he visto
que Santa Elena hizo construir allí una iglesia, donde se celebró la santa Misa.
Esta muy interesante!!!