VIDA DE LA VIRGEN MARIA L y LI.

Judíos celebrando el Sábado.

La Sagrada Familia celebra la fiesta del Sábado

Mientras me hallaba meditando en la historia de la borriquilla empeñada  ahora
para cubrir los gastos de la circuncisión, y pensando que el próximo Domingo,
día en que tendrá lugar la ceremonia, (se leería el Evangelio del Domingo de
Ramos, que relata la entrada de Jesús montado sobre un asno), vi un cuadro del
cual no puedo explicar bien el sentido ni sé donde se realizaba:

Bajo una palmera había dos carteles sostenidos por ángeles. Sobre uno de ellos
estaban representados diversos instrumentos de martirio; en el centro había una
columna y sobre ella un mortero con dos asas. En el otro cartel había unas
letras: creo que eran cifras indicando años y épocas de la historia de la
Iglesia. Por encima de la palmera estaba arrodillada una Virgen que parecía
salir del tallo y cuyo traje flotaba en el aire. Tenía en sus manos, debajo del
pecho, un vaso de igual forma que el cáliz de la Última Cena, del cual salía la
figura de un Niño luminoso. Vi al Padre Eterno, en la forma que siempre lo veo,
acercarse a la palmera por encima de unas nubes, quitar una gruesa rama que
tenía la forma de una cruz y colocarla sobre el Niño. Después vi al Niño atado a
esa cruz de palma y a la Virgen Santísima presentando a Dios Padre la rama con
el Niño crucificado, mientras ella llevaba en la otra mano el cáliz vacío, que
parecía también su propio corazón. Cuando me disponía a leer las letras del
cartel, bajo la palmera, la llegada de una visita me sacó de esta visión. No
sabría decir si este cuadro lo vi en la gruta del pesebre o en otra parte.
 
Cuando la gente se había ido a la sinagoga de Belén, José preparó en la gruta la
lámpara del sábado con las siete mechas; la encendió y colocó debajo de ella una
pequeña mesa con los rollos que contenían las oraciones. Bajo esta lámpara
celebró el sábado con la Virgen Santísima y la criada de Ana. Se hallaban allí
dos pastores un poco hacia atrás en la gruta y algunas mujeres esenias. Hoy,
antes de la fiesta del sábado, estas mujeres y la sirvienta prepararon los
alimentos. Vi que asaron pájaros en un asador puesto encima del fuego. Los
envolvían en una especie de harina hecha de semillas de espigas de unas plantas
semejantes a cañas, que se encuentran en estado silvestre en lugares pantanosos
de la comarca. Las he visto cultivadas en diversos sitios; en Belén y en Hebrón
crecen sin ser cultivadas. No las he visto cerca de Nazaret. Los pastores de la
torre habían traído algunas para José. He visto que las mujeres con esas
semillas hacían una especie de crema blanca bastante espesa y amasaban tortas
con la harina. La Sagrada Familia guardó para su uso una cantidad muy pequeña de
las abundantes provisiones que los pastores habían traído en sus visitas; lo
sobrante lo regalaban a los pobres.

Hoy he visto varias personas que acudieron a la gruta del pesebre, y por la
noche, después de la terminación de las fiestas del Sábado, vi que las mujeres
esenias y la criada de Ana preparaban comida en una choza construida de ramas
verdes, que José, con la ayuda de los pastores, había levantado a la entrada de
la gruta. Había desocupado la habitación a la entrada de la gruta, tendido
colchas en el suelo y arreglado todo como para una fiesta, según le permitía su
pobreza. Dispuso así todas las cosas antes del comienzo del sábado, pues el día
siguiente era el octavo después del nacimiento de Jesús, cuando debía ser
circuncidado de conformidad con el precepto divino.

Al caer la tarde José fue a Belén y trajo consigo a tres sacerdotes, un anciano,
una mujer y una cuidadora para esta ceremonia. Tenía ésta un asiento, del que se
servía en ocasiones parecidas y una piedra octogonal chata y muy gruesa, que
contenía los objetos necesarios. Todo esto fue colocado sobre esteras donde
debía tener lugar la circuncisión, es decir en la entrada de la gruta, entre el
rincón que ocupaba José y el hogar. El asiento era una especie de cofre con
cajones, los cuales, puestos a continuación de los otros, formaban como un lecho
de reposo con un apoyo a un lado; se estaba uno allí recostado más que sentado.
La piedra octogonal tenía más de dos pies de diámetro. En el centro había una
cavidad octogonal también cubierta por una placa de metal, donde se hallaban
tres cajas y un cuchillo de piedra en compartimentos separados. Esta piedra fue
colocada al lado del asiento, sobre un pequeño escabel de tres patas que hasta
aquel momento había quedado bajo una cobertura, en el sitio donde había nacido
el Salvador.

Terminados estos arreglos los sacerdotes saludaron a María y al Niño Jesús, y
conversando amistosamente con la Virgen Santísima tomaron al Niño entre sus
brazos, y quedaron conmovidos. Después tuvo lugar la comida en la glorieta.
Muchos pobres que habían seguido a los sacerdotes, como solían hacer en tales
ocasiones, rodeaban la mesa y durante la comida recibían los regalos de José y
de los sacerdotes, de modo que pronto quedó todo distribuido. Al ponerse el sol
me parecía que su disco era más grande que en nuestro país. Lo vi descender en
el horizonte; sus rayos penetraban por la puerta abierta al interior de la
gruta.

Circuncisión de Jesús.

LI
La circuncisión de Jesús

Ardían varias lámparas en la gruta. Durante la noche se rezó largo tiempo  y se
entonaron cánticos. La ceremonia de la circuncisión tuvo lugar al amanecer.
María estaba preocupada e inquieta. Había dispuesto por sí misma los paños
destinados a recibir la sangre y a vendar la herida, y los tenía delante, en un
pliegue de su manto. La piedra octogonal fue cubierta por los sacerdotes con dos
paños, rojo y blanco, éste encima, con oraciones y varias ceremonias. Luego uno
de los sacerdotes se apoyó sobre el asiento y la Virgen que se había quedado
envuelta en el fondo de la gruta con el Niño Jesús en brazos, se lo entregó a la
criada con los paños preparados. José lo recibió de manos de la mujer y lo dio a
la que había venido con los sacerdotes. Esta mujer colocó al Niño, cubierto con
un velo, sobre la cobertura de la piedra octogonal. Recitaron nuevas oraciones.
La mujer quitó al Niño sus pañales y lo puso sobre las rodillas del sacerdote
que se hallaba sentado. José inclinóse por encima de los hombros del sacerdote y
sostuvo al Niño por la parte superior del cuerpo. Dos sacerdotes se arrodillaron
a derecha e izquierda, teniendo cada uno de ellos uno de sus piececitos,
mientras el que realizaba la operación se arrodilló delante del Niño.
Descubrieron la piedra octogonal y levantaron la placa metálica para tener a
mano las tres cajas de ungüento; había allí aguas para las heridas.

Tanto el mango como la hoja del cuchillo eran de piedra. El mango era pardo y
pulido; tenía una ranura por la que se hacía entrar la hoja, de color
amarillento, que no me pareció muy filosa. La incisión fue hecha con la punta
curva del cuchillo. El sacerdote hizo uso también de la uña cortante de su dedo.
Exprimió la sangre de la herida y puso encima el ungüento y otros ingredientes
que sacó de las cajas. La cuidadora tomó al Niño y después de haber vendado la
herida lo envolvió de nuevo en sus pañales. Esta vez le fueron fajados los
brazos que antes llevaba libres y le pusieron en torno de la cabeza el velo que
lo cubría anteriormente. Después de esto el Niño fue puesto de nuevo sobre la
piedra octogonal y recitaron otras oraciones.

El ángel había dicho a José que el Niño debía llamarse Jesús; pero el sacerdote
no aceptó al principio ese nombre y por eso se puso a rezar. Vi entonces a un
ángel que se le aparecía y le mostraba el nombre de Jesús sobre un cartel
parecido al que más tarde estuvo sobre la cruz del Calvario. No sé en realidad
si el ángel fue visto por él o por otro sacerdote: lo cierto es que lo vi muy
emocionado escribiendo ese nombre en un pergamino, como impulsado por una
inspiración de lo alto.

El Niño Jesús lloró mucho después de la ceremonia de la circuncisión. He visto
que José lo tomaba y lo ponía en brazos de María, que se había quedado en el
fondo de la gruta con dos mujeres más. María tomó al Niño, llorando, se retiró
al fondo donde se hallaba el pesebre, se sentó cubierta con el velo y calmó al
Niño dándole el pecho. José le entregó los pañales teñidos en sangre. Se
recitaron nuevamente oraciones y se cantaron salmos.

La lámpara ardía, aunque había amanecido completamente. Poco después la Virgen
se aproximó con el Niño y lo puso en la piedra octogonal. Los sacerdotes
inclinaron hacia ella sus manos cruzadas sobre la cabeza del Niño, y luego se
retiró María con el Niño Jesús. Antes de marcharse los sacerdotes comieron algo
en compañía de José y de dos pastores bajo la enramada. Supe después que todos
los que habían asistido a la ceremonia eran personas buenas y que los sacerdotes
se convirtieron y abrazaron la doctrina del Salvador.

Entre tanto, durante toda la mañana se distribuyeron regalos a los pobres que
acudían a la puerta de la gruta. Mientras duró la ceremonia el asno estuvo atado
en sitio aparte. Hoy pasaron por la puerta unos mendigos sucios y harapientos,
llevando envoltorios, procedentes del valle de los pastores: parecía que iban a
Jerusalén para alguna fiesta. Pidieron limosna con mucha insolencia, profiriendo
maldiciones e injurias cerca del pesebre, diciendo que José no les daba
bastante. No supe quienes eran, pero me disgustó grandemente su proceder.
Durante la noche siguiente he visto al Niño a menudo desvelado a causa de sus
dolores, y que lloraba mucho. María y José lo tomaban en brazos uno después de
otro y lo paseaban alrededor de la gruta tratando de calmarlo.

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