VIAJES, PATRIOTISMO Y MANIFESTACIONES. Desde San Quirico.

Relajáos que está tó controlao...

El amigo Abadía como siempre dando en la diana con sus diagnósticos. El clamor de indignación hacia el sistema imperante actual (gobierno, macroeconomía, inmoralidad, ladronicio…) empieza a ser atronador, pero todos seguimos como paralizados, hechizados viendo como se desmorona todo sin mover un dedo*, fascinados por el espectáculo apocalíptico que se nos viene encima, ya es hora de que reaccionemos, echándo a correr hacia las trincheras o simplemente echándo a correr hacia donde sea, para que cuando se termine de hundir el edificio no nos aplaste debajo.

Os sigo recomendando esta sana costumbre de leer las ocurrencias que Don Leopoldo nos expone tan llanamente.

* (Bueno, algunos hacemos un blog)

VIAJES, PATRIOTISMO Y MANIFESTACIONES. Desde San Quirico.

Como dicen en mi tierra, “si se les cae la casa, no les pilla debajo”. ¿Os habéis dado cuenta de que nunca están en el despacho? ¿Habéis visto que siempre que tienen que decir algo, se van de viaje? Este fin de semana, que es cuando podía quedarse en casa ordenando papeles, nuestro Presidente se ha ido a Málaga, que, después de Chipre, Etiopía y Estados Unidos, le debe parecer que está a la vuelta de la esquina. Ha hablado de crisis y patriotismo, términos que para D. José Luis son como hermanos, porque siempre van juntos. Hace poco, el que hablaba de la crisis era antipatriota. Ahora, es antipatriota el que no colabora con él, porque sí que hay crisis. Y la crisis debe ser gorda, porque le dice a D. Mariano Rajoy, que no es muy amigo suyo, que le eche una mano, que se lo pide y que quiere“asumir juntos esa tarea”. Unos días antes, D. José Luis se fue a Londres, a meterse con los mercados internacionales, justo después de que el pobre José Manuel Campa les explicase a esos mismos mercados lo guapos que somos y lo sanos que estamos. Y, como el señor Rodríguez entiende de todo, ha dicho -en algún sitio, no en su despacho de Madrid- que es “sencillamente inmoral” dudar de la solidez de España y la solvencia de sus cuentas públicas. Ahora sí que me ha puesto en un dilema. Porque fíjese, D. José Luis, YO DUDO. Dudo de que sepa usted el agujero en que nos está metiendo. Dudo de que sea usted capaz de sacarnos de él. Dudo de que el saneamiento de nuestras finanzas que demanda la Comisión Europea, que no sé por qué lo demanda con lo saneadas que están, se haga “bien, a tiempo y garantizando que el gasto social no se va a recortar”. Leí ayer que el PP iba a marcar severamente a la señora Salgado y a los señores Blanco y Sebastián.

Y me quedé perplejo, porque, en teoría, estos señores forman la comisión negociadora nombrada por el Gobierno y -sigo con la teoría- no se trata de marcarles, sino de negociar con ellos. Quizá es que, con sus viajes y sus distracciones, el señor Rodríguez ya no manda y los que mandan son estos tres y al señor Rodríguez lo utilizan para mítines como el de Málaga por aquello de que sabe ganar elecciones. ¡Qué lío, Señor! Y, para colmo, va D. Celestino Corbacho y dice que la crisis ha llegado al barrio y a las escaleras y que por eso, es la hora de las ONGs. Y luego, llegan las manifestaciones. Según leí, estaban convocadas por los sindicatos para protestar contra el Gobierno. Pero veo una foto en la que están los señores Corbacho, Alonso, Méndez y Fernández Toxo y las señoras Calvo y Aído. Me dicen que la foto, que La Vanguardia titula “En familia”, no tiene nada que ver con la manifestación, y que es una foto de una reunión para los Pactos de Toledo. Pero mi vecino de San Quirico, que, a veces, es un poco malpensado, me dice que parece como si estuvieran preparando la manifestación y diciendo eso de “tú pones cara de enfadado y yo de preocupado”, “tú dices que la manifestación ha sido un éxito y yo digo que según como se mire”. Y, como consecuencia, cuando en un programa de televisión me preguntan qué opino de estas manifestaciones, contesto que me parece que es hacer el paripé.

P. S. 1. Cuando en un párrafo he utilizado repetidas veces la palabra “dudo”, ha sido por educación. Quería decir “estoy seguro de que no”.

2. No sé qué pintaba la señora Aído en la reunión preparatoria de la manifestación. Quizá quería comprobar que la mitad de los que van son hombres y la otra mitad, mujeres. ¡Lo que hay que hacer para poder llevar el cocido a casa!

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VIDA DE LA VIRGEN MARÍA LIV Y LV

LIV
La comitiva de Teokeno

Mientras yo contemplaba la inmensa llanura, el silencio de la noche fue 
interrumpido por el ruido que producía un grupo de hombres que llegaban
apresuradamente montados en camellos. El cortejo, pasando a lo largo de los
rebaños que descansaban, se dirigió rápidamente hacia la carpa central. Algunos
camellos se despertaban aquí y allá e inclinaban sus largos cuellos hacia la
comitiva que pasaba. Se oía el balar de los corderos, interrumpidos en su sueño.
Algunos de los recién llegados bajaron de sus monturas y despertaban a los
pastores que dormían. Los vigías más próximos se juntaron al cortejo. Pronto
todos estuvieron en pie y en movimiento en torno de los viajeros. La gente
conversaba mirando al cielo e indicando las estrellas. Se referían a un astro o
a una aparición celeste que ya no se percibía más, pues yo misma ya no pude
verla. Era el cortejo de Teokeno, el tercero de los Reyes Magos que habitaba más
lejos. Había visto en su patria la misma aparición en el cielo que vieron sus
compañeros y de inmediato se puso en camino. Ahora preguntaba cuánta ventaja le
llevaban de camino Mensor y Sair, y si aún se veía la estrella que había tomado
como guía. Cuando hubo recibido los informes necesarios, continuó su viaje sin
detenerse mayormente. Este era el lugar donde los tres Reyes, que vivían muy
lejos uno de otro, solían reunirse para observar los astros y en su cercanía se
hallaba la torre piramidal en cuya cumbre hacían observaciones.

Teokeno era entre los tres el que habitaba más lejos. Vivía más allá del país
donde residió Abrahán al principio, y se había establecido alrededor de esa
comarca. En los intervalos entre las visiones que tuve tres veces, durante este
día, relativas a lo que sucedía en la gran llanura de los rebaños, me fueron
mostradas diversas cosas sobre los países donde había vivido Abrahán: he
olvidado la mayor parte. Vi una vez, a gran distancia, la altura donde Abrahán
debía sacrificar a su hijo Isaac. La primera morada de Abrahán se hallaba
situada sobre una gran elevación, y los países de los tres Reyes Magos eran más
bajos y estaban alrededor de aquel lugar de Abrahán.

Otra vez vi, muy claramente, a pesar de ocurrir muy lejos, el hecho de Agar y de
Ismael en el desierto. Relato lo que pude ver de esto. A un lado de la montaña
de Abraham, hacia el fondo del valle, he visto a Agar con su hijo errando en
medio de los matorrales. Parecía estar fuera de sí. El niño era todavía muy
pequeño y tenía un vestido largo. Ella andaba envuelta en un largo manto que le
cubría la cabeza y debajo llevaba un vestido corto con un corpiño ajustado. Puso
al niño bajo un árbol cerca de una colina y le hizo unas marcas en la frente, en
la parte superior del brazo derecho, en el pecho y en la parte alta del brazo
izquierdo. No vi la marca de la frente; pero las otras, hechas sobre el vestido,
permanecieron visibles y parecían trazadas en rojo. Tenían la forma de una cruz,
no común, sino parecida a una de Malta que llevara en el centro un círculo, del
que partían los cuatro triángulos que formaban la cruz. En cada uno de los
triángulos Agar escribió unos signos o letras en forma de gancho, cuyo
significado no pude comprender. En el círculo del centro trazó dos o tres
letras. Hizo todo el dibujo muy rápidamente con un color rojo que parecía tener
en la mano y que quizás era sangre. Se apartó de allí, levantando sus ojos al
cielo, sin mirar el lugar donde dejaba a su hijo, y fue a sentarse a la sombra
de un árbol como a la distancia de un tiro de fusil. Estando allí oyó una voz en
lo alto; se apartó más aún del lugar primero, y habiendo escuchado la voz por
segunda vez, dio con una fuente de agua oculta entre el follaje. Llenó de agua
su odre, y volviendo de nuevo al lado de su hijo, le dio de beber; luego lo
llevó consigo junto a la fuente y encima del vestido que tenía las marcas
hechas, le puso otra vestimenta. Me parece haber visto otra vez a Agar en el
desierto antes del nacimiento de Ismael.

Al amanecer, el acompañamiento de Teokeno alcanzó a unirse al de Mensor y de
Sair cerca de una población en ruinas. Se veían allí largas filas de columnas,
aisladas unas de otras, y puertas coronadas por torrecitas cuadradas, todo medio
derruido. Aún se veían algunas grandes y hermosas estatuas, no tan rígidas como
las de Egipto, sino en graciosas actitudes, cual si fueran vivientes. En general
el país era arenoso y lleno de rocas.

He visto que en las ruinas de la ciudad se habían establecido gentes que más
bien parecían bandoleros y vagabundos; como único vestido llevaban pieles de
animales echadas sobre el cuerpo y tenían armas de flechas y venablos. Aunque
eran de estatura baja y gruesos, eran ágiles en gran manera; tenían la piel
tostada. Creía reconocer este lugar por haber estado antes, en ocasión de mis
viajes a la montaña de los profetas y al país del Ganges.

Cuando se encontraron reunidos los tres Reyes, dejaron el lugar por la mañana
muy temprano, con ánimo de continuar viaje con apuro. He visto que muchos
habitantes pobres siguieron a los Reyes, por la liberalidad con que los
trataban. Después de otro medio día de viaje se detuvieron. Después de la muerte
de Jesucristo, el apóstol San Juan envió a dos de sus discípulos, Saturnino y
Jonadab (medio hermano de San Pedro) para anunciar el Evangelio a los habitantes
de la ciudad en ruinas.
LV
Nombres de los Reyes Magos

Cuando estuvieron juntos los tres Reyes Magos, he visto que el último, Teokeno,
tenía la piel amarillenta: lo reconocí porque era el mismo que unos treinta y
dos años más tarde se encontraba en su tienda enfermo, al visitar Jesús a estos
Reyes en su residencia, cerca de la Tierra prometida.

Cada uno de los Reyes Magos llevaba consigo a cuatro parientes cercanos o amigos
más íntimos, de modo que en el cortejo había como unas quince personas de alto
rango sin contar la muchedumbre de camelleros y de otros criados. Reconocí a
Eleazar, que más tarde fue mártir, entre los jóvenes que acompañaban a los
Reyes. Tengo una reliquia de este santo. Estaban sin ropa hasta la cintura y así
podían correr y saltar con mayor agilidad.

Mensor, el de los cabellos negros, fue bautizado más tarde por Santo Tomás y
recibió el nombre de Leandro. Teokeno, el de tez amarilla, que se encontraba
enfermo cuando pasó Jesús por Arabia, fue también bautizado por Santo Tomás con
el nombre de León. El más moreno de los tres, que ya había muerto cuando Jesús
visitó sus tierras, se llamaba Sair o Seir. Murió con el bautismo de deseo.

Estos nombres tienen relación con los de Gaspar, Melchor y Baltasar y están en
relación con el carácter personal de ellos, pues estas palabras significan: el
primero, «va con amor»; el segundo, «vaga en torno acariciando, se acerca
dulcemente»; el tercero, «recibe velozmente con la voluntad, une rápidamente su
querer a la voluntad de Dios».

Me parece haber encontrado reunido por primera vez el cortejo de los tres Reyes
a una distancia como de medio día de viaje, más allá de la población en ruinas
donde había visto tantas columnas y estatuas de piedra. El punto de reunión era
una comarca fértil. Se veían casas de pastores diseminadas, construidas con
piedras blancas y negras. Llegaron a una llanura, en medio de la cual había un
pozo y amplios cobertizos: tres en el centro y varios alrededor. Parecía un
sitio preparado para descanso de los caminantes. Cada acompañamiento estaba
compuesto de tres grupos de hombres. Cada uno comprendía cinco personajes de
distinción, entre ellos el rey o jefe, que ordenaba, arreglaba y distribuía todo
como un padre de familia. Los hombres de cada grupo tenían tez de diferente
color. Los hombres de la tribu de Mensor eran de un color moreno agradable; los
de Sair eran mucho más morenos y los de Teokeno eran de tez más clara y
amarillenta. A excepción de algunos esclavos, no había allí ninguno de piel
totalmente negra. Las personas de distinción iban sentadas en sus cabalgaduras,
sobre envoltorios cubiertos de alfombras y en la mano llevaban bastones. A éstos
seguían otros animales del tamaño de nuestros caballos, montados por criados y
esclavos que cargaban los equipajes.

Cuando llegaron, desmontaron, descargaron a los animales, les daban de beber del
agua del pozo, rodeado de un pequeño terraplén, sobre el cual había un muro con
tres entradas abiertas. En ese recinto se encontraba el pozo de agua en sitio
más bajo. El agua salía por tres conductos que se cerraban por medio de clavijas
y el depósito, a su vez, estaba cerrado con una tapa que fue abierta por uno de
los hombres de aquella ciudad en ruinas, agregado al cortejo. Llevaban odres de
cuero divididos en cuatro compartimentos, de modo que cuando estaban llenos
podían beber cuatro camellos a la vez. Eran tan cuidadosos del agua, que no
dejaban perder ni una gota.

Después de haber bebido fueron instalados los animales en recintos sin techo,
cerca del pozo, donde cada uno tenía su compartimiento. Pusieron a las bestias
delante de los comederos de piedra donde se les dio el forraje que habían
traído. Les daban de comer unas semillas del tamaño de bellotas, quizás habas.
Traían como equipaje jaulones colgando de ambos lados de las bestias, en los
cuales tenían pájaros como palomas o pollos, de los cuales se alimentaban
durante el viaje. En unos recipientes de hierro traían panes como tablitas
apretadas unas contra otras del mismo tamaño. Llevaban vasos valiosos de metal
amarillo, con adornos y piedras preciosas. Tenían la forma de nuestros vasos
sagrados, cálices y patenas. En ellos presentaban los alimentos o bebían. Los
bordes de estos vasos estaban adornados con piedras de color rojo.

Los vestidos de estos hombres no eran iguales. Los hombres de Teokeno y los de
Mensor llevaban sobre la cabeza una especie de gorro alto, con tira de género
blanco enrollado; sus túnicas bajaban a la altura de las pantorrillas y eran
simples con ligeros adornos sobre el pecho. Tenían abrigos livianos, muy largos
y amplios, que arrastraban al caminar. Sair y los suyos llevaban bonetes con
cofias redondas bordadas de diferentes colores y pequeño rodete blanco. Sus
abrigos eran más cortos y sus túnicas, llenas de lazos, con botones y adornos
brillantes, descendían hasta las rodillas. A un lado del pecho llevaban por
adorno una placa estrellada y brillante. Todos calzaban suelas sujetas por
cordones que les rodeaban los tobillos. Los principales personajes tenían en la
cintura sables cortos o grandes cuchillos; llevaban también bolsas y cajitas.
Había entre ellos hombres de cincuenta años, de cuarenta, de veinte; unos usaban
la barba larga, otros corta. Los servidores y camelleros vestían con tanta
escasez, que muchos de ellos sólo llevaban un pedazo de género o algún viejo
manto.

Cuando hubieron dado de beber a los animales y los encerraron, bebieron los
hombres e hicieron un gran fuego en el centro del cobertizo donde se habían
refugiado. Utilizaron para el fuego pedazos de madera de más o menos dos pies y
medio de largo que los pobres del país traen en haces preparados de antemano
para los viajeros. Hicieron una hoguera de forma triangular, dejando una
abertura para el aire. Hicieron todo esto con mucha habilidad. No sé cómo
consiguieron hacer fuego; pero vi que pusieron un pedazo de madera dentro de
otro perforado y le dieron vueltas algún tiempo, retirándolo luego encendido. De
este modo hicieron fuego. Asaron algunos pájaros que habían matado.

Los Reyes y los más ancianos hacían cada uno en su tribu lo que hace un padre de
familia: repartían las raciones y daban a cada uno la suya; colocaban los
pájaros asados, cortados en pedazos, sobre pequeños platos y los hacían
circular. Llenaban las copas y daban de beber a cada uno. Los criados
subalternos, entre ellos algunos negros, estaban sentados sobre tapetes en el
suelo. Esperaban con paciencia su turno y recibían su porción. Me parecieron
esclavos. ¡Qué admirables son la bondad y la simplicidad inocente de estos
excelentes Reyes!… A la gente que va con ellos le dan de todo lo que tienen y
hasta le hacen beber en sus vasos de oro, llevándolos a sus labios como si
fueran niños.

Hoy he sabido muchas cosas acerca de los Reyes Magos, especialmente el nombre de
sus países y ciudades; pero lo he olvidado casi todo. Aún recuerdo lo siguiente:
Mensor, el moreno, era de Caldea y su ciudad tenía un nombre como Acaiaia:
estaba levantada sobre una colina rodeada de un río. Mensor habitaba
generalmente en la llanura cerca de sus rebaños. Sair, el más moreno, el de la
tez cetrina, estaba ya con él preparado para partir en la noche del Nacimiento.
Recuerdo que su patria tenía un nombre como Parthermo. Al Norte del país había
un lago. Sair y su tribu eran de color más oscuro y tenían los labios rojos. Los
otros eran más blancos. Sólo había una ciudad más o menos del tamaño de Münster.
Teokeno, el blanco, venía de la Media, comarca situada en un lugar alto, entre
dos mares. Habitaba en una ciudad hecha de carpas, alzadas sobre bases de
piedras: he olvidado el nombre. Me parece que Teokeno, que era el más poderoso
de los tres y el más rico, habría podido ir a Belén por un camino más directo y
que sólo por reunirse con los demás había hecho un largo rodeo. Me parece que
tuvo que atravesar a Babilonia para alcanzarlos.

Sair vivía a tres días de viaje del lugar de Mensor, calculando el día de doce
leguas de camino. Teokeno se hallaba a cinco días de viaje. Mensor y Sair
estaban ya reunidos en casa del primero cuando vieron la estrella del Nacimiento
de Jesús y se pusieron en camino al día siguiente. Teokeno vio la misma
aparición desde su residencia y partió rápidamente para reunirse con los dos
Reyes, encontrándose en la población en ruinas.

La estrella que los guiaba era como un globo redondo y la luz salía como de una
boca. Parecía que el globo estuviera suspendido de un rayo luminoso dirigido por
una mano. Durante el día yo veía delante de ellos un cuerpo luminoso cuya
claridad sobrepasaba la luz del sol. Me asombra la rapidez con que hicieron el
viaje, considerando la gran distancia que los separaba de Belén. Los animales
tenían un paso tan rápido y uniforme que su marcha parecía tan ordenada, veloz e
igual como el vuelo de una bandada de aves de paso. Las comarcas donde habitaban
los tres Reyes Magos formaban en conjunto un triángulo.

La caravana permaneció hasta la noche en el lugar donde los había visto
detenerse. Las personas que se les agregaron, ayudaron a cargar de nuevo las
bestias y se llevaron luego las cosas que dejaron abandonadas allí los viajeros.
Cuando se pusieron en camino, ya era de noche y se veía la estrella, con una luz
algo rojiza como la luna cuando hay mucho viento. Durante un tiempo marcharon
junto a sus animales, con la cabeza descubierta, recitando sus plegarias. El
camino estaba muy quebrado y no se podía ir de prisa; sólo más tarde, cuando el
camino se hizo llano, subieron a sus cabalgaduras. Por momentos hacían la marcha
más lenta y entonces entonaban unos cantos muy expresivos y conmovedores en
medio de la soledad de la noche.

En la noche del 29 al 30 me encontré nuevamente muy próximo al cortejo de los
Reyes. Estos avanzaban siempre en medio de la noche en pos de la estrella, que a
veces parecía tocar la tierra con su larga cola luminosa. Los Reyes miran la
estrella con tranquila alegría. A veces descienden de sus cabalgaduras para
conversar entre ellos. Otras veces, con melodía lenta, sencilla y expresiva,
cantan alternativamente frases cortas, sentencias breves, con notas muy altas o
muy bajas. Hay algo extraordinariamente conmovedor en estos cantos, que
interrumpe el silencio nocturno, y yo siento profundamente su significado.

Observan un orden muy hermoso mientras avanzan en su camino. Adelante marcha un
gran camello que lleva de cada lado cofres, sobre los cuales hay amplias
alfombras y encima está sentado un jefe con su venablo en la mano y una bolsa a
su lado. Le siguen algunos animales más pequeños, como caballos o asnos y encima
del equipaje, los hombres que dependen de este jefe. Viene después otro jefe
sobre otro camello y así sucesivamente. Los animales andan con rapidez, a
grandes trancos, aunque ponen las patas en tierra con precaución; sus cuerpos
parecen inmóviles mientras sus patas están en movimiento. Los hombres se
muestran muy tranquilos, como si no tuvieran, preocupaciones. Todo procede con
tanta calma y dulzura que parece un sueño.

Estas buenas gentes no conocen aún al Señor y van hacia Él con tanto orden, con
tanta paz y buena voluntad, mientras nosotros, a quienes Él ha salvado y colmado
de beneficios con sus bondades, somos muy desordenados y poco reverentes en
nuestras santas procesiones.

Se detuvieron nuevamente en una llanura cerca de un pozo. Un hombre que salió de
una cabaña de la vecindad, abrió el pozo y dieron de beber a los animales,
deteniéndose sólo un rato sin descargarlas. Estamos ya en el día 30. He vuelto a
ver al cortejo ascendiendo una alta meseta. A la derecha se veían montañas y me
pareció que se acercaban a una región con poblaciones, fuentes y árboles. Me
pareció el país que había visto el año pasado, y aún recientemente, hilando y
tejiendo algodón, donde adoraban ídolos en forma de toros. Volvieron a dar con
mucha generosidad alimento a los numerosos viajeros que seguían a la comitiva;
pero no utilizaron los platos y bandejas; lo que me causó alguna sorpresa. Era
un sábado, primer día del mes.

Descubriendo a Nicolás Gómez Dávila

 

Nicolás Gómez Dávila en los años 30 del Siglo XX

«El reaccionario es un animal humano a quien los progresistas consideran como una especie de bestia prehistórica, cuya sola existencia los incomoda y escandaliza. Ningún otro tipo de pensamiento consigue exasperarlos más eficaz y coléricamente. No conciben la posibilidad de que alguien, capaz de profesar un conjunto de ideas que niegan la totalidad del sistema en sus dos fases, la comunista y la capitalista, pueda existir como tal, como criatura humana. Les parece que esa existencia constituye no sólo un anacronismo intelectual sino sencillamente una infracción, una equivocación, un error imperdonable de la biología.» HERNANDO TÉLLEZ 

Esta descripción es perfecta para este interesante personaje, Nicolás Gómez Dávila, del que he tenido noticia gracias al blog del siempre «politically incorrect» Barbadillo véase:
Verdaderamente tiene mala prensa el término «reaccionario» pero esta visión de la existencia toma cada vez más fuerza, cada nuevo acontecimiento en el mundo no hace si no reafirmar el conjunto de ideas que la sostienen. Aquí os paso unos aforismos e ideas del susodicho Nicolás Gómez, no tienen desperdicio:

-Dios es el estorbo del hombre moderno.

-El suicidio más acostumbrado en nuestro tiempo es pegarse un balazo en el alma.

-Llámase mentalidad moderna al proceso de exculpación de los pecados capitales.

-El mundo moderno no será castigado. Es el castigo.

-El mundo moderno ya no censura sino al que se rebela contra el envilecimiento.

-La mentalidad moderna no aprueba sino un Cristianismo que se reniegue a sí mismo.

-La brevedad de la vida no angustia cuando en lugar de fijarnos metas nos fijamos rumbos.

-Aprender a morir es aprender a dejar morir los motivos de esperar sin dejar morir la esperanza.

-Cada día resulta más fácil saber lo que debemos despreciar: lo que el moderno aprecia y el periodista elogia.

-Errar es humano, mentir, democrático.

-Ni la religión se originó en la urgencia de asegurar la solidaridad social, ni las catedrales fueron construidas para fomentar el turismo.

-Todo es trivial si el universo no está comprometido en una aventura metafísica.

-Negarse a admirar es la marca de la bestia.

-La democracia es el régimen político donde el ciudadano confía los intereses públicos a quienes no confiaría jamás sus intereses privados.

-Ninguna clase social ha explotado más descaradamente a las otras que la que hoy se llama a sí misma Estado.

-Una sociedad irreligiosa no aguanta la verdad sobre la condición humana. Prefiere una mentira, por imbécil que sea.

-La Iglesia educaba; la pedagogía del mundo moderno tan sólo instruye.

-El clero moderno cree poder acercar mejor el hombre a Cristo, insistiendo sobre la humanidad de Jesús. Olvidando así que no confiamos en Cristo porque es hombre, sino porque es Dios.

-Los hombres se dividen en dos bandos: los que creen en el pecado original y los bobos.

-El reaccionario de hoy tiene una satisfacción que ignoró el de ayer: ver los programas modernos terminar no sólo en catástrofe sino también en ridículo.

 –El mundo moderno no tiene más solución que el Juicio Final. ¡Que cierren esto!

 

Para saber más sobre Nicolás Gómez Dávila http://www.lablaa.org/blaavirtual/publicacionesbanrep/boletin/boleti1/bol40/bol40uno.htm

 

Mensaje para los que propugnan la eutanasia…

Ah, cómo me gusta esto del internet, la posibilidad de publicar lo que te plazca en tiempo real y comodísimamente no tiene parangón en la historia. Hoy aprovecho este maravilloso y democrático medio para compartir con vosotros, desocupados lectores, un artículo que he leído esta mañana en el ABC… especialmente dedicado a aquellas personas que ven la eutanasia como algo bueno y deseable. La ciencia, una vez más viene a suscribir lo que ya muchos sabíamos, que el hecho de que estemos en este mundo tiene un sentido, y que las puertas de entrada y salida de la vida son asunto que tiene más que ver con lo trascendente que con lo práctico. Ahí va, como el caballo de copas…

LOGRAN COMUNICARSE CON PACIENTES EN ESTADO VEGETATIVO.

JOSÉ MANUEL NIEVES
Actualizado Jueves , 04-02-10 a las 16 : 08
En lo que sin duda parece una versión moderna de la película «Despertares», un grupo de científicos británicos y belgas ha conseguido algo que parecía imposible: establecer una comunicación directa con el cerebro de personas en estado vegetativo y conseguir que éstas respondan mentalmente a sus preguntas. El espectacular logro ha sido posible gracias a un nuevo método de escaneo cerebral desarrollado por los investigadores. El trabajo acaba de publicarse en New England Journal of Medicine.
Cuando un daño cerebral severo (como el provocado por un accidente de tráfico) priva a una persona de la capacidad de comunicarse con los demás, el individuo queda literalmente aislado del mundo que le rodea. Incapaz de reaccionar ante ningún estímulo externo, médicos y familiares se han preguntado hasta ahora si en esos casos las personas siguen conservando la consciencia. Una situación sin duda angustiosa para las familias y que no permite (al no haber posibilidad de comunicación) que se administren los tratamientos adecuados en cada momento.
Sin embargo, un nuevo estudio acaba de demostrar que no todo está perdido. Y que la tecnología puede llegar hasta lo más profundo del cerebro de estas personas y permitir comunicarse con ellas. Los investigadores han conseguido, en efecto, que un hombre con daño cerebral severo pueda, monitorizando sus pensamientos, responder a toda una batería de preguntas sencillas.
Para conseguirlo, un equipo dirigido por Adrian Owen, neurocientífico de la Unidad de Ciencias Cerebrales de Cambridge, utilizaron imágenes por resonancia magnética (MRI) que mostraban, en tiempo real, la actividad cerebral de los pacientes ante determinados estímulos externos. Hace ya tres años que el mismo equipo publicó en Science un trabajo preliminar en el que, utilizando una técnica similar, consiguió establecer un contacto preliminar con un paciente en estado vegetativo.
Sin embargo, Owen y sus colegas han conseguido ahora llegar mucho más lejos. Lo primero que hicieron fue pedir a los pacientes en estado vegetativo (y a un grupo de voluntarios de control completamente sanos) que se imaginaran a sí mismos jugando al tenis. Al hacerlo, se activa en el cerebro una región determinada que controla los movimientos físicos. La zona cerebral activada aparecía coloreada en el escáner (a la izquierda en la imagen). Después pidieron a los pacientes (y a los voluntarios sanos) que se imaginaran a sí mismos recorriendo las habitaciones de su casa, lo cual activa otra área muy distinta del cerebro (a la derecha).
100% de los casosUna vez identificadas con precisión ambas zonas, los investigadores sometieron a los pacientes a una batería de preguntas. Para decir «sí», debían imaginar que jugaban al tenis. Para decir «no» debían pensar que estaban en su casa. Así, comprobando cuál de las dos zonas cerebrales se activaba a cada pregunta, los científicos podrían identificar las respuestas positivas y negativas a las cuestiones que iban planteando.
Uno de los pacientes, un jóven de 22 años que lleva en estado vegetativo desde hace cinco, consiguió responder a seis preguntas diferentes utilizando el método descrito. El nombre del padre, si tenía o no hermanos… En el grupo de voluntarios sanos, sometidos exactamente al mismo proceso, el método funcionó en el 100% de los casos. El jóven en estado vegetativo contestó correctamente a las cinco primeras preguntas (por ejemplo, confirmó que su padre se llama Alexander) y no reaccionó ante la sexta. Los investigadores creen que pudo quedarse dormido o que, sencillamente, prefirió no responder.
«Nos quedamos asombrados cuando vimos los resultados de los escáneres y comprobamos que eran capacers de responder correctmente a las cuestiones que les planteábamos con sólo cambiar sus pensamientos», afirma Owen. El neurocientífico cree que el método abre un camino hasta ahora inexistente y que puede contribuir, entre otras cosas, a la toma de decisiones sobre los tratamientos que se les aplican.
«Se podría preguntar a los pacientes si sienten algún dolor y entonces recetarle calmantes, o conocer su estado emocional». Por no hablar, claro, de la posibilidad de contactar directamente con sus seres más queridos, que pensaban que los habían perdido para siempre.

EL SEÑOR CURA LO HACE TODO MAL…

            EL SEÑOR CURA TODO LO HACE MAL

Si, por casualidad, prolonga su homilía unos minutos, nos duerme.

Si es breve, no se ha cansado mucho.

Si levanta la voz, grita.

Si habla normalmente, no se entiende nada.

Si se ausenta, está siempre en la carretera.

Si no se mueve, está estancado.

Si hace visitas, nunca está en casa.

Si está en casa, nunca realiza visitas.

Si habla de economía, es que es un pesetero.

Si no habla del dinero, no se sabe en qué lo emplea.

Si organiza fiestas, nos cansa.

Si no organiza nada, la parroquia está muerta.

Si se para con la gente, no termina nunca.

Si lleva prisa, no escucha jamás.

Si comienza las celebraciones puntualmente, su reloj va adelantado.

Si empieza un minuto más tarde, nos retrasa a todos.

Si restaura la iglesia, malgasta el dinero.

Si no lo hace, descuida todo.

Si es joven, le falta experiencia.

Si es viejo, debería jubilarse.

¿Y si muere?

¡Pues bien!

¡No hay nadie para reemplazarle!

VIDA DE LA VIRGEN MARÍA LI Y LII

LII Isabel acude a la gruta de Belén

Esta noche vi a Isabel montada en un asno, conducido por un viejo criado  en
camino de Juta a la gruta de Belén. José la recibió afectuosamente y María la
abrazó con un sentimiento de indecible alegría. Isabel estrechó al Niño contra
su pecho, derramando lágrimas de júbilo. Le prepararon un lecho cerca del sitio
donde había nacido Jesús. Delante de él había un banquillo alto como el de
aserrador, sobre el cual había un cofre pequeño donde solían colocar al Niño
Jesús. Debía ser una costumbre que usaban con los niños, pues ya había visto en
casa de Ana a María en su primera infancia reposando en un banquillo parecido.

Anoche y durante el día de hoy vi a María e Isabel sentadas juntas en afectuosa
conversación. Yo me hallaba tan cerca de ellas que escuchaba sus palabras con
sentimiento de viva alegría. La Virgen contó a su prima todo lo que había
sucedido hasta entonces y cuando habló de lo que había sufrido buscando un
albergue en Belén, Isabel lloró muy conmovida. Le dijo muchas cosas referentes
al nacimiento de Jesús. Le explicó que en el momento de la anunciación, su
espíritu se había sentido arrebatado durante diez minutos, teniendo la sensación
de que su corazón se duplicaba y que un bienestar indecible entraba en Ella
llenándola por completo. En el momento del nacimiento, se había sentido también
arrebatada con la sensación que los ángeles la llevaban arrodillada por los
aires y le había parecido que su corazón se dividía en dos partes y que una
mitad se separaba de la otra.

Durante diez minutos había perdido el uso de los sentidos. Luego sintió un vacío
interior y un inmenso deseo de la felicidad infinita que hasta aquel momento
había habitado en ella y que ya no estaba más. Había visto delante de sí una luz
deslumbradora, en medio de la cual su Niño había parecido crecer ante sus ojos.
En ese momento lo vio moverse y lo oyó llorar. Volviendo en sí lo levantó de la
colcha y lo estrechó contra su pecho, pues al principio había creído estar
soñando y no se había atrevido a tocar al Niño rodeado de tanta luz. Dijo no
haberse dado cuenta del momento en que el Niño se había separado de ella. Isabel
le contestó: «En vuestro alumbramiento habéis gozado favores que no tienen las
demás mujeres. El nacimiento de mi Juan fue también lleno de dulzura, pero todo
se realizó en forma muy diversa». Esto es lo que recuerdo de sus pláticas.

Al caer la tarde María se ocultó nuevamente con el Niño, acompañada de Isabel,
en la caverna lateral, vecina a la gruta del pesebre; me parece que
permanecieron allí toda la noche. María procedió así porque muchas personas de
distinción acudían de Belén al pesebre por pura curiosidad, y no quiso mostrarse
a ellas.

Hoy vi a María saliendo con el Niño de la gruta del pesebre, yendo a otra que
está a la derecha. La entrada es estrecha y unos catorce escalones inclinados
llevan primero a una pequeña cueva y después a una habitación subterránea más
amplia que la gruta del pesebre. José la separó en dos partes por medio de una
colcha que suspendió de la techumbre. La parte contigua a la entrada era
semicircular y la otra cuadrada. La luz no venía de arriba, sino de aberturas
laterales que atravesaban una roca muy ancha. Unos días antes había visto a un
hombre sacar de aquella gruta haces de leña y de paja y paquetes de cañas como
los que usaba José para hacer fuego. Fue un pastor el que hizo este servicio.
Esta gruta era más amplia y clara que la del pesebre. El asno no estaba en ella.
Vi al Niño Jesús acostado en una gamella abierta en la roca.

En los días precedentes vi a María a menudo junto a algunos visitantes
mostrándoles al Niño cubierto con un velo y teniendo sólo un paño alrededor del
cuerpo. Otras veces lo veía del todo fajado. He visto que la cuidadora que había
asistido a la circuncisión venía a menudo a visitar al Niño. María le daba casi
todo lo que traían los visitantes para que ella lo distribuyera entre los pobres
del lugar y de Belén.

LIII Los países de los Reyes Magos

Vi el nacimiento de Jesucristo anunciado a los Reyes Magos. He visto a Mensor y
a Sair: estaban en el país del primero y observaban los astros, después de haber
hecho los preparativos del viaje. Observaban la estrella de Jacob desde lo alto
de una torre piramidal. Esta estrella tenía una cola que se dilató ante sus
ojos, y vieron a una Virgen brillante, delante de la cual, en medio del aire, se
veía un Niño luminoso. Al lado derecho del Niño brotó una rama, en cuya
extremidad apareció, como una flor, una pequeña torre con varias entradas que
acabó por transformarse en ciudad. Inmediatamente después de esta aparición los
dos Reyes se pusieron en marcha. Teokeno, el tercero de los Reyes, que vivía más
hacia el oriente, a dos días de viaje, tuvo igual aparición, a la misma hora, y
partió en seguida aceleradamente para reunirse con sus dos amigos, a los que
encontró en el camino.

Me dormí con gran deseo de encontrarme en la gruta del pesebre, cerca de la
Madre de Dios, con el ansia de que Ella me diera al Niño Jesús para tenerlo en
mis brazos algún tiempo y estrecharlo contra mi corazón. Me acerqué a la gruta
del pesebre. Era de noche. José dormía apoyado en el brazo derecho, en su
aposento, cerca de la entrada. María estaba despierta, sentada en su sitio de
costumbre, cerca del pesebre, teniendo al pequeño Jesús a su pecho, cubierta con
un velo. Me arrodillé allí y le adoré, sintiendo un gran deseo de ver al Niño.
¡Ah, María bien lo sabía! ¡Ella lo sabe todo y acoge todo lo que se le pide con
bondad muy conmovedora, siempre que se rece con fe sincera! Pero ahora estaba
silenciosa, en recogimiento; adoraba respetuosamente a Aquél de quien era Madre.
No me dio al Niño, porque creo lo estaba amamantando. En su lugar, yo hubiera
hecho lo mismo.

Mi ansia crecía más y se confundía con el de todas las almas que suspiraban por
el Niño Jesús. Pero esta ansia mía no era tan pura, tan inocente ni tan sincera
como la del corazón de los buenos Reyes Magos del Oriente, que lo habían
aguardado desde siglos en las personas de sus antepasados, creyendo, esperando y
amando. Así fue que mi deseo se volvió hacia ellos.

Cuando acabé de rezar, me deslicé respetuosamente fuera de la gruta y fui
llevada por un largo camino hasta el cortejo de los Reyes Magos. A través del
camino he visto muchos países, moradas y gentes con sus trajes, sus costumbres y
su culto; pero casi todo se me ha ido de la memoria. Fui llevada al Oriente a
una región donde nunca había estado, casi toda estéril y arenosa. Cerca de unas
colinas habitaban en cabañas, bajo enramadas, pequeños grupos de hombres. Eran
familias aisladas de cinco a ocho personas. El techo de ramas se apoyaba en la
colina donde habían cavado las habitaciones. Esta región no producía casi nada;
sólo brotaban zarzales y algún arbolillo con capullos de algodón blanco. En
otros árboles más grandes colocaban a sus ídolos.

Aquellos hombres vivían aún en estado salvaje. Me pareció que se alimentaban de
carne cruda, especialmente de pájaros y se dedicaban al latrocinio. Eran de
color cobrizo y tenían los cabellos rojos como el pelo de zorro. Eran bajos,
macizos, más bien gordos que flacos; eran muy hábiles, activos y ágiles. En sus
habitaciones no había animales domésticos ni tenían rebaños. Confeccionaban una
especie de colchas con algodón que recogían de sus pequeños árboles. Hilaban
largas cuerdas del espesor de un dedo que luego trenzaban para hacer anchas
tiras de tejidos. Cuando habían preparado cierta cantidad ponían sobre sus
cabezas grandes atados de colchas e iban a venderlas a la ciudad.

También he visto sus ídolos en varios lugares, bajo frondosos árboles: tenían
cabeza de toro con cuernos y boca grande; en el cuerpo agujeros redondos y más
abajo una abertura ancha donde encendían fuego para quemar las ofrendas
colocadas en otras aberturas más pequeñas. Alrededor de cada árbol, bajo los
cuales había ídolos, veíanse otras figuras de animales sobre columnitas de
piedra. Eran pájaros, dragones y una figura que tenía tres cabezas de perro y
una cola de serpiente arrollada sobre sí misma.

Al comenzar el viaje tuve la idea de que había gran cantidad de agua a mi
derecha y que me alejaba cada vez más de ella. Pasada esta región, el sendero
subía siempre. Atravesé la cresta de una montaña de arena blanca donde había
gran cantidad de piedrecillas negras quebradas semejantes a fragmentos de
jarrones y escudillas. Del otro lado bajé a una región cubierta de árboles que
parecían alineados en orden perfecto. Algunos de estos árboles tenían el tronco
cubierto de escamas; las hojas eran extraordinariamente grandes. Otros eran de
forma piramidal, con grandes y hermosas flores. Estos últimos tenían hojas de un
verde amarillento y ramas con capullos. He visto otros árboles con hojas muy
lisas, en forma de corazón.

Llegué después a un país de praderas que se extendía hasta donde alcanzaba la
vista en medio de alturas. Había allí innumerables rebaños. Los viñedos crecían
alrededor de las colinas. Había filas de cepas sobre terrazas con pequeños
vallados de ramas para protegerlas. Los dueños de los rebaños habitaban en
carpas, cuya entrada estaba cerrada por medio de zarzos livianos. Aquellas
carpas estaban hechas con tejido de lana blanca fabricado por los pueblos más
salvajes que había visto antes. En el centro había una gran carpa rodeada de
muchas otras pequeñas. Los rebaños, separados en clases, vagaban por extensos
prados divididos por setos de zarzales. Había diferentes tipos de rebaños:
carneros cuya lana colgaba en largas trenzas, con grandes colas lanudas; otros
animales muy ágiles, con cuernos, como los de los chivos, grandes como terneros;
otros tenían el tamaño de los caballos que corren en libertad en nuestras
praderas. Había también manadas de camellos y animales de la misma especie pero
con dos jorobas. En un recinto cerrado vi elefantes blancos y algunos manchados:
estaban domesticados y servían para los trabajos ordinarios. Esta visión fue
interrumpida tres veces por diversas circunstancias, pero volví siempre a ella.

Aquellos rebaños y pastizales pertenecían, según creo, a uno de los Reyes Magos
que se hallaba entonces de viaje; me parece que eran del Rey Mensor y sus
parientes. Habían sido puestos al cuidado de otros pastores subalternos que
vestían chaquetas largas hasta las rodillas, más o menos de la forma de las de
nuestros campesinos, pero más estrechas. Creo que por haber partido el jefe para
un largo viaje todos los rebaños fueron revisados por inspectores, y los
pastores subalternos tuvieron que decir la cantidad exacta, pues he podido ver a
cierta gente, cubierta de grandes abrigos, venir de cuando en cuando para tomar
nota de todo. Se instalaban en la gran carpa principal y central y hacían
desfilar a todos los rebaños entre esta carpa y las más pequeñas. Así se
examinaba y contaba todo. Los que hacían las cuentas tenían en las manos una
especie de tablilla, no sé de qué materia, sobre la cual escribían. Viendo esto,
me decía: «¡Ojalá pudieran nuestros obispos examinar con el mismo cuidado los
rebaños confiados a los pastores subalternos!»

Cuando después de la última interrupción de esta visión volví a estas praderas,
era ya de noche. La mayor parte de los pastores descansaban bajo carpas
pequeñas. Sólo algunos velaban caminando de un lado a otro en torno a las reses,
encerradas, según su especie, en grandes recintos separados. Yo miraba con
afecto estos rebaños que dormían en paz pensando que pertenecían a hombres, los
cuales habían abandonado la contemplación de los azules prados del cielo,
sembrados de estrellas, y habían partido siguiendo el llamado de su Creador
Todopoderoso, como fieles rebaños, para seguirlo con más obediencia que los
corderos de esta tierra siguen a sus pastores terrenales.

Veía a los pastores que miraban más a menudo las estrellas del cielo que sus
rebaños de la tierra. Yo pensaba: «Tienen razón en levantar los ojos asombrados
y agradecidos hasta el cielo mirando hacia donde sus antepasados, desde hace
siglos, perseverando en la espera y en la oración, no han cesado de levantar sus
miradas». El buen pastor que busca la oveja perdida, no descansa hasta haberla
encontrado y traído de nuevo. Lo mismo acaba de hacer el Padre que está en los
cielos, el verdadero pastor de los innumerables rebaños de estrellas extendidos
en la inmensidad. Al pecar el hombre, a quien Dios había sometido toda la
tierra, Dios maldijo a ésta en castigo de su crimen; fue a buscar al hombre
caído en la tierra, su residencia, como a una oveja perdida; envió desde lo alto
del cielo a su Hijo único para que se hiciera hombre, guiara a aquella oveja
descaminada, tomara sobre Él todos sus pecados en calidad de Cordero de Dios y,
muriendo, diera satisfacción a la justicia divina. Y este advenimiento del
Redentor había tenido lugar.

Los reyes de aquel país, guiados por una estrella, habían partido la noche
anterior para rendir homenaje al Salvador recién nacido. Por causa de esto, los
que velaban sobre los rebaños, miraban con emoción los prados celestiales y
oraban; pues el Pastor de los pastores acababa de bajar de los cielos, y fue a
los pastores, antes que a nadie, a quienes había anunciado su venida.