Cada vez con más frecuencia estoy observando que personas de mi entorno cercano se van viendo envueltas en situaciones problemáticas que antes veía y oía en ámbitos mucho más lejanos y ajenos a mí… Puedo comprobar fehacientemente que aquellos avisos que venían dando algunas personas que parecían agoreras se van cumpliendo claramente, hecho que me alarma y me hace temer.
Hace pocos días en la puerta del cole me comentaba un abuelo que su hija es maestra en un pueblo cercano a Madrid y que en su clase de 20 alumnos sólo había dos de una familia compuesta por padre y madre heterosexuales que seguían unidos y no se habían separado, los otros 18 vivían situaciones irregulares como familias monoparentales o con padres que vivían segundas o terceras relaciones… A estas alturas no me escandalizo fácilmente pero compruebo que la demolición de la familia es un hecho constatable: abortos, separaciones traumáticas, malos tratos, infidelidades etc. En definitiva la desorientación social y personal se está generalizando. Creo que ha llegado el momento de una movilización pacífica personal de personas que desde la humildad de sabernos pecadores débiles nos esforcemos por tender la mano a otras personas, sin condenar a nadie y respetando a todos pero expresando sin miedos ni complejos nuestras creencias. Hay que gritar fuerte que la solución a nuestros problemas no la tiene ningún partido político, el verdadero cambio ha de venir por un cambio interno en nuestros corazones y ese cambio sólo lo puede traer Jesucristo.
Lo creo así firmemente.