Se acerca la fiesta de Todos los Santos y reflexionando sobre esta celebración he llegado a algunas conclusiones que quiero compartir con vosotros.
Pensemos que si, al final de nuestra vida terrena, felizmente llegamos a entrar en el cielo, obligatoriamente lo haremos como santos. Ya sea porque en la tierra hayamos conseguido la clave para sintonizar perfectamente con Dios a través de su misericordia o bien porque hayamos lavado nuestras imperfecciones en el Purgatorio consiguiendo merecimientos por nuestros sufrimientos unidos a los de Cristo. Si no llegamos nunca al cielo será porque al final nos hemos convertido en un hombre-demonio.
Es decir, de un hombre, de su peripecia vital solo pueden salir dos cosas: un santo o un demonio. Por eso es tan contraproducente la actitud que tenemos muchos católicos respecto a la búsqueda de la santidad personal, en general creemos que eso no va con nosotros conformándonos con una mediocridad tibia, la santidad la dejamos para los curas y las monjas, y ni siquiera todos. Esto es un pensamiento erróneo si tenemos en cuenta mi afirmación del principio, tendríamos que pensar que, si obligatoriamente para entrar en el cielo se tiene que ser santo deberíamos empezar hoy mismo ese camino.