Sobre el Compromiso Social Criminal.

Me ha llegado de una persona cercana un correo electrónico titulado «Contrato Social», después de perder (o ganar) dos o tres minutos en verlo algo se ha movido en mi interior… puedes estar de acuerdo en muchas ideas que aparecen o puedes estar en desacuerdo, pero lo que está claro es que leer detenidamente estos pensamientos ayuda a replantearte tantas cosas dadas como obvias… No debemos perder la costumbre de observar lo que nos rodea como si lo viésemos por primera vez, ya lo decía Chesterton «no hay cosas sin interés. Tan sólo personas incapaces de interesarse»…

http://elproyectomatriz.wordpress.com/2008/08/24/contrato-social-criminal/

ilustracion un mundo feliz

 

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El sueldo de un obispo es tres veces inferior al del director de una ONG y el presupuesto del Vaticano es siete veces menor al de Harvard.

Esta noticia va dedicada especialmente a los “petardos” que no dejan de machacarnos con las supuestamente inmensas riquezas de la Iglesia. Personalmente he conocido muchos casos de curas que se han secularizado o seminaristas que han acabado su formación y no han llegado a sacerdotes y os puedo asegurar que han encontrado puestos de trabajo muy bien remunerados, lo que contrasta con el pequeño salario de un sacerdote.

procesion de curas

El sueldo de un obispo español es de aproximadamente mil euros mensuales, dos o tres veces inferior al salario del director de una ONG, y 20 ó 30 veces menos de lo que gana el director general de una empresa del IBEX 35.

Según el estudio ‘La revolución silenciosa’ elaborado por la revista ‘Compromiso Empresarial’, la responsabilidad de un obispo no es menor a la del consejero delegado de una gran firma, ni cuenta con una formación menos exigente: la mayoría de los obispos son licenciados y doctores; y antes de acceder al cargo, han tenido una experiencia pastoral y de gobierno de entre 20 y 25 años.

El estudio menciona la manida frase de que el Vaticano posee ‘inmensas riquezas’, pero recuerda que su presupuesto anual es de 293 millones de euros, 7,5 veces inferior al de la Universidad de Harvard (2.200 millones de euros). Y señala que los fondos de inversión del Vaticano en acciones, bonos y valores mobiliarios apenas llegan a los 734 millones de euros. Muy lejos de los 19.848 millones de euros en que se calcula la fortuna de Amancio Ortega, repartida entre sus participaciones bursátiles, la sociedad patrimonial Ponte Gadea y las sociedades de inversión Keblar, Alazán y Gramela.

Respecto al patrimonio artístico que se conserva en el Vaticano, el informe recuerda -citando al conocido vaticanista John L. Allen- que están valorados contablemente en un euro. En realidad, no tienen valor de mercado, pues no pueden ser vendidos ni ser objeto de garantía.

El análisis señala también que los ingresos de la Iglesia en España durante 2008 fueron 600 millones de euros. Cifra irrisoria comparada con los 57.946 millones de euros que ingresó Telefónica, o los 21.728 millones de euros que facturó Endesa

¿Y EL ESTADO DE MI NACIÓN QUE? Leopoldo Abadía

ANTICONCEPCION

¡Dios mío! Qué manera de definir una situación de una manera tan simple y tan certera. Cuánto envidio tener una cabeza tan bien amueblada como la de Don Leopoldo. Leed veréis como no os decepciona…

 

Esta semana he viajado bastante. Me llevaron en coche de Sevilla a Mérida el primer día del debate sobre el Estado de  la Nación. Pedí que me pusieran la radio y oí una parte. El resto, lo he leído a trozos en los periódicos de los sitios donde he estado. O sea, no lo vi ni lo escuché de un tirón, con lo que es posible que alguna parte se me haya escapado.

 

Pero pienso que ya debería tener una idea bastante clara de lo que ocurrió, aunque me parece que no la tengo.

 

En primer lugar, me molesta que se diga quién ganó o quién perdió. He leído que ganó Zapatero (por lo menos, cuando le escuché por la radio, le interrumpían -supongo que los de su bando- con muchos aplausos en trozos del discurso cuya profundidad me había pasado desapercibida, pero que debían ser fundamentales, a juzgar por el entusiasmo que despertaban.

 

También he leído que ganó Rajoy y aunque no seguí su parte de modo tan completo, también supongo que los suyos le aplaudirían, convenientemente adoctrinados.

 

Lo que pasa es que me gustaría saber cuál es el estado de mi nación, porque, como ya he dicho alguna vez, a mí lo que me preocupa es mi nación y a estos chicos parece que lo que les preocupa son las elecciones europeas. Ya sé que luego les preocuparán las generales, las autonómicas y las de San Quirico, pero ahora estamos en las europeas.

 

Parece eso, cuando leo que “Zapatero sale vivo del debate de los cuatro millones de parados”. Y pienso que si ese era su objetivo, a los cuatro millones de parados les debe hacer mucha gracia el éxito personal de nuestro Presidente.

 

Leo que el citado Presidente dice que “el Gobierno hizo previsiones erróneas el año pasado”. Y ya está. Cualquiera se puede equivocar. Eso es verdad. Pero no sé si este mozo se da cuenta de que una equivocación suya equivale a mil mías. En otras palabras: que si él se equivoca -y por lo que parece, SE EQUIVOCA-  afecta a unos cuantos millones de españoles (unos 46) y si yo me equivoco –que ME EQUIVOCO- les afecta a los de mi familia y poco más.

 

Y, como los de mi familia y poco más, me conocen de sobra, ya no me hacen caso cuando hago previsiones. Lo cual sería un consejo muy bueno para todo español (los 46 millones): No hagáis ningún caso a lo que dice nuestro Presidente, porque, a efectos de no acertar, es del mismo nivel que Leopoldo Abadía.

 

Escuché al Presidente decir con voz profunda que, a pesar de lo que se ha avanzado en la educación de los chicos (o sea, de sus hijos y de mis nietos, porque a mis hijos, gracias a Dios, ya no les coge), “no acabamos de estar satisfechos” (me parece que la frase es textual y si no lo es, se aproxima mucho).

 

Y entonces viene la solución, lo que en términos científicos podríamos llamar el pack educativo, compuesto por tres elementos:

 

1. Un ordenador para cada chaval/chavala.

 

2. Una o varias pizarras digitales para cada escuela.

 

3. Una píldora del día después para toda niña a la que le apetezca acostarse con un mozo “sin consecuencias”, como parece que se dice ahora.

 

(Entre paréntesis, no sabéis lo que presumo cuando veo las doce consecuencias de mi matrimonio y las 38 consecuencias de los matrimonios de mis hijos.)

 

O sea, que ahora José Luis -permíteme que te tutee, Presidente, porque por la edad, podría ser tu padre- decide que nuestros hijos, con ordenador (ellos y ellas), una pizarra (ellos y ellas) y un par de píldoras en el bolsillo (ellas), darán un salto adelante en su educación.

 

¡Dios mío, este hombre empieza a ser peligroso! Este hombre va a  fabricar animalitos. Con ordenador y pizarra, pero animalitos, que serán incapaces de ver a una mujer como mujer o a un hombre como hombre. En la mujer verán a una moza como chisme para  pasárselo bien y en el hombre, a un mozo buscador de mozas para llevárselas a la cama.

 

Ya sé que soy muy simplón, pero esto del debate sobre el estado de la nación me ha dejado un poco preocupado.

 

No quiero que se repita aquello de “¡váyase, señor González!”. Pero, por favor, señor Zapatero, no nos estropee a los chavales. Que de aquí a unos años usted se irá a su casa, luego se hará mayor y le invitarán a dar conferencias. Y ya está. Y mientras tanto, muchos chicos y muchas chicas a las que usted habrá estropeado definitivamente, irán por ahí tirados por la calle, y nadie les pedirá que den una conferencia.

 

Quédese, señor Zapatero, o váyase. Haga lo que quiera. Pero no haga daño. Porque hasta ahora, las cosas que usted decía me las tomaba a broma, porque ya sé que no da usted ni una.

 

Pero lo de ahora, es más serio. Fíjese si es serio que hasta para presentar lo de la pildorita necesitó usted dos ministras. No un simple subsecretario (no sé si existen todavía). No. Dos ministras. La víspera del debate sobre el estado de mi nación. Debió ser para que no se llevase usted todos los aplausos y les quedase alguno a ellas, sobre todo a la de Igualdad, que no le aplaude nadie.

 

P.S.

 

Juan Fernando López Aguilar, ex Ministro, es un canario muy divertido, que habla inglés muy bien, que fue Ministro de Justicia, que luego se lo quitaron de encima mandándolo a Canarias a perder las elecciones, y ahora se va a Europa, a ver si las gana, es un hombre que tiene mucha gracia dibujando.

 

Mientras los españoles pensábamos que estos señores trabajaban, él hizo un dibujo en el que, mientras Zapatero saca conejos de dos chisteras, Rajoy pone cara de frustración y dice: “¡Lo ha vuelto a hacer! ¿Qué puedo hacer contra este tío?”

 

Pues a eso juegan estos chicos. A ganar, a sacar conejos de la chistera, a decir que darán 2.000 euros por coche, incluyendo en esa cifra el descuento de 1.000 que harán los fabricantes de coches, etc.

 

Y del estado de mi nación, ¿qué?

 

A ver si hay suerte y aparece la contestación en algún otro conejo de alguna otra chistera.

¡QUÉ VERDES ERAN MIS BROTES! Leopoldo Abadía

LA COLA DEL PARO

Hoy desayuno en Barcelona, con Juan. Es un hombre al que conocí hace muchos años en San Quirico. Listo, competente, buena persona, un gran profesional. Con sentido común (¡casi nada!). Que se da cuenta del lío en el que estamos y de los discursos pintorescos que unos y otros hacen.

 

Me dice: “¿Tú también crees que no saben por dónde andan?”

 

Lo último que le ha desconcertado es eso de que ya que no pudimos votar a Obama en Julio le podremos votar ahora, en las elecciones europeas. Juan me dice: “¿Pero es que este señor se presenta?” Y dice que, puestos a votar (se lo está pensando), él prefiere votar a uno de San Quirico, o de Castellterçol, el pueblo de  al lado y, si le apuras un poco, de Moià, que está a 10 kilómetros. “¡Pero votar a un señor de Illinois! ¿Y qué se me ha perdido a mí en Illinois?”

 

Le intento explicar que eso que le preocupa no es más que un truco publicitario, que no hay que tomárselo en serio, como cuando te dicen que no sé qué producto es el mejor del mundo. Que es una manera de hablar que, en términos propagandísticos, se considera una exageración admitida y que, en términos reales, sería una mentira, no admitida.

 

Juan está nervioso con lo de los brotes verdes de que ha hablado una Ministra. Que ya sabe que esa señora es gallega y que quiere dejar claro que a él, los gallegos le caen bien.

 

Lo que pasa es que dice que la Ministra ha copiado lo que dijo hace poco Bernanke, el Presidente de la Reserva Federal americana, que fue a quien se le ocurrió lo de los brotes verdes, como se le podía haber ocurrido cualquier otra cosa.

 

Le digo que lo de los brotes verdes es lo de la luz de una velica al final del túnel y que me gusta más porque es más poético y, además, se evita que haya malintencionados que pregunten eso de que si la luz es de una velica o de un tren que viene en dirección contraria.

 

Desayunamos. Los desayunos en Barcelona son distintos de los de San Quirico. El vino es menos peleón, lo que va bien para trabajar después, el jamón del bocadillo no es ibérico y las servilletas son de tela. Pero el ambiente es muy agradable, saludas a mucha gente y te encuentras muy cómodo. A Juan le coge cerca de casa y así puede ir andando. Yo voy en coche y como resulta que el señor del parking es profesor mercantil, nos enrollamos y lo pasamos bien.

 

Juan dice que no puede ser que cada día tengamos que mirar un nuevo brote verde y, además, de un campo que no es el nuestro. Dice, por ejemplo:

 

1. Que se alegra mucho de que los Bancos americanos hayan pasado el test y que resulte que no necesitan tanto dinero como se temía.

 

2. Luego dice que alguna trampa han debido hacer. Pero es que Juan siempre ha sido un hombre tan listo y tan íntegro que, de vez en cuando, piensa que alguien hace lo que no debe.

 

3. Dice que se alegra de que se vendan coches en Alemania, porque así nos comprarán los que fabricamos.

 

4. Dice que se alegra de que suba la Bolsa, aunque no sabe por qué teme que va a bajar otra vez.

 

5. Que también se alegra de que el BCE baje los tipos de interés, aunque luego haya inflación.

 

6. Y que le gusta que Obama y Castro no se insulten y que, quizá, en un pequeño descuido, hasta se lancen algún piropo sin importancia.

 

Que todo eso le gusta, porque son buenas noticias.

 

Pero que hay una cosa que no le gusta en absoluto: el número de parados que hay en España, que hace una semana eran 4 millones y ahora son 300.000 menos, pero porque los cuentan de otro modo.

 

Juan, que es muy obediente a lo que le digo yo (¡será buena persona!), lee todos los días, según mi recomendación, un periódico generalista (siempre el mismo) y otro económico (siempre el mismo). (Aunque soy muy amigo del Director del periódico económico que leo, hoy no le hago publicidad, porque me parece que éste no es el sitio adecuado.)

 

Y Juan dice que sí, que me seguirá obedeciendo, pero a su aire. Que ha decidido que el único brote verde que va a admitir es el número de parados. Y para eso:

 

1. Quiere que le digan el número exacto de parados cada mes.

 

2. Que le da lo mismo el método que utilicen, con tal de que no lo cambien mientras se juega el partido. (A Juan le gustan mucho las metáforas y dice que un partido de fútbol se juega con los pies y que no puede ser que en el segundo tiempo se convierta en un partido de balonmano).

 

3. Que quiere que le den la cifra absoluta, o sea, que no le digan “unos cuatro millones”, sino tres millones setecientas doce mil quinientas diecinueve personas, por ejemplo.

 

4. Que no quiere que le comparen esa cifra con lo que ocurrió hace dos años, o hace seis meses un jueves por la tarde, para demostrar cosas que son indemostrables.

 

5. Que la prueba de que son indemostrables y, además inútiles, son las frases con las que algún Ministro presenta las cifras. Eso de que se detecta una contracción en la destrucción de empleo  le suena a un trabalenguas que decía un tíos suyo y que era más o menos así: “Por medio del mecanismo que cierra el aparato, Barrabás sale al escenario y se mete con la madre del que le ha tirado un tomate”.

 

Juan ha inventado EL INDICADOR. Dice que no quiere otro. Que el mes en que hayamos pasado de tres millones…quinientos diecinueve a tres millones…quinientos dieciocho, dirá: “¡¡Ya hay un brote verde!!”

 

Porque eso querrá decir:

 

1. Que un empresario ha contratado a una persona.

 

2. Que lo ha hecho porque tiene trabajo para esa persona.

 

3. Que una entidad financiera, le ha dado un crédito pequeño, pero suficiente para poder seguir trabajando.

MI ABUELO JAIME, LUIS Y EL BAR DE LA ESQUINA

Os propongo que tomemos una iniciativa, en facebook o en donde haga falta… la iniciativa será ¡LEOPOLDO ABADÍA FOR PRESIDENTE!… Si hay una salida del túnel es la que nos indica este señor… Y como decía José Luis Moreno… con todos ustedes, el mejor, el maravilloso, el del juicio preclaro… LEOPOLDO ABADÍA…

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En los principios del siglo XX, mi abuelo paterno era peatón.  Los peatones eran empleados de Correos, que se encargaban del reparto de la correspondencia por los pueblos. Tenía pocos años, cargaba su bolsa y, venga a andar, llevaba las cartas por los pueblos que le habían asignado.

 

Luego fue aprendiz en una tienda. Siempre dijo que dormía debajo del mostrador y nunca llegó a entender por qué los aprendices tenían derecho a hacer vacaciones como  los demás. “Son unos señoritos”, solía decir.

 

Luego trabajó de  empleado en otra tienda y después, se estableció por su cuenta.

 

Después de trabajar todo el  día, de madrugada, se ponía en la puerta de la tienda (lo de la libertad de horarios se inventó después) y a los que pasaban -no serían muchos-  les preguntaba si habían ganado dinero aquella noche en el casino. Si le decían que sí, les animaba a que entrasen y se hiciesen un traje, que, por supuesto,  lo hacía él, con más o menos acierto.

 

En los años 60, por esas  cosas que pasan, conocí a Jaime en Estados Unidos. Tenía una empresa  textil importante en Barcelona,  pero tuvimos que ir a Boston, cada uno por su lado, para  conocernos. Nos hicimos muy amigos. No tenía estudios universitarios. Había sido boxeador y luego carbonero. Trabajaba mucho. Montó un negocio en el que trabajaban unas 300 personas.

 

Era un hombre bueno, recio, de esos en los que uno se pude  apoyar. Se manejaba bien por todo el mundo. Cuando le preguntaba en qué idioma se entendía, ponía cara de sorpresa y decía  “¡En catalán!” Y era verdad. Le parecía lo más normal.

 

Montó un negocio en Venezuela. Le  costó arrancar. Con 50 años y una buena posición económica, se fue a vivir a Caracas. Roser, su mujer, iba allí cada 15 días. En aquella época, yo iba también con mucha frecuencia. Una vez que le tocaba ir a ella, le llamó y le dijo que, como iba yo, ella se había quedado. Y Jaime  le dijo: “Leopoldo me cae bien,  pero prefiero que vengas tú”.

 

Luis es un íntimo amigo mío. Con su hermano montó una empresa en los años 50. (No sé qué me pasa últimamente. Sólo hablo del siglo pasado. Y, si me descuido, del otro, como en el caso de mi abuelo.)

 

Cuando se  casó, se compró un coche de tercera o cuarta mano. Allí dormía su mujer mientras él trabajaba por la noche en la fábrica y ella le esperaba fuera.

 

Mi abuelo, Jaime, Luis… ¡cuánto trabajaban! ¡Y cómo se notó! ¡Y cómo lo notó la gente que tuvo trabajo gracias a ellos!

 

El otro día fui a desayunar a un bar que está cerca de mi casa en Barcelona. Han cambiado el  horario: ahora es de 6.30 a 21, de lunes a domingo.

 

Ya lo sabían, pero han vuelto a inventar lo de mi abuelo, lo de Jaime, lo de Luis: que hay que trabajar. Se  cansarán más, pero seguirán adelante y saldrán de ésta.

 

Veo fotos de la época de mi abuelo, pocas y amarillentas. Y de la época de Jaime y de la de Luis, en blanco y negro. ¡Qué mal  vivíamos entonces! ¡Qué mal estaban las  ciudades! ¡Y qué poco ayudaba el Gobierno!

 

Mi abuelo, y Jaime y Luis nunca se plantearon cómo les podía ayudar el Gobierno. Se jugaron su dinero, y dieron trabajo a mucha gente.

 

¿Qué nos pasa ahora? Tengo la sensación de que llevamos mucho tiempo viviendo demasiado bien. Tengo la sensación de que educamos a los hijos y a los nietos con esa filosofía (por llamarle de alguna manera)  absurda de “no quiero que pasen lo que he pasado yo”.

 

Y esos hijos y esos nietos, una vez educados (¿?) así, se lanzan a  la calle a exigir empleo. O sea, a exigir que unos cuantos se jueguen su dinero para  darles de comer a ellos. Pero ¿qué empleo les van a dar a estos mozos? ¿Quién será el abuelo o el Jaime o el Luis que se jugará su dinero y les dará trabajo?

 

Me parece que tenemos que volver a tomarnos la vida en serio. Que no puede ser que la próxima generación sea una mezcla de merengue y helado de tuti-fruti, con un Master, por supuesto, pero merengues.

 

Yo ahora digo que “de ésta” ya hemos empezado a salir. Pero lo digo pensando que hay muchos abuelos/Jaimes/Luises que, sin manifestarse, están trabajando.

 

Estuve hace unos días en un pueblo cerca de Barcelona, en una reunión de empresarios. Miércoles por la tarde, víspera de puente. La  sala, llena. Los empresarios, planteando sus dudas  y el Alcalde diciendo lo que el Ayuntamiento estaba haciendo para ayudarles. Nadie  se quejaba. Todos planteaban lo que hacían y lo que se podía hacer.

 

Me acordé de mi abuelo, y de Jaime, y de Luis.  Y del dueño del bar de mi barrio.

 

Y pensé que sí, que tengo razón, que ya estamos saliendo de  la crisis. Y que es posible que muchos no se hayan enterado, porque siguen quejándose de lo mal que está todo.

 

Hay que arreglar muchas cosas. Hoy se me ocurren unas cuantas.  (Haciendo un pequeño esfuerzo, se me ocurrirían muchas más, pero no me caben en este artículo.)

 

  1. La  financiación de las empresas. Lo están pasando mal. Muchas  se sienten estranguladas.

 

  1. Las distracciones infinitas del Estado y de las Comunidades Autónomas. No conozco a Núñez Feijóo, Presidente de la Comunidad de Galicia. Sólo he leído que tiene novia y que está reduciendo mucho el gasto de la Comunidad. Pues mire, D. Alberto: ya me cae usted bien. (No por lo de la novia,  que a quien le tiene que caer bien es a usted, sino por lo del gasto.)

 

  1. La formación de los chavales. Antes se decía que hay que hacer hombres para el mañana. Me parece que hoy se dirá hombres/mujeres. Se llame como se llame, hay que volver a poner de moda el trabajo y hay que volver a poner de moda al empresario.

 

  1. Porque a los chavales les tenemos que meter en la cabeza  que hay que trabajar, y que sin trabajar no haremos nada.

 

  1. Y hay que decir en público que sin empresarios, tampoco haremos nada. Y que no me cuenten cuentos: lo del empresario con sombrero de copa, los anillos de oro y el  signo del  dólar en la solapa es una bobada.  Eso no es un empresario. Eso, si existe, es un desgraciado. Los empresarios son otra cosa.   Y nos hacen falta MUCHOS.

 

P.S.

 

  1. No he dicho que, entre las  cosas que hay que hacer, está la reforma laboral, porque no sé qué quiere decir.  Parece que hay unos que dicen que hay que dar facilidades para despedir  y otros que no. También supongo que unos y otros dicen otras  cosas.

 

  1. Como he dicho ya otras veces, creo que lo laboral,  si es que hay que arreglarlo, no se resuelve con una declaración de Fernández Ordóñez, una contradeclaración de Celestino Corbacho, otra declaración de Cándido Méndez y, para rematar, otra contradeclaración de Díaz Ferrán.

 

  1. No, que si hemos de trabajar, hay que hacerlo en serio. Que no podemos hablar y hablar y hablar mirando al tendido, como toreaba Manolete (un torero también del siglo pasado, que a mí me gustaba mucho.) Que hay que mirar al toro, no al público. Todos juntos. Creo que a eso le llaman “diálogo social”. Que le llamen como quieran. Yo le llamaría discurrir con la cabeza y no con los pies.

SANT JORDI Y EL CID

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Nunca había firmado libros el día de Sant Jordi en Barcelona. Nunca había pensado que eso sucedería alguna vez. Pues ha sucedido.

 

Impresionante. La sociedad civil por la calle, mientras los políticos toman chocolate con melindros en Pedralbes.

 

La sociedad civil, formada por miles y miles de personas, que, para salir a la calle, no necesitan permiso de esos señores que hablan y hablan y no hacen y no hacen y, en cuanto te descuidas, gastan y gastan, con mucha frecuencia en cosas no necesarias y, si te descuidas, perjudiciales.

 

Me encantó cenar con autores, desayunar con autores, comer con autores. Como yo ya sé lo que soy, cuando alguien me llama “autor” me entra la risa. Cuando firmas al lado de Luis Sepúlveda y de José Mª Beneyto, o cerca de Antonio Gala, o comes con Carmen Posadas entre otros, te das cuenta de que allí te has colado. ¡Bendito cuele!

 

Descubrí que me encanta firmar libros. Como no estoy acostumbrado, me apetece poner unas dedicatorias larguísimas, hablando de esa persona, de sus estudios, de su familia, con lo cual la cola se hace más larga y los que me acompañan se ponen nerviosos y dicen: “menos rollo y más  firmas, por favor”.

 

Pero lo que más me maravilló es que todos los que venían a que les firmase el libro venían sonriendo. Y esto no era porque yo fuera “el simpático”, como al principio me creí. No, les pasaba a todos los que estaban firmando.

 

¡Qué preciosidad! La crisis y el paro y los despidos y la gripe y todo, apartados por un momento. Y todos sonriendo. Y muchos, al sol. Y yo, enrollándome, porque cuando ves  a alguien, joven, maduro o de mi edad, que ha estado al sol y te sonríe y te pide por favor que le firmes un libro, te dan ganas de levantarte, darle un par de besos y llevarle el libro firmado a su casa. Y luego, volver al siguiente y repetir la operación.

 

Acabé de firmar a las 9 de la noche. Casi no había luz. Me dio pena que se acabase tan pronto el día. Cogí un taxi y llegué a casa. Al subir en el ascensor, me di cuenta de que no podía con mi alma. Para cenar, me tomé un whisky y un huevo frito. Es una mezcla que no recomendaría Ferran Adrià, pero me sentó muy bien. Dormí de película. Al día siguiente, cuando me levanté, estuve por volver al Paseo de Gracia, a ver si me dejaban seguir firmando.

 

Pero no lo hice, por si no había nadie.

 

P.S.

 

* Ya sé que alguno dirá que estoy contento porque, cuantos más libros firmo, más libros vendo y más dinero cobro. Pues mira, sí. Pero, de verdad, del día de Sant Jordi me han quedado en la cabeza las caras de ilusión de la gente, el reencuentro con secretarias del IESE que no había vuelto a ver desde hacía años, las señoras del Mercat de la Llibertat que habían dejado sus puestos y me traían libros para firmar y para repartir entre sus compañeras, el ejecutivo que dice: “¿Me puedo hacer una foto con usted?” Esas  cosas, que, aunque un poco tarde, he descubierto que me gustan.

 

* Y cuando veo esas personas, y veo a algunos que, mientras  tanto, toman copas en el Palacio de Pedralbes preparando sus próximas conspiraciones político-rastreras, me da la vena literaria (ahora soy autor) y me acuerdo de aquello del Cid: “Dios, qué buen vasallo, hubiese buen señor!”

 

* Uno no es autor, pero tiene amigos filólogos, que me dicen que “el verdadero sentido de la frase del Poema lo da el acento de la conjunción sí, que muchos pasan por alto: no es una condicional, sino una desiderativa (“¡ojalá tuviera buen señor!”).

 

* Ojalá.

 

LEOPOLDO ABADÍA. El diaconado del ministro.

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Hace ya bastantes años, estuve en Roma en la ceremonia de nombramiento de un Cardenal español.

 

Asistió el Ministro de Justicia -no recuerdo quién era- en representación de nuestro Gobierno.

 

Por la tarde hubo una recepción, a la que asistimos mi mujer y yo. El Ministro habló, con un discurso muy correcto y bien preparado. Le contestó el Cardenal. Me llamó la atención lo que dijo: que Ministro y Diácono querían decir lo mismo, porque las dos palabras significaban “servidor”.

 

Tengo la impresión de que el Ministro no se veía como Diácono y que, además, no pensaba proponer al Presidente del Gobierno que convocara el Consejo de Diáconos, porque quedaría un poco raro.

 

Me he acordado de aquella tarde en Roma, cuando he visto a algún Ministro de los recién nombrados con una sonrisa de oreja a oreja sosteniendo la cartera en alto, como diciendo: “¡¡Lo conseguí!!”

 

Y me acuerdo de aquella tarde en Roma cuando veo fotos de personajes de todo tipo, que salen en la primera página de cualquier periódico con cara de triunfadores porque les  han elegido o alguien les ha nombrado a dedo.

 

Y me acuerdo de cuando a los gobernantes se les llamaba “servidores públicos” y de lo que me decía Antonio: “servidores públicos lo somos todos, y el que no lo sea, no vale nada”.

 

Y me acuerdo del abuelo de mi mujer, que, según la  leyenda familiar, fue el último Alcalde de la ciudad que no cobró por ser Alcalde.

 

Y uno compara al abuelo con otros y se pregunta qué andarán buscando esos otros: ¿dinero, poder, farfolla,…?

 

En el caso de nuestros Ministros, tengo la sensación de que son buena gente, que lo que andan buscando es proteger a su Presidente y ver si ganan las elecciones europeas y luego las otras y luego las otras y si no hay otras, pues también.  Porque pienso que esta gente siempre está en campaña electoral y cuando digo siempre, quiero decir siempre, o mejor dicho, siempre siempre.

 

Si es así, nadie puede negar que son leales, lo cual es una virtud que ahora no abunda demasiado.

 

Lo malo es que la gente de la calle puede pensar que esos señores y señoras son los importantes y puede ser que no lo sean.

 

En realidad, yo estoy convencido de que no lo son. Estoy seguro de que los importantes son los otros: la gente normal, que trabaja normal, que desempeña sus responsabilidades de modo normal, pero que, como no “lucen” su normalidad (porque si la lucieran dejaría de ser normalidad), nadie les conoce, y hasta pueden llegar a pensar que los importantes son los otros.

 

Y ¿sabéis lo que me pasa? Que me fío más de los normales. Me fío más de David, responsable de marketing en una empresa que conozco, y de Javier, que dirige una empresa de 400 personas y no dice nada, y de Fede, que, a la chita callando, da trabajo a 150 personas, y de Óscar, que lucha por hacer bien su trabajo, y de Cuca, que saca adelante su negocio familiar, en silencio. Y me fío de mi amigo Diego, sindicalista, que está  haciendo todo lo que puede para  conseguir que los de Volkswagen traigan el Q3 a Martorell. (Por cierto, cuando  llegue, lo primero que hay que hacer es cambiarle el nombre al coche.)

 

Y pienso que  cuando la gente me pregunta “¿Cuándo saldremos de ésta?”,  les debería contestar que ya estamos saliendo de ésta, porque David y Javier y Fede y Óscar y Cuca y Diego y tantos y tantos están trabajando en serio, mientras algunos tontainas  se  dedican a hacerse fotos, a decir sinsorgadas,  y, en definitiva, a esperar a que pase el temporal.

 

También hacen otra cosa: poner palos en las ruedas de los que trabajan bien.

 

 

P.S.

 

  1. Lo de “farfolla” es algo que decía un amigo  mío  cuando se refería a toda la parafernalia que, a veces rodea a estos  señores.  Mi amigo dice que, si rascas un poco, descubres que, debajo, no hay nada.
  2. Lo de  “sinsorgada”  viene de “sinsorgo”, que, según el Diccionario de  la Real Academia, quiere decir “persona insustancial y de poca formalidad”. O sea, lo que en Aragón se llama  “un desustanciao”.
  3. Cada vez  estoy más convencido de que la campaña electoral, para los políticos, es eterna, sin principio ni fin. Por lo menos, sin fin. Recientemente, he  estado en dos actos. En uno habló un político de un partido y en otro, uno de un partido opuesto. Los dos empezaron muy bien sus respectivos discursos. Pero, cuando, en los dos casos, yo pensaba “qué bien lo está haciendo”, cada uno de los discursantes se acordó de lo de la campaña electoral y empezó a atacar al partido contrario, sin que viniese a cuento, estropeando su actuación. No sé si es que tienen un contrato con sus jefes, en el que tienen prohibido hablar normal.

 

LEOPOLDO ABADÍA. «CARIÑO»

mimado

Llevo una temporada viajando mucho. Voy siempre con mi manager, mi hijo Gonzalo. Lo pasamos muy bien. Nos reímos, trabajamos, y, cuando se  acaba el día, cenamos con  tranquilidad, repasando cómo ha ido el día.

 

Vamos con frecuencia en el AVE. Muy agradable, muy cómodo y muy rápido. Tiene una ventaja: que se puede hablar por móvil y que, normalmente, la gente grita bastante. Con ello, Gonzalo y yo hemos profundizado en temas tales como los problemas que tiene una UTE en una obra pública, los flecos de un convenio colectivo explicados por una sindicalista a una compañera de trabajo, el novio que se  pone tierno con su novia…

 

Así, el tiempo se nos pasa a toda velocidad y ampliamos nuestra red de conocimientos. Gonzalo dice que es una pena que no se pueda dar la vuelta a los asientos, porque muchas veces nos apetecería girarlos y participar activamente en la conversación.

 

El otro día iba un matrimonio de mediana edad en la fila de atrás. A los pocos minutos de empezar el viaje, sonó el teléfono de la señora, que contestó con voz muy alegre: “¡¡Hola, cariño!!” Cuando una conversación empieza así, te apetece seguir el hilo, porque el  comienzo es prometedor.

 

Por lo que dedujimos -mejor dicho, por lo que oímos claramente- “Cariño” era un chico con la carrera acabada y que empezaba a trabajar en una empresa uno de aquellos días. Cariño estaba buscando piso en la ciudad donde iba a trabajar, que no era donde vivían sus padres, y consultaba con su mamá las características del piso y le preguntaba si le parecía adecuado para él.

 

Las recomendaciones de la mamá  fueron comprehensivas y exhaustivas:

 

1.     Te pondremos Internet en seguida (igual hasta se la podría poner él).

2.     No tengas miedo a la soledad por la noche. Cena tranquilamente y pon una película.

3.     En cuanto tengas el piso elegido, tu madre irá, estará unos días contigo y te dejará todo súper organizado.

4.     Ten en cuenta que la vida laboral es distinta de la vida estudiantil.

5.     Pero, Cariño, en el trabajo, hazte valorar.

 

Como el artículo no puede ser excesivamente largo, acabo con la primera parte, la de la señora, que duró 35 minutos. En ese momento, la  mamá de Cariño le pasó al papá del mismo Cariño el teléfono.

 

El padre siguió con los consejos y, en un momento determinado, le dijo a Cariño que le haría en seguida una transferencia. Gonzalo, bastante mal pensado, me dijo: “Eso es lo que Cariño estaba esperando”.

 

¡Pobre Cariño! Se va a quedar sin empleo en menos de una semana. Porque, en cuanto alguien le pegue una ligera bronca en el trabajo, se echará a llorar y, sorbiéndose las lágrimas,  llamará a mamá, quien irá corriendo a la empresa y, si puede, arañará al Gerente, por haberle hecho sufrir al  niño. Cogerá a Cariño de la mano, le llevará a casa de los papás para que se pueda recuperar del shock y, seguramente, le buscará empleo ella misma en la empresa de un íntimo amigo de la familia, que le tratará con mimo, haciendo oídos y ojos sordos a la flagrante ineptitud e  incompetencia del sujeto.

 

No quiero pensar o qué va a suceder el día que Cariño le diga a  su mamá que le gusta una chica. No quiero pensar en lo que sucederá cuando se case. No quiero pensar en lo que sucederá cuando Cariño, le diga a su mamá que su mujer está esperando gemelos, sin habérselo consultado. No quiero pensar.

 

Dos consejos para Cariño:

 

1.     Hijo mío, ¡huye de tu madre!

2.     Hijo mío, ¡no leas el  periódico!

 

Explicación de los consejos:

 

1.     El primero no necesita explicación.

 

2.     El segundo es para que Cariño no lea lo del G-20 ni lo de los planes de rescate y se crea que el Estado español o el americano  o la Unión Europea, le van a resolver NADA. Cariño, aquí hay que trabajar. No hables con mamá más que los domingos. Y si te saltas alguno, mejor. Antes de descolgar el teléfono, prepara una lista de temas en los que no te pueda dar consejos. Y, si, a pesar de todo, te da consejos (que te los dará), no le hagas ningún caso, Cariño. Porque si tú no te haces un hombre  -y ya tienes 25 años, majo-,  no te harán un hombre ni Zapatero ni Rajoy ni Obama ni las respectivas madres que les dieron a luz.

 

La  conversación con Cariño acabó al cabo de 55 minutos. El viaje de ellos duraba hora y media. El  matrimonio bajó en su estación.  Nosotros continuamos viaje,  en silencio.

 

No sé si fue por casualidad, pero en el resto del viaje no habló nadie por teléfono. Gonzalo y yo pudimos trabajar un poco.  Pero, sinceramente, echamos en falta a los padres de Cariño.  Le  habíamos cogido eso, cariño.

 

P.S.

 

1.     He leído hace poco que pronto se podrá hablar por el móvil en los  aviones.  ¡Dios no lo quiera!

 

2.     Un consejo para los empresarios y directivos: Vigilad y, si detectáis un “Cariño” en vuestra gente, dadle una oportunidad. Sólo una. A la segunda, ¡a la calle! Su mamá se enfadará con vosotros. La sociedad os lo  agradecerá.

 

3.     Mis  censores me dicen que puedo añadir que no sé cuántos Cariños han estado en el origen de la crisis actual. Si ha habido alguno y si, gracias a la crisis, lo convertimos en persona útil, eso que hemos ganado.

 

LEOPOLDO ABADÍA. Antonio, Santo Tomás y mi vecino.

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Me desconcierta ver cómo dirigen algunos. A golpe de declaraciones, importándoles poco si lo que dicen hoy es lo contrario de lo que dirán mañana, comprando páginas en algunos periódicos para que hablen maravillas de sus frecuentes meteduras de pata.

 

Después de varias semanas, hoy vuelvo a desayunar con mi vecino de San Quirico. Como llevamos tiempo sin vernos, primero nos ponemos al día. Curiosamente, yo no he tenido ningún nieto en este mes. Él, tampoco. Me habla de su negocio, que, gracias a una bendita diversificación que hicieron hace unos años, está capeando bien el temporal.

 

Él dice que es gracias a la diversificación y a su gente, que trabajan horas y horas, como hace él. Que le ha hecho gracia eso de que hay que ir a la semana laboral de 4 días. Dice, riéndose, que a él le gustaría más la de 0 días, porque entonces, si entrase por casualidad un euro, la productividad sería infinita (se acuerda de que 1 dividido por 0 es igual a infinito.) Tiene dudas, sin embargo, si con el euro ese podría dar de comer a todos los que trabajan, incluido él.

 

Mientras habla y me cuenta cómo dirige, me acuerdo de Antonio, el primer jefe que tuve. ¡Qué sorpresa! Han pasado 40 años y mi vecino me explica un procedimiento de dirigir que es igual que el de Antonio. Diría que lo ha copiado, pero me parece que Antonio no escribió aquello y que, aunque lo hubiera escrito, mi amigo no lo habría leído. Y si lo hubiera leído, habría pensado que no merecía la pena escribirlo, porque era de sentido común.

 

Pues no lo es, a juzgar por lo que se ve por ahí.

 

Mi vecino tiene 10 personas que dependen directamente de él. (Antonio tenía 7.) Una vez al año, en el mes de Octubre, se va con su gente a desayunar al restaurante donde mi mujer y yo vamos los sábados. El desayuno es potente, como Dios manda. Los bocadillos de jamón (ibérico) desaparecen rápidamente. El vino, también. Luego, café para todos, una copa de Cardhu y, como ya son las 11, ¡a trabajar!. Mi vecino dice que con el estómago lleno, se discurre mejor. Cuando necesita un testimonio de autoridad, dice que Santo Tomás de Aquino decía aquello de “Primum vivere, deinde philosophare”. Supongo que no lo dijo Santo Tomás, pero a mi vecino le da lo mismo.

 

Lo que viene a continuación, no tiene nada de philosophare, en el sentido peyorativo de la palabra. Allí repasan lo que han hecho, ven cómo pinta el resto del año y plantean lo que van a hacer el año que viene.

 

Mi amigo se cae de risa cuando le dicen que eso se llama “Jornada de reflexión estratégica”. No le digo que Antonio le llamaba así, para no desprestigiar al pobre Antonio, que, por supuesto, tenía -y tiene- un prestigio muy gordo, que, si no fuera por mi atávico horror a las cursiladas, calificaría de “inmarcesible”.

 

Llega la hora de comer, y mi amigo y su gente comen normal, o sea, abundantemente. Vuelta al café, vuelta al Cardhu y a trabajar, siguiendo la doctrina más o menos apócrifa de Santo Tomás.

 

Hacia las 7, acaban. Según mi vecino, a esa hora tienen las cosas claras. Uno ha hecho de secretario y ha apuntado en una libreta lo que se ha decidido. Y, además, ha apuntado lo que tiene que hacer cada  uno a lo largo del año.

 

Si mi amigo supiera que, a esto, Antonio le habría llamado “Formalización de la Estrategia y Establecimiento de la Estructura de Dirección”, escribe a Harvard y pide que le expidan, a su nombre, un título de Doctor Cum Laude.

 

Mi vecino dice que, como todos tienen claro dónde quieren que vaya la empresa y lo que tiene que hacer cada uno, para él es muy fácil dirigir. Todos los días despacha una hora con una persona sobre el encargo que tiene aquel señor o aquella señora, y, poco a poco, va coordinando a todos y empujándoles en la dirección de lo que acordaron.

 

Cada tres meses, nueva Jornada de reflexión estratégica, en el mismo sitio y con el mismo Orden el Día, que sólo cambia en función de las temporadas: alcachofas si es tiempo de alcachofas, caza si es tiempo de caza,…por supuesto, siempre Cardhu, que no conoce temporadas.

 

Mi vecino da por supuesto que nadie hace la guerra por su cuenta, que nadie pone zancadillas al prójimo (“para evitar eso estoy yo”, me dice), que nadie habla más de la cuenta (“para evitar eso, estoy yo”,  me dice), que todos saben que cuando toman una decisión afecta a los demás y a la Estrategia de la empresa.

 

Y él lo resume, diciendo: “¡Qué fácil es dirigir! Yo pensaba que lo hacían todos así, porque es de sentido común. Pensaba que la única diferencia es que las empresas grandes, y los gobiernos, necesitarían restaurantes más grandes, pero tampoco tanto. Porque, al final, ¿cuántos Ministros hay en el Gobierno?” Le digo que 17. (Me contesta: “¿Tantos? ¿Y qué hacen?”).

 

Y piensa que dirigir a 17 es más o menos como dirigir a 10. Y sigue rumiando: “Claro, que si le cojo a uno de los míos haciendo declaraciones a los periódicos, me oye”. (Cuando mi amigo dice “me oye”, os puedo asegurar  que ese a quien se le ha ido la lengua le oye.)

 

Esto de dirigir tampoco es tan difícil. Pero hay que evitar varias cosas:

 

  1. Que como tú vales poco, te rodees de gente que valga menos que tú, para disimular.
  2. Que, como tú vales mucho, te rodees de gente que valga menos que tú, para sobresalir.
  3. Que esa gente, si se va de tu empresa, no tenga dónde ir (mi amigo dice “no tenga dónde caerse muerto/a”) y, en consecuencia, se agarre a su silla y ponga zancadillas a todo el que piense que se la puede quitar.
  4. Que esa gente tenga ambiciones de sustituirte, a ti, que eres su jefe (cosa impensable en el caso de mi amigo)
  5. Que esa gente hable y hable y hable a toda persona que se le ponga a tiro y que, como tiene que hablar mucho, al final pierde el oremus y no sabe lo que dice.

 

Mi vecino dice que conoce empresas de la zona que son jaulas de grillos. Que no sabe cómo se dice en inglés, porque lo de “Grillos´ cage” le suena macarrónico).

 

Y que si alguien se atreviera a dirigir, no a hacer politiquilla desde que se levanta hasta que se acuesta, ambos inclusive, sería más fácil que pudiéramos saber cómo lo hace. Porque:

 

  1. Podríamos comparar lo que está haciendo con lo que dijo que haría.
  2. Podríamos comprobar si el equipo es un equipo, o una cuadrilla, en la que cada uno va a lo suyo.
  3. Podríamos comprobar si se ganan el sueldo.
  4. Podríamos comprobar si se ganan el bonus de final de año. (Mi amigo dice “el sobre”.)
  5. Podríamos comprobar si son buenos profesionales y no buenos publicistas de sí mismos

 

Y me acuerdo otra vez de Antonio, porque estamos llegando a nuestro Cardhu particular. Hoy he escrito tres servilletas. Mi vecino, una, cuando le contaba cosas de Antonio.

 

Cuando nos vamos, me dice: “Ese Antonio, debía ser listo, ¿verdad?”

 

Pues sí, era listo. Pero eso era lo de menos. Lo “de más” era:

 

  1. Que quería a la gente.
  2. Que, como consecuencia, exigía mucho.
  3. Que el que más trabajaba era él.
  4. Que hacía equipo.
  5. Que se ilusionaba viendo crecer, humana y profesionalmente, a su gente.
  6. Que dedicaba horas y horas (o sea, kilos de paciencia y alguna tonelada que otra) a formar a la gente en un trabajo bien hecho

 

Al llegar aquí, mi amigo me corta y me dice: “O sea, como XX, no?”

 

No.