MI ABUELO JAIME, LUIS Y EL BAR DE LA ESQUINA

Os propongo que tomemos una iniciativa, en facebook o en donde haga falta… la iniciativa será ¡LEOPOLDO ABADÍA FOR PRESIDENTE!… Si hay una salida del túnel es la que nos indica este señor… Y como decía José Luis Moreno… con todos ustedes, el mejor, el maravilloso, el del juicio preclaro… LEOPOLDO ABADÍA…

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En los principios del siglo XX, mi abuelo paterno era peatón.  Los peatones eran empleados de Correos, que se encargaban del reparto de la correspondencia por los pueblos. Tenía pocos años, cargaba su bolsa y, venga a andar, llevaba las cartas por los pueblos que le habían asignado.

 

Luego fue aprendiz en una tienda. Siempre dijo que dormía debajo del mostrador y nunca llegó a entender por qué los aprendices tenían derecho a hacer vacaciones como  los demás. “Son unos señoritos”, solía decir.

 

Luego trabajó de  empleado en otra tienda y después, se estableció por su cuenta.

 

Después de trabajar todo el  día, de madrugada, se ponía en la puerta de la tienda (lo de la libertad de horarios se inventó después) y a los que pasaban -no serían muchos-  les preguntaba si habían ganado dinero aquella noche en el casino. Si le decían que sí, les animaba a que entrasen y se hiciesen un traje, que, por supuesto,  lo hacía él, con más o menos acierto.

 

En los años 60, por esas  cosas que pasan, conocí a Jaime en Estados Unidos. Tenía una empresa  textil importante en Barcelona,  pero tuvimos que ir a Boston, cada uno por su lado, para  conocernos. Nos hicimos muy amigos. No tenía estudios universitarios. Había sido boxeador y luego carbonero. Trabajaba mucho. Montó un negocio en el que trabajaban unas 300 personas.

 

Era un hombre bueno, recio, de esos en los que uno se pude  apoyar. Se manejaba bien por todo el mundo. Cuando le preguntaba en qué idioma se entendía, ponía cara de sorpresa y decía  “¡En catalán!” Y era verdad. Le parecía lo más normal.

 

Montó un negocio en Venezuela. Le  costó arrancar. Con 50 años y una buena posición económica, se fue a vivir a Caracas. Roser, su mujer, iba allí cada 15 días. En aquella época, yo iba también con mucha frecuencia. Una vez que le tocaba ir a ella, le llamó y le dijo que, como iba yo, ella se había quedado. Y Jaime  le dijo: “Leopoldo me cae bien,  pero prefiero que vengas tú”.

 

Luis es un íntimo amigo mío. Con su hermano montó una empresa en los años 50. (No sé qué me pasa últimamente. Sólo hablo del siglo pasado. Y, si me descuido, del otro, como en el caso de mi abuelo.)

 

Cuando se  casó, se compró un coche de tercera o cuarta mano. Allí dormía su mujer mientras él trabajaba por la noche en la fábrica y ella le esperaba fuera.

 

Mi abuelo, Jaime, Luis… ¡cuánto trabajaban! ¡Y cómo se notó! ¡Y cómo lo notó la gente que tuvo trabajo gracias a ellos!

 

El otro día fui a desayunar a un bar que está cerca de mi casa en Barcelona. Han cambiado el  horario: ahora es de 6.30 a 21, de lunes a domingo.

 

Ya lo sabían, pero han vuelto a inventar lo de mi abuelo, lo de Jaime, lo de Luis: que hay que trabajar. Se  cansarán más, pero seguirán adelante y saldrán de ésta.

 

Veo fotos de la época de mi abuelo, pocas y amarillentas. Y de la época de Jaime y de la de Luis, en blanco y negro. ¡Qué mal  vivíamos entonces! ¡Qué mal estaban las  ciudades! ¡Y qué poco ayudaba el Gobierno!

 

Mi abuelo, y Jaime y Luis nunca se plantearon cómo les podía ayudar el Gobierno. Se jugaron su dinero, y dieron trabajo a mucha gente.

 

¿Qué nos pasa ahora? Tengo la sensación de que llevamos mucho tiempo viviendo demasiado bien. Tengo la sensación de que educamos a los hijos y a los nietos con esa filosofía (por llamarle de alguna manera)  absurda de “no quiero que pasen lo que he pasado yo”.

 

Y esos hijos y esos nietos, una vez educados (¿?) así, se lanzan a  la calle a exigir empleo. O sea, a exigir que unos cuantos se jueguen su dinero para  darles de comer a ellos. Pero ¿qué empleo les van a dar a estos mozos? ¿Quién será el abuelo o el Jaime o el Luis que se jugará su dinero y les dará trabajo?

 

Me parece que tenemos que volver a tomarnos la vida en serio. Que no puede ser que la próxima generación sea una mezcla de merengue y helado de tuti-fruti, con un Master, por supuesto, pero merengues.

 

Yo ahora digo que “de ésta” ya hemos empezado a salir. Pero lo digo pensando que hay muchos abuelos/Jaimes/Luises que, sin manifestarse, están trabajando.

 

Estuve hace unos días en un pueblo cerca de Barcelona, en una reunión de empresarios. Miércoles por la tarde, víspera de puente. La  sala, llena. Los empresarios, planteando sus dudas  y el Alcalde diciendo lo que el Ayuntamiento estaba haciendo para ayudarles. Nadie  se quejaba. Todos planteaban lo que hacían y lo que se podía hacer.

 

Me acordé de mi abuelo, y de Jaime, y de Luis.  Y del dueño del bar de mi barrio.

 

Y pensé que sí, que tengo razón, que ya estamos saliendo de  la crisis. Y que es posible que muchos no se hayan enterado, porque siguen quejándose de lo mal que está todo.

 

Hay que arreglar muchas cosas. Hoy se me ocurren unas cuantas.  (Haciendo un pequeño esfuerzo, se me ocurrirían muchas más, pero no me caben en este artículo.)

 

  1. La  financiación de las empresas. Lo están pasando mal. Muchas  se sienten estranguladas.

 

  1. Las distracciones infinitas del Estado y de las Comunidades Autónomas. No conozco a Núñez Feijóo, Presidente de la Comunidad de Galicia. Sólo he leído que tiene novia y que está reduciendo mucho el gasto de la Comunidad. Pues mire, D. Alberto: ya me cae usted bien. (No por lo de la novia,  que a quien le tiene que caer bien es a usted, sino por lo del gasto.)

 

  1. La formación de los chavales. Antes se decía que hay que hacer hombres para el mañana. Me parece que hoy se dirá hombres/mujeres. Se llame como se llame, hay que volver a poner de moda el trabajo y hay que volver a poner de moda al empresario.

 

  1. Porque a los chavales les tenemos que meter en la cabeza  que hay que trabajar, y que sin trabajar no haremos nada.

 

  1. Y hay que decir en público que sin empresarios, tampoco haremos nada. Y que no me cuenten cuentos: lo del empresario con sombrero de copa, los anillos de oro y el  signo del  dólar en la solapa es una bobada.  Eso no es un empresario. Eso, si existe, es un desgraciado. Los empresarios son otra cosa.   Y nos hacen falta MUCHOS.

 

P.S.

 

  1. No he dicho que, entre las  cosas que hay que hacer, está la reforma laboral, porque no sé qué quiere decir.  Parece que hay unos que dicen que hay que dar facilidades para despedir  y otros que no. También supongo que unos y otros dicen otras  cosas.

 

  1. Como he dicho ya otras veces, creo que lo laboral,  si es que hay que arreglarlo, no se resuelve con una declaración de Fernández Ordóñez, una contradeclaración de Celestino Corbacho, otra declaración de Cándido Méndez y, para rematar, otra contradeclaración de Díaz Ferrán.

 

  1. No, que si hemos de trabajar, hay que hacerlo en serio. Que no podemos hablar y hablar y hablar mirando al tendido, como toreaba Manolete (un torero también del siglo pasado, que a mí me gustaba mucho.) Que hay que mirar al toro, no al público. Todos juntos. Creo que a eso le llaman “diálogo social”. Que le llamen como quieran. Yo le llamaría discurrir con la cabeza y no con los pies.
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SANT JORDI Y EL CID

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Nunca había firmado libros el día de Sant Jordi en Barcelona. Nunca había pensado que eso sucedería alguna vez. Pues ha sucedido.

 

Impresionante. La sociedad civil por la calle, mientras los políticos toman chocolate con melindros en Pedralbes.

 

La sociedad civil, formada por miles y miles de personas, que, para salir a la calle, no necesitan permiso de esos señores que hablan y hablan y no hacen y no hacen y, en cuanto te descuidas, gastan y gastan, con mucha frecuencia en cosas no necesarias y, si te descuidas, perjudiciales.

 

Me encantó cenar con autores, desayunar con autores, comer con autores. Como yo ya sé lo que soy, cuando alguien me llama “autor” me entra la risa. Cuando firmas al lado de Luis Sepúlveda y de José Mª Beneyto, o cerca de Antonio Gala, o comes con Carmen Posadas entre otros, te das cuenta de que allí te has colado. ¡Bendito cuele!

 

Descubrí que me encanta firmar libros. Como no estoy acostumbrado, me apetece poner unas dedicatorias larguísimas, hablando de esa persona, de sus estudios, de su familia, con lo cual la cola se hace más larga y los que me acompañan se ponen nerviosos y dicen: “menos rollo y más  firmas, por favor”.

 

Pero lo que más me maravilló es que todos los que venían a que les firmase el libro venían sonriendo. Y esto no era porque yo fuera “el simpático”, como al principio me creí. No, les pasaba a todos los que estaban firmando.

 

¡Qué preciosidad! La crisis y el paro y los despidos y la gripe y todo, apartados por un momento. Y todos sonriendo. Y muchos, al sol. Y yo, enrollándome, porque cuando ves  a alguien, joven, maduro o de mi edad, que ha estado al sol y te sonríe y te pide por favor que le firmes un libro, te dan ganas de levantarte, darle un par de besos y llevarle el libro firmado a su casa. Y luego, volver al siguiente y repetir la operación.

 

Acabé de firmar a las 9 de la noche. Casi no había luz. Me dio pena que se acabase tan pronto el día. Cogí un taxi y llegué a casa. Al subir en el ascensor, me di cuenta de que no podía con mi alma. Para cenar, me tomé un whisky y un huevo frito. Es una mezcla que no recomendaría Ferran Adrià, pero me sentó muy bien. Dormí de película. Al día siguiente, cuando me levanté, estuve por volver al Paseo de Gracia, a ver si me dejaban seguir firmando.

 

Pero no lo hice, por si no había nadie.

 

P.S.

 

* Ya sé que alguno dirá que estoy contento porque, cuantos más libros firmo, más libros vendo y más dinero cobro. Pues mira, sí. Pero, de verdad, del día de Sant Jordi me han quedado en la cabeza las caras de ilusión de la gente, el reencuentro con secretarias del IESE que no había vuelto a ver desde hacía años, las señoras del Mercat de la Llibertat que habían dejado sus puestos y me traían libros para firmar y para repartir entre sus compañeras, el ejecutivo que dice: “¿Me puedo hacer una foto con usted?” Esas  cosas, que, aunque un poco tarde, he descubierto que me gustan.

 

* Y cuando veo esas personas, y veo a algunos que, mientras  tanto, toman copas en el Palacio de Pedralbes preparando sus próximas conspiraciones político-rastreras, me da la vena literaria (ahora soy autor) y me acuerdo de aquello del Cid: “Dios, qué buen vasallo, hubiese buen señor!”

 

* Uno no es autor, pero tiene amigos filólogos, que me dicen que “el verdadero sentido de la frase del Poema lo da el acento de la conjunción sí, que muchos pasan por alto: no es una condicional, sino una desiderativa (“¡ojalá tuviera buen señor!”).

 

* Ojalá.

 

LEOPOLDO ABADÍA. El diaconado del ministro.

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Hace ya bastantes años, estuve en Roma en la ceremonia de nombramiento de un Cardenal español.

 

Asistió el Ministro de Justicia -no recuerdo quién era- en representación de nuestro Gobierno.

 

Por la tarde hubo una recepción, a la que asistimos mi mujer y yo. El Ministro habló, con un discurso muy correcto y bien preparado. Le contestó el Cardenal. Me llamó la atención lo que dijo: que Ministro y Diácono querían decir lo mismo, porque las dos palabras significaban “servidor”.

 

Tengo la impresión de que el Ministro no se veía como Diácono y que, además, no pensaba proponer al Presidente del Gobierno que convocara el Consejo de Diáconos, porque quedaría un poco raro.

 

Me he acordado de aquella tarde en Roma, cuando he visto a algún Ministro de los recién nombrados con una sonrisa de oreja a oreja sosteniendo la cartera en alto, como diciendo: “¡¡Lo conseguí!!”

 

Y me acuerdo de aquella tarde en Roma cuando veo fotos de personajes de todo tipo, que salen en la primera página de cualquier periódico con cara de triunfadores porque les  han elegido o alguien les ha nombrado a dedo.

 

Y me acuerdo de cuando a los gobernantes se les llamaba “servidores públicos” y de lo que me decía Antonio: “servidores públicos lo somos todos, y el que no lo sea, no vale nada”.

 

Y me acuerdo del abuelo de mi mujer, que, según la  leyenda familiar, fue el último Alcalde de la ciudad que no cobró por ser Alcalde.

 

Y uno compara al abuelo con otros y se pregunta qué andarán buscando esos otros: ¿dinero, poder, farfolla,…?

 

En el caso de nuestros Ministros, tengo la sensación de que son buena gente, que lo que andan buscando es proteger a su Presidente y ver si ganan las elecciones europeas y luego las otras y luego las otras y si no hay otras, pues también.  Porque pienso que esta gente siempre está en campaña electoral y cuando digo siempre, quiero decir siempre, o mejor dicho, siempre siempre.

 

Si es así, nadie puede negar que son leales, lo cual es una virtud que ahora no abunda demasiado.

 

Lo malo es que la gente de la calle puede pensar que esos señores y señoras son los importantes y puede ser que no lo sean.

 

En realidad, yo estoy convencido de que no lo son. Estoy seguro de que los importantes son los otros: la gente normal, que trabaja normal, que desempeña sus responsabilidades de modo normal, pero que, como no “lucen” su normalidad (porque si la lucieran dejaría de ser normalidad), nadie les conoce, y hasta pueden llegar a pensar que los importantes son los otros.

 

Y ¿sabéis lo que me pasa? Que me fío más de los normales. Me fío más de David, responsable de marketing en una empresa que conozco, y de Javier, que dirige una empresa de 400 personas y no dice nada, y de Fede, que, a la chita callando, da trabajo a 150 personas, y de Óscar, que lucha por hacer bien su trabajo, y de Cuca, que saca adelante su negocio familiar, en silencio. Y me fío de mi amigo Diego, sindicalista, que está  haciendo todo lo que puede para  conseguir que los de Volkswagen traigan el Q3 a Martorell. (Por cierto, cuando  llegue, lo primero que hay que hacer es cambiarle el nombre al coche.)

 

Y pienso que  cuando la gente me pregunta “¿Cuándo saldremos de ésta?”,  les debería contestar que ya estamos saliendo de ésta, porque David y Javier y Fede y Óscar y Cuca y Diego y tantos y tantos están trabajando en serio, mientras algunos tontainas  se  dedican a hacerse fotos, a decir sinsorgadas,  y, en definitiva, a esperar a que pase el temporal.

 

También hacen otra cosa: poner palos en las ruedas de los que trabajan bien.

 

 

P.S.

 

  1. Lo de “farfolla” es algo que decía un amigo  mío  cuando se refería a toda la parafernalia que, a veces rodea a estos  señores.  Mi amigo dice que, si rascas un poco, descubres que, debajo, no hay nada.
  2. Lo de  “sinsorgada”  viene de “sinsorgo”, que, según el Diccionario de  la Real Academia, quiere decir “persona insustancial y de poca formalidad”. O sea, lo que en Aragón se llama  “un desustanciao”.
  3. Cada vez  estoy más convencido de que la campaña electoral, para los políticos, es eterna, sin principio ni fin. Por lo menos, sin fin. Recientemente, he  estado en dos actos. En uno habló un político de un partido y en otro, uno de un partido opuesto. Los dos empezaron muy bien sus respectivos discursos. Pero, cuando, en los dos casos, yo pensaba “qué bien lo está haciendo”, cada uno de los discursantes se acordó de lo de la campaña electoral y empezó a atacar al partido contrario, sin que viniese a cuento, estropeando su actuación. No sé si es que tienen un contrato con sus jefes, en el que tienen prohibido hablar normal.

 

LEOPOLDO ABADÍA. «CARIÑO»

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Llevo una temporada viajando mucho. Voy siempre con mi manager, mi hijo Gonzalo. Lo pasamos muy bien. Nos reímos, trabajamos, y, cuando se  acaba el día, cenamos con  tranquilidad, repasando cómo ha ido el día.

 

Vamos con frecuencia en el AVE. Muy agradable, muy cómodo y muy rápido. Tiene una ventaja: que se puede hablar por móvil y que, normalmente, la gente grita bastante. Con ello, Gonzalo y yo hemos profundizado en temas tales como los problemas que tiene una UTE en una obra pública, los flecos de un convenio colectivo explicados por una sindicalista a una compañera de trabajo, el novio que se  pone tierno con su novia…

 

Así, el tiempo se nos pasa a toda velocidad y ampliamos nuestra red de conocimientos. Gonzalo dice que es una pena que no se pueda dar la vuelta a los asientos, porque muchas veces nos apetecería girarlos y participar activamente en la conversación.

 

El otro día iba un matrimonio de mediana edad en la fila de atrás. A los pocos minutos de empezar el viaje, sonó el teléfono de la señora, que contestó con voz muy alegre: “¡¡Hola, cariño!!” Cuando una conversación empieza así, te apetece seguir el hilo, porque el  comienzo es prometedor.

 

Por lo que dedujimos -mejor dicho, por lo que oímos claramente- “Cariño” era un chico con la carrera acabada y que empezaba a trabajar en una empresa uno de aquellos días. Cariño estaba buscando piso en la ciudad donde iba a trabajar, que no era donde vivían sus padres, y consultaba con su mamá las características del piso y le preguntaba si le parecía adecuado para él.

 

Las recomendaciones de la mamá  fueron comprehensivas y exhaustivas:

 

1.     Te pondremos Internet en seguida (igual hasta se la podría poner él).

2.     No tengas miedo a la soledad por la noche. Cena tranquilamente y pon una película.

3.     En cuanto tengas el piso elegido, tu madre irá, estará unos días contigo y te dejará todo súper organizado.

4.     Ten en cuenta que la vida laboral es distinta de la vida estudiantil.

5.     Pero, Cariño, en el trabajo, hazte valorar.

 

Como el artículo no puede ser excesivamente largo, acabo con la primera parte, la de la señora, que duró 35 minutos. En ese momento, la  mamá de Cariño le pasó al papá del mismo Cariño el teléfono.

 

El padre siguió con los consejos y, en un momento determinado, le dijo a Cariño que le haría en seguida una transferencia. Gonzalo, bastante mal pensado, me dijo: “Eso es lo que Cariño estaba esperando”.

 

¡Pobre Cariño! Se va a quedar sin empleo en menos de una semana. Porque, en cuanto alguien le pegue una ligera bronca en el trabajo, se echará a llorar y, sorbiéndose las lágrimas,  llamará a mamá, quien irá corriendo a la empresa y, si puede, arañará al Gerente, por haberle hecho sufrir al  niño. Cogerá a Cariño de la mano, le llevará a casa de los papás para que se pueda recuperar del shock y, seguramente, le buscará empleo ella misma en la empresa de un íntimo amigo de la familia, que le tratará con mimo, haciendo oídos y ojos sordos a la flagrante ineptitud e  incompetencia del sujeto.

 

No quiero pensar o qué va a suceder el día que Cariño le diga a  su mamá que le gusta una chica. No quiero pensar en lo que sucederá cuando se case. No quiero pensar en lo que sucederá cuando Cariño, le diga a su mamá que su mujer está esperando gemelos, sin habérselo consultado. No quiero pensar.

 

Dos consejos para Cariño:

 

1.     Hijo mío, ¡huye de tu madre!

2.     Hijo mío, ¡no leas el  periódico!

 

Explicación de los consejos:

 

1.     El primero no necesita explicación.

 

2.     El segundo es para que Cariño no lea lo del G-20 ni lo de los planes de rescate y se crea que el Estado español o el americano  o la Unión Europea, le van a resolver NADA. Cariño, aquí hay que trabajar. No hables con mamá más que los domingos. Y si te saltas alguno, mejor. Antes de descolgar el teléfono, prepara una lista de temas en los que no te pueda dar consejos. Y, si, a pesar de todo, te da consejos (que te los dará), no le hagas ningún caso, Cariño. Porque si tú no te haces un hombre  -y ya tienes 25 años, majo-,  no te harán un hombre ni Zapatero ni Rajoy ni Obama ni las respectivas madres que les dieron a luz.

 

La  conversación con Cariño acabó al cabo de 55 minutos. El viaje de ellos duraba hora y media. El  matrimonio bajó en su estación.  Nosotros continuamos viaje,  en silencio.

 

No sé si fue por casualidad, pero en el resto del viaje no habló nadie por teléfono. Gonzalo y yo pudimos trabajar un poco.  Pero, sinceramente, echamos en falta a los padres de Cariño.  Le  habíamos cogido eso, cariño.

 

P.S.

 

1.     He leído hace poco que pronto se podrá hablar por el móvil en los  aviones.  ¡Dios no lo quiera!

 

2.     Un consejo para los empresarios y directivos: Vigilad y, si detectáis un “Cariño” en vuestra gente, dadle una oportunidad. Sólo una. A la segunda, ¡a la calle! Su mamá se enfadará con vosotros. La sociedad os lo  agradecerá.

 

3.     Mis  censores me dicen que puedo añadir que no sé cuántos Cariños han estado en el origen de la crisis actual. Si ha habido alguno y si, gracias a la crisis, lo convertimos en persona útil, eso que hemos ganado.

 

LEOPOLDO ABADÍA. Antonio, Santo Tomás y mi vecino.

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Me desconcierta ver cómo dirigen algunos. A golpe de declaraciones, importándoles poco si lo que dicen hoy es lo contrario de lo que dirán mañana, comprando páginas en algunos periódicos para que hablen maravillas de sus frecuentes meteduras de pata.

 

Después de varias semanas, hoy vuelvo a desayunar con mi vecino de San Quirico. Como llevamos tiempo sin vernos, primero nos ponemos al día. Curiosamente, yo no he tenido ningún nieto en este mes. Él, tampoco. Me habla de su negocio, que, gracias a una bendita diversificación que hicieron hace unos años, está capeando bien el temporal.

 

Él dice que es gracias a la diversificación y a su gente, que trabajan horas y horas, como hace él. Que le ha hecho gracia eso de que hay que ir a la semana laboral de 4 días. Dice, riéndose, que a él le gustaría más la de 0 días, porque entonces, si entrase por casualidad un euro, la productividad sería infinita (se acuerda de que 1 dividido por 0 es igual a infinito.) Tiene dudas, sin embargo, si con el euro ese podría dar de comer a todos los que trabajan, incluido él.

 

Mientras habla y me cuenta cómo dirige, me acuerdo de Antonio, el primer jefe que tuve. ¡Qué sorpresa! Han pasado 40 años y mi vecino me explica un procedimiento de dirigir que es igual que el de Antonio. Diría que lo ha copiado, pero me parece que Antonio no escribió aquello y que, aunque lo hubiera escrito, mi amigo no lo habría leído. Y si lo hubiera leído, habría pensado que no merecía la pena escribirlo, porque era de sentido común.

 

Pues no lo es, a juzgar por lo que se ve por ahí.

 

Mi vecino tiene 10 personas que dependen directamente de él. (Antonio tenía 7.) Una vez al año, en el mes de Octubre, se va con su gente a desayunar al restaurante donde mi mujer y yo vamos los sábados. El desayuno es potente, como Dios manda. Los bocadillos de jamón (ibérico) desaparecen rápidamente. El vino, también. Luego, café para todos, una copa de Cardhu y, como ya son las 11, ¡a trabajar!. Mi vecino dice que con el estómago lleno, se discurre mejor. Cuando necesita un testimonio de autoridad, dice que Santo Tomás de Aquino decía aquello de “Primum vivere, deinde philosophare”. Supongo que no lo dijo Santo Tomás, pero a mi vecino le da lo mismo.

 

Lo que viene a continuación, no tiene nada de philosophare, en el sentido peyorativo de la palabra. Allí repasan lo que han hecho, ven cómo pinta el resto del año y plantean lo que van a hacer el año que viene.

 

Mi amigo se cae de risa cuando le dicen que eso se llama “Jornada de reflexión estratégica”. No le digo que Antonio le llamaba así, para no desprestigiar al pobre Antonio, que, por supuesto, tenía -y tiene- un prestigio muy gordo, que, si no fuera por mi atávico horror a las cursiladas, calificaría de “inmarcesible”.

 

Llega la hora de comer, y mi amigo y su gente comen normal, o sea, abundantemente. Vuelta al café, vuelta al Cardhu y a trabajar, siguiendo la doctrina más o menos apócrifa de Santo Tomás.

 

Hacia las 7, acaban. Según mi vecino, a esa hora tienen las cosas claras. Uno ha hecho de secretario y ha apuntado en una libreta lo que se ha decidido. Y, además, ha apuntado lo que tiene que hacer cada  uno a lo largo del año.

 

Si mi amigo supiera que, a esto, Antonio le habría llamado “Formalización de la Estrategia y Establecimiento de la Estructura de Dirección”, escribe a Harvard y pide que le expidan, a su nombre, un título de Doctor Cum Laude.

 

Mi vecino dice que, como todos tienen claro dónde quieren que vaya la empresa y lo que tiene que hacer cada uno, para él es muy fácil dirigir. Todos los días despacha una hora con una persona sobre el encargo que tiene aquel señor o aquella señora, y, poco a poco, va coordinando a todos y empujándoles en la dirección de lo que acordaron.

 

Cada tres meses, nueva Jornada de reflexión estratégica, en el mismo sitio y con el mismo Orden el Día, que sólo cambia en función de las temporadas: alcachofas si es tiempo de alcachofas, caza si es tiempo de caza,…por supuesto, siempre Cardhu, que no conoce temporadas.

 

Mi vecino da por supuesto que nadie hace la guerra por su cuenta, que nadie pone zancadillas al prójimo (“para evitar eso estoy yo”, me dice), que nadie habla más de la cuenta (“para evitar eso, estoy yo”,  me dice), que todos saben que cuando toman una decisión afecta a los demás y a la Estrategia de la empresa.

 

Y él lo resume, diciendo: “¡Qué fácil es dirigir! Yo pensaba que lo hacían todos así, porque es de sentido común. Pensaba que la única diferencia es que las empresas grandes, y los gobiernos, necesitarían restaurantes más grandes, pero tampoco tanto. Porque, al final, ¿cuántos Ministros hay en el Gobierno?” Le digo que 17. (Me contesta: “¿Tantos? ¿Y qué hacen?”).

 

Y piensa que dirigir a 17 es más o menos como dirigir a 10. Y sigue rumiando: “Claro, que si le cojo a uno de los míos haciendo declaraciones a los periódicos, me oye”. (Cuando mi amigo dice “me oye”, os puedo asegurar  que ese a quien se le ha ido la lengua le oye.)

 

Esto de dirigir tampoco es tan difícil. Pero hay que evitar varias cosas:

 

  1. Que como tú vales poco, te rodees de gente que valga menos que tú, para disimular.
  2. Que, como tú vales mucho, te rodees de gente que valga menos que tú, para sobresalir.
  3. Que esa gente, si se va de tu empresa, no tenga dónde ir (mi amigo dice “no tenga dónde caerse muerto/a”) y, en consecuencia, se agarre a su silla y ponga zancadillas a todo el que piense que se la puede quitar.
  4. Que esa gente tenga ambiciones de sustituirte, a ti, que eres su jefe (cosa impensable en el caso de mi amigo)
  5. Que esa gente hable y hable y hable a toda persona que se le ponga a tiro y que, como tiene que hablar mucho, al final pierde el oremus y no sabe lo que dice.

 

Mi vecino dice que conoce empresas de la zona que son jaulas de grillos. Que no sabe cómo se dice en inglés, porque lo de “Grillos´ cage” le suena macarrónico).

 

Y que si alguien se atreviera a dirigir, no a hacer politiquilla desde que se levanta hasta que se acuesta, ambos inclusive, sería más fácil que pudiéramos saber cómo lo hace. Porque:

 

  1. Podríamos comparar lo que está haciendo con lo que dijo que haría.
  2. Podríamos comprobar si el equipo es un equipo, o una cuadrilla, en la que cada uno va a lo suyo.
  3. Podríamos comprobar si se ganan el sueldo.
  4. Podríamos comprobar si se ganan el bonus de final de año. (Mi amigo dice “el sobre”.)
  5. Podríamos comprobar si son buenos profesionales y no buenos publicistas de sí mismos

 

Y me acuerdo otra vez de Antonio, porque estamos llegando a nuestro Cardhu particular. Hoy he escrito tres servilletas. Mi vecino, una, cuando le contaba cosas de Antonio.

 

Cuando nos vamos, me dice: “Ese Antonio, debía ser listo, ¿verdad?”

 

Pues sí, era listo. Pero eso era lo de menos. Lo “de más” era:

 

  1. Que quería a la gente.
  2. Que, como consecuencia, exigía mucho.
  3. Que el que más trabajaba era él.
  4. Que hacía equipo.
  5. Que se ilusionaba viendo crecer, humana y profesionalmente, a su gente.
  6. Que dedicaba horas y horas (o sea, kilos de paciencia y alguna tonelada que otra) a formar a la gente en un trabajo bien hecho

 

Al llegar aquí, mi amigo me corta y me dice: “O sea, como XX, no?”

 

No.

EL VIOLINISTA. Leopoldo Abadía.

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Que sí, que todo está muy mal. Ya lo sé. Que aumenta el paro, que el dinero no nos llega, que hemos estirado el brazo más que la manga. Que quién lo iba a decir. Que el Gobierno, que la oposición, que Obama, que esto es un desastre mundial, por no decir cósmico.

 

El otro día leí una cosa que me gustó. Se refería a Itzhak Perlman, un violinista que yo no sabía ni que existía. Si vosotros lo sabíais, perdón por mi ignorancia.

 

Este señor tuvo polio. Al cabo de los años, en un concierto en Nueva York, se le rompió una cuerda del violín. Silencio absoluto. Consternación general. La sustitución del violín por otro era una tarea un poco pesada. Andaba mal, tenía que salir dificultosamente, afinar el nuevo violín, volver a entrar.

 

Perlman estuvo con los ojos cerrados unos momentos, sonrió y, ante el asombro de todos, le indicó al director de la orquesta que podían seguir. Tocó maravillosamente. Al acabar, el público, el director y el resto de los músicos, puestos en pie, le dieron una enorme ovación. Él levantó el arco del violín para pedir silencio, y dijo: “¿Saben?, a veces el deber del artista es descubrir cuánta música puede hacer con lo que le ha quedado”.

 

Nos está quedando menos de lo que teníamos. Es muy posible que nos quede todavía menos. Pero hay que descubrir cuánta música podemos hacer CADA UNO con lo que quede. No cuánta música puede hacer el Gobierno para que toquemos el violín. Porque nosotros somos el violín.

 

Tengo amigos empresarios que lo están pasando mal. Me encontré al último en un tren yendo a Valencia la semana pasada. Me habló de sus dificultades, pero también me habló de sus planes.

 

Tengo amigos que han sido despedidos en estos arrebatos que de vez en cuando se producen en las empresas. Arrebatos justificados a veces, injustificados otras. Estos están más preocupados. Pero mi vecino de San Quirico me decía que estos llevan puesto encima su propio Activo y que de un Activo, joven (aunque sea mayor), competente, con ganas de trabajar y con flexibilidad (mi amigo dice “con cintura”) se pueden esperar muchas cosas.

 

Y me acuerdo de Ricardo, que se quedó en el paro a los cincuenta y tantos años y que, a esa edad, montó una empresa que hoy es líder mundial.

 

Y de Fernando, que a los casi 60 años, decidió triunfar en México. Y triunfó. (No es que decidiera triunfar. Decidió irse allá a trabajar, a ver qué pasaba.)

 

Y de Antonio, que después de una carrera brillante como directivo de una multinacional decidió jugarse el tipo y montar una empresa, que le está yendo muy bien y donde están trabajando muchas personas.

 

Y de…y de…y de…

 

De tanta gente que ha seguido los consejos de Julio Iglesias, cuando, en una de sus canciones, habla “de tantos fracasos, de tantos intentos”.

 

Porque lo importante es intentar, una y otra vez, sin reblar.

 

¿Os imagináis a 46 millones de habitantes siendo empresarios de sus propias vidas, intentando, intentando, intentando, sin hablar de la crisis, sin esperar a que el Gobierno nos saque las castañas  del fuego, probando ideas, echando horas y horas al trabajo, horas y horas a la familia, horas y horas a sus amigos?

 

Hablo con frecuencia de la “revolución civil”. Es eso, nada más.

 

Bueno, algo más, sí. Porque si estoy convencido, como lo estoy, de que lo que pasa ahora es una crisis de decencia, a todo lo que he puesto arriba hay que añadir que hay que hacerlo con decencia.

 

¡Menuda revolución! No sé si alguien se apuntará.

 

 

P.S.

 

  1. “Reblar” es una palabra castellana que se usa bastante en Aragón, y que significa seguir adelante, no echarse para atrás, no acobardarse, ser tozudo.

 

  1. No digo “tozudo en el buen sentido de la palabra”, porque ser tozudo es bueno. Lo que es malo es ser “terco”. Cuando mi madre me reñía porque yo era un cabezota, no me decía “¡no seas tozudo!” Me decía “¡no seas terco!”

 

  1. Lo de echar horas y horas al trabajo lo he puesto porque sin echar horas no se sacan adelante las cosas.

 

  1. Lo de echar horas y horas a la familia lo he puesto porque sin echar horas no se saca adelante una familia.

 

  1. Y con los amigos, lo mismo. Horas y horas.

 

  1. Ya sé que horas y horas + horas y horas + horas y horas son muchas horas y uno se cansa. Pues sí. Pero, como dicen en mi tierra, “no hay otra”.

 

  1. Lo de los 46 millones es una exageración, si hablamos de España, porque, a pesar de todo, todavía hay bastantes niños. Pero si a esos niños les enseñamos a trabajar duro, los incluyo también.

 

  1. Lo de apuntarse a la revolución civil es muy fácil. Basta con mirarse al espejo todos los días al salir de casa por la mañana y decir aquello de: “Qué, ¿a trabajar como siempre? ¡NO, a trabajar como nunca!”

 

  1. Y ya está.

 

Leopoldo Abadía

 

LEOPOLDO ABADÍA, DERECHAS E IZQUIERDAS…

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No sé por qué, pero el otro día me acordé de Paco, un amigo andaluz al que no he visto hace muchos años.

 

Paco era de izquierdas, y junto con Pedro, otro amigo mío, habían decidido derribar a Franco.

 

Me contaba Paco que un día, en pleno trabajo conspirativo, iban los dos en un Seat 600 por la carretera. No sé quién de los dos conducía. No tenían chófer por dos razones: porque no tenían ni una perra y porque en el 600 no cabían más que ellos dos y las hojas de propaganda clandestina que llevaban.

 

El que conducía se distrajo y el 600 se salió de la carretera y volcó. Tuvieron suerte de que la Guardia Civil andaba por allí cerca y les auxilió. Los guardias les recogieron y les llevaron a un hospital. Allí se quedó el 600 con las hojas antifranquistas.

 

Uno de los guardias civiles, buena persona él, se quedó en la habitación del hospital, entre las dos camas, mientras los heridos se iban recuperando. Lo malo fue que Pedro, al despertarse, le dijo a Paco: “Paco, las hojas”. Y Paco le decía al guardia: “No le haga caso, que está delirando”.

 

Paco se partía de risa cuando me lo contaba porque las cosas, vistas en  perspectiva, hacen que lo que entonces parecía peligroso, pasados los años resultaba cómico.

 

Hablaba bastante con Paco de nuestras ideas socio-políticas. Yo sabía que él era de izquierdas y yo le había dicho muchas veces que yo era de derechas.

 

Hasta que un día me preguntó qué opinaba yo sobre ciertos temas. No me acuerdo cuáles eran -me suele ocurrir bastante, sin duda por la edad-.

 

Supongo que los temas tenían que ver con la empresa, los derechos y deberes de los empresarios, de los capitalistas, de los directivos, de los empleados, de los obreros, del reparto del pastel suponiendo que haya pastel, del trato con las personas  que trabajan en la empresa, de su remuneración, de su formación, del papel de los sindicatos… En fin, de esas cosas de las que se habla y se habla y se habla.

 

Le dije lo que yo  opinaba y me dijo: “¡Pero eso es ser de izquierdas!”

 

Me quedé anonadado, pensando qué hubiera pasado si mi madre, mujer de orden, se hubiera enterado de que alguien sugería que su hijo único  era de izquierdas.

 

Han pasado los años. Hace tiempo que no hablo con Paco. Además, no tengo sus datos. El apellido es normal, de esos que acaban en “ez” y no lo encuentro ni en el listín telefónico ni en Google, que lo resuelve todo.

 

Pero ahora, cuando veo tanto lío por ahí, cuando los de derechas no son de derechas, sino que son de centro, pero un poco escorado hacia otro centro y los de izquierdas se encuentran con los de derechas en ese medio centro y al que piensa de una manera que no coincide con cualquiera de ellos le llaman extremista, de izquierdas o de derechas, pienso en esa frase tan vieja, que dice que contra Franco vivíamos mejor.

 

Esto de las etiquetas no sirve para nada. Mejor dicho, sirve para hacer daño, para que la gente hable de ideologías pasadas de moda, viejas reviejidas, como decía aquella tata bendita, la Megui, que ayudó tanto y  tantos años a nuestra familia, maneras de pensar inútiles para dirigir, ni un país ni una comunidad autónoma, ni un barrio de San Quirico.

 

Y entonces, como tienen pocas ideas y funcionan por etiquetas, dicen: “progresismo es lo que yo diga”. Y el otro le contesta: “pues no, que eres más conservador que yo”. Y el primero dice: “¿yo, conservador? ¡Conservador será tu padre!” Y el otro replica: “¡El tuyo, si es que lo conoces!” Y ya está liada.

 

Y mientras tanto, venga a aumentar el paro, venga a decir que queremos el despido libre. Y llega otro y dice que hay que subir el IVA y otro, que hay que debatir el aborto. Y el de más allá ha descubierto en un edificio de Alemania un escudo que, en parte es preconstitucional (si nos referimos a la Constitución de  de 1978) y en parte postconstitucional, si nos referimos a la Constitución de 1812, la de las Cortes de Cádiz. Y el otro dice que soplan aires de cambio. Y todos dicen que los Bancos no sueltan el dinero.

 

Y yo me canso. Iba a poner que la gente se cansa, pero como sólo he hecho la encuesta conmigo mismo, sólo puedo dar este resultado. Que es absolutamente fiable.

 

Y menso mal que no he tenido que votar ni en Galicia ni en Euskadi. Y que falta un poco para las elecciones generales. Porque si fueran mañana, me iba hoy a San Quirico y decía eso de que vote su padre. No añadiría lo de si lo conocen, porque en casa me enseñaron a ser educado y a respetar a la gente.

 

P.S.

 

1 Siempre que hablo de la Guardia Civil me acuerdo de aquellos guardias de hace años, que iban por parejas, andando por la carretera, uno por cada lado. También me acuerdo de mi amigo Juan Antonio, con el que coincidí en Estados Unidos en 1963, cuando asesinaron al Presidente Kennedy.

 

2 Entonces se habló de que el FBI se iba a hacer cargo de la investigación, y Juan Antonio, hombre práctico y de ideas claras decía: “No descubrirán nada. Si este caso se lo encargaran a un cabo de la Guardia Civil pequeñito, renegrido y con 1.500 pesetas de sueldo al mes, lo resolvía en una semana”.

ORZSAG «TIJERITAS», por LEOPOLDO ABADÍA

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Mi amigo viene exultante y con un envoltorio relativamente grande. Le quiere  escribir a Zapatero. Como sabe que a nuestro Presidente le cae bien Obama, piensa que el tema está resuelto.

Cuando le pregunto qué quiere decir “el tema” vuelve a repetir lo que me dijo hace unos días: “la disbauxa”. O sea, el  follón que hay en España, lo que él califica de “tonto manirrotismo”.

Resulta que Obama ha nombrado a un tal Peter Orszag, que, por el apellido, ya se ve que no es de San Quirico, para que “identifique las partidas presupuestarias que deben ser recortadas”. Obama dice que será “el hombre de la tijera”.

Y mi amigo se lanza: “¿Cuánto nos cobraría este señor por venir aquí una vez cada dos semanas y hacer lo mismo?” Mientras habla, va desenvolviendo el paquete y salen unas  tijeras de podar enormes, que, según mi amigo, “le servirían a ese señor de nombre raro para atacar sin piedad toda esta locura que nos invade en España”.

Y detalla: “Por locura entiendo tirar el dinero en bobadas, bajo distintos pretextos:

De prestigio (falso)

De  educación

Sanitarios

Sociales (apartado en el que se mete todo, venga o no venga a  cuento)

De vanidad

De creer que tenemos influencia en el mundo (“¡y no la tenemos!”, grita mi amigo)

De mal gusto (y aquí dice que la lista sería inmensa)

De protección a industrias que no hay por qué proteger, porque, si  les va mal,  allá ellas, que se  espabilen, como nos espabilamos los demás

De protección a los jóvenes, para que puedan vivir cómodamente, sin pegar ni sello

De protección a los vagos, para  que nos voten cuando lleguen las  elecciones

De más  protección a más vagos, para que se vayan preparando para  votarnos cuando lleguen las elecciones (lo que mi vecino llama “preparación preventiva”)

De protección para  los que se  cargan viejecitos, porque sin viejecitos, viviremos más  cómodos. Y además, sólo sirven para molestar.

De protección para los que se  cargan niños, porque así les ahorramos a los pobres (niños) sufrimientos en el  futuro  y nosotros (los mayores) podemos vivir mejor, sin tener que educarles, que es muy cansado.”

Intento pararle a  mi amigo de San Quirico, pero hoy no le para nadie. Y, además, con esas  tijeras que ha traído, prefiero ser prudente.

Mi amigo dice que él podría trabajar a las órdenes de ese señor y que, mientras ese señor estuviera fuera, él se dedicaría a podar ramas inútiles y perniciosas. Dice lo de perniciosas con tal énfasis que lo subrayo.

Dice que esto es de sentido común, pero que como parece que la gente que nos gobierna y la gente que se opone a los que nos gobiernan (grita: “¡¡TODOS, SIN DEJAR NI UNO!!”) han perdido el sentido común (y añade: “¡O NO LO HAN TENIDO NUNCA!”), hace falta que alguien, con autoridad, agarre la tijera y empiece a cortar, no a recortar, que suena más blando.

Y mi amigo dice que va a hacer una hipótesis, cosa que, en su caso, creo que no ha hecho nunca. La hipótesis consiste en decir que, con una buena podadera, se arreglaban muchos (él dice TODOS) los problemas de España. Dice que hay tal incompetencia, tal imprudencia, tanto egoísmo y tanta tontería metida en los Presupuestos Generales del Estado y en los de todas y cada una de las Comunidades Autónomas (y menos mal que le paro ahí,  porque quiere seguir con los Ayuntamientos y tengo que frenarle antes de que llegue al de San Quirico, cuyo Alcalde me cae muy bien) que, al Sr. Orszag le podríamos hacer un regalo caro e, incluso, llevárnoslo a cenar a Via Veneto, a Zalacaín o a Horcher, como ejemplos de restaurantes que te hacen quedar bien.

Pero mi amigo va más  allá. Dice que ha leído que hay tres poderes: el legislativo, el ejecutivo y el judicial. Y que los tres son independientes. Dice que también ha leído que no acaban de ser independientes y que a un tal Montesquieu le pasó algo malo, pero pone cara  resignada y dice que nadie es perfecto.

Dice además que hay un cuarto  poder, que son los medios de comunicación (menos mal que  no ha dicho los mass media, porque me hubiera dado algo.)

Pues él quiere crear el quinto poder: el de las tijeras, que debería cortar y, además, vigilar, para  que en el  futuro no tuviera que cortar.

Ya tiene preparado lo que tendría que hacer este poder (la “job description”, que decimos los que hemos estado en Harvard):

Lo de la tijera, o sea, el corte  puro y duro.

Lo de vigilar,

Para que nadie que hable en público mienta. Y añade: “Y si es un político o un banquero, menos que los demás”

Para ver cómo se cumple lo del Presupuesto. Le digo que eso se llama Control Presupuestario, pero no le importa nada

Para ver cómo se cumplen las medidas que aparecen todos los días en los  periódicos y que  mi amigo dice que no sabe si siempre son las mismas, si hay que sumarlas, si hay que restarlas o qué demonios hay que hacer.

Para ver cómo se cumplen las promesas que los partidos hacen en tiempo electoral, sobre todo si esos partidos ganan las elecciones.

Lo de vigilar cómo se cumplen las otras  cosas que dicen, por ejemplo:

                                          i.    No le ha llegado todavía la bombilla que le prometió el Ministro Sebastián

                                         ii.    No sabe cómo va el  Plan E

                                        iii.    No sabe qué va a  hacer Zapatero para que no se quede ni un parado en la cuneta

Mientras mi amigo habla, yo voy desayunando, para ganar tiempo,  porque ya sabéis que soy muy lento masticando.

Ahora empieza  a desayunar él, y me atrevo a decir: “Lo que pasa  es que, para hacer eso, este señor necesitaría una oficina con bastante gente. No muchos, pero sí muy trabajadores. Y, sobre todo, independientes. Animado,  le grito: ´¿Me oyes? ¡¡Independientes!!´”

Y él me dice: “Zapatero  tiene 77 asesores. Todos ellos podrían pasar a la Oficina del quinto”. (Me vuelve a desconcertar, hasta que me doy cuenta de que se refiere al quinto poder, no al quinto piso.)

Pero, inmediatamente, rectifica y dice que no, que no serviría ninguno de ellos, por varias razones:

Porque no le avisaron a tiempo al Presidente de la que iba a  caer, cuando en el mundo lo sabía (mos) bastantes (quiero decir, MUCHOS)

Porque, si se lo avisaron y no les hizo caso, deberían haber dimitido “ostentóreamente”,  por dignidad profesional.

Porque, aunque ya sabe que son muy honrados, no acaba de estar seguro de que fueran imparciales e igual no le ayudaban al señor Orszag del todo. Me dice: “Ya  sabes,  el  corazón manda mucho, y si el corazón es zapateril, aun siendo muy honrado puedes ser un poco parcial y no recortar nada de lo que al Presidente o a su partido les haga ilusión”.

Por tanto, por lo que parece, los 77 no sirven para la Oficina del 5º. Pues habrá que buscarlos. Me dice mi amigo que él empezaría poniendo media docena para las cosas del Estado y uno para  las de cada  Comunidad Autónoma. Total, 23 sueldos y medio, porque el Sr. Orszag trabajaría a tiempo parcial. Mi amigo dice que él, como Adjunto, trabajaría gratis.

Y animado, hace una segunda hipótesis: “Se  ganarían el sueldo en 3 meses”.

Y cuando dice esto, estalla una ovación en nuestro bar. Como, cuando se exaspera, habla en voz muy alta, los parroquianos han seguido su discurso.

Mi amigo les mira sonriente. Sospecho que estaba esperando el aplauso.

Me dice que se va, porque tiene que hacer unas  llamadas.  Yo creo que  éste, en cuanto llegue a su despacho, le llama al Sr. Orszag y le dice que venga pronto, que su intervención se ha decidido en referéndum.

LEOPOLDO ABADÍA ATACA DE NUEVO…

PUES SÍ, DE ÉSTA SALIMOS, Y SALIMOS MEJORADOS…(1)

Merece la pena que perdamos (ganemos) unos minutos leyendo a este hombre. Poco a poco se está convirtiendo en una referencia para mí y espero que para vosotros…

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Ceno en Madrid con dos hijos míos. No sé qué me pasa, que desde hace una temporada, no tengo ninguna cena-cena, sino una especie de cenas-mítines-sesiones de trabajo que me dejan un poco planchado.

 

A los hijos les ha gustado mucho lo de que de esta crisis salimos, y salimos mejorados. Dicen que deberíamos pegar carteles grandes por la calle, con ese  slogan, para que la gente se animara. Como hay que ser prácticos, calculamos el número de carteles que harían falta y el precio de cada cartel (los quieren en tres colores) y vemos que, con los ahorros de los tres, no llegamos.

 

Como ya saben lo que pienso y, al cabo de los años, he conseguido que lo piensen también (alguien dirá que les lavo el cerebro, pero no me importa nada, y a ellos tampoco), dicen que la salvación viene por la iniciativa privada, o sea:

 

  1. Que de ésta hemos de salir NOSOTROS,  o sea, TÚ y YO. 
  2. Que si en España somos no sé cuántos millones y hasta ahora hemos demostrado que tontos, tontos no somos, nos tenemos que mirar cada uno en un espejo, con lo cual, además de favorecer a la industria del espejo, nos podemos preguntar: “Y tú, ¿qué?”

Uno de mis hijos se pone trascendente y dice: “O sea, lo de Kennedy, aquello de qué puedes hacer tú por tu país”.  Bueno, pues sí, más o menos eso.

 

Pero como, a veces, algunos no saben exactamente de qué país están hablando -San Quirico, Cataluña, Aragón, España,  etc.- quizá es más práctico, aunque menos patriótico, pensar en qué puedo hacer YO por MÍ MISMO. Y como esto  suena  a egoísta (porque lo es), puedo ampliar la pregunta y plantearme qué puedo hacer YO por MÍ  MISMO, por MI FAMILIA y por mis AMIGOS. Y así, poco a poco,  puedo llegar a lo del  país que comentaba antes.

 

A mis hijos les preocupa que los Gobiernos no hacen más  que soltar -o decir que sueltan- dinero a troche y moche, pero que luego,  no se ve.  Y se preguntan: “¿Es que no lo  sueltan? ¿Es que siempre hablan de los mismos dólares o de los mismos euros y esas  cantidades no son sumables porque siempre son las mismas?” (En cuanto la gente  se pone a pensar, se hace preguntas. Por eso, hay gobernantes y aspirantes a gobernantes que prefieren que la gente no piense y, para conseguirlo hablan, como decía mi madre, de un modo tan enrevesado.)

 

Y mis hijos se quitan la palabra uno al otro y se hacen más preguntas: 

  1. “¿El resultado de todo este dispendio (mis amigos catalanes le llaman disbauxa) no será que seremos una nación de  señores/as iguales, todos vestidos de gris, con el cerebro vestido de gris y las ilusiones (el que las tenga) vestidas de gris, esperando que el Gran Timonel nos eche comida, quejándonos si no nos la echa y balando miserablemente porque solos nos vemos incapaces de hacer nada?”
  2. Si el  planteamiento es ese, la pregunta que me hacen de vez en cuando sobre qué mundo les  vamos a dejar a nuestros hijos, se contesta muy fácilmente: “Un mundo de señores/as iguales, todos vestidos de gris, etc.”

Porque si somos así y educamos a nuestros hijos así, la contestación es clarísima.

 

Y, además, si sucede que:

 

  1. Entre la multitud vestida de gris hay un  espabilado tan gris como los demás,  pero vestido de azul marino,  porque en la tienda donde se viste se han acabado los trajes grises. 
  2. Y si ese espabilado suelta tres espabiladeces, el rebaño de grises se dirigirá detrás de él, porque pensará que el pastorcete ese les llevará a  verdes praderas, donde podrán llenar su estómago, ya que llenar el cerebro no les importa nada. 

Y el espabiladillo jefe, con su regate en corto, irá metiendo goles a los grises tontos, porque, incluso entre los grises, también  hay clases (clases de grises, por supuesto).

 

Mis hijos me dicen que una vez que ha quedado claro que esto, o los sacamos adelante nosotros o no hay nada  que hacer, tenemos  que pensar de dónde  sacamos el dinero (mi amigo de  San Quirico diría “las perras”, porque está todavía en la época de la peseta y, si me apuráis, en la de los reales de vellón).

 

La iniciativa privada suele sacar el dinero, normalmente, DE SU BOLSILLO. Me lo decía Pep, el dueño del restaurante al que vamos mi mujer y yo los sábados por la noche.

 

Empezó hace 50 años con un chiringuito para hacer carne a la brasa y puso el dinero de su madre (poco) y el suyo (menos).  Abrió el local y el primer día fueron a comer dos personas. Siguieron trabajando  y al cabo de una semana fueron 10 personas.  Y me decía que aquel día, su madre y él dijeron: “¡Esto marcha!” (de paso, también me dijo que, durante tres  años, no hicieron NI UN SOLO DÍA de vacación, excepto el  día de Navidad.)

 

Una vez  que te has jugado todo, viene el momento en que te has de jugar más. Y ahí están los Bancos y las Cajas  de  Ahorro, entidades que, después de ser lo más guay del territorio nacional, ahora son los bichos despreciables que nadie quiere ni saludar. (Aquí iría bien lo que dicen en mi tierra. “Ni tanto ni tan calvo”.)

 

Pues sí, es verdad que hacen falta los Bancos, para que el dinero que les ingresamos nosotros se dirija a prestar  dinero a  más gente, que, con ese dinero, podrá montar más negocios o remozar el cuarto de baño.

 

Los Bancos no andan muy finos ahora. Han hecho bastantes  tontadas. Han prestado billones de pesetas a gente que no parece que eran los clientes ideales, se han  endeudado fuertemente y ahora, los pobres se han quedado con no sé cuántos pisos que no saben cómo vender y no dan crédito ni a la madre que les dio a luz. Bueno, a  alguien sí le dan algún crédito, pero con el aval de todos los de la familia, incluida la citada madre.

 

Esos chicos financieros se reúnen de vez  en cuando con el  Presidente  del Gobierno, que intenta -y fracasa  repetidamente- convencerles de que, como decía un financiero importante  “vuelvan al negocio tradicional”.

 

El Presidente ya no sabe qué hacer. Si les pone sillones cómodos, la gente se queja y dice que parece que están allí para  tomar copas. Si les pone pupitres, la gente se  queja y dice que si se cree que aquello es  una escuela.

 

Pero lo malo no es que la gente le critique (como dicen los cursis, eso va incluido en el sueldo del Presidente, que, por cierto, tampoco es tan alto). Lo malo es que los Bancos no le hacen caso, con lo que el círculo vicioso se cierra y además, se vuelve viciosísimo.

 

La iniciativa privada necesita euros. Y, además, los necesita pronto. Para  que le lleguen los euros al señor de la calle (al que le he llamado “iniciativa privada”, sin ganas de ofender), y dada  la falta de entusiasmo de los Bancos y Cajas, el Gobierno abre la mano y suelta euros. Pero no se sabe por qué, los euros no le llegan al “iniciador privado”. Algo pasa, pero se quedan en el camino.

 

Dicen que:

 

1.     Algunos  Bancos tienen mucha porquería en su Balance y euro que cogen, trocito de porquería que limpian. 

2.     Como están arrepentidos de sus pecados pasados, hacen propósito de la enmienda de nunca más pecar. 

3.     Lo que pasa -dicen- que los pecados pasados los cometieron con señoras (empresas)  gordas y el  propósito de la enmienda lo están cumpliendo con señoras (empresas) pequeñas, que, asombradas y ligeramente molestas, se dicen a  sí mismas: “Yo, propietario de una mercería,  cuando veo que una de las pecadoras gordas  sigue renegociando su deuda con los Bancos, pienso que ojalá fuera gordo, porque iba a  renegociar su padre”.

 

Hasta aquí llegan mis hijos en la cena de Madrid y  como son muy buena gente, dicen que ahora quieren hablar de la familia, que es lo fundamental, pero que tome nota de los temas pendientes, que están desordenados en cuanto a importancia, pero que ya le pondremos el orden más adelante::

 

1.     La decencia

2.     La formación de la gente

3.     Las  pymes

4.     El papel de los Sindicatos

5.     El de las Asociaciones empresariales

6.     El de las Cámaras de Comercio

7.     Los Bancos y las  Cajas

8.     La Banca pública

9.     Los Presupuestos Generales  del Estado

10.  La  financiación autonómica

11.  Las familias

12.  Las hipotecas

13.  De dónde sale tanto dinero

14.  El Presupuesto Base cero, al que ellos llamen la CCLI (Cruzada  contra la imbecilidad)

15.  Los impuestos

 

Y amenazan: “Y más  cosas, papá. Porque si no haces más que decir que tenemos que tener en la cabeza un esquema muy claro (eso que tú llamas ´un modelo´), o lo tenemos completo y no nos dejamos nada, o no servirá”.

 

Como veo que la tarea me sobrepasa, decido en ese mismo momento la creación del Consejo de Asesores Económicos de  Abadía, que en inglés se dice Abadía´s Council of Economic Advisers, ACEA.

 

El Council (que se pronuncia  “cáunsil”) estará  formado  por:

 

  1. Mi mujer
  2. Mis  12 hijos
  3. Los nietos, a partir de los 18 años
  4. Mi  vecino de San Quirico

Se reunirá siempre que haga falta, pero dadas las dificultades que encierra el que tanta gente nos podamos reunir (por  aquello de las fiestas deportivas  de los Colegios, los cumpleaños familiares, y el  obligado acompañamiento a los niños cuando juegan al hockey), los miembros del Council podrán enviar sus opiniones por teléfono  o por  correo electrónico.

 

Sólo será obligatoria la asistencia anual a una cena que celebraremos en el restaurante  del  pueblo cercano a  San Quirico (el de Pep.)

 

Se lo he comunicado a mi vecino de San Quirico. Al principio, le he notado ligeramente celoso porque ahora me inspire en cosas  que me dice mi familia. Pero le he convencido en seguida de que,  lo mismo que ha hecho Obama, yo también he formado un equipo de  asesores fuertes, con opiniones  formadas y con claridad de juicio. Y que en ese equipo él ocupa un lugar sobresaliente.

 

Y como es un tío fenomenal, pasa de la duda a la exultación y, aunque es del Español, dice que  “Aquest  any, sí”  (que es lo que antes decían los del Barça  al  empezar cada temporada.)

 

Y, al ver su actitud y la de los restantes miembros del Council, pienso que igual lo que nos falta ahora es entusiasmo, ganas  de trabajar, juventud, ilusión, alegría,…y que eso, a  los del Council les sobra.

 

Gracias  a  Dios.

 

P.S.

 

1.     Cuando en este artículo hablo de los grises, no me refiero a aquellos delante de los cuales corrió media España, incluso los que entonces no habían nacido. Me refiero al señor  (y a la señora) que es incapaz de pensar por su cuenta, que no tiene criterio, que no sabe por dónde anda ni  por dónde le viene el viento. 

2.     He puesto la  lista de cosas  que me dijeron mis hijos, porque, en teoría, debería ser la lista de los próximos artículos. 

3.     Digo “en teoría” porque nunca  se sabe qué puede pasar y, sea por mi culpa, por la de mi vecino de San Quirico, por la de mi familia, o por la de Zapatero, Sarkozy o Hugo Chávez, algo puede suceder, que me haga cambiar el tema de  algún artículo.

EN ESPAÑA ESTAMOS MUCHOS NINJA…Seguimos siguiendo a Don Leopoldo Abadía.

ninja

“Mira que soy mayor, pero no he conocido una crisis mayor que ésta. Íbamos navegando en dirección a las rocas y ya nos hemos estrellado”, confiesa Leopoldo Abadía, autor de La Crisis Ninja, una sencilla explicación de la actual situación económica que comenzó a circular en Internet, que ha fructificado y le ha convertido en un personaje popular. Abadía, conocido por los lectores de El Confidencial, donde colabora semanalmente Desde San Quirico, ha reconocido que “en España también hay mucho ninja”. Este jueves, día en que Abadía presentaba en Madrid su libro La crisis Ninja y otros misterios de la economía actual, este online le acompañó en su periplo y le fue entrevistando en el camino.

Ayer fue un día duro para este chaval de 75 años, 12 hijos y 36 nietos que rara vez pierde la sonrisa. En pocas horas tuvo que atender a una veintena de medios de comunicación.“¡Buenos días, Leopoldo! Soy un lector suyo”, le increpó improvisadamente un conductor nada más llegar a Atocha. Desde que comenzara a aparecer en televisión, la gente le saluda por la calle. “El otro día, un señor me dio la enhorabuena en medio de misa”-se sorprende- ¡Qué locura!”.

Al llegar a La Casa del Libro, donde le esperaban los medios de comunicación para cubrir su rueda de prensa, pasó por la sección de Economía y se topó con su propio libro, colocado en el estante junto a los de George Soros y Warren Buffett. “¡La crisis demuestra el fracaso de todos ellos!”, exclamó. Ya lo dijo en El Confi: «¡A ver si va a resultar que todos estos gurús económicos saben tanto como yo, o sea: nada!». En una sola semana, su libro ya va por la tercera edición.

Son muchos los motivos por los que este ex profesor del IESE se ha ganado la popularidad y el cariño de la gente. Uno de los principales, la sencillez con la que explica los complicados conceptos económicos, “a lo Leopoldo”. La misma facilidad con la que enseñaba a sus alumnos lo que es el EBITDA. Con esa cercanía y una buena dosis de sentido del humor, le habla a la gente de cosas muy serias.

“La situación no mejorará hasta que el último ninja pague el último recibo”

En su libro, Abadía sitúa el origen de esta crisis cuando los bancos comenzaron a ofrecer créditos a personas Ninja, (no Income, no Job, no Assets). O sea, a personas sin ingresos fijos, sin empleo fijo y sin propiedades, quienes tenían que pagar intereses más altos por pedir hipotecas de alto riesgo. “La situación no mejorará hasta que el último ninja pague el dinero de su último recibo de su última hipoteca. Pero mientras, los ciudadanos tendrán que soportar la falta de concesión de créditos», asegura. En su discurso, Leopoldo Abadía habla de cosas muy fáciles y muy complicadas al tiempo. De la vuelta al sentido común; de tomar consciencia del valor de las cosas; de la necesidad de seguir hacia adelante, pese a la crisis; de de decencia y de tolerancia.

Durante la presentación, los periodistas no sólo le preguntaron dudas, sino que dialogaron con él y le plantearon reflexiones en voz alta. “Es muy inusual”, comentaban los editores. Más inusual incluso fue que la presentación finalizara con un aplauso. Al tomar el ascensor, Leopoldo se pilló con la puerta. Y, ante la preocupación de los presentes, dijo: “¡Qué se deteriora el producto!”.

 “Lo que más me gusta del libro es el principio y el final”, se sincera. Son los capítulos que dedica a San Quirico y su calidez familiar. “La familia es muy importante en tiempos de crisis”, asevera. El último capítulo está dedicado a un petirrojo. Un pajarito real que entra en la casa de San Quirico y que simboliza muchas cosas. Él lo explica así: “Mentalidad de petirrojo puede sonar un poco extraño. Pero sí. Mucho de lo dicho en capítulos precedentes está relacionado con tener un modo de vivir la vida diferente del aburguesamiento. Que es una tentación muy humana. Saquemos la nariz. Hay casas que ver donde somos bienvenidos. Hay despensas que descubrir. Hay mundo. Y vida. A pesar de la crisis”.

Para Leopoldo, “nuestro petirrojo” es un modelo de mentalidad abierta, de actuar globalmente. “Da ejemplo (…). Y anima. A todos aquellos que le rodean (…) Y sabe que hay dificultades, que no desprecia (…). Y hay días que le duelen las alas. Ya no es un pajarito. Y le cuesta arrancar. Estaría más cómodo en su nido. Pero también sabe que cuando lleve un rato volando se olvidará del dolor. Y que ese dolor, por ahora, tiene que aguantárselo. Ya llegará el día en que no pueda levantar el vuelo. A todos les llega. Por eso tiene cierta prisa. Hasta urgencia, a veces. Porque sabe, como nosotros, que el tiempo no es infinito. Y es en esos momentos en los que tiene que ser muy optimista”.

(extraído de http://www.elconfidencial.com)