HISPANIA ANNUS DOMINI MMX…

MARCO TULIO CICERON

“El presupuesto debe equilibrarse, el Tesoro debe ser reaprovisionado, la deuda pública debe ser disminuida, la arrogancia de los funcionarios públicos debe ser moderada y controlada, y la ayuda a otros países debe eliminarse para que Roma no vaya a la bancarrota. La gente debe aprender nuevamente a trabajar, en lugar de vivir a costa del Estado”.

No hay que inventar ninguna fórmula mágica ni novedosa para superar la crisis… Volvamos a los clásicos en concreto al año 55 antes de Cristo, sustituyamos la palabra «Roma» por «España», al lado de donde pone «funcionarios públicos» podríamos añadir «y los políticos»… No hay que hacer muchos comentarios…

EL SEÑOR CURA LO HACE TODO MAL…

            EL SEÑOR CURA TODO LO HACE MAL

Si, por casualidad, prolonga su homilía unos minutos, nos duerme.

Si es breve, no se ha cansado mucho.

Si levanta la voz, grita.

Si habla normalmente, no se entiende nada.

Si se ausenta, está siempre en la carretera.

Si no se mueve, está estancado.

Si hace visitas, nunca está en casa.

Si está en casa, nunca realiza visitas.

Si habla de economía, es que es un pesetero.

Si no habla del dinero, no se sabe en qué lo emplea.

Si organiza fiestas, nos cansa.

Si no organiza nada, la parroquia está muerta.

Si se para con la gente, no termina nunca.

Si lleva prisa, no escucha jamás.

Si comienza las celebraciones puntualmente, su reloj va adelantado.

Si empieza un minuto más tarde, nos retrasa a todos.

Si restaura la iglesia, malgasta el dinero.

Si no lo hace, descuida todo.

Si es joven, le falta experiencia.

Si es viejo, debería jubilarse.

¿Y si muere?

¡Pues bien!

¡No hay nadie para reemplazarle!

TE QUIERO TAL COMO ERES…

amor filial

amor filial

 

 

Llevo tiempo sin publicar nada del padre Martín Descalzo, hoy me he reencontrado con un pequeño artículo y os lo traslado. Yo también soy un poquito profesor, imparto seis horas semanales de Plástica en E.S.O. y hace tiempo ya que descubrí que es imposible enseñarle algo a una persona hacia la que no sientas aprecio. Por lo tanto, compañeros profesores, metámonos esto en la cabeza, si no queremos a nuestros alumnos, si ellos no notan nuestro aprecio y cariño, no aprenderán nada, os lo aseguro. Aunque muchas veces los alumnos se empeñen en que es imposible, no bajemos los brazos.

 

Ahora un poco de Martín Descalzo…

 

 

Cuenta Anthony de Mello una fábula que me gustaría comentar a mis lectores. Dice así: «Durante años fui un neurótico. Era un ser oprimido y egoísta. Y todo el mundo insistía en decirme que cambiara. Y no dejaban de recordarme lo neurótico que era. Y yo me ofendía, aunque estaba de acuerdo con ellos, y deseaba cambiar, pero no me convencía la necesidad de hacerlo por mucho que lo intentara.


Lo peor era que mi mejor amigo tampoco dejaba de recordarme lo neurótico que yo estaba. Y también insistía en la necesidad de que yo cambiara. Y también con él estaba de acuerdo, aunque tampoco podía ofenderme con él. De manera que me sentía impotente y como atrapado.


Pero un día mi amigo me dijo: «No cambies. Sigue siendo tal y como eres. En realidad, no importa que cambies o dejes de cambiar. Yo te quiero tal como eres y no puedo dejar de quererte.»


Aquellas palabras sonaron en mis oídos como una música: «No cambies, no cambies, te quiero.» Entonces me tranquilicé. Y me sentí vivo. Y, ¡oh maravilla!, cambié.».


Supongo que habrá algunos lectores que no estén del todo de acuerdo con esta fábula y que hubieran preferido que el consejo de mi amigo fuera un poco diferente: «Harías bien en tratar de cambiar por tu propio bien, pero lo importante es que sepas que yo te quiero. Como eres o como puedes llegar a ser.» Pero lo que me parece claro es que, en todo caso, lo sustancial de la fábula dice: nadie es capaz de cambiar si no se siente querido, si no experimenta una razón «positiva» para cambiar, si no tiene a interior suficiente para subirse por encima de sus fallos.


Temo que esta elemental norma pedagógica y humana sea desconocida por muchísimas personas. Tal vez por eso el primer consejo que doy siempre a los padres que me cuentan problemas de sus hijos sea éste: De momento, quiérele, quiérele ahora más que nunca. No le eches en cara sus defectos, que él ya conoce. Quiérele. Confía en él. Hazle comprender que le quieres y le querrás siempre, con defectos o sin ellos. Él debe saber que, haga lo que haga, no perderá tu amor. Eso, lejos de empujarle al mal, le dará fuerza para sentirse hombre. Con reproches lo más probable es que multipliques su amargura y le hagas encastillarse en sus defectos. Él debe conocer que esos fallos suyos te hacen sufrir. Pero debe saber también que tú le amas lo suficiente como para sufrir por él todo lo que sea necesario.


Y nunca le pases factura por ese amor. Tú lo haces porque es tu deber, porque eres padre o madre, no como un gesto de magnanimidad. Y cuando te canses -porque también te cansarás de perdonar por mucho que le quieras-, acuérdate alguna vez de que también Dios nos quiere como somos y tiene con nosotros mucha más paciencia que nosotros con los nuestros.


Pero, ¿y si la técnica del amor termina fallando porque también la ingratitud es parte de la condición humana? Al menos habremos cumplido con nuestro deber y habremos aportado lo mejor de nosotros. En todo caso, es seguro que un poco de amor vale mucho más que mil reproches.

Del libro «Razones para el amor»   José Luis Martín Descalzo

LLAMAN A LA PUERTA…

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Un artista había pintado un bonito cuadro. El día de la presentación al público, asistieron las autoridades locales, fotógrafos, periodistas, y mucha gente, pues se trataba de un famoso y reconocido pintor.  Llegado el momento, se quitó la tela que tapaba el cuadro. Hubo un caluroso aplauso.

Era una impresionante figura de Jesús tocando suavemente la puerta de una casa. Jesús parecía vivo. Con el oído junto a la puerta, parecía querer oír si le respondía alguien desde dentro de la casa. 

Todos admiraron aquella preciosa obra de arte. Uno de los asistentes, una persona muy observadora y curiosa, encontró un defecto un deun en el cuadro. La puerta no tenía cerradura. Y fue a preguntar al autor:   “¡La puerta no tiene cerradura! ¿Cómo se hace para abrirla?“ El pintor le respondió:

         “Te has dado cuenta del detalle, y es cierto que la puerta no tiene cerradura. Esto es así porque esta puerta representa el corazón del hombre y el corazón del hombre sólo se puede abrir desde dentro…”

Esta pequeña historia me hizo reflexionar. Realmente si no abrimos desde dentro la puerta de nuestro corazón Dios no puede entrar en nuestra casa, y como Dios respeta totalmente nuestra libertad, nunca forzará la puerta, sólo se limitará a llamar suave e insistentemente. Y si no abrimos será porque estamos inmersos en el jaleo del mundo que no nos deja oir la llamada, o conscientemente no nos atrevemos a abrir la puerta por miedo.

 ¿Con quién nos identificaremos cada uno? Con el que no oye la llamada, con el que no quiere abrir o con el que abre la puerta alegremente para que pase Jesús… Esa es nuestra elección…

LETIZIA, ALGO MÁS QUE UNA NARIZ…

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En el apartado de cartas al director en la edición dominical de un diario, leí ésta de un padre agradecido, quiero hacerme eco de ella porque estoy harto de que solo prestemos atención a las noticias negativas sobre las personas y que nos hacen olvidar cuanto de positivo guardan en su interior.

 

“Soy padre de una niña que está enferma de cáncer. De un tipo violento y horrible. Llevamos mucho tiempo en el Hospital Niño Jesús de Madrid luchando para que mi hija no se muera. Quien haya pasado por esto, sabe de lo que hablo. Quien no lo sepa que dé gracias, porque no somos raros, ni pobres, ni ricos, ni tontos. Somos una familia normal. Tanto como usted que está leyendo esto. Todo normal hasta el día que, de pronto y sin saber por qué, llega el horror.

Una mañana de tantas en el hospital, días antes de Nochebuena, una de las supervisoras nos preguntó a varios padres si tendríamos inconveniente en que la Princesa de Asturias nos viniera a saludar. Le dijimos que no. Y así fue, llegó Letizia Ortiz, nos saludo amablemente a todos (casi pidiendo perdón por creer que podría molestar) y se centró en un grupo de niños, entre ellos mi hija.

Fue sencillamente maravillosa con todos ellos. Cariñosa y simpática. Y durante toda la mañana saludó a todos y cada uno de los pequeños pacientes de la planta de oncología infantil del hospital. Con la misma sonrisa y con un amor enorme a todos los niños y a unas familias que estamos pasando por un calvario.

Y ante esto, podrán decir ustedes: bueno, y eso para qué sirve. Quien se haga esa pregunta no sabe lo que es tener un hijo enfermo. A estos sólo les diré una cosa: mi hija fue inmensamente feliz por el mero hecho de recibir la visita de esa persona llamada Letizia. Y sólo por las lágrimas de emoción que pude ver en sus ojos, por cómo miraba a la Princesa mientras ella bromeaba para hacerle sonreír, para disfrutar de esa sonrisa cada vez más apagada, mientras se interesaba por sus dibujos, por la vida, por los sentimientos de mi niña, sólo por eso, yo les digo que el trabajo que el trabajo que hace la Princesa de Asturias merece la pena.

Calladamente llegó al hospital y calladamente se fue. Por la puerta principal y sin más historias. Sin prensa, sin estridencias. Y he esperado todos estos días para comprobar una vez más, que lo bueno no se sabe: No sé de monarquías ni de repúblicas, soy un ciudadano de mi tiempo, atento a lo que ocurre en mi país. Como la mayoría, leo periódicos, veo la tele o escucho la radio, por lo que sé lo que se dice de ella, pero todo lo que digan da igual.

Compartir su tiempo a nuestro lado, el cariño que trasmitía su mirada hacía nuestros hijos, la determinación y el coraje con los que afronta las situaciones que le ha tocado vivir a esta persona, merecen un respeto. Y yo se lo quiero otorgar con estas palabras.

Gracias, Princesa”.

DESDE SAN QUIRICO, nuestro amigo Leopoldo Abadía.

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Sé que no es lo más ortodoxo en un blog esto del “copy/paste” pero como sé que compartís conmigo la admiración por D. Leopoldo, os lo pongo fácil y así lo leemos juntos. Un saludo.

DESDE SAN QUIRICO. 

Voy de vez en cuando a Zaragoza. Tengo a mi hija Blanca trabajando allí y, con esto del AVE,  llegamos en hora y media.

 

Hace muchos años que me fui de mi tierra. Pero cuando voy, me da la sensación de que, a pesar de lo que ha cambiado la ciudad, allí se sigue estando muy bien.

 

Sé a qué bar tengo que ir para encontrar a los niños de mi Colegio, que, por cierto, tienen todos 75 años. Sé a  qué hotel tengo que ir. Sé dónde están las tiendas que me gustan.

 

Y, sobre todo, sé que tengo la obligación, por buena educación, de ir a ver a la Virgen del Pilar. Porque aquí pasan dos cosas:

 

1, Que yo ya sé que todas las Vírgenes son la misma, pero la del Pilar, para mí, es “otra  cosa”.

 

2. Que en Zaragoza, cuando yo era chaval, y salíamos chicas y chicos a pasear arriba y abajo por el  Paseo de la Independencia -hoy Avenida, con coches-, íbamos antes “a ver a la Virgen”. La veíamos, le decíamos “hola” y nos íbamos a la Espiga, que era un bar muy majo, donde daban unas tapas muy ricas.

 

Ahora, cuando voy a Zaragoza, hago lo mismo. Voy a ver  a la Virgen y luego voy a San Siro, porque la Espiga desapareció y a los de mi Colegio les encuentro allí.

 

En el camino del Pilar a San Siro me encuentro con Juana. Es una buena profesional, con prestigio reconocido. Muy amiga de mi hija y, como consecuencia, muy amiga mía.

 

Siempre que me la encuentro, como siempre que me encuentro a mis amigos en Zaragoza, “cogemos un capazo”. Así se llama en Aragón a esos ratos tan fenomenales en los que te paras a hablar con alguien con tranquilidad, sabiendo que si te lías un poco no pasa nada, porque las distancias son cortas y la prisa es menor que en estas locuras de ciudades grandes donde se nos ha ocurrido vivir a muchos.

 

Juana es una mujer tranquila, pero no sé por qué, me parece que hoy está un poco alborotada.

 

Me dice que sí, que está nerviosa, porque ha llegado a la  conclusión de que hay mucha gente que:

 

1.     O no tienen ninguna prioridad  y todo les da lo mismo.

 

2.     O tienen las prioridades equivocadas.

 

3.     O cambian de prioridades a diario, que, prácticamente, es como si no tuvieran ninguna.

 

Y dice que, además, eso pasa en todos los niveles de gente: los ricos, los menos ricos y los menos menos ricos. Y que cree que hay muchos, hoy en día, que son como la señora móvil de Rigoletto, que parecía una pluma al viento.

 

Dice que leyó mi artículo sobre la palanca y el churro y que lo encontró incompleto. Que es verdad, que no se puede  hacer palanca con un churro, pero que me olvidé de poner que, además, ahora, los churros no saben qué palanca coger ni qué piedra mover con la palanca. Con lo que sucede que:

 

1.     El churro no tiene fuerza, porque, como buen churro, está blandito.

 

2.     Cuando hace fuerza porque algo le parece interesante, si le cuesta un poco de esfuerzo, o no hace fuerza o cambia de dirección porque le resulta más fácil.

 

Y añade: “¿Te acuerdas de aquellos tiempos, en los que la gente tenía convicciones? ¿Te acuerdas de lo que dijo Horacio: ´Dulce et decorum est pro Patria mori´?”

 

Uno es mayor, pero no conoció a Horacio. Lo que pasa es que uno estudió latín en el Colegio del Salvador de Zaragoza y se  acuerda de que la frase que ha soltado Juana quiere decir que es dulce y honroso morir por la Patria.

 

Y como le he dado pie, y parece que no necesita que le den cuerda, porque se la da ella misma, Juana dice: “¿Morir por la Patria? ¡Pero si no son capaces ni de andar cien metros sin coger el autobús!

 

¿No ves que, además, no saben lo que es importante y  lo que no? Les ha dado a muchos la obsesión de moverse por el dinero y por comprarse trastitos y por ir de viaje a no sé dónde y han perdido el norte.

 

No pueden ir a cosas importantes porque tienen que hacer cosas poco importantes. No pueden llegar puntuales porque se han entretenido con tonterías”.

De repente, Juana corta el discurso y me dice: “Me voy, que tengo una cita con una chica joven que me ha pedido consejo profesional”.

 

Y sale corriendo, mirando el reloj, porque, para ella, lo de cumplir con  sus compromisos, debe ser una prioridad.

 

Le veo irse y creo:

 

  1. Que, en su caso, el  churro ha salido duro.

 

  1. Que tiene las prioridades muy claras.

 

  1. Que, como consecuencia, cuando tiene varias cosas que hacer, inconscientemente les pone al lado un número:

 

  1.  
    1. Esto, lo primero.

 

  1.  
    1. Aquello, lo segundo.

 

  1.  
    1. Aquello, lo tercero

 

Y estoy seguro de que, por la noche, cuando se va a dormir, repasa lo que tenía que hacer y, si ha luchado por hacer lo que estaba en primer nivel, se va a la cama tranquila, aunque no le haya acabado de salir bien, pero con la convicción de que ha hecho lo que ha podido para cumplir lo prioritario.

 

Y pienso que sí, que yo también me encuentro gente que no sabe por dónde anda, porque con tanto ruido como hay por la calle, con tantas cosas que nos dicen (con tantos inputs, dirían los entendidos), han perdido la brújula y van unas veces hacia el norte, otras hacia el sur y otras hacia el suroeste. Lo malo es que, como no estudiaron Geografía, no saben dónde está el norte ni el sur, ni, por supuesto, el suroeste, que les suena a Geografía avanzada.

 

Vuelvo a  Barcelona. Me encuentro con un amigo mío, responsable financiero de una Organización dedicada a la enseñanza. Está exultante. Casi sin darme tiempo a que le salude, me dice que han ido los padres de una niña a verle, para decirle que, como están un poco justos de dinero, han decidido pagar por anticipado el Colegio con lo que se habían guardado para esquiar estos días. Cuando me lo cuenta, se le saltan las lágrimas.

 

Buff…Y a mí, también.  Porque sí que hay gente que tiene las prioridades bien definidas.

 

Voy a San Quirico, desayuno con mi amigo y le cuento mis dos encuentros.

 

Cuando le digo lo de mi amigo de Barcelona, veo que también se le humedecen los ojos.

 

Pero al contarle el capazo que cogí con Juana, pienso que menos mal que no estuvo. Porque, con todo lo que me dice, veo que la conversación se habría alargado mucho, Juana no habría podido llegar a tiempo a cumplir un compromiso que para  ella era prioritario y yo no hubiera llegado a tiempo a San Siro, a estar con mis amigos del Colegio, que, para mí, en Zaragoza, es lo más importante que tengo que hacer, después  de ir a ver a la Virgen.